26.- El cuco voló sobre el nido de la niñera

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No podían entrar a verlo ahora mismo porque le estaban realizando una cura.

Durante el trayecto al hospital, Boston informó a sus amigas de que las hermanas Scarlatti partirían esa misma tarde a Aderly. Al parecer, Eva debía regresar a sus estudios de modelaje en Nueva York; y Tiara, ocuparse de su agencia de arte en Manhattan.

Cory guardó un silencio desacostumbrado ante la noticia de la marcha de las hermanas. Su tristeza y la fatiga acumulada de los últimos días se le notaban en las bolsas de los ojos. Su piel siempre había sido clara, pero se veía más pálida que nunca. Boston también parecía un chico diferente, más apagado que de costumbre, mientras permanecía con la cabeza ladeada para apoyarla en la de Eva.

Allí sentados, en la sala de espera, Charlie observaba en los rostros de sus amigos el reflejo de su propia preocupación, de su silencio, de su mirada ausente.

—Perdonen...

Se volvieron hacia la voz.

Se les acercaba una pareja, un hombre y una mujer, elegantemente vestidos, que pronto se identificaron como agentes del FBI.

Los siete salieron al recibidor del hospital para mantener una conversación más privada, y los agentes instaron entonces a los jóvenes a que les explicasen lo sucedido, tras transmitirles su intención de hablar con el sheriff de Aderly en cuanto despertase.

Las hermanas Scarlatti se identificaron como amigas de la infancia de los hermanos Osheroff, y estaban, en palabras textuales, pasmadas por lo que le ha pasado.

Por su parte, Cory y Boston corroboraron que, efectivamente, ella era la novia; y él, el hermano del sheriff de Aderly agredido. Entre los dos ofrecieron una descripción física de Vasablar e Ytutambién, los dos tipos que consideraban sospechosos porque eran las dos últimas personas con las que lo habían visto en Kansas, pero no, de ellos no podían asegurar que fuesen los autores materiales del ataque, porque no los habían visto ni golpear ni disparar a Lincoln. No, no conocían sus verdaderos nombres. No, Lincoln no tenía enemigos, todo el mundo lo quería. Tampoco conocían la razón por la que habían sido secuestrados en Kansas, porque no tenían relación con los dos sospechosos ni con la familia Buchanan, dueña de la granja en cuestión. Eh, sí, Boston y ella habían sido víctimas de un secuestro, aquellos dos tipos habían sido los autores por una razón que desconocían, y Lincoln, avisado por Charlie, los había liberado e investigaba el porqué cuando se separaron.

Eva y Tiara no salían de su asombro y escuchaban el relato aparentemente más estupefactas que los dos policías, que parecían haber escuchado de todo en su vida laboral.

Charlie tampoco aportó nada interesante a la investigación, porque, según dijo, ella sólo fue a Kansas a reunirse con sus amigos, a raíz de un mensaje que Cory le envió. Sí, habían estado los tres en la casa de los Buchanan con anterioridad al secuestro de sus amigos, pero eso fue porque ella investigaba para el tema de su segundo libro, no era nada personal. Resultaba que Betty era la hermana de una amiga de la madre de Boston, y era ésta quien había sugerido que Betty podía ayudarla con su documentación. No, no se le ocurría que nadie pudiese desear hacer daño a sus amigos, ni a Lincoln. 

A Cory y Boston tampoco se les ocurría el porqué. Y bueno, sí, habían regresado a casa de los Buchanan, pero porque pensaban que Charlie los esperaba allí. Había sido un malentendido. ¿Lincoln? Fue con Charlie a buscarlos a la granja, sólo por eso. Iba a entregar a los dos secuestradores a las autoridades de allí. Charlie, Cory y él regresaron a casa juntos. Y entonces, sucedió... que se enteraron de que Lincoln se encontraba malherido. 

¿Que por qué no habían puesto una denuncia por su secuestro, que además podía estar relacionado con el supuesto intento de asesinato del sheriff de Aderly? Iban a hacerlo, pero todo había sucedido tan rápido... Esperaban que Lincoln los guiase en el proceso. Pero la pondrían ahora, desde luego que la pondrían. Y esperaban que encontrasen a los culpables cuanto antes. Por favor. Nada seguro se  sabía sobre su culpabilidad en el ataque, pero encuéntrenlos. Ellos seguro que saben algo.

A Eva y Tiara se les notaba en la mirada que no tenían nada que ocultar. Charlie agradecía a sus amigos que respetaran su deseo de no denunciar lo suyo y guardaba con celo su propio secreto.

Uno de los agentes, muy amable, dijo que harían todo lo necesario para averiguar lo sucedido. Y luego escucharon de los tres jóvenes la promesa de que pondrían aquella denuncia en cuanto el médico saliese de aquella habitación, y de que guardarían su tarjeta con su número para informarles de cualquier mejoría en el estado de Lincoln, que se encontraba muy mal... Cory se echó a llorar, y Boston y Charlie la abrazaron con fuerza, y al abrazo se sumaron las gemelas, también entristecidas.

Por ahora, y por respeto a su dolor, los policías dejaron solo al grupo de amigos.

Las hermanas se encontraban en el baño, a punto ya para emprender su viaje de regreso a Nueva York.

Charlie, tras horas sentada leyendo una revista antigua o viendo a Cory dormitar agotada, y a Boston tratar de entretener su mente dolorida en un programa de televisión sin sonido, tomó una decisión. Lincoln no había despertado aún, pero, al menos, permanecía estable y los médicos les habían dado esperanzas en su recuperación, y ella estaba preocupada por él, pero a la vez, no podía dejar de pensar en George:

Cory le había dicho que el joven se recuperaba en la casa de sus abuelos, en Bell Manor. Que al parecer estaba bien. Que no había querido hablar con ellos.

Que no había denunciado su desaparición.

¿Por qué George no había denunciado su desaparición, si el accidente lo habían sufrido juntos?

—Debiste mencionar lo que te ha pasado, nena.

Charlie parpadeó. Cory no leía sus pensamientos, pero lo intentaba.

—No —dijo Charlie—. Ya os lo he dicho. Lo mío nada tiene que ver con lo vuestro. Ni con George. Tengo que hablar con él. Ya no tengo mi móvil, así que imagino que tendré alguna llamada perdida suya.

—Te dejo el mío —ofreció Cory, buscándolo ya en su bolso.

—No, gracias, Cory, yo... Prefiero hablar personalmente con él. 

—A nosotros no nos abrió la puerta —le recordó Boston.

—A mí sí me la abrirá —dijo Charlie, firme.

Cory y Boston sólo la miraron. Charlie sintió que su afecto por ellos le revoloteaba en el corazón. El modo como habían acudido a buscarla en cuanto la sintieron en peligro, su generosidad, su lealtad desinteresada a pesar de que la conocían desde hacía tan poco tiempo, a pesar incluso de la tragedia que sacudía sus vidas... Su amistad era un regalo inesperado y no tenía precio posible. Su prometido la había abandonado, las desgracias y la mala suerte la perseguían, pero aun así, por ellos, se sentía afortunada.

—Muchas gracias por todo lo que habéis hecho por mí —dijo, sintiendo que su voz se le desinflaba en la garganta—. Sois los mejores amigos que he tenido nunca.

Se levantaron y Charlie abrazó a Boston y luego a una emocionada Cory, que no estaba segura de querer dejarla marchar, después de lo mucho que le había costado encontrarla. Pero no tenía más remedio que respetar su decisión, así que lo que hizo fue interesarse por dónde tenía pensado hospedarse ahora que la casa de huéspedes de la señorita Fitt ya no existía.

Charlie dijo que se pagaría una habitación en el hotel, tal como hiciese cuando llegó a Aderly, pero sus amigos le hicieron prometer que pasaría por casa de Boston en cuanto llegase al pueblo, y habría de cumplir su promesa, porque Boston ya estaba marcando el número de su madre para avisarla de que Charlie salía para allí.

Las hermanas Scarlatti se ofrecieron amablemente a llevarla en su coche a Aderly, en cuanto se enteraron de su decisión.


En la salida del hospital, hubo besos, abrazos y alguna lagrimilla, y finalmente, los tres amigos se separaron.

Pero ninguno se quedaba solo. Cory tenía a Boston; Boston, a Cory... Y Charlie, a Jamie.

No se llama Jamie

Bueno. A falta de otro nombre, Charlie seguía llamándole así.

Llevo persiguiendo a Tommy desde que me dijo que tú no eres él... Debí preguntarte tu nombre directamente esta mañana, ahora que escribes en los espejos...

Mientras el Porsche cruzaba calles y buscaba la carretera en dirección a la salida de la ciudad, Charlie acariciaba la ventanilla pegada a su mejilla con el índice de su mano izquierda, y dejaba vagar su mirada en aceras nacaradas, fachadas gélidas, ateridas palomas sobre farolas negras, y escaparates huidizos junto a anoraks imposibles de recordar.

Su índice esbozaba un círculo en el cristal húmedo. Pensativamente, sin darse apenas cuenta, le dibujó también dos puntitos a modo de ojos.

No le había contestado.

La había salvado la vida. La había liberado de una experiencia traumática y espantosa. Y aun así le pedía perdón por no haber podido evitarle un minuto de sufrimiento.

Pero ella no le había dicho que, por su parte, todo estaba bien entre ellos, que lo estaba desde hacía mucho tiempo.

Las hermanas eran poco habladoras, Tiara se concentraba en el parabrisas; Eva, en su móvil.  Las tres sólo tenían en común que conocían a Boston, pero el gesto desinteresado de posponer sus planes y desviarse de su destino para llevarla a casa, a ella, que no dejaba de ser la amiga de otro, no serían olvidadas.

Charlie, cerró los ojos, relajándose, permitiéndose dormitar con una sonrisa dulce en los labios.

El miedo se alejaba en el parabrisas trasero del Porsche, abandonado como se merecía, sin explicaciones y rápidamente, allá atrás, en la capital.

Si no eres Jamie, entonces, ¿quién eres?, se preguntaba. Cory nos interrumpió. Pero ya tendremos nuestro momento... Yo te diré que te perdono. Y tú me dirás por qué ahora escribes en mis espejos.

La madre de Boston recibió a Charlie en la entrada de la humilde casa de los Osheroff, y hasta invitó a Eva y Tiara a entrar a calentarse y tomar algo caliente, pero las hermanas, aunque se lo agradecieron, rechazaron su ofrecimiento porque, según contaron, su tía las esperaba para despedirse antes de que emprendiesen viaje a Nueva York.

Charlie les agradeció el favor que le habían hecho y, ya con su bolsa de equipaje al hombro, las vio partir con sendas sonrisas en sus caras idénticas y bellas. 

Casi al mismo tiempo sintió que alguien le descargaba del peso de la bolsa que Cory le comprase en Saint Paul para poder guardarle unas cuantas prendas de vestir, entre ellas el pijama de las margaritas azules, que ya no llevaba etiqueta y cuya talla calculase Cory acertadamente a ojo.

—No quisiera serle una molestia, señora Osheroff... —empezó Charlie.

Laura Osheroff la interrumpió:

—Entremos en casa. El abuelo está en la cocina. No te lo dirá, pero te esperaba también con ganas, te lo ganaste enseguida. Pero a mí trátame de tú o te quedarás sin cena.

Charlie sonrió, agradecida. El guiño que acababa de dirigirle Laura, su voz, su manera de tomar su equipaje para llevárselo ella, su figura entera, le hicieron sentir como en su día lo hiciese la señorita Fitt, como siempre añoró sentirse: en familia.

En cuanto pudo, Charlie se pasó a ver a George Barnes, a quien no había avisado de su llegada todavía.

Cory le había prestado su teléfono mientras careciese de uno propio, Boston y yo compartiremos el suyo, pero no se sabía el teléfono de George de memoria y tampoco lo conocía nadie de su entorno, así que aquella sería una visita sorpresa que, esperaba, no acabase con la noticia de que él no se encontraba en casa.

Felizmente, Charlie no encontró un interfono inflexible, sino una verja educada que no la hizo esperar.

Le alegró ver que allí, sobre la escalinata de la entrada principal de la mansión de los Bell, y con la puerta también abierta a sus espaldas, George la esperaba ya. 

Le notó algo más delgado, quizá más pálido que la última vez y no se había afeitado en unos días, lo que le envejecía un poco, pero seguía igual de atractivo y su mirada no había perdido un ápice de esa luz que la invitaba a sonreír.

Charlie agradeció sentarse junto a la chimenea de uno de los salones, pues la caminata hasta Bell Manor desde el centro la había cansado un poco, y las manos y los pies se le habían quedado fríos.

George le ofreció tomar algo y ella aceptó un té, al que se apuntó él también. Uno de sus asistentes se dispuso a prepararlos, mientras el joven reanudaba la conversación:

—Me alegra verte y saber que estás bien. Cuando desperté, me encontré en el andén con Winter Smith que quería llamar a una ambulancia, pero le dije que no hacía falta. Me dolía un poco el cuello, pero básicamente me encontraba bien y fue tan amable que me llevó a casa en su coche. El mío pasará semanas en el taller... Oye, ¿y qué hay de ti, dónde te metiste? Te llamé desde el coche de Winter, pero no pude contactar contigo. Y después te he seguido llamando, pero siempre lo tenías apagado o fuera de cobertura.

—Perdí el móvil.

—Vaya.

—Sí... Yo apenas recuerdo el accidente. Alguien debió de pasar antes de Winter y llevarme al hospital.

—¿Has estado en el hospital?

—Sí, en el de Saint Paul.

—Oh, pero...

—No, estoy bien. Estoy bien, George. No te preocupes. Ya me ves. Sólo fue el susto. En fin, sólo quería verte y comprobar que tú también estabas bien. Tampoco yo podía llamarte, porque no recuerdo tu teléfono. Y el otro día vinieron unos amigos míos a verte, pero no les dejaron entrar...

—Me enteré, sí, pero tarde, cuando ya hacía tiempo que se habían ido, ya lo siento.

—Se lo explicaré, no te preocupes.

—Gracias... Escucha, Charlie, yo... creo que a ti también te debo una explicación, aunque luego me suponga más problemas... Me temo que tuve una crisis. Soy epiléptico.

—¿Epiléptico? —se sorprendió Charlie.

—No es especialmente grave —se apresuró a decir George—. La medicación logra que sólo tenga ausencias.

—Pero, George, entonces tú no deberías...

—Lo sé. No debería conducir. Lo cierto es que no tengo carnet. El coche es un regalo de mi padre cuando cumplí dieciséis, poco antes de que tuviese mi primera crisis. Mi madre me prohibió tocarlo, y yo... yo solo quería demostrarle que no pasa nada, que ya estoy bien. El coche se había pasado en el garaje media vida y cuando volví a casa me dije, qué diablos, estoy vivo, recorro el mundo solo, apenas he tenido un par de ausencias desde los veinte. Me cuido demasiado, todos lo hacen, tanto cuidado es tontería.

—Morir no es una tontería, George.

—Lo siento muchísimo, Charlie. Deja que te compense...

—No he venido a reprocharte nada. Sí a aclarar por qué los dos nos sentimos somnolientos a la vez, pero yo no sabía que tú...

—Deja que te compense —insistió él—, salgamos a comer,  hablemos. Me siento fatal. Podría haberte matado.

—Bueno, quizá... Quizá sí te pida algo.

—Lo que quieras.

—Se trata de Lincoln.

—¿Lincoln, el sheriff?

—Sí.

—Me han dicho que está ingresado, ¿sabes algo?

—Oh, sí, está... Lincoln está estable. Estaba mejor cuando me fui.

—¿Le has visto? ¿Qué le ha pasado?

—Le dispararon.

—Dios mío. ¿Se sabe quién ha sido?

—No, todavía. No hay testigos y él sigue en coma. Quería pedirte algo al respecto, George. En fin, tu tío tiene acceso a recursos a los que otros no podemos llegar... Y yo... yo estoy muy preocupada por Lincoln... Le dispararon y ahora está allí solo, bueno Cory y Boston están allí con él, pero de vez en cuando tienen que descansar y ellos no son, no están preparados para defenderse contra ese tipo de gente, ya sabes. Allí fue un par de policías preguntando por él, pero después de lo que ha pasado, no sé, tengo este presentimiento...

—Te refieres a conseguirle seguridad privada.

—Sí, bueno, en fin, llámame paranoica, pero ¿cómo saber si aquellos tipos eran policías de verdad? Por allí anduvo también un tío raro, uno que decía que me conocía, que yo le había llamado, un rollo así, y mis amigos le creyeron, pero era mentira, George. Yo no conozco a ese tipo de nada.

—¿Quién es?

—No lo sé. Dijo que se llamaba Selig. Pero yo no conozco a ningún Selig, en mi vida he conocido a nadie llamado así.

—¿Selig? No es un nombre común, no... ¿No se llamaría Timothy, por casualidad?

—Tim Selig, pues sí... ¿cómo lo sabes?

—¿Era alto, moreno y tenía los ojos claros?

—Eso me han dicho... Y que dijo que era periodista del Global Post.

—¿Periodista del Global? Timothy Selig, seguro.

—¿Le conoces?

—¿Si le conozco? ¡Es amigo de mi tío Alex! Lo último que sé es que se fue a vivir a España. ¿Cuándo ha llegado?

—No lo sé.

—Vaya. ¿Qué te parece? A mi tío le va a encantar volver a oír de él. Coincidieron en un seminario en Europa. ¡La de cosas que les pasaron! ¡Anda que no nos hemos echado unas buenas risas en casa con sus anécdotas! ¿Y estaba solo? ¿No estaba con él su mujer Rosa?

—No lo sé, no creo, no me hablaron de nadie más.

—¿Y porqué andaba en el hospital de Saint Paul? ¿No estará enfermo o lo estará Rosa?

—No lo sé.

—¿Y sigue allí, en Saint Paul?

—No tengo idea.

—Vaya, vaya... Nanny Prue seguro que sabe algo. Rosa es una de sus hermanas, mudó con Timothy a España después de casarse. —Se le iluminó la mirada al volver a mirar a Charlie—. Quizá... Quizá no hay tal misterio después de todo, Charlie. Si Timothy y Rosa han regresado, es muy posible que se hayan puesto en contacto con Nanny Prue. ¡Incluso que se estén alojando con ella, aquí, en Aderly!

—Pero, George, ¿por qué diría que me conocía?

—No lo sé... Algún motivo tendrá, eso seguro. Investiga cosas. Pero no te preocupes, que es buena gente. Si quieres, le pido a mi tío su teléfono y le preguntamos. Ah, aquí llega el té.

A la mañana siguiente, Cory, tras oír la razón de la llamada de Charlie, dijo:

—¿Por qué no lo mandas a freír gárgaras y te olvidas?  Será el mejor amigo de los Bell, pero no lo es nuestro. Por lo que nosotras sabemos, ese Selig es un mentiroso porque dijo que te conocía y no es verdad. Si su mujer es de Aderly, le contaría que buscabas a Bethany y se aprovechó de lo que sabía para entrar en tu vida... ¿Y por qué querría hacer eso un completo desconocido?

—Pero todo eso no lo sabemos con seguridad, Cory. Son conjeturas, nada más. Yo quiero saber la verdad. 

—Ya, pero...

—George dice que sí que es periodista del Global Post, que es cierto que se dedica a investigar y a escribir, y habla de él como alguien confiable. Me dijiste que estuvo en Aderly y en Saint Paul, y que insistió en el caso de Bethany Bell. Tiene toda la pinta de que es un sabueso tras una pista importante. Escucha, la madre de George sabía que yo preguntaba por esa niña, y Selig tiene relación con esa familia. ¿No será que se enteró de lo mío por Barbra Barnes, y ahora piensa que yo podría ayudarle en su investigación?

—Pero yo le dije que piensas que no existe una Bethany Bell.

—Sí, pero no se lo dije yo. Un buen periodista es como un buen detective: tiene que corroborar la información, ¿y qué mejor modo que acudir directamente a la fuente?

—Tú no eres investigadora.

—¿Cómo que no? Para escribir tengo que investigar también. Si no, ¿para qué vine a Aderly, para qué fui a Kansas?

—Pero dijo que te conocía, que le habías llamado...

 —Quizá lo que quiso decir es que el caso lo llamaba, no que yo lo llamé. El hecho de estar yo tras la misma historia que él, ¿entiendes? Y puede que me conozca por Barbra Barnes, aunque seguramente esa señora habrá echado pestes sobre mí, pero bueno.

—Mira, ahora ya no sé qué pensar.

—Quiero que me mire a la cara y me diga lo mismo que te dijo a ti. Tengo que aclarar esto. Algo me dice que tengo que hacerlo, están pasando demasiadas cosas raras. Oye, te cuelgo ya, Cory, acabo de llegar a la casa de la niñera.

—Llámame luego para contarme todo. ¡Y ten cuidado!

—Vale, mamá...

Charlie colgó y se guardó el móvil de su amiga en el bolso. 

Observó la verja de entrada que daba acceso a la propiedad de la antigua niñera de la familia Bell, donde, según George había una gran probabilidad de que Tim Selig se estuviese hospedando.

Suspiró hondo.

Había llegado la hora de terminar aquella maldita historia. 

Allí estaba sucediendo algo fuera de lo común, ella estaba en medio, y lo iba a descubrir o no se llamaba Charlie Angel.

Avanzó con decisión.


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