Parte 20

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No sé cuántos minutos han pasado, pero ya estoy aburrida. Sigo sentada en la escalera y Christian del otro extremo, aún su vista en mi.

Y aunque estamos en silencio, no es nada incómodo, incluso me parece divertido así que decido aprovechar la oportunidad para seguir conociéndolo.

— Dime la verdad, ¿estamos aquí porque no quieres estar en la gala?

— Así es.

— ¿Y por qué?

— No me gustan los lugares concurridos.

— ¿Entonces por qué estabas ahí de todas formas?

— Porque es un evento de mi madre, ella nos quiere ahí a todos.

— ¿Y haces todo lo que te piden que hagas? ¿Aunque no te guste?

Lo veo fruncir el ceño molesto y me doy cuenta que he tocado algún nervio.

— ¿Siempre eres así? ¿Tan dócil?

— No soy dócil – gruñe.

— Me parece que lo eres con Elena.

— Prefiero evitar las confrontaciones.

— ¿Y tienes muchas confrontaciones con ella?

— No es asunto tuyo – vuelve a soltar molesto.

Me río de su comentario y sacudo mi cabeza. Cuando bailamos dijo que le gustaba molestarme, pero ahora dice que no le gustan las confrontaciones.

— ¿Crees que yo soy dócil? – pregunto intrigada.

— No – sonríe.

— ¿Entonces por qué conmigo si peleas?

— Te lo dije, me gusta molestarte.

— Oh, por Dios... ¡Eres un niño! – vuelvo a reír – ¡de esos que te jalan las trenzas porque le gustas!

En lugar de molestarse, echa la cabeza hacia atrás hasta topar con la pared y se ríe. Tengo que admitir que tiene una risa preciosa.

— No puedo imaginarte portándote así con ella – susurro pero sé que escuchó.

— Mi relación con Elena es... Complicada – permanece un momento en silencio – muchas veces quise llamarte.

— Puedes hacerlo cuando quieras, para eso son los amigos.

— No – me interrumpe – hace 5 años, conservé tu número mucho tiempo pero jamás me atreví a llamarte.

— Lo hubieras hecho – digo con tristeza.

— Me convencí de que me habías olvidado.

Se incorpora mientras me mira y camina hacia donde yo estoy. También me pongo de pie y cuando lo tengo de frente puedo ver su expresión y su mirada triste.

— Eres un idiota, Christian.

Es lo único que alcanzo a decir antes de que las lágrimas formen un nudo en mi garganta. ¿Olvidarme de él? Chico tonto, si supiera que jamás salió de mi mente.

Cierro los ojos con fuerza para contener las lágrimas, pero éstas se escurren por mis mejillas sin que yo pueda hacer nada más.

Pone sus manos en mi rostro y lo levanta para que lo mire. Mis emociones se precipitan como una gran avalancha cuando observo sus ojos grises.

— Nunca te olvidé – susurro sobre sus labios.

Cierro los ojos cuando sus labios se presionan sobre los míos de forma muy suave. Paso mis brazos por su cintura para acercarlo más a mi y corresponder su beso.

La suavidad va quedando de lado cuando muerde mi labio y yo imito su gesto. Mi respiración se agita cuando su lengua se desliza dentro de mi boca mientras trato de obtener oxígeno sin cortar el beso.

— ¡Christian!

Los golpes sobre la puerta nos sobresaltan y nos apartamos. Su hermano vuelve a golpear e intenta girar la perilla.

— Abre la maldita puerta, ¡Christian! ¡Sé que estás ahí!

Nos miramos sin decir palabra, tratando de calmar nuestras respiraciones y corazones agitados.

— Gretchen te vió entrar ahí con Ana, así que abran la puerta ahora.

Christian presiona sus labios hasta formar una línea y saca una llave de su bolsillo. Apenas la ha girado cuando Elliot se apresura a entrar.

- - - - - - - - - -

Elliot.

Después de buscar a mi hermano por todo el jodido lugar, lo encuentro encerrado con Ana Steele en la casa de los botes.

Apenas paso la puerta, los observo. Sé que mi hermano está molesto pero cuando veo a Ana y distingo su labial corrido y los labios hinchados comprendo que han estado aquí haciendo Dios sabe qué.

— ¡¿Qué rayos les pasa?! – les grito – Tu prometida está allá y Mamá pregunta por ti – me giro ahora hacia a Ana – Y qué decir de tu novio, ¡está preocupado porque no regresas! ¡Te está esperando! Y ustedes aquí, pasándola bien – suelto con sarcasmo.

— Elliot – gruñe Christian – ¡no le grites!

— ¡Yo hago lo que me da la maldita gana! Tú estás com-pro-me-ti-do – enfatizo con enojo – ¡y Ana es la novia de mi cuñado! ¿Ésto es lo que quieren? ¿Lastimar a más personas por este jueguito ridículo entre ustedes?

Ana camina junto a mí y sale furiosa de la casita limpiándose los ojos. Mi hermano intenta seguirla, pero lo sujeto del brazo porque aún no he terminado.

— Déjala que se vaya. ¿Crees que es bueno que los vean salir juntos?

— No te metas en esto, Elliot – dice soltándose de mi agarre.

— Explícame, ¿qué pretendes con ella?


Puedo ver la ira en sus ojos, como cada vez que nos peleamos hasta los golpes cuando éramos niños. Christian es menor que yo, pero siempre fue capaz de patearme el trasero.

— Bien, no me expliques, pero debes recordar un asunto muy importante – su mirada sigue fija en mi – Ana es menor de edad y tú tienes 23 años, cualquier relación entre ustedes está prohibida.

— No es lo que crees – baja la vista.

— ¿Aah no? ¿No estaban aquí encerrados besándose mientras su novio y tu novia están allá esperándolos? Porque eso es lo que me pareció a mí.

Christian permanece en silencio, con la mirada puesta en algún punto en el espacio. De nuevo esa actitud retraída en la que sé que no obtendré nada de él.

— Te he visto con ella, cuando fuimos al lago con los Kavanagh. Te gusta mirarla, hablarle y a ella le gusta seguirte el juego – resoplo frustrado por su actitud – sé que te gusta, pero este coqueteo entre ustedes no es nada inocente y vas a terminar ocasionando más problemas.

— No tenías por qué hablarle así – dice serio.

— ¡Me importa una mierda! ¡Prefiero hacerlo ahora y evitarle un disgusto a la familia después!

— Déjala en paz, Elliot...

— ¿O qué? ¿Me vas a acusar con mamá? – me burlo.

Veo que cierra sus manos en puños y me preparo para recibir el golpe, pero en lugar de eso, pasa por mi lado golpeando mi hombro.

— ¡Por supuesto, corre! ¡Huye de mi pequeño cobarde!

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