Parte 43

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Las dos semanas que faltaban para mí cumpleaños pasaron lentas y angustiosas. No sé si era mas grande mi ansiedad o la de Isaac, pero ambos estábamos a la expectativa.

Aunque creo que por razones diferentes. Mi nueva mayoría de edad trae muchas ventajas además de la libertad de decidir como toda una adulta. Y creo que es a esa misma libertad a la que mi hermano teme.

El viernes, día previo a mi cumpleaños, Isaac insistió que saliéramos a cenar los cuatro: Nana, José, él y yo. Quise invitar a Christian a la cena, pero mi hermano y José no estuvieron de acuerdo.

El sábado por la mañana, cuando me disponía a salir para almorzar con Christian, mis padres vinieron de Montesano. La curiosidad por conocer a mi novio fue la razón por la cual él estuvo aquí para la cena, aunque no pudimos estar solos ni un minuto.

Por eso, el domingo en la mañana me levanto temprano, tomo una ducha y me alisto para ir a ver a Christian. Sé que estará en su oficina porque ahí pasa todo su tiempo libre.

— ¿A dónde vas? – me gruñe Isaac mientras bajo las escaleras.

— Voy a salir.

— Ya sé que vas a salir, tonta – se acerca a mi – quiero saber a dónde.

Me planto al pie de la escalera, frente a mi hermano y sonrío. Hoy, nada va a arruinar mis planes.

— ¿Escuchas eso? – pongo mi mano junto a mi oreja.

— No, ¿que es? – dice Isaac confundido.

— Es mi mayoría de edad, diciendo que te metas en tus asuntos – sonrío y beso su mejilla – ¡adiós hermano!

— ¡Ana! ¿A dónde vas? ¿Vas con Christian? Tienes que regresar temprano porque mañana vuelves a la empresa.

Grita y me detengo. No he ido desde que salí del hospital, hace dos meses y medio. ¿Por qué habría de ir ahora?

— ¿Por qué?

— Para mantenerte vigilada, ¡por eso!

Saco la lengua a modo de burla y me giro para salir la casa. Por supuesto que los pasos que resuenan detrás de mi, son de José.

— ¡Banana! ¿A dónde vas?

— A ver a Christian, ¿me llevas o me voy caminando?

— Wow Wow, calma – levanta las manos en señal de rendición – Te llevo, es mi trabajo, ¡qué genio!

— Lo siento, pero es muy temprano para lidiar con el idiota de mi hermano.

Subo al asiento del copiloto y mi amigo conduce hasta el centro de Seattle. Estaciona frente al lugar de Christian, pero antes de que baje, me habla.

— ¿Qué se supone que debo decir?

— Que me dejaste en el centro comercial.

— ¿Segura que él está aquí?

— Si, ese de ahí es su auto, ¿recuerdas?

José asiente y bajo del auto. Por lo que sé, Christian, Barney y Ros podrían estar aquí aún. Toco la puerta de cristal de la entrada y espero.

— ¿Si? ¿Puedo ayudarla?

Una chica rubia de jeans azul claro y una blusa rosa tejida me sonríe. Lleva el cabello recogido en una coleta perfectamente peinada y maquillaje ligero. Rayos, es linda.

— Busco a Christian – balbuceo ante su sonrisa amable.

— El señor Grey atiende una llamada – abre más la puerta para que yo pase – ¿Quién lo busca?

— Soy Ana... – me interrumpe.

— Señorita Steele, mucho gusto – estira su mano hacia mi – soy Andrea, la asistente del señor Grey.

— Oh, no sabía que tenía una asistente – estrecho su mano – el gusto es mío.

La chica, que parece tener la edad de Christian, toma el teléfono del mostrador y presiona un botón. Dice algo en voz baja y cuelga de nuevo.

— El señor Grey la espera, está en la sala de juntas, al final del pasillo.

Siento que vuelo los pocos metros que me separan de la recepción hasta la sala de juntas. Me detengo junto a la puerta entreabierta y Christian me hace una seña para que me acerque mientras cuelga su llamada.

— Qué sorpresa – se ríe mientras me lanzo a sus brazos.

Me cuelgo de su cuello y lo beso antes de separarme solo lo suficiente para mirarlo.

— Tenía ganas de verte, así que aquí estoy.

— Me alegro, tal vez hoy si podríamos festejar tu cumpleaños solo nosotros dos.

— Eso me encantaría – sonrío y muerdo mi labio inferior.

— ¿Qué te gustaría hacer?

— Christian – digo aún colgada a su cuello – yo quiero estar contigo.

Siento el calor irradiar en mi cara por el sonrojo, pero mi novio se limita a mirar su reloj de pulsera antes de volver a mirarme.

— Claro, ¿te parece si vamos a comer? ¿Tienes algun lugar en mente?

Libero mis brazos y los bajo para apoyar las manos en su pecho. Él aún permanece inmóvil mirándome, así que me acerco para hacer mi indirecta más directa.

— Christian – beso sus labios – Yo. Quiero. Estar. Contigo.

Enfatizo cada palabra, solo pausadas por los pequeños besos que voy dejando de su boca hasta su cuello. Como él no se mueve, vuelvo a besar su cuello y puedo ver su piel erizarse por mi toque.

Me aparto para mirarlo de frente y arqueo la ceja esperando que capte mi mensaje. Dios, si tengo que decirlo voy a morir de vergüenza.

— ¡Oh! – Balbucea sorprendido – ¿Ahora?

— Bueno, no justo ahora – digo sonrojada – No podemos ir a mi casa, y me moriré de vergüenza si vamos a la tuya, y hacerlo en tu oficina no estaba dentro de mis planes.

— ¿Tus planes? – me mira con los ojos entrecerrados – Oh mierda, ven aquí.

Se apresura a tomar mi mano y con la otra alcanza el saco que dejó sobre la silla para salir de la habitación. Caminamos por el pasillo de vuelta a la entrada, donde Andrea nos sonríe.

— Andrea, llama al Fairmont Olympic y hazme una reservación para la suite, en este momento. Voy para allá.

— ¡Christian! – chillo bajito porque Andrea sonríe tímida por su petición.

— Enseguida, señor Grey.

Pero ni siquiera se detiene en su camino hasta la puerta de cristal. Rebusca en su bolsillo las llaves del auto y abre la puerta para mí, luego trota hasta el otro lado.

Me contengo de hablar para no distraer su atenta mirada del camino y del poco tráfico del centro de Seattle.

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