Parte 36

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

En multimedia: José.

Dos semanas más en Montesano y tres desde que salí de vacaciones de la universidad. Dios, Montesano es tan aburrido.

Papá convenció al señor Rodríguez que lo mejor para José era estar en casa con nosotros, ya que mamá y yo podíamos cuidar de él mientras trabaja.

Al principio no quiso, pero tuvo que aceptar la ayuda cuando vió que su hijo aún necesita curaciones sobre la herida del pecho.

Por mi parte estoy contenta de tenerlo en casa. No solo porque tomó la sabia desición de retirarme mi teléfono, sino que no hace preguntas cuando entro a su habitación en la noche y me siento a llorar en la silla junto al escritorio.

Porque si, he llorado cada noche y no puedo evitarlo. Dios, ¿por qué lo extraño? Me ha mentido y me ha defraudado lo suficiente como para alejarme, pero soy incapaz de soltar a Christian.

Mi mamá piensa que tengo estrés postraumático porque habló con Sally. Papá piensa que lo único que necesito es estar lejos de Seattle y está considerando mudarnos todos a Portland.

— Ana, lleva el almuerzo de José – me grita mamá sacándome de mis pensamientos.

— Si.

Tomo la bandeja que me extiende y subo las escaleras hasta la antigua habitación de Isaac. Malabareo para abrir la puerta sin dejar caer el almuerzo.

— ¡Banana!

— ¿Hambriento? – le sonrío – ay no, ¿a quién le pregunto? ¡Por supuesto que tienes hambre!

— Oye, ya estoy en condiciones de levantarme y conseguir mi propia comida – dice serio – pero prefiero cuando la traes hasta mi cama. Es bueno recibir este tipo de atenciones.

— No te acostumbres – le gruño – Si nos mudamos a Portland, ¿vendrás conmigo?

— Claro que sí banana, mientras me alimentes estaré donde tú estás.

— Awww como tener un cachorro.

— ¡Pero uno muy guapo y sexy!

Ambos reímos mientras le paso el plato con el sándwich y el jugo de naranja. José es mi mejor amigo, no sé qué haría sin él. ¿Por qué no puedo enamorarme de él? Mi vida sería más sencilla.

— Oye, hablé con Nana hace un momento, dice que otra vez recibiste flores.

— Humm.

— ¿Son de él, verdad?

— ¿Es tan obvio? – pregunto mirándolo.

— Si. Después de todos esos meses con Kavanagh, nunca lo vi regalándote flores.

—Tal vez porque nunca hizo nada mal – le doy una sonrisa forzada.

— Es molesto – frunce el ceño – como si quisiera recordarte que sigue ahí, es escalofriante.

— ¡Claro que no! – lo defiendo – me refiero a que no creo que lo haga con esa intención.

— De todas formas no estás ahí para verlas y le dije a Nana que las lance a la basura.

— ¡¿Por qué?! ¡Son mías!

— Si, del chico que te rompió el corazón – me señala – lo hago por tu bien.

— Tienes razón – digo con una mueca.

— Isaac y tú están locos, deben tener algo mal en esas cabezotas.

— ¡Oye! – le gruño – ¿por qué lo dices?

— Tu hermano pudo haberse enamorado de alguna chica linda de su edad – dice levantando las cejas – ¡pero no! Se fijó en la vieja esa, pudo haberse interesado en la hija y de paso te quitaba el problema de encima.

— Cierto.

— ¿Y tú? Tenías a Kavanagh, que se ve bastante decente y luego botas todo por el chico raro. ¿Lo ves? ¡Están locos!

— Bueno, no más chicos para mi – José se ríe.

— Eso dices ahora banana, pero aún eres joven y encontrarás a alguien.

— No quiero pensar en eso ahora.

— ¿Por qué no? Haremos una promesa como las de las películas, si para los 27 no te has casado, yo te lo pediré.

— Son 10 años, seguro tú encuentras a alguien primero.

Palmeo su rodilla mientras él sigue comiendo. Voy a mi habitación a leer otro rato porque es la única distracción que me ha funcionado estás semanas, leer y leer.

Dos sagas y tres trilogías después, sigo en Montesano. Mierda, voy a morir de aburrimiento. Cinco semanas en casa de mis papás sin hacer nada más que leer y ver a José engordar como marranito.

¿El lado positivo? Su herida ha cerrado completamente dejando solamente una cicatriz. Ruedo los ojos para mí misma recordando que José piensa que le da un aspecto rudo.

— Deberías hacer algo más que comer – lo regaño.

— Estoy de acuerdo, vamos a caminar.

— ¿En serio?

— Si, mi papá dice que acaban de abrir una panadería en el centro.

— ¡José!

— ¿Qué? Ya voy a retomar el gimnasio – se ríe – y te vendría bien venir conmigo.

— No soy porrista, tonto, yo no quiero estar ahí viéndote sudar y apestar.

Sin ningún tipo de vergüenza se levanta de la cama en boxers y toma un pantalón deportivo y una camiseta de tirantes. Se ríe cuando salgo a toda prisa de la habitación, seguramente sonrojada.

Tomo un libro y lo espero en la sala a que baje. Mamá está en la cocina terminando de derretir cera para velas y preparando los nuevos moldes.

— Andando bananita – dice cuando aparece.

Caminamos juntos desde el extremo de mi casa hasta el centro de la pequeña ciudad. Es divertido ver a todos los niños en bicicleta y corriendo en las calles, cosa que jamás vería en Seattle.

— Nana llamó de nuevo, quiere que sepas que otro arreglo de flores llegó para ti. Dice que intentó regresarlos al chico de la floreria, pero él se negó a tomarlas de nuevo. El raro es insistente, ¿eh?

— ¡Deja de llamarlo raro! ¡Y deja de deshacerte de mis flores, José Rodríguez!

— Pensé que estábamos de acuerdo en eso, que era lo mejor para ti.

— Yo solo... – balbuceo – no estoy segura todavía.

— Pues tendrás que estar segura pronto, o por lo menos tomar una desición porque tenemos que volver a Seattle en dos semanas.

— Tuve que convencer a papá que estaré bien y no voy a regresar a la empresa por un tiempo.

— Ray se preocupa Annie, lo sabes. Me sorprende que no insistiera con el asunto de Portland.

— ¡Dios, no! Me he esforzado mucho por seguir a Isaac a Seattle como para que deje que me encierre de nuevo.

— Si te hace sentir mejor, Elena Lincoln ya está en la cárcel.

— ¿Tan pronto?

— Si, ¿no te parece suficiente? El abogado de Isaac pidió condena máxima, así que va a pasar muchos años ahí.

— Isaac no me dijo nada, ni siquiera que tuviera un abogado para este caso. ¿Quién es?

— Un fulano de nombre raro... Un tal Carrick.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro