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chapter iv.
( age of ultron )

la vida no discrimina
entre los pecadores y los santos
arrebata y arrebata y arrebata
nos levantamos y caemos
wait for it ─── leslie odom jr.

torre de los vengadores
28 de abril, 2015

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—Eh, mueve el trasero.

—No, muévelo tú —papá golpea con el pulgar sobre su hombro, sin mirarme, haciendo volar el quinjet a su casa en Nueva York—. Hay una sola silla de piloto por una razón.

—¡Vamos, papá, prometiste que sería capaz de sacar esto en un simulacro! —discuto, inclinándome sobre su hombro mientras mis pies cuelgan detrás de mí.

—Uh sí —papá mueve algunos interruptores—, cuando no tenemos vida humana a bordo.

—Eh —me pongo a la defensiva—, ¡soy buena conductora! Sería buena piloto.

—¿Si?

—Sí —asiento y orgullosamente levanto la barbilla.

—Dile eso a las setenta y dos multas por exceso de velocidad que tengo que pagar.

—Yo... —mi voz se apaga mientras lucho por encontrar una buena defensa después de su desafortunadamente buen punto.

Ah sí, me olvidé. Me estremezco internamente. Bien, gran whoops, resulta que conducir puede no ser mi fuerte. No es que sea un gran problema. Psh, quiero decir, vamos. No he lastimado a nadie. Aunque Happy siempre termina amablemente esa afirmación con un "todavía no."

Papá se gira lentamente para mirarme, arrugándose la nariz y dándome una falsa y aún burlona media sonrisa.

—Bueno... ¡bleh! —le hago una mueca, deslizándome del reposacabezas de la silla y de vuelta a mis pies.

—Ooh, ya estoy allí —dice secamente, mirando hacia el cielo azul nublado.

Maldita sea.

Estúpido Jarvis siendo tu copiloto —murmuro malhumorado y golpeo con mi mano la pegatina azul, alejándome de la cabina.

Saco la lengua detrás de la cabeza de papá antes de pasar por el casco. Mi música continúa sonando a través de los auriculares especialmente diseñados de papá, tranquilizándome y llevándome de vuelta a la Tierra. Es otro de mis nuevos mecanismos de afrontamiento. Unos días después de mudarnos oficialmente a Nueva York, experimenté una serie de visiones particularmente desagradables que me dejaron conmocionada durante días, hasta que comencé a llorar en una de las cenas. Pepper estaba fuera de la ciudad y papá seguía abriendo y cerrando la boca mientras sus manos se estiraban torpemente hacia mí, tratando de encontrar una manera de hacer que dejara de llorar. No tenía idea de qué podía estar mal y yo sabía que era mi culpa. Durante mucho tiempo, había intentado soportar la carga de lo que vi por mi cuenta, y simplemente no pude hacerlo más.

Entonces, papá y yo pasamos todo el fin de semana en el laboratorio de la Torre, escribiendo formas que me ayudarían a hacer frente a lo que vi. Sabía que todavía no podía hablar de ellas. En cambio, tenía una habitación completa, llamada Sala de Arte de las Visiones, o S.A.V. para abreviar, en la Torre reservada para pintarlas. Y eso es lo que hago. También los ejercicios de respiración que papá me enseñó hace tiempo. Poco a poco, me alejo y escucho mi música habitual, regresando a la realidad. Es bastante trabajo, pero voy mucho mejor que antes de los ataques del Mandarín.

Paso a Clint, que yace tendido en la mesa médica con una herida de mal aspecto en su costado. Incluso con la gasa blanca envuelta alrededor de su abdomen, todavía puedo ver la sombra oscura de la sangre. Esos mejorados, desde el que golpeó a Clint hasta la chica que recuerdo haber visto en la base, son mucho más amenazantes de lo que esperaba. Odio cuando alguien sale herido en las misiones. Claro, todos tenemos cortes y rasguños de forma normal, pero es mucho peor cuando se trata de grandes lesiones como esta. Toco el hombro de Clint, con una expresión de preocupación al mirarlo.

—Eh —es todo lo que dice antes de rozar mi mano y alejar mi preocupación.

Le devuelvo una sonrisa antes de que bostece y haga una mueca. Paso junto a Steve mientras desliza un VI en la mano de Clint, frunciendo el ceño ante su estado. Thor y yo nos quedamos al lado unos segundos antes de alejarnos casualmente de la mesa médica. Nos detenemos frente al estuche sosteniendo el cetro, su luz azul brilla desde adentro. Thor apoya suavemente su mano sobre él, mirándolo con una expresión distante en su rostro. Aprieto apresuradamente algunos botones en mi propulsor, subiendo la música mientras el zumbido continúa. Estoy relativamente segura de que, con el volumen en el que la escucho, voy a quedarme sorda a los veinticuatro años. No es que vaya a cambiar mis formas ni nada; simplemente estoy haciendo una suposición.

Por el rabillo del ojo, veo a Natasha sentarse frente a Bruce.

—La nana ha funcionado mejor que nunca.

—Es que no me esperaba un Código Verde —responde nuestro amigo en un tono áspero, asintiendo.

—Si no hubieras estado ahí, habría habido el doble de bajas —ella menea la cabeza hacia Clint—. Y mi mejor amigo sería un añorado recuerdo.

—A veces, lo que quiero oír exactamente no es exactamente lo que quiero oír.

Hay una pequeña pausa.

—¿Cuándo llegarás a fiarte de mí?

—No es de ti de quién no me fío.

Steve camina hacia nosotros con los pulgares en el cinturón y mira el cetro. Ninguno dice nada, yo empujo mis labios hacia adentro y hacia afuera, tratando de evitar siquiera mirar en la dirección de Bruce y Nat. Thor y yo compartimos una mirada después de haber escuchado toda su conversación.

Hay algo raro en los dos. No sé. Se siente forzado, antinatural. Sé que Nat también puede verlo. Simplemente no sé por qué está intentando que funcione. Tal vez ella está sola. Tal vez ni siquiera está segura.

Hay otra pausa antes de que Nat diga sobre su hombro:

—Thor, informa sobre Hulk.

—Las puertas de Hel están llenas de los gritos de sus víctimas —Thor se ríe un poco, caminando hacia ellos, agitando el puño y aplaudiendo.

—Oh, dulce Jesús, dame fuerzas —susurro, mirando hacia el techo.

Nat le echa un vistazo y Bruce gime, dejando caer la cara entre las manos. Steve hace una mueca, abre la boca para decir algo y se dar cuenta de que no hay absolutamente ninguna forma de arreglarlo. Thor, por otro lado, no parece darse cuenta.

—Pero no de los gritos de los muertos —lucha, estirando una mano.

Bruce asiente rápidamente, tratando de hacer que Thor se calle.

No lo hace.

—No, no, gritos de heridos. Sobre todo gemidos —Steve mira hacia el techo mientras Thor intenta salir del fondo del hoyo—, uh, un montón de quejidos e historias de esguinces del deltoides y —mira torpemente el cetro, murmurando—, uh, gota.

Me esfuerzo por contener la risa, mordiendo el labio con fuerza. Vaya, espero que Thor y Bruce nunca tengan que pasar una abrumadora cantidad de tiempo solos; ya puedo imaginar el caos que se produciría. Steve coloca el dorso de su mano contra mi brazo, dándome una mirada casi regañona por reírme de nuestros compañeros. Me río un poco, alzando las cejas y abriendo mucho los ojos. ¡Tiene que ver lo gracioso que es! Me mira unos segundos más antes de fruncir los labios sonrientes, sacudiendo la cabeza y rodando los ojos. Sonrío curiosamente, golpeando su brazo con mi codo. Él me da otra sonrisa antes regresar los pulgares a su cinturón y mirar hacia el cetro. Frunzo el ceño nuevamente al recordarlo. Unos minutos más tarde, papá se une, mirando también el objeto.

—Da gusto, ¿eh? —dice en voz baja—. Llevas detrás de este chisme desde que S.H.I.E.L.D. se hundió.

Miro sutilmente sobre mi hombro, más allá de mi trenza para ver a Natasha alejarse y ponerse rígida ante la mención del evento. Todavía no lo entiendo. ¿Por qué el tema es tan doloroso para ella? Entiendo que trabajó para S.H.I.E.L.D. mucho tiempo y que estaba muy unida a Fury, pero parece ser más profundo.

Papá continúa:

—Yo he disfrutado de nuestros grupitos de asalto...

—No, pero esto lo acerca a su fin —Thor asiente.

—En cuanto averiguemos para qué más se ha utilizado esto. Y no me refiero sólo a armas —Steve nos mira—. ¿Desde cuándo Strucker es capaz de mejorar humanos?

Me muevo incómodamente sobre mis pies, liberando una respiración lenta y calculada.

—Banner y yo... —se detiene de repente, mirándome—. A menos que tú también quieras ayudar.

—No, no —levanto las cejas y sonrío amargamente—. Tranquilo.

—Entonces el tipo grande y yo le echaremos un ojo antes de que vuelva a Asgard. ¿Te parece bien? Solo unos días hasta la fiesta de despedida. Te quedas, ¿no?

—Sí, sí, claro —responde Thor—. Una victoria debe honrarse con festejos.

Le sonrío, sacudiendo ligeramente la cabeza con diversión.

—Sí, ¿a quién no le gustan los festejos? —papá bromea, golpeándome el brazo, así que rápidamente asiento antes de mirar a Steve—. ¿Capitán?

—Esperemos que esto ponga fin a los Chitauri y a HYDRA...

Asiento con confianza, pero luego siento una ligera punzada en la parte posterior de mi cráneo, como si algo me dijera que no lo hará. Aprieto los labios y agito la cabeza. No puedo permitirme pensar así.

—Así que —Steve lo mira—, sí, festejos.

Papá asiente y gira la cara hacia la pared frente a nosotros, aunque sus ojos bajan cuidadosamente para mirar el dispositivo Chitauri. Es casi... No estoy segura, ¿travieso? Parpadeo y me encojo de hombros. Una sensación de felicidad me invade cuando miro más allá de mi papá y veo Nueva York. Me aparece una sonrisa y me apresuro a subir entre el grupo de hombres, trotando hacia la cabina. Me detengo en la silla del piloto, apoyando mis antebrazos en la parte superior del reposacabezas. La brillante y suave Torre de los Vengadores se alza tan cálida y acogedora como siempre. Papá está de repente a mi lado, señalándome con un dedo.

—No te preocupes, no iba a intentarlo —le digo con voz alta y extendida.

Él tararea incrédulo antes de curvar los controles para que la parte trasera del quinjet quede frente a la Torre. Las alas se pliegan y el jet se desliza hacia atrás. Aterriza suavemente y la compuerta baja para revelar a la doctora Helen Cho y a la ex-agente Maria Hill, a quien papá contrató recientemente a raíz de la caída de S.H.I.E.L.D.

Mi expresión se vuelve preocupada cuando veo a un par de enfermeras, junto con Helen y Nat, llevar a Clint al edificio. Con un suspiro pequeño y estresado, me inclino y ayudo a papá a terminar en la cabina, pasando por encima de él mientras apaga algunos de los mecanismos. Maria, portando un vestido negro profesional, camina con fuerza hacia el quinjet mientras Thor, con el estuche del cetro en la mano, se mueve junto a ella.

Maria sostiene una tablet en sus brazos y le dice a mi padre:

—Laboratorio listo, jefe.

—Oh, el jefe es él —interrumpe papá, girando en su silla y señalando a Steve—. Yo solo lo pago y lo diseño todo y —gruñe un poco, levantándose— hago que todos parezcan más guays.

Eso es muy cierto.

Me río y descanso mi mano sobre el hombro de papá, tratando de subir para alcanzar a Steve mientras pregunta:

—¿Qué sabemos de Strucker?

—Lo tiene la OTAN.

Bien, cuanto más lejos esté de ese hombre, mejor. Golpeé a List, pero no se acerca a lo que le haría a Strucker.

—¿Y los mejorados? —avanzo tras Steve, encontrándome a su lado cuando los tres comenzamos a movernos hacia la compuerta—. ¿Habéis recibido los archivos?

—Sí —responde Maria desde el otro lado del supersoldado, entregándole la tablet.

Miro hacia la pantalla, deslizando mi dedo para que reproduzca las imágenes. Se puede ver a dos adolescentes de cabello oscuro, rondando mi edad, protestando en las calles, sacudiendo sus puños y gritando.

—Esa es la chica que vi —señalo a la gemela, frunciendo el ceño.

—Wanda y Pietro Maximoff. Gemelos —Steve desliza el vídeo de los hermanos y una foto de una ciudad destruida toma su lugar—. Huérfanos a las diez años cuando un obús destruyó su casa.

Una punzada de tristeza me golpea y mi ceño se profundiza.

Tres pares de pies caminan fuera del quinjet y nos movemos a través del hangar.

—Sokovia ha tenido una historia muy dura. No tiene nada de especial —Maria toma aliento, suspirando un poco—, pero comunica con todos los sitios especiales.

—¿Sus capacidades? —Steve pregunta mientras giramos y comenzamos a caminar por el brillante pasillo donde se encuentra toda nuestra sala de operaciones.

—Él tiene el metabolismo acelerado y la homeostasis térmica mejorada —continúa Maria—. Lo de ella es la interconexión neuroeléctrica, la telequinesia, la manipulación mental.

—Wow, eso es... increíble —meneo la cabeza, desafortunadamente impresionada con las dos personas con las que nos encontramos en la base.

Cuando nos detenemos en el ascensor, Steve se da vuelta y levanta las cejas hacia Maria, esperando que ella repita todo de una manera mucho más simple.

Maria se encoge de hombros muy levemente.

—Él es rápido y ella rara.

—Y asombrosos —reconozco con un tono y expresión pensativos que se desvanecen rápidamente cuando Maria me frunce el ceño.

Steve presiona los labios y señala la tablet.

—Bien —le pasa el dispositivo a Maria, mira las puertas del ascensor que se abren y me indica que entre antes que él—, volverán a aparecer.

—El hecho de que no sepamos cuándo es lo más desconcertante —entrelazo mis dedos detrás de mi espalda, entrando al ascensor.

—Estoy de acuerdo. La ficha dice que se prestaron voluntarios a los experimentos de Strucker —Maria sacude la cabeza con el ceño fruncido—. Es de locos.

—¿Voluntarios? —hago una mueca—. ¿Quién sería voluntario? —de repente miro a Steve, quien levanta las cejas—. Oh.

—Sí —presiona sus dedos en el teclado del elevador—. ¿Qué monstruo dejaría que un científico alemán experimentara con él para proteger a su país?

Odio cuando digo algo por accidente. Ahora me siento mal. En una nota al margen, Howard ayudó a ese científico alemán a hacer más grande a Steve. Aún es extraño pensarlo. Mi abuelo y Steve Rogers, cuya apariencia es unos años menor que la de mi padre, eran amigos en los 40. Steve conoció a Howard antes que yo, antes que papá, la abuela y todo. Por lo que me han dicho, el joven Howard Stark era mucho más divertido. Lo creería. El mayor era un imbécil.

—No estamos en guerra, Capitán —Maria gira la cabeza.

—Ellos sí —Steve asiente justo cuando las puertas se cierran.

Entonces, justo cuando las puertas del ascensor se abren de nuevo, prácticamente salgo corriendo de la caja de metal.

—¿A dónde vas tan rápido? —Steve pregunta con una pequeña risa.

—¡Trabajo! —animo con entusiasmo, apuntando un dedo hacia el aire.

Mientras subo las escaleras hacia el laboratorio, tambaleo tratando de quitarme las botas. Tan pronto como entro en el amplio espacio abierto, arrojo los zapatos a la esquina y respiro aliviada, dejando caer mis hombros y mi cabeza hacia atrás. El sol se está poniendo y sus rayos se extienden a través de las grandes ventanas de cristal. Todo el laboratorio está cubierto de máquinas brillantes, pantallas anchas y mesas de metal, todo excepto el escritorio de madera que insistí en tener. Mi escritorio, ubicado naturalmente junto al de papá, está cubierto de motas de diferentes colores de pintura y una gran colección de tazas vacías que se apilan en el borde. Algunos marcos se asoman por detrás de las tazas.

Hay una que resulta ser la primera foto en la que estuve, al menos sin estar en un hospital. Papá queda inconsciente en el sofá mientras yo yazco, todavía pequeña y magullada, sobre su pecho. Ambas bocas están abiertas y cada uno tiene un brazo cayendo del costado del sofá. La siguiente es cuando papá me vio atrapada en un gran bote de helado cuando Rhodey intentó sacarme. Las imágenes se extienden a través de mi infancia, desde tía Peggy meciéndome hasta Pepper y yo deambulando por galerías de arte, y Happy y yo compartiendo un cono de helado en la playa mientras él se sienta con su traje y gafas de sol y yo me tumbo en sus piernas con mi bañador rosa.

Las que fueron tomadas justo después de ser rescatados de Afganistán son las más difíciles de ver. Existe una nueva comprensión de la mortalidad y el propósito que se encuentra dentro de los dos pares de ojos, marrón y azul. Ver morir a los soldados, haber sido secuestrada durante tres meses, hacer que hombres amenacen con vender y violar a mi yo de catorce, ver a Yinsen sacrificarse, todo nos cambió. El tiempo pasa. Fueron los años posteriores a la Batalla de Nueva York donde los Vengadores se agregaron a mis fotos. Mi favorita podría ser aquella en el que casi mato a Clint mientras me enseñaba tiro con arco; sus grandes ojos y dientes apretados visiblemente capturan perfectamente su terror. Luego está la que muestra a Steve yendo de paseo cuando intenté ir a trotar con él porque, de hecho, fui estúpida al pensar que podía seguir el ritmo. Después la que muestra a Nat haciendo mis uñas en mi primera cita real con T'Challa. Y simplemente continúa.

Un hogar.

Con las últimas semanas que pasé en Wakanda, y luego la presentación de la Fundación tan pronto como llegué a Estados Unidos, parece que ha pasado una eternidad desde que no he estado en casa. Ahora, es mi trabajo arreglar algunos de los legionarios que acabaron heridos por proteger la ciudad. No importa cuánto papá diga que necesita que haga esto por él, no soy tan ingenua como para pensar que los robots no pueden hacer esta parte. No lo sé, creo que a él solo le gusta fingir por mi bien que realmente soy útil.

Cuidadosamente, bordeo el cetro en mitad de la sala antes de arrojarme en un taburete. Ignorando el zumbido en mi cabeza, me quito la chaqueta de cuero y la tiro a algún lado. Levanto mis pies y las ruedas del taburete me deslizan hacia mi escritorio. Las cabezas de metal se han separado de los legionarios al tiempo que máquinas como Tonto y Tú reparan las principales lesiones corporales en la sala de mecánica de abajo. Cuando empiezo a volver a pintar las caras y pulir cualquiera de los desgastes, frunzo el ceño ante la cara de un legionario que ha sido destruida por la bomba de ácido. Desenrosco la mascarilla del resto de la cabeza, con cuidado de evitar cortar mis dedos en los bordes afilados. La levanto frente a mi propia cara, mirando los ojos y la boca rasgados y desiguales.

Papá siempre hablaba de su legado cuando aún era pequeña. Cambió Industrias Stark por su legado, preocupado por cómo sería recordado por el público o por mí. Habló de su legado durante la Expo. Siempre ha sido lo suyo. No sé por qué. Supongo que me entristece pensar que algunas personas todavía no ven lo que está tratando de hacer. Intenta ayudar y, en cambio recibe, o recibimos, supongo que es realmente lo que debería decir, ácido.

Bruce pasa junto a mí, mirando su tablet antes de enviarme una sonrisa.

—Hola, Lees.

—Hola, Bruce —aparto los ojos de la máscara para sonreírle por encima del hombro.

Papá baja la mini escalera, vestido con ropa nueva.

Bruce lo mira, asintiendo con la cabeza a Clint, quien está acostado en la sala médica al otro lado del cristal cercano.

—¿Cómo está?

—Por desgracia, sigue siendo Barton.

El otro hombre se detiene junto a él, respondiendo tristemente con:

—Eso es terrible.

Me río antes de preguntar:

—En serio, papá, se va a poner bien, ¿verdad?

Papá me mira, agitando mi preocupación con su tono rápido.

—Está bien. Tiene sed.

Suspiro de alivio antes de volver a mirar la máscara.

—Bien —la voz de papá se hace más fuerte cuando llama a nuestra IA—. Espabila, Jarvis. Hora de jugar —pasa junto a mí, revolviéndome el pelo como si tuviera cinco años—. Solo tendremos este joystick un par de días, así que aprovechémoslo.

Mi ceño fruncido dirigido a su espalda se afloja y cae en una expresión en blanco al ver el cetro. Está de pie sobre el escritorio principal de papá, envuelto en una barrera brillante. Cuanto más miro la gema azul en el centro, más destellos de la visión que tuvimos en la base regresan. Los sacudo despreocupadamente y me alejo del centro de la sala para no tener que mirar más.

Papá se detiene frente a él, todavía hablando con Jarvis mientras hace clic en varios botones para probar el cetro.

—Ponme al día del análisis estructural y compositivo.

—El cetro es alienígena —explica Jarvis—. Hay elementos que no puedo cuantificar.

—¿Pero hay elementos que sí? —cuestiona papá, caminando hacia la barra.

—La joya parece ser un recipiente protector de algo que hay dentro, algo poderoso.

—¿Cómo qué, un reactor?

—Como un ordenador. Creo que estoy descifrando un código.

Mi cara se transforma en confusión. ¿El cetro tiene algo dentro? No tiene sentido. Loki nunca dijo nada al respecto. No puedo evitar preguntarme qué podría ser. Suena casi inteligente por la forma en que Jarvis lo describe. Supongo que tiene que tener algún tipo de inteligencia para poder apoderarse de las mentes, si es de ahí de donde proviene la habilidad del cetro. De repente, me enderezo.

No me importa.

Francamente, me importa una mierda lo que albergue la joya.

No me importa el Teseracto, el cetro, ni nada del resto; ya no son importantes.

El cetro no es mi problema y no me involucraré.

—¿Quieres? —la simple pregunta de papá me saca de mis pensamientos.

Lentamente, lo miro para ver que está sosteniendo una bandeja llena de batidos de color oscuro. Oh, esas cosas son tan asquerosas. Me da una pequeña sonrisa al ofrecerme uno, pero aparto con cuidado la bandeja para poder envolver mis brazos alrededor de él. Puedo decir que está un poco confundido, pero me rodea con un brazo. Todavía agarrando la máscara facial irregular en mi mano, descanso el costado de mi cabeza sobre su pecho.

Es extraño ser una "adulta" y aún así vivir con mi padre y mi familia. No lo sé. Supongo que la mayoría de los chicos de mi edad generalmente van a la universidad, viven en dormitorios y obtienen sus altibajos. Y yo, bueno, no. Tengo numerosos títulos, pero nunca viví en un dormitorio ni tuve un apartamento. Tenía quince cuando me gradué y, si papá apenas me dejaba salir de casa, dudo que hubiera aceptado dejarme vivir en un campus. Tal vez esté sola algún día. Sin embargo, no sé si me gustaría. Después de vivir con Janice, como comencé a llamarla en lugar de 'mamá', y Edgar y todos los otros hombres con los que ella estaba, sé lo que es estar sin personas que me aman. No sé por qué querría volver a estar sin mi familia. Sé que siempre puedo volver a casa. Además, papá y yo estamos tan acostumbrados a tenernos que simplemente fluimos con los movimientos del otro. Causaría una gran inundación si alguna vez nos separamos.

Él inclina brevemente el costado de su cara hacia la parte superior de mi cabeza que todavía se encuentra a doce centímetros de la suya. No creo que vaya a crecer más. Realmente es injusto. Mis dos padres biológicos eran decentemente altos y aquí estoy. Papá dice que no me preocupe, que soy de estatura promedio. Promedio.

Mientras mis ojos se dirigen al cetro, los cierro a la fuerza y ​​el cielo en mis pensamientos se oscurece, viendo una plataforma llena de cuerpo. Al abrirlos una vez más, respiro un poco y meneo la cabeza en irritación.

—Hey, ¿estás bien? —papá me mira desde la barbilla.

Lanzo distraídamente la mascarilla sobre mi escritorio; tendré que dejar eso para más tarde.

—Mmhm, sí —doy un paso atrás y frunzo—. Es que odio esa cosa.

Subiendo los escalones hacia la sala médica, papá responde con una extraña pasión en su voz.

—Lo sé, pero tenemos que descifrarlo, pequeñaja. Ya hemos descubierto qué lo hace funcionar.

—¿Ah, sí? —pregunto en voz baja justo antes de que las voces de las otras personas en la sala médica corten nuestra conversación.

Helen extiende la mano hacia la máquina y dice emocionada:

—De haberlo llevado a mi laboratorio, la Cuna de Regeneración lo habría hecho en veinte minutos.

—Oh, se está apagando —dice papá, colocando la bandeja de batidos en un mostrador cercano—. Anótalo. ¿Hora?

Papá mira su reloj, haciéndome sonreír un poco antes de tomar una taza y caminar casualmente hacia Clint.

—No, no, no, viviré eternamente —se queja el arquero, claramente no emocionado con el nuevo invento de Helen—. Voy a ser de plástico.

—Tu bebida —dice papá en voz baja, entregándole el batido.

—Va a estar hecho de usted mismo, señor Barton —asegura Helen con una sonrisa—. Ni su novia podrá notar la diferencia.

—No tengo novia —la mira y toma un sorbo de su pajita.

La amiga de papá abre mucho los ojos al alejarse.

—Eso no puedo arreglarlo.

—Por desgracia, es algo que nadie puede arreglar —sonrío antes de que repentinamente me den con una toalla retorcida—. ¡Ow! ¡Que ha dolido, Clint!

—Espero que sí —murmura el maestro asesino, tomando otro sorbo de su batido energético.

Me quejo, entrecerrando los ojos juguetonamente.

Todos los demás en la sala nos ignoran mientras Helen continúa.

—Esto es lo próximo, Tony. Te olvidarás de tus anticuadas armaduras metálicas.

Ese es exactamente el plan.

Le doy una mirada extraña. ¿Lo es? Quiero decir, sí, supongo que sí. Paz mundial y todo eso. Es extraño para él decirlo. Bruce también le da una mirada rara, pero hay algo diferente en la suya. Es como si entendiera lo que mi papá quiere decir. Los miro a ambos cuidadosamente, pero me ignoran.

Papá prosigue, evitando el contacto visual conmigo.

—Y, Helen, espero verte en la fiesta del sábado.

Natasha toma un sorbo de su batido, me aprieta el hombro y se desliza.

Helen lo piensa por un momento.

—A diferencia de ti, yo no tengo tiempo para fiestas.

Ahí lo atrapó.

Papá se retira y le hace una mueca con las cejas arqueadas.

Luego, la doctora se asoma lentamente de su tablet, tratando de sonar indiferente.

—¿Y... Thor estará?

Frunzo.

Cielo, hay muchos guaperas por ahí.

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Los días pasan como siempre: divertidos, extraños y bastante perfectos. Y las noches igual. Es por eso que me encuentro despertando de otro sueño irregular lleno de visiones después de la última redada de HYDRA. Murmuro soñolienta, caminando penosamente hacia la cocina, poniéndome a trabajar en mi rutina habitual. Cuando me encuentro completamente preparada para el resto de la noche, empiezo de nuevo mi camino. Me froto con cansancio la cara y miro mis zapatillas de conejito, las que solo me pongo en el ático cuando es tarde o cuando papá y yo nos arrastramos contra la suave baldosa del pasillo. Una taza caliente de cacao calienta mis diez dedos mientras paso con cuidado, tratando de asegurarme de que el líquido no gotee.

Es tarde, muy tarde, probablemente cerca de las tres de la mañana. Por eso estoy un poco confundida al ver luces azules y blancas en el laboratorio. Comienzo a subir la escalera de metal para ver qué hace papá en una hora como esta. En lugar de encontrarlo solo, veo que Bruce está con él, paseándose y frotándose la nuca. A pocos metros de distancia, papá está en el suelo con los papeles extendidos frente a él.

Justo cuando llego a la puerta del laboratorio, me tropiezo con mis pantalones de pijama demasiado holgados, haciendo que mi chocolate se derrame y me queme los dedos.

—¡Ay! —chillo en voz baja—. Ay, ay, mierda.

Los dos hombres me miran con sorpresa.

Siseo y hago una mueca, lamiendo torpemente mis dedos.

—Ah. Estás despierta —luego papá me pregunta en un extraño tono bajo—. Otra pesadilla, ¿eh?

Hay algo oscuro en sus ojos que no me gusta. Es como si entendiera finalmente mis visiones. Respiro hondo y triste al darme cuenta de que lo que vimos en la base de HYDRA lo ha perseguido. Esperaba que él pudiera olvidarlo. Supongo que pensé que si yo lo dejaba ir, él también lo haría. No hemos hablado del tema. No quería que lo carcomiera y pensé que mencionarlo empeoraría las cosas. Aparentemente, estaba equivocada.

—Sí —entonces fuerzo una sonrisa, tratando de sonar positiva—, pero estoy bien.

—Bueno, te ves mona —papá suena casi a medias, dejando caer las manos sobre las rodillas mientras vuelve a estudiar lo que sea que ellos estén haciendo.

Le levanto una ceja.

—Me veo como una idiota, pero gracias.

Bruce me entrega algunas toallas para que pueda limpiar el desastre que hice.

—Es tarde —bostezo como para demostrar mi punto—, ¿qué hacéis?

Bruce mira a papá con culpabilidad en sus ojos marrones.

—Nosotros, uh...

Sin embargo, mi padre responde sin perder el ritmo.

—Escanear el cetro antes de que Lord KaBoom se lo lleve a Asgard.

—¿Y Jarvis no puede hacer eso? —hablo confundido—. ¿Tenéis que estar aquí para supervisar?

—Sí, ¿te supone un problema? —espeta papá, haciéndome saltar, ya que claramente quiere que deje el tema.

Bruce mira torpemente de mi padre a mí.

—¡Claro que no! —levanto mi taza de chocolate caliente en señal de rendición—. Solo preguntaba. No hace falta querer arrancarme la garganta —la mandíbula de papá está apretada, como si estuviera guardando las palabras que quiere decir—. Bueno. Que paséis buena noche, supongo.

Sacudo la cabeza y me alejo antes de que ninguno diga nada más. Un ceño fruncido persiste en mi rostro mientras miro, por encima del hombro, a los dos hombres que continúan. Esto es raro. Se siente mal. Rápidamente, sacudo la cabeza, frotando mi cabello salvaje y enredado con la mano.

La visión aún permanece en mis ojos al tiempo que mis zapatillas de conejito me llevan a la S.A.V. Estirando mis brazos y soltando otro bostezo, dejo caer mi mano en la pared de la sala, buscando el interruptor. Me lleva un momento darme cuenta de que la luz, de hecho, ya está encendida. Mis ojos se abren al escuchar pies moverse al otro lado de la puerta. Cuidadosamente uso el talón para cerrarla antes de girar, apuntar mis propulsores y prepararme para disparar. Un Thor de aspecto muy casual me mira por encima del hombro con una ceja levantada.

—¡Santo cielo! —suelto un suspiro de alivio antes de decir con una voz dulce y alegre—: ¡Hola!

—¿Es tu deseo dispararme? —Thor mira hacia los propulsores que he olvidado que sigo levantando.

—Ah, no quiero hacerte daño —bromeo con una sonrisa furtiva.

—Soy el dios del trueno. Tus lucecitas nocturnas, como las llama tu padre, no podrían afectarme.

¡¿Lucecitas nocturnas?! ¿Así los llama papá? Bueno, claro, lo son si las luces nocturnas tienen la capacidad de matar y mandar a volar a las personas. Pongo los ojos en blanco sin entusiasmo, dejando caer mi postura ofensiva antes de sentirme avergonzada. Me muerdo el labio y mis ojos pasan de la cara del hombre a las pinturas que nos rodean. Las imágenes oscuras y gore de mi mente cubren las paredes; las de hace solo unos minutos regresan a mi mente.

Thor se voltea completamente, inclinando levemente la cabeza.

—Me disculpo. No debería estar aquí.

Me encojo un poco, frotando mi espalda.

—No, está bien. No pasa nada.

Todavía sintiéndome avergonzada por todo esto, me alejo hacia mi carrito de arte. Mis manos tiemblan ligeramente hago que mi música suene lentamente a través de los altavoces en las paredes. Aún no estoy aliviada, ya que todavía siento la presencia de Thor. Lanzo mi pelo trenzado hacia atrás y estiro los hombros antes de comenzar a mezclar pintura y extenderla sobre mi paleta. Le doy a Thor una sonrisa plana, esperando que diga algo.

El silencio se prolonga por otro momento antes de que el dios diga:

—Sé que has visitado Asgard.

—Hm —susurro, esparciendo pintura azul gris sobre un lienzo.

Él da un paso detrás de mí, tratando de mirarme a la cara.

—Aunque solo fuera en la mente.

Una vez más, lo miro, pero no respondo porque no sé exactamente qué decir.

—¿Lo sentiste? —la cabeza de Thor se inclina un poco mientras sus ojos se clavan en los míos—. Cuando llegó el final.

Mis manos caen del lienzo y la pintura sobre mis pantalones y camisa. Mis ojos bailan al resto de los lienzos que bordean la pared; a los del dios que nunca puedo decir de qué lado estaba.

Un hombre solitario camina despreocupadamente por una pared reluciente en una celda de tres paredes blancas.

—No lo siento, sabes.

—Ciertamente no. ¿Por qué lo sentirías? Tú y tu alegre grupito de héroes siempre haciendo lo 'correcto', ¿no?

Con la sangre manchando las paredes y goteando de sus pies cortados, el dios de las mentiras luce miserable.

—Tu compañía es agotadora.

—Psh, me lo dices a mí...

Tiene una sonrisa salvaje en su rostro mientras vuela por los cielos con Thor y una mujer que ahora conozco como Jane Foster.

—Caerán. Tus Vengadores.

—¡No lo creo!

Loki se acurruca sobre sí mismo, gritando por el agujero apuñalado en su pecho y la vida que se drena de él.

—Se acerca el final. Lo sabes tan bien como yo.

—No cederé tan fácilmente.

—El final —susurro, inclinando la cabeza—. Qué idea tan graciosa.

Poniendo las manos a los costados, Thor mira hacia los lienzos.

—Mi hermano murió con honor, aunque viviera mucho sin él.

—Vivir, morir —mis labios se presionaron—. No es tan vacío como uno imagina.

Me mira con las cejas bajas.

Muevo mis manos hacia arriba.

—Mi cabeza. El murmullo siempre estaba allí, pero las palabras o imágenes de Loki no eran porque él fuera parte del presente. Solo veo el futuro. Supongo que cuando lo vi morir, imaginé que mi cabeza sería menos ruidosa. Pero no es así; hay un bloqueo extraño que me impide verlo como antes.

—¿Un bloqueo?

Pintando de nuevo, le doy una ceja levantada.

—Extraño, ¿no?

Él no contesta.

—Mantén los ojos abiertos —me encojo de hombros—. Los dos.

—Bueno, gracias por compartir lo que puede llegar a ser muy difícil —le sonrío mientras continúa—. Te dejaré con tus dibujos.

—Vale, buenas noches.

—Me gustan tus conejos —me informa, apartándose de mi lado.

Mi mirada cae sobre mis zapatillas de conejito, mis hombros ceden y suspiro.

El dios del trueno es tonto.

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