Parte 40

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— Espera un momento.

Apoyo mis manos en su pecho para apartarlo y poder hablarle. Sé que si no pregunto ahora, no lo haré después.

— ¿Tu papá es el abogado de Isaac? ¿Esperas que crea que esa es una casualidad?

— No, pero tu hermano necesitaba al mejor abogado de Seattle, y ese es Carrick Grey. Además, así me aseguro que Elena se mantiene lejos de ti.

— Quiero saber ¿por qué...? – me interrumpe.

— Te lo diré, pero no aquí.

Christian toma mi mano y me lleva con él hacia el Audi negro. Volteo hacia la casa para ver a Nana y a José asomados por la ventana.

— Dime a dónde vamos, tengo que avisarle a Nana.

— Sube al auto, Ana – me ordena mientras abre la puerta del copiloto.

— Qué mandón, señor Grey.

— Acostúmbrate.

Cierra la puerta con una gran sonrisa y rodea el auto para subir. Alcanzo a distinguir que Nana me hace una seña para despedirse y caigo en cuenta que no llevo mi teléfono.

— ¡Espera! ¡Necesito traer mi teléfono!

Intento abrir la puerta del auto, pero Christian me detiene sujetando mi brazo. Me volteo para mirarlo y él sonríe.

— Te debo un teléfono, ¿lo recuerdas?

Abre la guantera de su auto y saca una caja con un moño celeste. Un móvil. Un teléfono inteligente de reciente modelo.

— Pero no puedo aceptarlo, ¡éste es mucho más costoso que el móvil de hace años!

— Tienes que aceptarlo si quieres recuperar tu número anterior.

— ¿Cómo? – suelto sorprendida – José dijo que...

— Si – me interrumpe – tu amigo se deshizo de tu número anterior pero mi ingeniero de tecnologías lo recuperó para mí.

— ¿Y has estado atendiendo mis llamadas y mensajes?

— Solo algunos... Los de Ethan Kavanagh sobre todo.

— ¡¿Qué?! ¿Ethan me ha llamado y tú le contestaste?

Frunce el ceño y me mira apretando los labios tan fuerte que forman una línea.

— ¿Aún quieres hablar con él?

— No, pero ahora entiendo por qué me ignora.

— Excelente – golpea la caja con su dedo – puedes usarlo, él ya no va a llamarte.

Muerdo mi labio inferior para evitar reír de este Christian que luce adorable siendo celoso. Comienzo a abrir la caja mientras él conduce a algún lugar del centro de Seattle.

No conozco mucho esta zona, solo sé que es una parte exclusiva donde prácticamente se maneja la economía de la ciudad. Christian estaciona en una gran calle.

— Hemos llegado.

Baja del auto y yo me apresuro a hacer lo mismo, sin darle la oportunidad de abrir mi puerta. Se detiene junto a mi y toma mi mano.

— ¿Qué es aquí?

El pequeño pero elegante edificio de tres pisos lleva las letras GEH grabadas sobre la fachada. Incluso un lugar tan sencillo debe costar una fortuna en esta zona.

— Bienvenida a Grey Enterprise Holdings – dice con una sonrisa.

— ¿Grey?

— Si, ¿recuerdas que te hablé de un proyecto personal? Es éste. Mi propia  empresa.

— Es impresionante, Christian – suelto su mano para situarme frente a él – ¿Por qué no me lo dijiste?

— Porque necesitaba concentrarme en ésto – señala el edificio.

— ¡Pudiste decírmelo! – insisto – Yo habría entendido que necesitabas espacio.

— Lo sé, pero no quería crear falsas expectativas. Soy un hombre de palabras, pero también quiero ser un hombre de acciones y si de alguna forma éste proyecto no resultaba como yo quería, no habría tenido el valor de regresar a buscarte.

— Aún no lo entiendes, yo te quiero a ti, no a la idea del éxito que podrías tener.

— Lo sé, pero este era un reto personal, tomar el control de mi vida y lograr todo lo que me proponga.

Volteo de nuevo hacia el edificio y las letras brillantes de la fachada. Lo logró, ¡Christian lo logró!

— Así que este es tu sueño.

— No – dice con un tonillo de arrogancia – Éste es mi sueño.

Apoya sus manos en mis hombros y me hace mirar hacia el otro lado de la calle. Un enorme edificio en construcción que es tan alto que tengo que echar la cabeza hacia atrás.

— ¿Tu sueño es la construcción?

— No Ana, ese será mi edificio. Tardará 8 meses en estar listo, tiempo suficiente para que mi empresa se afiance en el centro financiero de Seattle.

— Oh, es hermoso. Y seguro será impresionante, pero...

— ¡Christian!

Ambos volteamos a ver a la mujer morena que sale de su edificio. Ella sonríe divertida y le dedica una mirada curiosa a mi ojos grises.

— ¡Ay, por Dios! ¡Tú debes ser Ana! – ella chilla.

– Si.

Estiro mi mano para estrechar la suya, pero ella se lanza a abrazarme como si fuéramos grandes amigas.

— ¡Ros! ¡La asfixias! – le gruñe.

— Cálmate Grey, solo quiero saludarla – ella me suelta y retrocede levantando las manos – ¿lo ves? Manos lejos de ella.

— Así está mejor, gracias.

Mi mirada va del uno al otro, sin saber exactamente qué ocurre y quién es ésta efusiva chica.

— Eres muy linda, con razón Christian no deja de hablar de ti – ella se ríe.

— ¿Quién eres? – balbuceo.

— Oh, lo siento. ¿Dónde están mis modales? Yo soy Ros Bailey y trabajo para el señor Grey.

— Ya veo, pues mucho gusto, soy Ana Steele.

— Lo sé – ella me señala y sonríe – Me voy Grey, tengo una cita. Por cierto, vamos a necesitar un guardia de seguridad.

— Si, ya hablé con Welch, quiero que me consiga al mejor de todo el maldito estado.

— Perfecto, ahora sí me retiro. Un gusto conocerte al fin, Ana.

Ros se despide de ambos y se aleja. Christian y yo permanecemos parados ahí, en la acera frente a su nuevo edificio. Tengo que reconocer que se ha esforzado mucho.

— ¿Entonces?

— Entonces, señorita Steele, deseaba llevarte a cenar a un restaurant muy elegante...

— ¿Pero? – pregunto porque no habla, solo sonríe.

— Prometí llevarte a Bellevue, mi familia desea verte.

— ¿Incluso Mía? – pregunto sorprendida.

— Si.

— ¿Y Elliot? Porque sabes que él me odia.

— Si, también Elliot. Y no te odia, es solo que no sabía nada sobre nosotros.

— ¿Y qué lo hizo cambiar de opinión?

— Lo mismo que a tu amigo José – sonríe elevando una de las comisuras de su boca.

— ¡¿Lo golpeaste?!

— Solo un poco.

— Pero Christian, ¡es tu hermano!

— Y ahora sabe que no debe joder conmigo, así que andando señorita Steele.

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