Capítulo 32: Encuentro en el elevador (Maratón 2/3)

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Narra Angélica.

Tardé apenas unos días para recordar la rutina que tenía en casa de mamá antes de marcharme. Habíamos pasado días realmente buenos y productivos.
Las mañanas con mamá eran mi parte favorita del día, poder charlar sobre tonterías o simplemente tenerla cerca me hacían sentir plena.

Aquella en especial había planeado reunirnos con sus amigas y aunque eso no me emocionaba del todo no me negué.

Por desgracia el sonido de un teléfono no sólo interrumpió mis pensamientos, sino también mis planes.

—¿Angélica? Muchacha, me enteré que regresaste hace unos días. Contármelo todo —saludó alegremente del otro lado del teléfono mientras yo guardé silencio tratando de reconocer la voz—. ¿Me recuerdas?

No. Luché por recordar alguna persona con ese timbre de voz. Pensé en todos mis tíos lejanos, incluso en mis profesores aunque ninguno tenía mi número. El único en la lista era el primo de mamá, pero él no me decía Angélica, me decía Clara aunque no me llamara así.

—¿Eso es un no? —rió ante mi silencio. Y yo preferí no responder de inmediato a darle la razón—. Señor Martínez, empresas Paper...

—¿Empresas Paper? —solté sorprendida. Sorprendida de que alguien se acordara de mí después de tantos años. Era un bonito gesto, de esos que con el paso del tiempo empezaba a valorar más.

—¿Te acuerdas de nosotros? —preguntó animado.

¿Cómo no hacerlo?  Ese lugar se había llevado parte de mi vida. Había crecido profesionalmente de manera descomunal y eso se debía en parte a la oportunidad que me habían dado una oportunidad.

—Claro. Nunca los olvidaría —confesé con sinceridad.

Le pregunté por su familia, por el trabajo y sus avances. Fue una charla formal, pero divertida. El señor Martínez era un buen tipo, cuando era mi jefe era más estricto, ahora que no teníamos relación laboral descubrí que era una gran persona.

—Deberías visitarnos —propuso después de un rato.

—¿Visitarlos? —La idea me parecía buena, pero algo dentro de mí me advertía que tendría problemas.

—Claro, claro. ¿No es una gran idea?

—Sí... —contesté dudosa para no verme grosera.

Él pareció feliz con la idea. Quedamos de reunirnos aquella tarde, después de eso pasaría a recoger a mamá y volvería a casa. Parecía un buen plan. ¿Por qué últimamente pensaba tanto las cosas?

sabes la razón, Angélica.

Sí, la sabía, pero no le hice caso a mi cabeza. Tenía la mala costumbre de no poder decir no a las personas que eran amables conmigo. No podía fallar a aquella invitación.

Recuerdo que cuando bajé del taxi y me dirigí a la entrada un montón de recuerdos inundó mi cabeza. La mayoría eran buenos, algunos no tantos, pero ya estaban en el pasado. Empresa Paper me recordaba que todos aquí habíamos cambiado. Ya no tenía esas ventanas opacas de haces años y al entrar a la recepción descubrí que habían remplazado las antiguas máquinas por nuevas. Ya no era el mismo lugar, ni yo tampoco.

—¿Nombre? —preguntó amablemente la chica de la recepción para poder llenar los datos del gafete de visitante.

—Angélica Acosta —expliqué con los ojos clavados en el gafete porque me emocionaban esas cosas.

—¿Tiene cita con el señor Martínez? —preguntó al entregármelo.

Asentí torpemente y esperé a que lo verificaran. No tardaron mucho en hacerme pasar, tomé las escaleras y estuve en el segundo piso casi al instante.

Mi pequeño escritorio ahora lo ocupaba otra persona, sentí nostalgia al pasar a su lado, pero no me atreví a tocarlo porque pensarían que estaba loca. Y lo estaba, pero ya me había acostumbrado.

Caminé observando todos los cambios con detalle. Todo era más bonito.

—¡Angélica! Pensé que me dejarías plantado —escuché al señor Martínez al verme. Había cambiado mucho, ahora su cabello estaba más cano y se veía mucho más feliz.

—Jamás, señor —dije con una sonrisa.

—¿Qué tal el lugar? —preguntó mientras me hacia pasar a su oficina.

—Todo está maravilloso. No parece... Bueno, no se parece mucho a Empresas Paper. Pero eso está muy bien. Me alegra que creciera tanto.

—Evolucionó, Angélica —corrigió él sin perder la sonrisa—. Todos debemos hacerlo. ¿No sería genial volver a trabajar aquí?

¿Qué?
Lo miré confundida, pero él parecía muy seguro de lo que estaba diciendo. Descubrí la razón de su invitación.

—Ya pusimos aire acondicionado —presumió—. ¿Viste las nuevas computadoras? Dejamos el internet explore atrás. No hay nada de que quejarnos. ¿Sería maravilloso volver, no?

—Sí, claro que sí —sonreí contagiada por su entusiasmo.

—Angélica, esto está creciendo... Necesito personas de mi confianza para lo que se viene. En unos años este edificio tendrá más sucursales, verás Empresas Paper en muchos estados... Cuando era mas pequeño mi padre decía que los sueños más locos pueden hacerse realidad y tenía razón. Trabajé para lo que está por venir, pero no puedo hacerlo. Necesito personal, pero no cualquier personal, más bien personas en las que pueda confiar —Se sinceró con la mirada perdida—. Cuando Roberto me dijo que volverías...

—¿Él se lo dijo? —pregunté extrañada.

—Sí, también me motivó a llamarte para ofrecerte el cargo. Serías gerente de una nueva sucursal —explicó motivado—. Es una buena idea, además cumples bien con las requisitos. Eres responsable, inteligente y sumamente trabajadora. Realizaste un buen trabajo aquí, te mereces un nuevo ascenso.

Guardé silencio tratando de analizar la situación. La idea me gustaba, estaba sorprendida por la oportunidad y quería tener nuevo retos, pero no sabía si podría. Me aterraba decepcionar a alguien, no quería volver hacerlo.

—No tienes que decidirlo ahora —comprendió  el señor Martínez rompiendo el silencio—. Sé que es una decisión importante, puedes tomarte el tiempo que necesites.

Asentí agradecida. Tengo que pensarlo. Tengo que pensarlo. ¿Tengo que hacerlo?

—Angélica, un consejo... Confía en ti —dijo él cuando me acompañó al elevador.

—Yo...

—Pero hazlo de verdad, por ti —pidió y no sé por qué quise llorar al escuchar su consejo. Últimamente lloraba por todo.

—Lo prometo —aseguré agradecida.

No merecía que se preocupen por mí, pero lo valoraba mucho.

Vi el elevador y pensé que era mejor buscar las escaleras. Los elevadores me ponían nerviosa, sobre todo si voy sola. Para mi buena suerte otra mujer entró antes que yo así que decidí ahorrarme el trayecto acompañándola.

Las puertas se cerraron tras de mí y me coloqué a su lado. Ella tenía la mirada clavada en el número y yo fingí buscar algo en mi bolsa para ocupar mi mente.

—¿Angélica?

—¿Disculpe? —pregunté confundida. Traté de reconocer su rostro, pero nada—. ¿Nos conocemos?

—No... ¿Eres Angélica, la Angélica que habla con Lisa? —Se veía asombrada, pero yo ya estaba más tranquila. Si era amiga de Lisa debía ser una buena persona.

—Sí, un gusto. —Le di la mano más animada.

—Cuando Lisa me contó que tenía una amiga en España pensé que de trataba de una niña de diez años —soltó al verme.

—Oh, no. Ya pasé hace mucho por esa época —bromeé tratando de establecer conversación, pero ella no estaba muy feliz. Se veía tensa—. ¿Usted ... Usted es?

—Fabiana.

Wow. Traté de no mirarla mucho para que no se sintiera incómoda, pero seguí sorprendida. La imaginaba diferente.

—¿Viniste a visitar a Roberto? —preguntó sin tapujos.

—No, no, claro que no —aclaré deprisa—. No lo he visto desde la cena —aseguré para que se relajara, pero eso no pasó.

—¿Cenaron juntos?

—No, no. Sólo acompañó a Lisa, él no... Había mucha gente, es decir, no tanta, pero si había un buen grupo. No fue mucho tiempo, yo estuve con Lisa toda la fiesta... Él estaba con los otros... —comencé a explicar torpemente, pero sentía que sólo empeoro la situación.

—¿Fiesta?

Maldición.
Tenía la sospecha que si abrí la boca arruinaría más todo.

—Oh, la fiesta. Ya la recuerdo —dijo ella con una sonrisa. Me alegró saber que lo hiciera. Quería preguntarle porqué no asistió, pero temía cometer otra imprudencia.

—Lisa, me habla de ti — expliqué para que entendiera que sabía quién era, pero ella no pareció escucharme. Apenas se abrieron las puertas se encaminó afuera.

—Me encantaría poder seguir charlando contigo, pero tengo un asuntito importante que atender —sonrió segura—. Nos estamos viendo.

—Suerte —dije antes de verla marchar.

Fabiana era una mujer muy bonita y parecía inteligente, ¿debía preocuparme por lo que acaba de suceder?

Sí, claro que sí.

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