52.- La confesión

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Charlie apoyó la espalda y la nuca en la pared y cerró los ojos. Aún no se encontraba con fuerzas para levantarse. El mundo se balanceaba ahí fuera. Alguien, seguramente un paciente cabreado, le estaba golpeando la cabeza con un mazo.

Había sido una semana difícil.

Recordó a Polina, la muchacha que trataba desde hacía un año por su bulimia. Dasha, su madre, acababa de llamar muy alterada, porque había tenido que ingresar a Polina tras una autolesión que se había practicado al regresar de su última sesión con Charlie.

Por poco su llamada no coincide con Alissa, la esposa de Nicholas. Alissa había interrumpido la sesión de ayer para acusarla de que Nicholas hubiese vuelto a gastarse todo el dinero del alquiler en el juego. Llevaba dos años y medio tratándolo, ¿hasta cuándo pensaba ella que iban a sobrevivir así? Carlos, el paciente interrumpido, se había marchado antes del fin de la sesión. Ninguno de los dos deseaba una nueva cita.

Sintió náuseas y volvió a vomitar en el lavabo.

Joder. Jamie, ¿por qué?

Se limpió la boca con la toalla.

¿Cuándo fue la última vez que alguien nuevo, supuestamente necesitado, le pedía una?

—No valgo para nada —se lamentó, mirándose en el espejo.

De repente, oyó un ruido fuerte más allá de la puerta. Algo se había caído.

Charlie se llevó las manos a sus ojos enrojecidos de párpados hinchados. Gruñó.

—Todo se viene abajo —dijo—. Nada va a ir bien. Jamás nada irá bien.

Sonó un bip inconfundible: La impresora se acababa de encender. Alguien curioseaba en el despacho.

Su despacho. El borrador de la última novela de Twin y Ratón se encontraba oculto en la estantería sobre la impresora... 

Airada, abrió la puerta y salió del baño tambaleante... Joel iba a aprender a respetar sus cosas... Seguía sola en casa. ¿Ahora imagino cosas?, pensó. Estoy perdiendo la cabeza.

Aquel borrador no iba de vampiros, recordó Charlie hoy, en su habitación prestada en la casa de los Osheroff, mientras observaba una camiseta negra de algodón que estaba a punto de guardar en la maleta que Laura le había regalado. Se quedó en blanco, mientras leía la palabra «poderosa» impresa en desenfadadas letras de purpurina ámbar a la altura del pecho.

Oyó el crujido del parqué a su espalda. Era Cory.

—No recordaba que me la hubieseis comprado —le dijo Charlie, mostrándole la camiseta negra con una media sonrisa. Volvió a observarla de frente, bien estirada frente a la ventana—. Estaba pensando que se parece a una que me regaló mi madre, pero en aquélla ponía «verano»... Mi madre... Vaya, hacía tiempo que no pensaba en ella.

—Lo de Bethany te ha afectado algo, ¿no? —dijo Cory, y se sentó en la cama junto a la maleta abierta.

Charlie se sentó al lado de su amiga, con la camiseta enredada en sus manos.

—Hace mucho que no la veo —dijo luego de un rato, con mirada pensativa y voz suave—. Pero está ahí. Todavía puedo verla. A Bethany sólo le queda su recuerdo. Y no muchos, porque no sé cuánto tiempo estarían juntas allá abajo después de que... Es horrible pensar que sólo tenía cinco años cuando les hicieron eso.

—Ve a verla. A tu madre. Ve a verla.

Charlie sonrió con tristeza y confesó:

—Lo haría si ella me quisiera ver a mí, Cory. A sus ojos siempre seré una perdedora: No llegué a ser cardióloga, como ella; ni juez, como mi padre; ni periodista, como Shine. Fui psicóloga, y eso, no sé por qué, no es suficiente para ella.

—Pero me dijiste que tú nunca quisiste ser psicóloga.

—En aquella época pensaba que sí. Tardé un curso en darme cuenta de que yo no quería hacer ninguna carrera. Que yo lo que quise siempre fue escribir.

—Pero no abandonaste los estudios.

—Porque siempre termino lo que empiezo.

—Charlie, creo que no te conoces bien y que te juzgas mal. A veces dudas demasiado, y otras no te para nadie.

Charlie suspiró, pensativa.

—La cosa es que... —dijo luego de un rato—. Lo que quería decir antes es que Bethany adoraba a su madre, y su madre a ella también, pero la vida las separó a la fuerza. No hay nada que Bethany pueda hacer ya para recuperarla. Y yo tengo a mi madre ahí, a un paso, pero ella jamás entenderá cuánto significaría para mí que ella creyera en mí, que me respetara y me dejara ser yo sin sentir que la he defraudado tanto.

—¿Y tu padre qué dice? Algo tendrá que decir, ¿no?

—Mi padre. Mi padre nunca dice cosas buenas, excepto en su trabajo. A veces.

—Vaya, no sabía...

—No, no, da igual. Me preocupa más lo mío con Joel.

—Lógico. Tienes que poner el punto sobre esa í, nena.

Charlie asintió, mientras observaba la camiseta hecha un burujo entre sus manos.

—Jamie era tan diferente a Joel. Tratar con Jamie era muy fácil. No se enfadaba por cualquier cosa, al contrario, si le reprochabas algo que podía dar pie a una discusión, primero se reía y luego todo se podía solucionar con tranquilidad. 

—Ah, qué majo.

—Sí... Tenía una risa preciosa, muy dulce. Era un encanto. ¿Te he contado cómo le conocí?

—Me dijiste que era un vecino vuestro.

—Fue en un bar, cerca del gimnasio. Iba a sentarme en una mesa con un café cuando me llamó la atención alguien que estaba leyendo un libro de Walt Whitman, que no sé si te lo he dicho, pero es mi autor preferido. El caso es que me paré para leer el título como una boba y alguien me empujó al pasar, con tal mala suerte que se me cayó el café sobre ese libro. Si le pasa a Joel no quiero ni pensar la que arma; se irrita fácil y es muy celoso de sus cosas, así que imagina... Pero Jamie... Él empezó a usar toneladas de servilletas para secar las hojas, mientras yo me deshacía en disculpas, y él: no pasa nada, no pasa nada..., pero yo estaba toda nerviosa y trataba de ayudarle con las servilletas. Total, que le tiré encima su jarra de cerveza sin querer. Jamie saltó de la silla y yo corrí a robar el servilletero al de la mesa de al lado, un tío desagradable que agarró el servilletero y no me dejó usarlo para ayudar a Jamie. Me enfadé mucho y le llamé tacaño y no sé qué más. Al final, gasté un paquete de pañuelos de papel que llevaba en el bolso y me senté con Jamie, que me miró con cara de sorpresa, el pobre. Pero antes de que pudiese disculparme con él, pasó un señor y pisó el charco de cerveza y el café, y mientras se alejaba manchando todo el suelo hasta su mesa, apareció el camarero con una fregona, un tipo superserio. Aproveché para pedirle disculpas, pero ni me miró, y allí fue, persiguiendo al otro para limpiar medio local, hasta que alcanzó al señor y me señaló mientras le decía algo. Me miraron los dos con una cara... Me sentí muy tonta y sospeché que tendría que esperar bastante para pedir otro café. Deseé que se me tragase la tierra, te lo juro. Pero entonces vi que Jamie me sonreía. «Tú sí que sabes hacer amigos», me dijo, sacudió el libro, empapado como estaba, y volvió a reírse. Al final me hizo gracia también. No nos conocíamos de nada, pero nos dio un ataque de risa a los dos y todo el mundo nos miraba como si nos hubiésemos vuelto locos de repente.

—Parece que era un buen tío —dijo Cory, con una sonrisa.

—Sí que lo era... —convino Charlie, sonriente—. Le invité a una cerveza en otro sitio, para compensarle. Y le dije que le compraría otro ejemplar de Whitman. Me dijo que prefería una guitarra, porque era músico. Añadió que lo decía en broma, lo de la guitarra, pero que él era músico de verdad y me invitó al club donde tocaba esa noche para demostrármelo.

—¿Fuiste?

—No se lo aseguré, pero al final sí fui. Joel viajaba mucho por trabajo por entonces. Y esa vez estábamos enfadados, así que ni siquiera me había dicho cuándo pensaba volver, y yo estaba... El trabajo no me iba bien, necesitaba distraerme... Joel no siempre fue así. Al principio era un sol, lo hablábamos todo, me decía que me quería y hasta me escribía poemas porque sabía que a mí me gusta mucho la poesía. No era Whitman, pero hacía lo que podía... Convivir es difícil.

—Eso dicen. Aunque a veces funciona...

—Supe que Jamie sería un fantástico compañero de piso en cuanto me dijo que no tenía dónde quedarse porque le habían robado todo lo que tenía. 

—Entonces no era un vecino...

—Creo que ese detalle fue lo único falso que puse en el libro. En ese momento pensé que si contaba lo del bar Joel no lo entendería. No sé. Hice tantas cosas equivocadas, que no sé si eso hubiese cambiado algo.

—Aún no he leído tu libro, Charlie. Pero lo haré.

Charlie suspiró.

—No debí ofrecerle ningún sofá —se lamentó luego—. La casa era de Joel. Pero yo todavía pensaba que podía hacer ese tipo de cosas, ¿sabes? Porque cuando me mudé me dijo que todo lo que tenía era mío también. Conocíamos a nuestros padres y teníamos amigos comunes... Lo compartíamos todo. Yo me sentía dueña también. Él ya no era el mismo, pero yo le seguía queriendo igual. Nunca pensé que él... De verdad creí que Joel entendería por qué quería ayudar a Jamie. Era un tipo genial que estaba solo en la ciudad y nosotros podíamos ayudarle. ¿Por qué no le íbamos a ayudar?

—Laura dice que hay gente que si no ayuda se muere.

—Yo no me hubiese muerto, pero me hubiese sentido rara. No hubiese sido yo. De niña solía rescatar bichos atacados por las hormigas. Una vez rescaté a una paloma con el ala rota, y cuando volví de la escuela mi madre me dijo que ya se había curado y que se había ido volando. No le hablé durante una semana.

—Es difícil tomar decisiones cuando una no vive sola... Me pasa también.

—Sé que hice mal. Que tenía que haberlo hablado con Joel. Pero es que yo iba a ayudar a Jamie. Si le hubieses conocido, lo entenderías... Lo único malo que se puede decir de él es que le gustaba demasiado la juerga. Quizá por eso nunca tenía dinero suficiente... Se lo gastaba en cerveza. En mucha cerveza. Siempre había una ocasión que merecía una. Nos montábamos unas fiestas estupendas cuando Joel se iba a trabajar. Hasta que lo conocí, no sabía que la vida podía ser tan divertida... Ahora ya no pienso igual. Perdí muchos pacientes por aquello. Y, al final, todo lo demás.

—Mm... Mi padre decía que el alcohol sin control nunca es un buen amigo.

—Tu padre me hubiese hecho mucho bien en aquella época, Cory.

Cory se quedó pensando en eso. Entonces, oyó que Charlie añadía:

—Sólo fue una noche.

—¿El qué?

 —Joel había tenido que salir de viaje otra vez. Yo había tenido problemas con una paciente y él... Jamie siempre tenía las palabras adecuadas, y era tan fácil hablar con él y sentirse bien después... Joel fue el primero y el único, y no sabía que podía ser tan dulce y realmente bueno hasta que lo hice con Jamie.

Cory se quedó sin palabras. Ensimismada, Charlie siguió hablando:

—Después de hacerlo, mientras estábamos abrazados en la cama, Jamie me confesó que me amaba y me pidió que tomase una decisión sobre con cuál de los dos deseaba estar. Me sentí abrumada, no supe qué contestarle. Al día siguiente por la noche, cuando Joel volvió, discutimos sobre él, pero no era porque sospechase lo que había pasado, era porque Joel tenía una opinión muy distinta a la mía sobre Jamie. Y eso que se pensaba que solo era un vecino con problemas, si le llego a decir que lo había conocido en un bar... Joel insistía en que tenía que marcharse y yo me sentía tan sucia, tan despreciable, que no le defendí como debí hacerlo... Llegué a asegurar a Joel que hablaría con Jamie por la mañana para que se fuera. Yo hablé muy bajo, para que él no nos oyera. Pero creo que lo hizo.

Cory seguía sin habla.

—Yo no soportaba la idea de romper, ¿sabes? Al principio era muy tranquilo, apenas se enfadaba por nada y si lo hacía hablábamos y lo arreglábamos sin faltar al respeto al otro. Luego cambió... Yo pienso que fue el trabajo, trabajaba demasiado, tenía demasiado estrés. Pero en el fondo Joel es buena persona. No quería que se fuera de mi lado. Por eso no contesté al móvil cuando sonó. No pude. Cenábamos. Tenía el móvil sobre la mesa. Sonaba y sonaba... Sabía que era Jamie. Joel me miraba... Y yo lo elegí a él.

Cory no sabía qué decir. Charlie sí:

—Los traicioné a los dos, Cory. Lo único que yo sabía hacer bien era pagar las facturas de Jamie y cuidar de Joel, que era quien pagaba las mías. Porque yo no soy buena terapeuta, Cory, creo que siempre supe que jamás lograría a ayudar a nadie. Claro que podía intentar ayudar, como a aquella paloma. Pero, al final, no podía hacer nada por nadie y todo el mundo se iba.

—Pero ayudaste a Bethany. La salvaste.

—Ya. Y tú también.

Se tumbaron de lado, una enfrente de la otra. Charlie dijo:

—Mis padres adoran a Joel, ¿sabes? Por primera vez pensé que había encontrado el modo de encajar en la familia gracias a él. Estaba orgullosa de eso. Joel no es perfecto, lo sé. Pero no se merecía que yo lo traicionase así. 

—¿Y no sospecha nada?

—No. No lo sé. Cuando vinimos a Aderly, Joel y yo llevábamos un tiempo en que nos llevábamos bastante bien, como al principio... ¿Crees que por eso me abandonó aquí, porque lo descubrió?

—Yo lo que sé es que no pareces muy feliz con él. ¿Qué vas a a hacer?

Charlie se puso boca arriba, apoyó las manos sobre su regazo y dijo:

—Hice muchas cosas mal después de lo de Jamie... A él sí le eché mucho de menos cuando se fue. Y no creo que vaya a conocer a otro hombre como él. ¿Sabes? Tenía un modo muy especial de ver las cosas, un modo que me hacía mucho bien. Decía que ante la duda, mejor es irse a dormir sin hacer nada y empezar de cero por la mañana... —Giró la cabeza para mirar a Cory le preguntó.— Oye, aclárame una cosa: ¿le hablaste a la agente Holden de Jamie?

—Eh... No... Sí. Se me escapó. Pero es que ella comentó que le parecía raro que estuvieses en todas partes donde se habían cometido esas cosas, como si tú tuvieses algo que ver, y yo le dije que eso era porque eras una tía capaz de cualquier cosa si te diese la gana. Yo me refería a volar hasta la luna y a tumbar a los malos en aparcamientos solitarios, pero ella no sé qué entendió y empezó a preguntarme sobre eso. No paraba la tía, así que al final le dije que tú no habías hecho nada malo, que un tío te había dado información sobre Bethany y tú solo querías investigar. No podía decir que era DeathAngel, se hubiese pensado que había otro muerto por ahí. Así que le dije que el tipo se llamaba Jamie y que no sabía qué cara tenía porque nunca se dejaba ver. No sé de dónde se sacó que era amigo tuyo.

—Ah. Hiciste bien. ¿Pero tú crees que soy capaz de volar?

—Claro. Yo sigo pensando que tienes poderes.

—Ah. Haces bien. ¿Sigue abajo?

—¿George?

—Joel.

—No lo sé. Bueno, sí lo sé, pero no sé si de verdad quieres saberlo.

—No quiero volver con él. Se lo diré por la mañana, si sigue en Aderly.

—Baja y dile que se vaya ahora.

—Pero ha vuelto.

—Que no se hubiera ido.

—Él fue el único que estuvo allí cuando mis padres me negaron ayuda con el alquiler... Es inteligente, trabajador, divertido...

—Tú también.

—¿Por qué ha vuelto?

—Te abandonó. Te trató mal. Eso no es amor.

—Yo le traicioné con otro, eso es peor... ¿Se ha ido? Lo dejé ahí tirado.

—¿Joel?

—George.

—Creo que George está mosca con Joel, y que es recíproco... Llevan horas juntos, pero sin hablarse. Y me temo que no vas a tener tiempo de irte a dormir y esperar a mañana para decidir qué hacer: Laura les ha invitado a cenar.

¿Qué?

—¡Ella no sabe qué pasa contigo y tus hombres!

—¡Cuando dijiste "abajo" pensé que era en la calle!

—Están en el comedor con Selma y los Bostons.

—Quédate.

—Yo tengo que ir a casa con Link... Pero te invito a cenar.

Charlie la miró con gran afecto.

—Te voy a echar muchísimo de menos, amiga —confesó, con la mirada empañada.

—No tanto como yo a ti.

Tocaron sus frentes.

—Dímelo otra vez —dijo Charlie, cerrando los ojos con una sonrisa—. Lo del otro día.

—¿El qué? Ah sí. Chocolatina.

Se rieron, cómplices en la oscuridad de una tarde que aún iluminaba el mundo más allá de la ventana de aquella habitación. Una habitación sencilla, sin pretensiones, tan parecida a aquella otra que compartiesen allá en Nebraska..., solo que esta vez sí se conocían lo suficiente.


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