Capítulo 35: Silencio

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Creé un plan perfecto para que Angélica volviera a sonreír un poco. La llamé y le propuse que saliéramos a pasear juntas. Nunca habíamos salido las dos, así que me emocionaba mucho que aceptara.

Al principio no se veía muy motivada, pero le propuse ir a buscar los ingredientes para las galletas que le prometí y aceptó. Sé que lo hizo solamente para no decirme que no, pero salir de casa le haría bien.

Quedamos que pasaría por mí a la escuela y después me llevaría al supermercado y a casa.

Todo el día pensé en eso. Papá me dio permiso, así que no había nada que temer.
Cecilia se marchó apenas el timbre sonó y yo me quedé esperando en las escaleras principales del colegio. Sentí que los minutos se convertían en horas, horas que parecían no tener principio y fin.

Empecé a contar los vehículos que pasaban para entretener mi mente, me quedé en el veinte porque entonces un taxi se detuvo en la puerta y pude ver a Angélica bajar del vehículo.

Traía un bonito vestido negro y el cabello recogido, se veía algo tensa, pensé que estaría nerviosa porque no conocía mi escuela, pero era más que eso. Me propuse preguntarle, en estos años Angélica me había regalado la confianza suficiente para preguntarle todas mis dudas.

Ni siquiera había llegado a mi lado cuando escuché detrás de mí un estruendo que me hizo dar un salto.
Eduardo y sus amigos habían lanzado a Daniel de la escalera y no bastaron con eso sino que además le estaban propinando una paliza.

Creo que por primera vez en mi vida sentí lo que debía ser el peligro. Esa sensación que te exige actuar, estaba segura que perdería por cantidad y por fuerza, pero tenía que intentarlo. No pensé mucho, estuve a punto de lanzarme a ellos y exigirles que lo dejaran en paz, pero Angélica me tomó del hombro y me detuvo.

No hizo falta más que un grito de ella para que salieran corriendo como los cobardes que eran. No me detuve a mirar cuánto se habían alejado, escuché sus voces y sus pasos veloces perdiéndose, pero yo me concentré en lo que estaba cerca de mí.

Daniel estaba tirado en el suelo, adolorido y confundido. No supe que decirle... ¿Qué se supone que se dice en estos momentos? Lo siento, quizás eso era lo más adecuado.

—¿Tienen enfermería? —preguntó Angélica mientras lo ayudaba a sentarse y abanicaba con sus manos para darle un poco de aire.

—Algo así... —La verdad es que teníamos un intento de enfermería, aunque realmente sólo era el cuarto donde aplicaban las inyecciones y recetaban el paracetamol.

Angélica lo ayudó a ponerse de pie y a pasos lentos acudimos a Doña Regina para que lo atendiera. Le ayudó a curar sus heridas y a que mejorara. Me alegró escuchar que los golpes habían sido leves y se recuperaría enseguida.

Por otro lado Angélica se encaminó a la dirección para poner su queja. Yo me quedé afuera para que ella hablara con la directora.

Sentí culpa.
¿Por qué había permitido que esto pasara?
¿Por qué me había quedado callada?
¿Por qué me había olvidado de esto?
¿Por qué uno tiene que llegar a los límites para reaccionar?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?

No pasó mucho para que me llamaran. Suspiré y caminé como si mis pies pesaran, supongo que a eso se le llama remordimiento.

No acostumbraba a ver mucho a la directora así que tenerla tan cerca encendía en mi cabeza una alarma. Algo estaba mal. Claro que algo estaba mal.

Me senté en el asiento que estaba justo frente a su escritorio y esperé a que comenzara el interrogatorio. Angélica se mantuvo de pie justo de tras de mí y pareció preocupada.

—Lisa, cariño, aquí la señora Acosta me informó del incidente que acaba de pasar. Es lamentable. ¿Tú estuviste presente? —asentí mientras jugaba con mis manos—. ¿Puedes contarme lo que pasó?

Tomé una bocanada de aire como si mi conversación fuera para largo, pero la verdad es que las palabras luchaban por mantenerse al margen.

—Eduardo y los demás chicos del salón golpearon a Daniel en la entrada del colegio —expliqué esperando que eso fuera suficiente, pero no.

—¿Ya había pasado antes?

La pregunta de muerte.
¿Cómo respondía a eso? ¿Cómo permití que la respuesta fuera un sí?
Traté de encontrar una justificación para mi error, pero no había otro que la indiferencia. Me dejé envolver tanto por mis problemas que olvidé que debía ayudar a Daniel. Después de leer tantos libros y ver tantas películas dónde las protagonistas eran valientes, caritativas y revolucionarias, supongo que muchas veces quise ser como ellos, pero yo no era nada de eso. Sólo era una chica de quince años que no podía resolver algo tan sencillo como el acoso hacia un compañero. ¿Era fácil? Sí y no. Era más simple que vencer a los villanos que solía leer, pero los malos de la vida real también tenían su peso.

Quise encontrar una razón para mi silencio. Quizás era la misma que me llevó a jamás contarle a papá lo que los demás me hacían. Me acostumbré a los insultos, a las burlas, a las heridas. Quizás me hice más fuerte y mi indiferencia creció, o... Quizás tuve miedo. Yo era igual de cobarde que Eduardo, esa era la única verdad.

—Lisa... —me llamó de nuevo al notar mi silencio.
De nuevo pensé que con él sería suficiente para responder, pero me equivoqué.

—Sí, ya lo habían hecho —reconocí avergonzada.

—¿Por qué no me informaste?

Por tonta. Esa era la respuesta correcta, pero de nuevo preferí guardar silencio. Siempre era más seguro hacerlo, y también la mayoría de las veces era la peor elección.

Sentí la mano de Angélica resposar sobre mi hombro y eso en lugar de animarme me hizo sentir vergüenza. Debió estar decepcionada de mí, de saber que permití eso, igual papá lo estaría.

—Llamé a la madre de tu compañero, está en camino. También necesito me brindes los demás nombres para poder localizarlos —dijo de pronto.

¿Tenía que estar aquí para ver todo eso?

Hice lo que me pidió y justo cuando terminé de mencionar a todos escuché la puerta abrirse detrás de mí. Me giré de inmediato y me encontré con una mujer que jamás había visto.

—Directora, vine tan pronto como me fue posible. ¿Qué sucede? ¿Algo anda mal con Eduardito? —preguntó nerviosa apenas pone un pie dentro.

¿Eduardito?
¿Esto es en serio?

—Sí, van muchas cosas mal, señora —reconoció la directora y sin muchos rodeos le contó lo que pasó. Todo lo que sabía.

Esperé la reacción de decepción de la mujer, pero fue todo lo contrario.

—No lo creo. Es imposible lo que me cuenta. Eduardito es incapaz de semejante acto —aseguró entre molesta y abochornada.

—Es algo difícil de creer, pero es verdad. Hay testigos.

—Entonces sus testigos mienten. Conozco a mi hijo, él jamás lastimaría a nadie —dijo exageradamente confiada.

Esperé fuera una broma.

—Lisa, puedes contarme lo que viste...

¿Este era mi castigo? Meterme en semejante aprieto con mamá leona.

—¿Ella es su testigo? Me mandó llamar porque una chiquilla asegura algo.

—Ella no miente —interrumpió Angélica, y esto me advirtió que los ánimos se encenderían—. Yo también lo vi.

—¿Y usted es? —preguntó mirándola extrañada.

—Nadie importante, pero lo suficientemente mayor para saber que es verdad.

—Sino es importante a nadie le importa su opinión —respondió restándole importancia.

—¿Qué?

Y ahí estábamos la directora y yo en medio. Esto debería ser el primer round.

—Señora que no sea la madre de un alumno no me obliga a permanecer callada. Su hijo agredió a un niño, y no es la primera vez. Debería ponerse a pensar qué hacer y no perder el tiempo conmigo —respondió ella con menos paciencia.

—Mi hijo no hizo nada. ¡Es un ángel! Directora, no permitiré le levanten falsos —advirtió molesta.

—Señoras, les pido calma —intercedió ella cuidadosamente—. Nadie será declarado culpable siendo inocente.

¿Eso qué significaba?
La directora llamó a la enfermería y después de un rato Daniel cruzó la puerta. La madre de Eduardo se horrorizó al verlo, quizás la verdad la incomodaba...

—¿Quiere culpar a mi niño de esto? Es una ofensa y un atrevimiento. Acepto que quizás es un poco inquieto, pero lastimar a alguien nunca...

La directora ignoró aquello. Hizo que Daniel se sentara en la silla que estaba desocupada a mi lado y lo miró con dulzura.

—Cariño, necesito que confíes en mí —pidió—. ¿Qué sucedió?

Daniel no habló, no mientras estuvimos nosotros. Nos sacaron de la dirección para esperar una conclusión. Pasó un largo rato. Yo me mantuve en silencio junto a Angélica, rogué en silencio que no me preguntara nada, y no lo hizo.

Después de un rato se dio el resultado, Eduardo y los demás estarían suspendidos, además tendrían que realizar servicio social y corrían el riesgo de cambiarlos del colegio. También recibirían atención psicológica, si sus padres lo aprobaban, Daniel igual lo haría.

Angélica le propuso llevarlo a casa, su madre nunca llegó por su trabajo, y él aceptó seguramente temiendo Eduardo y su pandilla lo esperaran a fuera.

Tomamos un taxi afuera que nos llevaría no muy lejos de ahí.

—Gracias —susurró él a mi lado cuando estábamos en camino.

—Debí decirle antes a la profesora —lamenté sinceramente.

—¿Cómo crees que nos vaya mañana? —preguntó preocupado.

Y lo peor es que no lo sabía.
Recé porque las cosas se arreglaran, porque aquello fuera suficiente para que se hiciera conciencia, pero siempre estaba el otro lado. ¿Qué tal si las cosas se ponían peor? De igual manera no me atreví a desanimarlo.

—Las cosas irán bien —dije sonriendo—. Ya verás que todo mejorara.

Él se encogió de hombros y se perdió en el cristal de la ventana.

—¿Está tu madre en casa? —preguntó Angélica cuando llegamos.

—No. Llega hasta en la noche —respondió él abriendo la puerta—. Le diré apenas llegue.

No sé si Angélica creyó del todo eso, pero le dio el beneficio de la duda.

—Descansa. Todo va a estar bien —le aseguró con una sonrisa antes de despedirnos de él.

Él asintió un montón de veces y luego se adentró sin mirar atrás.

—Será mejor que te lleve a casa, compraremos las cosas después. ¿Te gusta la idea?

—Sí... —acepté porque ya era bastante tarde—. Angélica, de verdad lo siento...

—¿Qué sientes? —preguntó curiosa mientras subíamos de nuevo al vehículo.

—Todo. Lamento que esto pasara, lamento haberme callado, lamento...

—Lisa, no fue tu culpa, pero acepto que no estuvo bien que llegáramos a esto para que se detuviera. Aunque no me creas te entiendo, yo... sé que el miedo es un mal consejero —dijo mientras intentaba sonreír—. Es un aprendizaje, si algo te causa dolor... No dejes que vuelva a pasar.

No dejaría que lo hiciera.
Ya no quería más silencios o secretos que lastimaran o dañaran a otros. Y eso me llevó a alguien en partícula: Cecilia.
¿Cuánto tenía que aguantar? ¿Hablaría cuando las cosas se salieran de control?
¿Qué era mejor, romper una promesa o permitir más esto? ¿Serviría de algo?

—¿Qué pasa si rompes una promesa? —cuestioné algo insegura—. Supongamos que... Es una suposición... ¿Qué tal si esa promesa lástima a otra persona?

Angélica pareció pensarlo un rato, un largo rato.

—Las personas a veces hacemos promesas que nos dañan, quizás es bueno liberarnos de algunas de ellas —confesó, pero no lo entendí.

—Me odiará —solté confundida.

—Probablemente, pero tú te odiarás sino haces lo correcto. Es complicado, Lisa, pero piensa que hay veces que las personas no sabemos que necesitamos ayuda.

—¿Tú necesitas ayuda?

—Todos en algún momento lo hacemos —respondió algo distraída—. Lisa, no tienes que contarme lo que pasa, pero quizás tu padre pueda ayudarte, no es bueno quedarse con cosas que nos lastiman. ¿Él es bueno dando consejos?

—No sé —reconocí al bajar—. Casi nunca se los pido.

—Sería una buena prueba de inicio —rio acompañándome por el edificio.

Me tomaría mi tiempo para pensar qué hacer, además primero debía preguntarle a Cecilia qué opinaba. No quería perder su amistad, pero tampoco permitiría la siguieran golpeando. Su madre descargaba con más frecuencia su frustración en ella... Sólo faltaban tres años para la mayoría de edad, pero qué tal si algo peor pasaba antes...

—Llegamos —anunció ella al llegar a la puerta.

—Gracias por acompañarme —dije tratando de verme más tranquila, sino lo hacía Matilda me cuestionaría mucho sobre lo de hoy, y no quería hablarlo, aunque sabía que tenía que hacerlo.

—Tranquila, Lisa. Las cosas se solucionan siempre que trabajes para que eso pase —me animó y abrazó—. Te quiero.

La vi sonreír al marcharse.
Ojalá hubiera valorado más esa sonrisa, si hubiera sabido lo que se venía seguramente lo hubiera hecho.

Gracias por leer, votar y comentar :D Hoy subiré dos capítulos. En un rato estará publicado el otro.

























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