3º Desvanecerse

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Al llegar a casa en la tarde lo primero que hago es buscar en el refrigerador algo de fruta, lo único que hay para comer. Me quito los zapatos y como no hay nadie en casa me desabrocho el brasier.

Antes de ponerme a hacer las tareas voy a descansar un rato jugando Play Station. Hace años tenía una X-box que con mucho esfuerzo mi madre me regaló en una navidad, pero luego tuvimos que venderla para comprar unos medicamentos que el seguro no cubría. Confieso que me costó un poco desprenderme de mi consola, pero en cuanto me enteré que necesitábamos cerca de trescientos dólares para la enfermedad de mi madre, no dudé en venderlo, aunque ella no estuvo de acuerdo, no le gustaba que sacrificara cosas. Como si un montón de videojuegos fuesen más importantes que su vida. A veces ella era así: terca e insensata. Tenía que hacerle razonar a gritos; en esa ocasión le dije con dureza e intentado poner crueldad en mis palabras, que si ella se moría el X-box no iba a criarme. Eso la hizo entrar en razón, por pensar tanto en mí y lo mucho que disfrutaba de un aparato, no pensó en lo verdaderamente importante.

Henry me compra muchas cosas y si le hubiera pedido esa consola de seguro me la habría regalado, pero aquí ya tengo el Play Station  de Matías y me es más que suficiente.

En cuanto llego al segundo piso donde hay una pequeña sala alfombrada con una televisión, saco uno de los cojines del sillón, lo tiro al suelo, agarro el control remoto y el mando de la consola y me dispongo a jugar tumbada de estómago sobre el cojín.

¡Demonios! Un repentino ruido a mis espaldas me sobre salta. Mi corazón late con fuerza y pego un brinco, solo me calmo un poco cuando veo a Matías en la puerta de su habitación. Me había olvidado de él por completo.

Tiene las rastras sueltas y desordenadas, está vestido con un pantalón de pijama y una musculosa blanca. Tiene buen físico, delgado y con los músculos de sus brazos marcados, imagino que se debe a haber caminado por media Europa cargando una enorme y pesada mochila.

—Casi me matas de un susto —le digo, sintiendo todavía mi corazón en el cuello.

Él no me responde nada. O no me escucha o sigue con el plan de ignorarme. Baja corriendo las escaleras y al llegar al final lo escucho saltar para tocar el techo.

Si vamos a vivir como si el otro no existiera no me importa, no voy a morir por eso. Me olvido de él y continúo con mi juego, anoche me desvelé con el Assassin's Creed y estoy ansiosa por continuarlo.

Después de un rato regresa con una bolsa de galletas. Saca otro cojín del sillón y lo tira a mi lado. Sorprendida, pauso el juego. Matías se sienta y se mete una galleta entera a la boca. Recién me doy cuenta que su brazo izquierdo está tatuado. Tiene una de esas imágenes tribales a las que no les he hallado nunca el sentido. Empieza en su hombro y baja casi hasta su codo. Por el cuello de su musculosa se asoma otro que va desde su espalda hasta su cuello.

—Pon el FIFA —me ordena con la boca llena.

Yo lo miro algo desconcertada.

—El FIFA. —Me señala los discos de juego y me arrebata el mando de las manos—. Yo soy el Player one —dice y me alcanza el otro mando.

No sé por qué le obedezco. Guarda mi partida y saca el disco para que yo ponga el otro. Sin preguntarme si quiero jugar pone el juego, elige automáticamente dos jugadores y me asigna un equipo.

— ¿Sabes jugar? ¿no? —me pregunta cuando empieza el partido.

—Sí—respondo y rápidamente presto atención a la pantalla. Hacía mucho que no jugaba contra otra persona. A mis amigos los juegos de video no les van, así que siempre soy yo contra la computadora. No soy mala con el fútbol, pero Matías es increíble, no sé cómo lo hace, ya me ha metido tres goles en un minuto.

—Creí que sabías jugar.

—Sí sé jugar. Pero no juego mucho a esto y contra la computadora es más fácil. Además prefiero la X-box, tiene mejores gráficos. —Intento demostrarle que no soy una completa ignorante en estos temas, aunque por la forma en la que me golea sin piedad demuestro lo contrario.

—¿Y eso que tiene que ver con seas pésima en esto? mejores gráficos no significa mejores juegos o que seas mejor jugadora.

Le doy la razón interiormente, pero no se lo voy a decir.

—Si te gano dos de tres tú tomas mi lugar lavando las cosas hasta que vuelva la empleada —me dice. No me pregunta si acepto la apuesta, solo la hace, y yo, como la muy tonta introvertida que soy, no me animo a negarme.

En nuestro tercer partido me gana diez a uno. Aunque ya con el segundo tenía ganada su auto apuesta, me dejó tomar revancha.

—Perdiste—afirma lo obvio—. Eres muy mala en esto.

—Soy mejor en carreras o en juegos de lucha. Quiero mi revancha con uno de esos.

—Na, ya te gané y estoy aburrido. —Se levanta y me lanza el mando—. Sigue con tu juego.

Agarra lo que queda del paquete de galletas y se encierra en su habitación. La verdad me quitó las ganas de seguir jugando. Matías es irritante, parece un niño caprichoso que hace lo que quiere cuando quiere, me cuesta creer que Henry lo haya criado. Él es serio y estricto; Sin embargo, no necesita imponer mucha disciplina conmigo. No le causo problemas.

—¿Cómo te está yendo en las clases? —me pregunta Henry en la mañana. Ayer llegó muy tarde, así que ya son veinticuatro horas desde que no nos vemos.

—Bien en todo, menos en arte. —Desganada juego con la mantequilla, la empujo de un lugar al otro mientras se derrite en el plato.

—¿Otra vez con problemas?

—Sí. Tengo que presentar un montón de trabajos atrasados, pero no es tan fácil, no es como hacer un problema de matemáticas donde solo lo resuelves y ya, para el arte no hay fórmulas, solo un papel en blanco con miles de posibilidades y no sabes cuál es la correcta, porque no hay una correcta. Odio lo inexacto, el no poder llegar a una única solución.

Henry asiente, él me entiende bien. Somos bastante parecidos, tanto que cualquiera pensaría que somos familiares de verdad.

En el colegio todos piensan que Henry es mi padre, hasta los maestros. Creen que mis padres están divorciados y que él tiene la custodia. Yo nunca dije nada de eso, simplemente sacaron esa conclusión y nunca los corregí. No me gustaría que se enteraran de la verdad, pero si me preguntaran directamente, tampoco les mentiría.

—Pídele a Matías que te ayude, es bueno en eso —me dice distraídamente, me da la sensación que no le agrada lo que dice.

— ¿Qué la ayude en qué? —Matías acaba de entrar en la cocina.

—Vaya, así que despiertas, ya iba a subir a revisar tu pulso —exclama Henry con sarcasmo

—La altura me está matando. —Se sienta sobre la barra de la cocina y oculta el rostro en sus manos.

—Tómate un mate de coca —le sugiere Henry buscando en los anaqueles de arriba.

—Ya me esnifé una línea. ¿Es lo mismo, no? —le responde con cinismo. Henry cierra de un golpe el anaquel y molesto le lanza una caja de mate.

—¡Era broma! ¡Dios! Cuando me fui tenías más sentido del humor.

—Tengo sentido del humor, pero tú no eres gracioso. Inscríbete hoy en la universidad. Te dejé el dinero sobre la cómoda. Quiero ver la factura.

—Sí, sí, mañana iré a todo eso. —Matías suena algo molesto e intenta ignorarlo prestándole más atención al agua caliente que vierte en su taza.

—No mañana, hoy. Quiero ver tu inscripción, las clases empiezan la próxima semana y puede que no consigas cupo.

—Como sea. ¿Les digo que te llamen y te manden una notita diciendo que me inscribí? ¿Y otra que diga que no me gasté el dinero en mota?

Este tipo de discusiones me ponen incómoda. Entiendo por qué Henry quiere asegurarse de que Matías haya pagado su inscripción. Hace un tiempo me contó que una vez le mandó dinero para pagar la pensión del colegio y él se lo gastó en entradas para un concierto, en otra ciudad, y que encima había faltado dos días a clases, aunque al parecer, él nunca iba a clases.

Tengo el presentimiento que con la universidad pasará igual, no sé porque Henry quiere gastar dinero en alguien a quien los estudios no le interesan.

Después de un día común en el colegio regreso a casa, esta vez en compañía de Arturo. Hoy pasaremos la tarde juntos, veremos un par de películas. Ya he sacado las palomitas de maíz del microondas y él pone un "video sorpresa" en el reproductor.

—¿De qué es la película? —le pregunto.

—Ya te dije, es sorpresa. —Usa su tono misterioso.

Me acurruco a su lado en el sillón y como un puñado de palomitas. Como sé que no van a durarme ni media película, ya tengo dos paquetes listos en la cocina. La película empieza de forma extraña, no reconozco a ninguna de las productoras que aparecen en el principio y me desconcierta un poco la música.

Imagino que será un film independiente o una película europea. Arturo me rodea con los brazos y las escenas se me hacen cada vez más extrañas. La película es en inglés con subtítulos, no conozco a ninguno de los actores y parecen aficionados por lo mal que actúan. Después de un rato empiezo a darme cuenta de qué clase de película es. No pasa mucho rato antes de que una pareja comience a besarse apasionadamente y a desvestirse de forma apresurada.

Me siento más incómoda que con la discusión de Matías y Henry esta mañana. No sé cuál es exactamente la intención de Arturo: Excitarme o mostrarme cómo se hace, o tal vez hay algo en específico que quiere que hagamos.

Ya estoy por levantarme a apagar el televisor. Arturo parece que se dio cuenta porque enseguida me abraza más fuerte y comienza a besarme.

Su lengua no tarda en entrar en mi boca y sus gemidos se entre mezclan con los de la película. Yo me mantengo en silencio, siguiéndole el juego. 

—Qué rayos está pasando.

Mi primer impulso al escuchar a Matías es empujar a mi novio. De nuevo me olvidé del hijo de Henry y no verifiqué si estaba en casa, aunque parece que acaba de llegar de la calle porque está sin su pijama.

— Éste quién es? —pregunta Arturo, más asustado que yo.

—Es el hijo de Henry. —Estoy tan avergonzada que intento ocultarme con el sillón mientras vuelvo a cerrar mi camisa. Es en momentos como éste en que vendería mi alma al diablo por tener superpoderes. Poder encogerme hasta desaparecer, volverme invisible o controlar mentes y hacer que Arturo y Matías se olviden de lo ocurrido.

—No sabía que tenías un hermano —Arturo parece más nervioso que yo. Matías mira fijamente la televisión. La película sigue reproduciéndose y está en la parte más gráfica. Agarro el control remoto y apago la televisión interrumpiendo el inminente orgasmo de la mujer.

—No soy su hermano y tú ya te estás yendo.

—Te explico luego —le pido disculpas con la mirada.

Él agarra su chaqueta y yo lo acompaño hasta la salida. Quiero disculparme a solas, pero el hijo de Henry está detrás de mí, parece que no quiere dejarnos solos o asegurarse de que Arturo se vaya. En cuando mi novio da un paso afuera Matías le cierra la puerta en la cara.

—Huy... yo que te creía una santita —Matías se me está haciendo la burla.

—Eso no te importa, pudiste haber sido un poco más discreto.

— ¿Cómo voy a ser más discreto si estaban en la sala frente a mi habitación? Cuando traigas chicos aquí mejor te vas a tu cuarto. Es una regla básica de convivencia.

Volvemos a subir y soy incapaz de mirarlo a los ojos. Acabo de pasar la peor vergüenza de mi vida, aunque en cierta forma agradezco que haya sido Matías y no Henry quien nos descubrió.

—Por favor no le digas a tu padre —le suplico. En este momento quisiera desaparecer, encerrarme en mi habitación y ocultarme bajo la cama hasta que el mundo entero se acabe, pero no puedo simplemente correr a esconderme con la incertidumbre de lo que Matías podría contarle a Henry.

—No le voy a decir, pero voy a decomisar esto, quiero ver en que acaba. —Saca la película del reproductor y se dirige a su cuarto.

— ¡Eres un cerdo!

— ¿Yo? Tú eres la que estaba viendo esto mientras hacía guarradas con el tipejo de turno.

—No es un tipejo de turno, es mi novio y es mucho más maduro que tú —le respondo con toda la mala onda que puedo, parece que él insinuara que yo me acuesto con cualquiera.

— ¿Y tu novio sabe tan poco de ti que cree que Henry es tu padre?

—Sí, bueno, eso no te importa, solo no digas nada —agacho la cabeza y corro a encerrarme en mi habitación, como debí haber hecho desde el principio en lugar de hacerle frente. Este mal momento no voy a olvidarlo nunca.

Cierro la puerta de golpe, haciendo ruido y me tiro sobre la cama. Mi almohada es la que se traga mis gritos.

— ¡Imbécil! ¡Imbécil! ¡Imbécil!

¡Cómo odio a Matías! Esta es ahora oficialmente la situación más embarazosa de mi vida y eso que he tenido muchas. Ésta incluso le gana a la primera vez que me bajó la menstruación, cuando tenía once años en la clase de deportes. Estaba con un short blanco y después de ver la cara de admiración de mis compañeros, la maestra me tomó de la mano y antes de poder entender nada me llevó a la enfermería.

Se burlaron de mí por el resto del año. En esta ocasión no hay un grupo de niños que me señale y me digan cosas como "la sangrona", pero es mucho peor.

Después de tranquilizarme le mando un mensaje a Arturo:

Para ser justos yo tampoco tenía idea de cuáles eran los planes de Arturo, de haberlo sabido tal vez nos hubiéramos encerrado en mi habitación.

Quisiera evitar esta conversación, pero en vista de que no me queda de otra, prefiero hablarlo con él personalmente.

Arturo quiere jugar su carta de "estoy preocupado por ti, pero realidad quiero ocultar mis celos".


  Releo el último mensaje ¿Arturo intenta hacer lo que creo? Si quiere sexo por chat, no creo que se lo esté pidiendo la persona correcta, tengo muy poca imaginación para eso. Igual intentaré complacerlo. 

  ¿Y luego? Yo qué sé. Esto parece más un interrogatorio y él podría colaborar. 

  Sí, no hay duda, no sirvo para esto. Si vuelve a preguntar ¿y qué más? O ¿y luego?, juro que lo mando a freír monos.  

Bien, esto ya se está poniendo entre cursi y estúpido. No sé si al otro lado del teléfono Arturo piensa lo mismo que yo, o de verdad le está gustando. Yo me siento ridícula.

No es verdad, pero ya no quiero seguir con esto, la tarea de física suena más interesante.

Hoy la limpieza le tocaba a Matías, pero como me ganó en su "apuesta" debo hacerla yo. No es que me importe demasiado, no hay mucho para lavar. Cuando vivía con mamá me encargaba de cocinar, limpiar la casa, hacer las compras y lavar los trastes. Ella a veces insistía en ayudar, pero en sus últimos años de vida estaba muy débil y sufría de mucho dolor.

En casa de Henry no hago mucho. Tenemos un jardinero y una empleada: Rosa. Ella se encarga de todo, menos de mi habitación. No la dejo meterse ahí. No es porque no la quiera en mi habitación, es porque no me agrada que otras personas se encarguen de mis cosas. Soy ordenada así que mantengo mi habitación limpia y tiendo mi cama cada mañana. Rosa insiste en que debería dejarla hacerlo, pero creo que es suficiente con que me lave la ropa, la planche y limpie el resto de la casa.

Ella piensa que yo no la dejo entrar a mi habitación porque temo que me vaya a robar algo. Nada más alejado de la realidad, pero no sé cómo arreglar ese mal entendido, así que prefiero dejar las cosas como están. Si un día se me ocurriera decirle: Hey Rosa, si no te dejo entrar a mi habitación es porque no quiero que hagas las cosas que yo puedo hacer sola, no pienses que creo que eres una ladrona. Si es que ella nunca lo consideró, comenzaría a hacerlo y la situación se pondría peor.

Creo que si tienes un mal entendido con alguien, cuando intentas solucionarlo puedes empeorar las cosas, así que mejor vivir en estatus quo.

— ¡Oh Dios! —exclamo al ver la cocina. Todo es un desastre. Anoche Matías ordenó comida, parece que la recalentó en varias ollas y usó varios platos. También se le ocurrió cocinar huevos con jamón para el desayuno y hay como cinco vasos sucios — ¿Cómo ensuciaste tanto? —le recrimino.

—Hice el desayuno, de nada.

—No importa Emma, a él le toca limpiar de todos modos —dice Henry. Yo hago una mueca.

—En realidad le toca a ella. Le gané una apuesta —le explica Matías.

Me gustaría decirle a Henry que fue una apuesta injusta y que no planeaba limpiar toda esa mugre.

—Seguro ensuciaste tanto a propósito —miro hacia las hornillas de la cocina y quiero llorar, están llenas de grasa— ¿Qué clase de cerdo eres?

—No empecemos con lo de cerdo —me mira de forma cómplice, recordándome lo que pasó ayer.

Mejor me callo, no vaya a ser que Matías le cuente a su padre lo que pasó con Arturo.

—Bueno, me alegra saber que ya se están portando como hermanos —comenta Henry, terminado de devorar los huevos—. ¿Te inscribiste? —le pregunta a su hijo.

—Sí, me inscribí —le contesta de mala gana.

Yo me pongo unos guantes de goma y empiezo a lavar, no me va a dar tiempo de desayunar y prefiero limpiar ahora y no al regresar del colegio, cuando la mugre esté pegada.

—Bien, ahora no faltes a clases. Voy a estar llamando a tus docentes para preguntar si estas asistiendo.

—O podrías dejar de tratarme como a un niño.

—Voy a dejar de tratarte como a un niño cuando empieces a dejar de actuar como uno.

—Ya me inscribí a derecho, tal como querías. Estoy haciendo todo lo que quieres, deja de estar sobre mí y de joderme la vida.

Y el momento incomodo de la mañana empieza. Me hago a la loca, como si no pudiera escucharlos discutir e intento lavar lo más rápido que puedo. Me falta mucho, dejo todo remojando y llamo a Henry.

—Voy a llegar tarde, mejor nos vamos. Te espero en el auto.

Ojalá el saber que yo lo estoy esperando haga que se apresure y deje de pelear.

Por favor dejen sus votos, comentarios y compartan! estoy participando en los Wattys con esta novela y su apoyo es importante.

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