13° Prejuicios

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No tengo idea de lo que estoy haciendo. Esto no es como el cacho. Me limito a dejar cartas y tomarlas cuando Matías me dice. Básicamente él juega con su baraja y con la mía, mira sobre mi hombro, me da indicaciones y en tres rondas me ha dicho que me retire, luego él muestra sus cartas y se lleva las ganancias. Estoy segura de que me está saboteando, aunque da igual, no tengo nada para apostar y de una muy extraña forma me estoy divirtiendo, más por los comentarios de los chicos que por el juego en sí.

—Bota esta —Matías me muestra un dos de corazones, haciendo que me quede con un ocho de tréboles, un siete, una "K" de espadas y un diez de corazones. Según entiendo mi baraja es una mierda y debería deshacerme de casi todo.

De todas formas le obedezco, igual no pienso ganar. Tomo otra carta: un dos de tréboles, o sea que acabo en lo mismo. Matías pone una mueca de satisfacción.

—Me retiro —dice dejando su propia baraja.

—¡Eso es trampa, tu sabes que cartas tiene Emma! —Itu lo señala, o intenta, a estas alturas con tanta cerveza, los tres están un poco chispas.

—La estoy ayudando, no tiene ni puta idea de lo que hace.

—Yo me retiro. —Resignado, Santiago tira su baraja sobre la mesa e Itu lo imita.

—Ves ya ganaste—Matías atrae las fichas que están sobre la mesa hacia mí.

Si entiendo algo, Matías los engañó para hacerme ganar, y no puedo más que sonreír con todas esas fichas en mi poder.

—¡Ni siquiera puso dinero! Le dimos fichas de regalo. Ya que vas a jugar en serio pon algo —me recrimina Itu.

Nerviosa recuerdo que mi billetera está en mi habitación y a riesgo de que Matías luego me haga una mala pasada y termine por robarme todo, me levanto para ir por ella.

—¡Espera! —me detiene Itu, hablando con el tono dificultoso y gracioso que usa quien ya ha bebido un poco de más—.Tu no apuestes dinero, vamos a ser buenos y vamos a dejarte apostar prendas, solo porque eres novata.

—No la jodas idiota —Santiago le da un puñete en el hombro. He escuchado tantas de esas cosas durante la noche que ya hasta me causa gracia.

—Está bien, basta con tu sostén. Creo que todos estaremos conformes con ese precio.

—¿Para qué quiero yo un sostén de ella? Vivo aquí, si quisiera uno lo saco de su armario —interviene Matías a tiempo que baraja las cartas con habilidad, mezclándolas con tanta velocidad que se convierten en una imagen difusa.

Si antes no estaba incómoda, ahora sí y creo que desde mañana haré un recuento de mi ropa interior. Encima me doy cuenta que en este momento no llevo uno y disimuladamente cruzo los brazos a la altura de mi pecho, esperando que no se me note.

—No es lo mismo, debes estar tibio, en todo caso sácalo de la ropa sucia —le sugiere con mucha seriedad.

Lo último que me faltaba, una incómoda charla sobre mis sostenes y las formas en las que Matías puede obtenerlos ¿Por qué Santiago no dice nada?

—Son idiotas —se me sale desde adentro y volcándoles los ojos me dirijo a las escaleras, para sacar dinero, perderlo todo e imaginar que luego Matías lo gastará en tabaco o marihuana.

Apenas regreso a sentarme junto a ellos, la puerta de entrada de abre y Henry aparece. Mi corazón brinca aterrado a abrazarse de mi garganta. Ni bien entra nos observa, sentados alrededor de la mesa de café, con la alfombra llena de migas y rodeados de latas de cerveza.

—Hola señor—Itu lo saluda efusivamente desde su lugar levantando la mano.

—Buenas noches—Santiago dice con cortesía y Matías se limita a hacerle un gesto con la cabeza.

—Buenas noches chicos. Es un gusto verlos después de tanto tiempo. ¿Y Fernando? —les habla con tono calmado, mientras cuelga su abrigo negro en el pechero que está junto a la puerta, lo hace con el mismo cuidado que le presta a todas sus cosas.

—Ese imbécil no sale porque su novia no lo deja —le responde Itu.

—¿Sigue con ella?

—Sí —responden los tres al unísono.

Hasta el momento yo me he mantenido quieta esquivado la atención de mi tutor, como cuando era pequeña y cerraba los ojos pretendiendo ser invisible.

—Emma, ven—Henry me llama. Le obedezco de inmediato.

—Te juro que yo no estoy tomando —digo nerviosa.

—Sí, ya sé. —Mete la mano a su bolsillo y saca su billetera—. Compra una pizza. Si le doy el dinero a Matías comprará más cerveza.

Recibo un billete algo sorprendida. No pienso discutirlo. Corro hacia el teléfono y me alegro de que Henry no se molestara o de nuevo me saltara con una regla tonta.

Dejo la pizza como sorpresa. Poco a poco voy entendido el juego y realmente es como el chacho, solo un poco más complejo; sencillo imagino para quienes saben jugar juegos de cartas. Mamá me enseñó algunos de pequeña y siempre olvidaba las reglas, sería que nunca me interesaron demasiado, o estaba tan harta de jugar solitario en la vieja computadora de mi abuelo que no me interesó saber nada más sobre barajas.

—¿Y qué estudian? —les pregunto por iniciar una conversación, de pronto todos se pusieron muy serios con el juego.

—Yo ingeniería de sistemas—Santiago mantiene el ceño fruncido, se nota que no tiene buenas cartas.

—Yo diseño gráfico, en la misma universidad de Matías—Itu parece más relajado, deja su baraja a un lado y espera a que el resto pongan sus apuestas.

—Diseño gráfico, debiste estudiar eso en lugar de derecho. Ya que te gusta el arte, harías lo que te gusta—le sugiero a Matías. De pronto los tres estallan como si hubiese hablado de meter niños judíos a una cámara de gas.

—¡El diseño gráfico no es arte! —salta Itu.

—¡Ay no!, ya abriste la caja de pandora, vas a arrepentirte de haber dicho lo que dijiste, ahora no van a callarse.—Rendido, Santiago tira sus cartas y se acomoda en el suelo pronosticando una larga discusión.

—Por supuesto que es arte—les digo y no sé quién luce más ofendido: Matías o Itu.

—El diseño gráfico está destinado a la comunicación y a cumplir una función en las masas. El arte no obedece a públicos, es el reflejo de los pensamientos y sentimientos del autor, y estos no necesitan ser entendidos por nadie. Es la materialización de la inspiración del artista—Explica Matías, es la primera vez que lo escucho hablar con tanta seriedad y conocimientos sobre un tema.

—En pocas palabras, el diseño surge de la planeación y de estudios semiológicos para influir en la mente de a quién te diriges, y lo que un artista quiere decir con su obra no le importa una mierda a nadie, solo al ego de quien lo crea—acota Itu.

—A ti no te importará, mercantilero de mierda —le recrimina Matías.

Jamás había pensado de esa manera y no tengo herramientas para discutirles. Mis conocimientos en ambas áreas son prácticamente nulos, aun así no deja de parecerme interesante.

El timbre suena y aprovecho de escapar de la discusión. Soy recibida como una heroína al regresar con la caja cuadrada de cartón. Itu y Matías no esperan a que la pose sobre la mesa y me la arrebatan de las manos como si no fuesen alimentados con regularidad. Luego me reclaman el no haber pedido más cerveza, ya que las que tenían se acabaron hace un buen rato y están comenzando a recobrar la sobriedad a base de Coca-Cola.

—¿Piña?! ¡¿Qué asco?! —Matías levanta un trozo de la fruta que decora una deliciosa rebanada de pizza y la lanza hacia mi lado.

—Pedí hawaiana porque a todo el mundo le gusta—me explico.

—¿En qué planeta?—pregunta Santiago, es la primera vez que se pone de su lado en toda la noche.

—En el planeta rarito que es de donde viene esta ridícula. —Matías comienza a quitar la piña con los dedos y tanto Itu como Santiago lo imitan.

—No sean cerdos, ni tienen las manos limpias —les reclamo intentando que dejen un par de rebanadas sin mugre para que yo pueda comer.

—Perdón señorita, le estamos preparando un trozo especial, ya que tanto le gusta la fruta en su comida. —Itu coloca con nada de cuidado lo que acaba de recolectar sobre un par de porciones y los otros dos hacen lo mismo—. Listo para la señorita.—Me señala lo que se supone será mi cena de esta noche: piña manoseada con pizza.

Cada quien se alza un pedazo y sin hacer caras me como el mío, demostrándoles que no me importa. Matías vuelve a repartir las cartas sosteniendo su porción de pizza libre de fruta con los dientes, como un perro con su presa.

Henry debe tener una paciencia infinita para soportar todo el ruido y las groserías que los chicos repiten en voz alta. Su habitación está justo sobre nosotros y estoy bastante segura de que nos escucha claramente. Aunque me da la impresión de que extrañaba este tipo de cosas; tener a Matías haciendo ruido y a sus amigos haciéndole coro. Empiezo a entender por qué me insistía tanto en que trajera a mis amigos, o que incluso organizara una fiesta. Nunca lo hice porque no quería molestarlo, pensaba que me lo decía para hacerme sentir mejor, ahora estoy segura de que lo decía en serio.

—Última rebanada de pizza —anuncia Matías. De inmediato los tres empiezan un juego de piedra papel y tijeras para ver quién se queda con la porción.

—Oigan ¿y yo qué? —reclamo.

—¡¿Tú también quieres?! ¡Oh Dios mío una chica que come!—Itu exagera en el tono de voz y me observa como si de verdad fuera un espécimen desconocido.

—Es cochala, que esperabas —dice Matías.

—Esos son estereotipos. El que los cochabambinos comemos mucho o que las chicas comemos poco —señalo.

—No es un estereotipo, tú tragas como troglodita y las mujeres de tu edad solo se preocupan por su peso, o al menos lo fingen—dice mostrando mi brazo, como si quisiera probar un punto.

Me suelto y antes que pueda reaccionar tomo la rebanada de pizza y la muerdo mirándolo retadoramente. No puedo negar que tienen algo de razón. Sí se come mucho donde vivía y sí como más que la mayoría de chicas que conozco, como mis amigas de colegio. Motivo por el que evito salir con ellas a "tomar un café". La primera vez que fuimos a una cafetería pedí un Moccachino y un pastel de chocolate, me sentí ridícula cuando Isabel pidió un jugo con edulcorante y Laura un vaso de agua. La siguiente vez para no sentirme fuera de lugar pedí también un jugo mientras mi estómago rugía de hambre y me tragaba las miradas recriminadoras de la mesera por ocupar una mesa y no pedir prácticamente nada. En otra ocasión en la que salimos en un grupo más grande tuve que tragarme una indirecta de Arturo cuando dijo algo parecido a "no sabía que salía con otro chico", haciendo referencia a mi manera de comer.

Pasada la una de la mañana, Itu y Santiago se retiraron. Me dio pena despedirme de Santiago. Aunque volverá en dos años y el tiempo pasa volando, a su vuelta podríamos ser amigos, o salir, quien sabe, al final creo que me terminó gustando; es divertido, maduro y sabe exactamente que quiere hacer con su vida.

Recojo la basura con Matías y llevamos los vasos a la cocina. Él se sienta a mi lado en el mesón mientras yo lavo, si por él fuera le dejaría toda la limpieza a Rosa. Si eso pasara sé que ella me echará la culpa, aunque no hayan sido mis invitados.

—Nunca imaginé que tuvieras amigos así —le comento.

—¿Así cómo?

—No sé. Imaginaba hippies con rastas o algún metalero con tatuajes. Santiago e Itu son tan... normales. Tanto que no combinan contigo ¿de dónde los sacaste?

—Amigos de colegio.

—Creí que te habías peleado con todos —respondo y enseguida recuerdo que eso es algo que se supone yo no debería saber.

—¿Eso quién te lo dijo? ¿Sandra?

—Bueno sí. Me dijo que dejaste de hablar con todos—diría excepto Julieta, pero no quiero ser inoportuna o que piense que me meto mucho en su vida.

—Con todos los de mi curso. Ellos estaban en el paralelo. A Santiago, Itu y Fernando no les importaba que yo fuera como soy. No comparten muchos de mis gustos pero me apoyan, no me exigen ser un clon de ellos. Es lo bueno de los amigos, uno puede elegirlos, no estás estancado con ellos como con la familia. En fin, me voy —Matías salta al suelo.

—¿Te vas a dormir o te vas de la casa?

—De la casa, recién es la una. Esto era calentamiento. —No sé cómo tiene tanta energía, yo no me duermo solo porque el agua fría en mis manos me mantiene alerta—.Oye—me dice desde la puerta—, no iba enserio eso de la comida, no quise insinuar que estás gorda. No vayas a vomitar tu comida por mi culpa.

—Créeme que hay muchas razones por las que me harías vomitar y llamarme gorda no es una de ellas.

—Ya, como sea. Bye ridícula.

—¡Oye! —lo llamo corriendo tras él mientras me seco las manos en el pantalón de mi pijama—. ¿Te llamó Nicole? Mañana se reúnen pare el trabajo de la universidad en su casa. No lo olvides, tienes tiempo para recuperarte de la resaca.

—Sí, ya sé, no me jodan —responde tomando una chaqueta del perchero, haciendo caer el abrigo de Henry.

Lo recojo y lo cuelgo de nuevo. Es todo por esta noche, por suerte estoy con pijama y no tengo que cambiarme, así solo me tiro sobre la cama. Fue una buena velada, no recuerdo haberme divertido así con otras personas en... bueno, nunca, y solo necesitamos una baraja y pizza.

Les gusta? si es así no se olviden de dejarme un voto y comentario, sobre lo que sea, si hallan errores, si les gustó, si no... Lean también mis otras novelas tengo más de 25 historias publicadas aquí.

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