24. El destino elige los turnos

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Arcos Perdidos, 1130 aps (Escala de presión abisal)

Cuando Nevan dirige un pie al puente colgante y da el primer paso, el grupo escupe un sonoro suspiro al unísono. Lo ha soportado. El conjunto de maderas desvaídas ha aguantado el peso de Nevan, ahora solo queda que consiga mantener el equilibrio los casi trescientos metros de puente sin caerse al vacío.

El corazón me late tan rápido que puedo escuchar el bombeo en mis oídos mientras contemplo cómo las pisadas de Nevan van dejando un rastro vívido en la madera.

Me equivocaba.

Nevan sí que puede ser un héroe a su manera, nos lo está demostrando al allanar el camino para el grupo. Y está demostrándoles a todos por qué está aquí, cuáles son los atributos que lo hacen tan valioso en la expedición. Por suerte, nadie parece preguntarse qué tipo de bayas ha utilizado. De hacerlo, no sé en qué tesitura dejaría a Nevan el hecho de llevar consigo tantas bayas venenosas para cualquier humano. El rato que tarda en alcanzar el otro extremo del puente se hace eterno, más incluso cuando las ráfagas le sacuden la capa, lo hacen tambalearse y perder el equilibrio durante unos segundos decisivos para su vida. Sin embargo, lo logra. Se planta en el saliente del siguiente arco y un torrente de esperanza nos impulsa a querer atravesar el puente para acabar con esto cuanto antes.

Vera es la siguiente.

Al despegar nuestras manos, el frío de las corrientes de aire revela que tenemos las palmas sudadas debido a los nervios. La detengo tirando de su muñeca antes de que salga al exterior.

—Tu capa es más larga que la de Nevan —le digo arremetiendo los bordes del tejido por dentro de su cinturón—, así tendrás menos problemas de equilibrio si alguna ráfaga la agita.

—Gracias, Rawen. —Ensancha la boca en una sonrisa preciosa que le tiembla por el miedo—. Eres la mejor.

Se guarda las gafas en su bolso y avanza hasta el saliente. Esta vez no tengo a quien aferrarme para compartir la angustia de ver a mi compañera caminar por encima del balanceo del puente. Imita a Nevan extendiendo los brazos y no titubea al empezar la travesía. El curso de Vera parece incluso más fácil que el anterior, pues repite las pisadas de Nevan y apenas hay corrientes de viento, lo que la ayuda a mantener la compostura mientras camina deprisa sin enfrentarse al peligro de verse al borde del abismo. Cuando por fin se reúne con nuestro compañero al otro lado, alzo los puños en el aire para celebrar su victoria. Una oleada de vértigo se me arremolina en el estómago.

Es mi turno.

Sin embargo, Kirsi se adelanta rumbo al saliente y el corazón me da un vuelco porque no puedo permitirme salir la cuarta. No teniendo en cuenta que, en caso de que pierda el equilibrio o necesite más tiempo que mis compañeros anteriores, podría verme envuelta en una emboscada de Merogaviolas en medio del vacío que existe entre los dos arcos, pendida de un puente de mala muerte. Camino a paso firme hacia Kirsi y la retengo del hombro.

—Es mi turno.

—Por pesos, en realidad es el mío —replica haciendo un puchero infantil que me atraganta un nudo de rabia en la garganta y, por no partirle la cara, respiro hondo. Como si la cosa no fuera conmigo, Kirsi me ignora girándose hacia Nadine—. Si no lo hago ahora, me acobardaré.

—Chicas, no hay tiempo para discusiones —protesta Nadine.

—Está bien —digo liberándola del agarre. Kirsi me mira victoriosa y me aseguro de que vea en mis ojos el infierno que va a sufrir por esto—. Que el destino elija los turnos.

—¿Me estás amenazando?

—Te estoy dejando a merced del destino. —Retrocedo un paso colocándome al lado de Kowl, que está junto al portón de hierro, me cruzo de brazos y le dedico una sonrisa forzada—. Vamos, el puente es tuyo.

La expresión de victoria en el rostro de Kirsi no tarda en desaparecer. El miedo se apodera de sus hombros en tensión. Intenta arremeterse la capa por dentro del cinturón, pero se rinde con un bufido porque es tan corta que apenas le roza la cintura. Da un paso adelante, otro atrás. A este ritmo, caerá la noche y el grupo quedará dividido en dos.

—Maldita necia, si no te largas de una vez... —protesta Dhonos y, en cuanto Kirsi lo ve aproximándose a ella a zancadas para empujarla hacia la pasarela de tablas, estira los brazos y se apresura a caminar con las rodillas temblorosas.

Las enormes nubes bailan en el cielo de un azul perfecto. No hay sol ni estrellas porque es un escenario completamente sumergido bajo tierra, en el interior de un abismo que hasta el día de hoy nadie sabe cómo se originó, aunque en la historia consta que los Khorvus, ansiosos por conquistar la isla y profundizar en el uso de las magias desconocidas, lo crearon con su sangre oscura.

—La has aterrorizado con tu sonrisa —me murmura Kowl con la vista fija en Kirsi.

—Se lo tiene merecido.

—No estamos aquí para jugar, Rawen Kasenver.

Entreabro los labios para replicar, pero reparo en la sonrisa sinuosa de Kowl. Desde aquí puedo ver sus rasgos perfilados de lado y no necesito mirarlo a los ojos para saber que quiere provocarme. No le daré el gusto, me esfuerzo por ocultar cuánto me hiere el orgullo ser reprendida por el Cuervo que ha puesto en riesgo su vida en varias ocasiones ya, aunque la mayoría de ellas haya sido por protegerme a mí.

—Lo dice el suicida que ha elegido el último turno —bufo.

—Cruzar el último es lo mismo que cruzar el primero. Siempre puedo esperar a que las Merogaviolas pasen de nuevo. —Un atisbo de malicia le atraviesa la mirada. Por lo que veo, Nevan no ha sido el único en trazar su propia estrategia.

—¿Y si te quedas sin puente después de Thago?

Entonces, desvía sus ojos a mí. La sonrisa de Kowl me recuerda al instante en el que se carcajeó durante nuestra lucha de ego al huir de la cueva. Me acuerdo del sonido de su voz y de cómo se le rasgaba la mirada al reír mientras el calor me trepa a las mejillas.

¿Acaso estás preocupada por mí?

—Ni lo sueñes —digo rompiendo el contacto visual.

De repente, un ruido ensordecedor proveniente del exterior me vuelca el corazón. Vemos un trozo de estructura cayendo desde las alturas del arco y, como si se tratase de una obra del mismísimo destino, se estrella contra las tablas unos metros por delante de la posición de Kirsi. El aliento se me escapa de los pulmones. Todos se preocupan por ella, que ha perdido el equilibrio y se ha caído de rodillas sobre el puente colgante, pero yo no puedo quitarme de la cabeza que ese pedazo enorme de piedra podría haberme aplastado de haber salido en su lugar. Porque estoy segura de que mi ritmo habría sido distinto, más veloz.

—Parece que el destino está de tu parte —dice Kowl.

—Pero no de la de ella.

El trozo de estructura no le ha hecho daño a Kirsi ni ha derrumbado el puente. Sin embargo, ella ha entrado en pánico. Las piernas no le responden y la capa le ondea con tanta fuerza que incluso las ráfagas de viento le empujan la parte superior del cuerpo. Los improperios de Dhonos, que se encarga de repetirnos lo mal que está yendo la expedición, rompen el silencio. De pronto, tengo miedo de las palabras que recité hace un momento. Si Kirsi no se recompone deprisa, retrasará el curso del grupo y, lo peor, las Merogaviolas la avistarán y alertarán al resto de las criaturas del territorio. Dudo que esta gente haya sufrido los efectos secundarios del canto de un Cantapenas. Yo lo hice hace años. Y no quiero repetirlo. Porque sé que cruzar este puente sería el menor de nuestros problemas.

Mis dos aliados están solos al otro lado.

No pierdo el tiempo. Doy un paso al frente mientras introduzco mi capa por dentro del bolso de cuero atado a mi cadera y aprieto la cinta con fuerza.

—¿Qué piensas hacer? —La voz de Kowl suena a mi espalda.

—Cruzar —contesto convenciéndome de que esto ha sucedido así por alguna razón—. Si el puente ha soportado ese golpe, no se derrumbará por mi peso.

—Eso no lo sabemos.

—No nos queda otra opción —mascullo observándolo de soslayo—. Soy la que menos pesa de los que quedamos aquí.

Me acaricio la trenza que desciende por uno de mis hombros como si el espíritu de mi hermana pudiese otorgarme la fuerza que necesito en este instante. Aprieto los puños y, cuando estoy a punto de alzar los brazos, unos dedos me rodean la muñeca izquierda.

—Ten cuidado, Rawen —me susurra Kowl clavando los ojos en los míos con ese ímpetu invisible que nos une—. Es peligroso.

El pulso se me acelera. Es peligroso, aunque lo último que tengo es miedo a las alturas. Gran parte de mi vida la he pasado sobre una muralla de cincuenta metros. Esbozo una sonrisa pícara.

—¿Acaso estás preocupado por mí? —contraataco a su burla de hace un rato.

—Sí, así que asegúrate de sobrevivir.

Me inflo el pecho de aire y me zafo de su agarre para adelantarme. En el saliente ya se nota que las corrientes de viento son tan poderosas como para derribar a cualquiera que tenga poca estabilidad durante el trayecto. No hay bestias a la vista. Por suerte, al poner un pie en la primera tabla, me percato de que ese pedazo de piedra enorme ayuda a que el puente se mantenga estático, y apoyo gran parte de mi peso en la pierna sana al caminar. Extiendo mis brazos sintiendo el aire frío correteando entre mis manos, el corazón galopándome en la garganta, y avanzo rápida concentrándome en la silueta desplomada de Kirsi en el centro del puente. ¿Qué demonios se le pasa por la cabeza? Ni siquiera está haciendo el intento de levantarse.

Las palabras de Kowl resuenan en mis pensamientos: «Parece que el destino está de tu parte». Yo también lo pienso. La noche antes de infiltrarme en Khorvheim, los farolillos de las plegarias brillaban más que nunca y ni siquiera la repentina lluvia los detuvo. En Mhyskard somos así, nacemos para honrar a nuestro pueblo y persistimos a pesar de las dificultades porque creemos en la libertad que nos merecemos. En una vida tranquila sin murallas gigantes ni bestias invocadas para causar el caos.

Estoy a punto de pisar otra tabla desgastada cuando el vendaval me sacude el cuerpo. La trenza me golpea el hombro furiosa. Pienso en Orna, en su amplia sonrisa y en sus preciosos ojos ámbar. Habría sido increíble bajar al abismo juntas. Doy gracias a que en este punto del puente, casi el centro, nadie puede ver mi rostro con claridad.

El viento se lleva las lágrimas que se me escapan.

Me limpio la humedad de las mejillas con la tela de mis hombros. Estoy a pocos metros de Kirsi. Examino el trozo de estructura y dirijo la vista a mis compañeros en el otro extremo. Vera se aferra al brazo de Nevan con tanta ansia que me roba una sonrisa pensar en lo irritado que debe estar él por ese contacto físico. Sin embargo, cuando lo miro, está más preocupado por mis pisadas sobre el puente que por sus peculiares manías.

Subo la mirada al cielo celeste oscureciéndose. Voy bien, lo lograremos.

—¿Puedes levantarte? —pregunto en cuanto tengo a Kirsi a un metro.

—Rawen, siento mucho haberte hablado así antes... —solloza, amedrentada, sin atreverse siquiera a girarse—. Estoy... Si me incorporo, me caeré...

—Escúchame bien, quiero que hagas lo siguiente.

—Haré lo que me pidas, te lo prometo.

Tiene la melena corta enmarañada por el viento y la capa sacudiéndose violenta entre nosotras. Sus dedos aferrados al borde de la tabla tiritan de forma descontrolada. Me acerco un par de tablas más y doblo las rodillas sobre los rastros rojos que ha dejado Nevan en la madera. Su maldita capa me azota la cara poniendo a prueba mi paciencia.

—Me agacharé a tu lado para que puedas apoyarte en mí y te levantarás poco a poco, pero antes despídete de ese trozo de tela inútil que llevas atado al cuello.

—¿La capa?

—Sí, la capa, Kirsi.

Me obedece al instante. La capa sale volando y cae en picado hacia el vacío que hay debajo de nosotras mientras Kirsi se incorpora agarrándose a mis hombros. Sin embargo, para cuando ella empieza a avanzar en dirección al segundo arco, yo sigo absorta en la tela que se ha desvanecido a través del manto blanco de nubes bajo mi cuerpo. La sensación de vértigo se apodera de mis músculos como si el abismo estuviese intentando manipular mi mente para retenerme. Hay Cantapenas colosales navegando en las profundidades. Una nueva ráfaga de viento me golpea el hombro haciéndome perder la estabilidad. Me sujeto a los cantos de la tabla y esta cruje bajo mi peso. Me esfuerzo en controlar mi respiración.

Kirsi está rodeando el pedazo de piedra pegando su cuerpo al obstáculo.

—Somos las hijas de la tierra, salvajes y crudas —canto en bajito la melodía de las montañas que me criaron mientras me impulso con los pies—. Rezamos a Mhys, la sangre de la venganza, porque la misericordia de Kard no nos ayuda.

Recuerdo la gargantilla entrelazada a mi cuello.

«El destino siempre viste de hilos mágicos».

—Somos las hijas del mar y del cielo, bravas y libres —persevero, esta vez soltando la madera para estirar los brazos—. Rezamos a la venganza, la sangre vertida roja, porque la sangre exige sangre... —Y, cuando me yergo sobre el puente colgante con el corazón incendiado por el odio que me mueve, escupo—: Y el perdón sobre los culpables jamás se arroja.

Mi compañera está celebrando que ha conseguido llegar al saliente del arco abrazando a Vera. Sin embargo, un silbido inusual capta mi atención. Giro el rostro a mi izquierda, donde las nubes se funden con el atardecer y de ellas emerge la bandada de Merogaviolas que queríamos evitar. Maldita sea. No puedo permitirme el ritmo de mis compañeros. No lograré cruzar el puente a paso lento. Aprieto la mandíbula y los puños. Sí, sí puedo lograrlo.

Aunque será a mi manera.

Cierro los ojos un segundo, mentalizándome de lo que estoy a punto de hacer, memorizando las siguientes marcas rojas en las tablas, y al abrirlos mando al infierno el miedo a caerme y la herida del tobillo. La volveré a coser si es necesario. Y empiezo a correr con la visión enturbiada por la adrenalina que me aprieta el corazón. Piso cada rastro rojo que alcanzo a ver, no me detengo al bordear el trozo de estructura al que le doy las gracias de nuevo por impedir que el puente se columpie y no me freno ni siquiera para calcular cuánto tiempo me queda.

Me tropiezo una sola vez.

Una sola vez, que no desaprovecho frenándome, sino que me impulsa con más brío y, a medio metro del saliente, salto con todas mis ganas hacia mis compañeros con la fe ciega de que me agarrarán y no dejarán que el desequilibrio al pisar el borde me precipite al vacío. 

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