𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒇𝒊𝒗𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝐹𝐼𝑉𝐸 )
𝚎́𝚙𝚘𝚌𝚊 𝚍𝚎 𝚎𝚡𝚊́𝚖𝚎𝚗𝚎𝚜.

Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima los TIMOs.

Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Alaska cualquier otra cosa que no fueran los TIMOS, sin embargo, el cumpleaños de Draco se acercó y todos se tomaron el día libre para celebrarlo junto al chico.

Pero en cuanto volvieron a la cruda realidad, todos comenzaron a actuar de forma extraña. Blaise, a quien nunca se le veía estudiando, ya no hablaba con nadie y ocupaba todo su tiempo en repasar los contenidos; Ann de una vez por todas había soltado su bola de cristal y ahora practicaba cada hechizo y encantamiento que se le ocurría. Draco y Theo por otra parte se veían nerviosos, practicaban uno con el otro, pero terminaban estudiando por su cuenta cuando comenzaban a sentirse inseguros. Y Alaska... Alaska para los chicos era un caso perdido. Se pasaba todo el tiempo murmurando para sí misma, practicaba movimientos de varita sin tenerla siquiera en su mano, estudiaba al menos dos materias a la vez y visitaba el retrete para devolver el contenido de su estómago siempre que se sentía nerviosa o comía algo.

—Debes ir con la señora Pomfrey —Le decía Draco cada vez que sostenía su cabello en el baño—, no estás bien.

—Estoy perfectamente —Respondía ella cada vez, poniéndose de pie para lavar sus dientes—. No necesito pociones o filtros que nublen mi mente.

Entre tanto, un próspero mercado negro de artículos para facilitar la agilidad mental, la concentración y para combatir el sueño había nacido entre los alumnos de quinto y séptimo. Theo estuvo tentado de comprar una botella de elixir cerebral Baruffio que les ofreció un alumno de sexto, Eddie Carmichael, quien aseguró que ese remedio era el único responsable de los nueve «Extraordinarios» que había sacado en los TIMOS del curso anterior y les ofrecía medio litro por sólo doce galeones. Sin embargo, Alaska se apresuró a desmentir aquello y revelarles a todos que solo había conseguido cinco TIMOs. Nadie de Slytherin volvió a comprarle.

Pronto recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOs.

—Como verán —Les explicaba Snape a la clase mientras copiaban de la pizarra las fechas y las horas de los exámenes—, sus TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Harán los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo harán por la noche, como es lógico.

El profesor Snape dio una vuelta por el salón en completo silencio antes de proseguir.

—Debo advertirles que se han aplicado los más estrictos encantamientos anti-trampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, al igual que cualquier otro producto que pueda ayudarlos con las respuestas del examen —El profesor se aclaró la garganta—. La directora ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a los alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados. ¡Piensen! ¡Usen la cabeza! Deben esforzarse en sus exámenes, piensen en su futuro.

—Profesor —Dijo Blaise mientras alzaba la mano—, ¿cuándo sabremos los resultados?

—Les enviarán una lechuza en el mes de julio.

—Estupendo —Les dijo Blaise en un susurró—. No tendremos que preocuparnos hasta las vacaciones.

Pero aun no realizaban los exámenes, por lo que sus preocupaciones aún estaban vigentes. Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana y la noche anterior reino un ambiente muy apagado.

Fue una noche incómoda. Todo el mundo intentaba repasar un poco más durante el último momento, aunque no parecía que nadie avanzara mucho. Alaska fue la única que decidió ir a dormir temprano, sin embargo, permaneció despierta por largas horas y cuando despertó al día siguiente sentía que no había descansado nada.

Ningún alumno de quinto curso habló demasiado durante el desayuno, cuando este dio por terminado Alaska llegó a tiempo a uno de los basureros para vomitar, todos la miraron. Se sentía vulnerable, y eso no le gustaba. Lo odiaba.

Los alumnos de quinto y séptimo se reunieron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor, que entonces ofrecía un aspecto bastante diferente. Habían retirado las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie.

Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:

—Ya pueden empezar.

Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.

El corazón le latía muy deprisa, lo sentía contra su pecho al dar vuelta la primera hoja y cuando leyó la primera pregunta sonrió, se inclinó sobre el papel y comenzó a escribir con bastante seguridad.

Alaska se encontró con el resto de sus amigos dos horas más tarde en el vestíbulo, había sido la última en salir al querer revisar sus respuestas al menos tres veces. No habló mucho, y cuando sus amigos comenzaron a discutir las respuestas del examen ella se alejó, no necesitaba la presión de escuchar las diversas respuestas.

Volvieron al Gran Comedor para comer con el resto de los estudiantes, las cuatro mesas de las casas habían vuelto a aparecer a la hora de la comida, y luego entraron en masa en la pequeña cámara que había junto al Gran Comedor, donde tenían que esperar a que los llamaran para hacer el examen práctico. Los llamaban en reducidos grupos y por orden alfabético; los que se quedaban atrás murmuraba conjuros y practicaban movimientos de varita, metiéndosela de vez en cuando los unos a los otros en un ojo o dándose con ella golpes en la espalda sin querer.

Cuando fue el turno de Draco, la rubia se puso aún más nerviosa. Se acercó al chico y luego de alisarle la túnica dejo un corto beso en los labios.

—Lo harás excelente, enfócate en lo que haces.

Quince minutos más tarde, el profesor Flitwick llamó a: Patil, Parvati; Potter, Harry; Pudeator Ann y Ryddle, Alaska.

—El profesor Odgen está libre, Ryddle —Le indicó el profesor Flitwick, que se hallaba de pie junto a la puerta.

Señaló al único examinador que aún tenía cabello, el cual estaba sentado detrás de una mesita, a un lado, a escasa distancia de la profesora Marchbanks, quien por su parte examinaba a Draco.

—Ryddle, ¿verdad? —Preguntó el profesor Odgen consultando sus notas, y la observó por encima de ellas—. ¿La famosa Ryddle?

—Eso supongo. —Dijo la chica, sin saber que decir ante el comentario.

—No tienes de que preocuparte, ¿sí? —Le dijo el anciano con una sonrisa que intentaba ser amable y tranquilizadora—. Aunque no lo creas, yo no creo todas esas mentiras que dice El Profeta. Es ridículo, ¿tú hija del...? —No terminó la frase—. Eso no es lo que importa, comencemos con lo que nos convoca el día de hoy, ¿qué te parece?

—Una buena idea, señor.

—Frente a ti tienes una copa de vino, ocupa algunos hechizos de esta lista y haz lo mejor que puedas.

Alaska salió del Gran Comedor con una gran sonrisa en su rostro, sabía que lo había hecho bastante bien en su primer practico y lo mejor de todo era que su examinador fue mucho mejor de lo que imagino, pues uno de sus temores es que la evaluaran con prejuicios.

Aquella noche tampoco tuvieron tiempo para relajarse después de la cena, fueron directamente a su sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían la mañana siguiente. El examen escrito estuvo mejor de lo que espero y aunque no le había ido excelente, sabía que había aprobado cuando, en el práctico, no tuvo problemas en transformar su salamandra en un conejo.

El miércoles tocaba el examen de Herbología y cuando terminó el practico no podía creer que días atrás estaba tan nerviosa de sus habilidades, lo estaba haciendo excelente. No podía sentirse más satisfecha con los resultados que estaba teniendo y todo mejoro cuando, en el examen práctico de Defensa Contra las Artes Oscuras, tuvo la oportunidad de realizar el encantamiento Patronus.

El profesor Odgen fue el encargado de examinarla en cada una de sus pruebas prácticas, su relación ya se había vuelto relajada y Alaska que eso podría tener sus beneficios. Para ese practico, Alaska ya había terminado de realizar su demostración, pero cuando a unas mesas alejadas de ellos Harry Potter realizo un encantamiento Patronus, tuvo la oportunidad de recibir créditos extra.

—¡Mira eso! Un patronus corpóreo, eso sin duda le subirá unos cuantos puntos, realmente increíble. —Le había comentado el profesor Odgen.

—Sé que ya terminé mi demostración, ¿pero le daría la oportunidad de conjurarlo también?

—¿Por qué no lo dijiste antes? Por supuesto que puedes, vamos, ¡sorpréndeme!

Alaska cerró sus ojos por un momento y se concentró con profundas respiraciones, cuando estuvo preparada abrió los ojos y dijo—: ¡Expecto patronum!

Su lobo plateado salió del extremo de la varita y recorrió el comedor, deteniéndose para aullar. Los otros examinadores también giraron la cabeza para verlo, y antes de disolverse se acercó a Alaska para restregar su cabeza en su túnica. Cuando se disolvió en una neblina plateada, el profesor Odgen aplaudió con entusiasmo.

—¡Excelente, excelente! Ya puedes marcharte, espero tenerte de nuevo mañana.

El último examen de la semana fue el de Runas Antiguas, el cual Alaska terminó con rapidez, pues lo único que deseaba en ese momento era llegar a su dormitorio y dormir doce horas; así lo hizo. Durante gran parte del finde semana la chica se dio el lujo de dormir y descansar, la nueva sensación de seguridad que la embriagaba había sido suficiente para decidir no estudiar. Se venían los exámenes de Pociones y Cuidado de Criaturas Mágicas, las asignaturas que mejor se le daban. No tenía de que preocuparse.

Como era de esperar, encontró facilismo el examen escrito y el práctico no pudo estar más regalado para la chica. Cuando la profesora Marchbanks dijo: «Sepárense de sus calderos, por favor. El examen ha terminado», Alaska tapó su botella de muestra con una gran sensación de éxito.

El examen de Cuidado de Criaturas Mágicas se realizó el martes y el práctico tuvo lugar en la extensión de césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde tuvieron que identificar correctamente al knarl escondido entre una docena de erizos, demostrar que sabían manejar correctamente un Bowtruckle, dar de comer y limpiar a un cangrejo de fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la dieta que le pondríamos a un unicornio enfermo.

El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien, aunque todo había sido gracias a Draco, quien la había ayudado bastante con la asignatura, a la cual normalmente no prestaba mucha atención. Ya que para hacer la prueba práctica de Astronomía debían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde al examen de Aritmancia. Sabía que no le había ido tan bien como los anteriores, pues era la asignatura que más le dificultaba después de Transformaciones, y ya que no le pedían el TIMO para estudiar Magizoología, no se había enfocado tanto en él. 

A las once, cuando llegaron a la torre de Astronomía, comprobaron que hacía una noche tranquila y despejada, perfecta para la observación de los astros, según los comentarios de Draco. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y soplaba una fresca brisa. Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían entregado.

El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras anotaban las posiciones exactas de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode, y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo.

Entonces, cuando se encontraba completando la constelación de Casiopea a través de su telescopio, se escuchó un rugido procedente de la lejana cabaña de Hagrid, que resonó en la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que tenía cerca también se separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña.

El profesor Tofty se aclaró la garganta.

—Chicos, chicas, intenten concentrarse —Dijo en voz baja.

Alaska se obligó a continuar mirando el cielo con su telescopio, intento convencerse de que sí Hagrid estaba en problemas podría arreglárselas por su cuenta.

—Ejem... veinte minutos... —Anunció el profesor Tofty.

Alaska estaba revisando que su mapa estuviera completo y sin errores cuando se escuchó un fuerte ¡PUM! que procedía de los jardines. Varios estudiantes se quejaron al golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios. Era claro que algo estaba ocurriendo abajo.

La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro nos permitió verlo con bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.

—¡No! —Gritó Hermione.

—¡Señorita! —Exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!

Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; Hagrid aún estaba en pie y aún no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó:

—¡Sé razonable, Hagrid!

—¿Razonable? —Rugió él—. ¡Maldita sea, Dawlish, no me llevarán así!

De pronto se pudo ver la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo. Hagrid soltó un furioso aullido y agarró al culpable y lo lanzó por el aire; el hombre recorrió unos tres metros volando y no volvió a levantarse.

—¡Miren! —Gritó Parvati, que se había apoyado en el parapeto y señalaba las puertas del castillo, que habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión de césped.

—¡Por favor, chicos! —Exclamó el profesor Tofty, muy alterado—. ¡Sólo les quedan dieciséis minutos!

—¿Acaso no ve lo que ocurre allá abajo? —Le dijo Alaska al profesor—. ¡Están atacando al profesor Hagrid!

Todos siguieron observando a la persona que en ese momento corría hacia la cabaña de Hagrid, donde se estaba librando la batalla.

—¿¡Cómo se atreven!? —Gritaba la solitaria figura mientras corría—. ¿¡Cómo se atreven!? ¡Déjenlo en paz! ¡He dicho que lo dejen en paz! ¿Con qué derecho lo atacan? Él no ha hecho nada, nada que justifique este...

Hermione, Parvati y Lavender gritaron a la vez, pues las figuras que había junto a la cabaña de Hagrid lanzaron al menos cuatro rayos aturdidores contra la profesora McGonagall. A medio camino entre la cabaña y el castillo, los rayos chocaron contra ella; en un primer momento, la profesora se iluminó y desprendió un brillo de un extraño color rojo; luego se despegó del suelo, cayó con fuerza sobre la espalda y no volvió a moverse.

—¡Gárgolas galopantes! —Gritó el profesor Tofty, que también parecía haber olvidado por completo el examen—. ¡Eso no es una advertencia! ¡Es un comportamiento vergonzoso!

—¡COBARDES! —Bramó Hagrid; su voz llegó con claridad hasta lo alto de la Torre, y varias luces volvieron a encenderse dentro del castillo—. ¡MALDITOS COBARDES! ¡TOMA ESTO! ¡Y ESTO!

—¡Ay, madre! —Gimió Hermione a un lado.

Hagrid intentó dar un par de fuertes golpes a los agresores que tenía más cerca, a quienes, a juzgar por cómo se derrumbaron, dejó inconscientes. Pero luego se dobló por la cintura, como si finalmente el hechizo lo hubiera vencido. Sin embargo, se equivocaba: al cabo de un instante, Hagrid volvía a estar de pie y llevaba algo que parecía un saco a la espalda, era el cuerpo inerte de Fang.

—¡Deténganlo! ¡Sujétenlo! —Gritaba la profesora Umbridge, pero el único ayudante que le quedaba se mostraba muy reacio a ponerse al alcance de los puños de Hagrid; empezó a retroceder, tan deprisa que tropezó con uno de sus inconscientes colegas, y también cayó al suelo.

Hagrid, mientras tanto, se había dado la vuelta y había echado a correr con Fang sobre los hombros. La profesora Umbridge le echó un último hechizo aturdidor, pero no dio en el blanco; y Hagrid, corriendo a toda velocidad hacia las lejanas verjas, desapareció en la oscuridad.

Hubo un largo minuto de silencio; los alumnos, temblorosos y boquiabiertos, contemplaban los jardines. Entonces la débil voz del profesor Tofty anunció:

—Humm..., cinco minutos, chicos.

Cuando por fin se agotó el tiempo, Alaska guardó rápidamente sus pertenencias y bajo deprisa por la escalera de caracol, olvidándose de sus amigos y bajando junto a Harry. Ningún alumno había ido a acostarse; todos estaban hablando con gran excitación y en voz alta al pie de la escalera sobre lo que acababan de presenciar.

—¡Qué mujer tan perversa! —Exclamó entrecortadamente Hermione, a la que al parecer le costaba hablar debido a la rabia—. ¡Mira que intentar detener a Hagrid en plena noche!

—Es evidente que quería evitar otra escena como la de la profesora Trelawney. —Explicó sabiamente Ernie Macmillan.

—Pues no lo ha logrado. —Agregó Alaska, que se veía muy molesta.

—Cómo se ha defendido Hagrid, ¿eh? —Observó Ron pese a que parecía más asustado que impresionado—. ¿Por qué todos los hechizos rebotaban en él?

—Por su sangre de gigante —Repuso la rubia—. Es muy difícil aturdir a un gigante, su piel es muy resistente...

—Pero pobre profesora McGonagall... —Dijo Hermione con voz temblorosa—. ¡Ha recibido cuatro rayos aturdidores en el pecho! Y no es muy joven que digamos, ¿verdad?

—Ha sido espantoso. —Comentó Archer, uniéndose a la conversación.

—Al menos no han conseguido llevarse a Hagrid a Azkaban —Comentó Ron—. Supongo que habrá ido a reunirse con Dumbledore, ¿no?

—Supongo que sí —Replicó Hermione, llorosa—. ¡Qué horror, estaba convencida de que Dumbledore no tardaría en volver al colegio, pero ahora nos hemos quedado también sin Hagrid!

Alaska volvió sola a su sala común, tan molesta que ni siquiera veía por donde caminaba. No podía pensar en un momento en el que hubiera sentido más odio hacia la profesora Umbridge, le repugnaba lo mucho que la mujer odiaba a los semihumanos. Todo lo que hizo solo para echar a Hagrid de Hogwarts. La rubia bufó, no veía le día en que esa mujer fuera despedida de su puesto.

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