Capítulo 34: El vaso se llenó

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Papá odia los funerales, los odia tanto como odia la muerte. Supongo que está molesta con ella porque le arrebató a mamá y a sus padres. Aún no puede perdonarle eso.

A mí tampoco me gustan, pero me tocó convencerlo de ir. No dijo mucho, estaba como pensativo. ¿Qué pensaría? Quizás todo esto lo llevaba a otro lugar, a otro momento. Incluso llegué a pensar que camino allá revivió el camino que recorrió hace unos años tras la muerte de mi mamá.

Mi mamá.

Llegamos cuando estaba amaneciendo. El sol no parecía tener intensiones de asomarse, al menos no mientras la lluvia se dejara caer sobre nosotros. El lugar por si sólo daba un ambiente de tristeza, así que tuve que armarme de coraje para no inundarme de ella porque sabía que si papá lo notaba se derrumbaría.

Había mucha gente, demasiadas en realidad. Caminaban de un lado a otro conversando entre sí o en silencio total, pero para mi sorpresa nadie lloraba. Imaginé que todos estarían tristes, pero se veían bastante tranquilos.

Alfonso, el esposo de Angélica nos saludó al llegar y sin decir mucho se perdió entre la multitud. Lo ví a lo lejos charlando con todos y me di cuenta que la mayoría ni siquiera parecía interesarles el momento.

Me molesté por su indiferencia, ¿cómo podían estar así de tranquilos? No esperaba les doliera, pero al menos que no pareciera estuvieran en una reunión de amigos.

Caminé con papá a mi lado entre todos hasta que nos topamos con Esmeralda, fue la primera persona que vi más afectada, ella nos habló de cómo pasó todo. Un infarto. Nada se pudo hacer cuando llegaron al médico.

Observé a unas mujeres llorando a un costado, supuse que eran amigas de ella porque se veían conmovidas.

Y por último estaba Angélica, de pie justo al ataúd llorando como jamás pensé verla. Me sentía rara, rara porque siempre tuve en mente una imagen de ella con una sonrisa, alegre y vivaz. En ese momento se veía devastada y lo peor era que nadie podía hacer nada para cambiarlo.

Me vio desde donde estaba y me abrazó enseguida. Me gustaría que un abrazo la hiciera sentir mejor, pero sé que no fue así. Ella me sonrió y trató de verse tranquila, pero no pudo aparentar mucho tiempo.

—Lo siento mucho... —dije dudosamente porque nunca había sido buena compañía en momento así. No sabía qué decir y qué hacer.

—Gracias por venir, de verdad gracias —confesó con sinceridad y tuve la sensación que a pesar de la multitud se sentía sola.

Matilda le dio el pésame y la abrazó, ella se lo agradeció y suspiró para mantenerse fuerte.

Y luego estaba papá.
Él no decía nada, pero yo sé que con eso decía todo. Era fácil darse cuenta lo que quería decirle con ese silencio. Él también perdió a su familia, también se quedó sólo por mucho tiempo y jamás pudo recuperarse del todo. Y sé que ella lo comprendió porque comenzó a llorar cuando lo vio y asintió. No se atrevió a abrazarla como nosotros, sólo tomó su mano entre la suya y la sostuvo con fuerza. No con la fuerza que lástima, sino con la que recuerda que está ahí.

Y es fácil deducir que ella valoró aquel gesto. Quizás... Quizás no éramos de mucha ayuda, pero estábamos ahí de corazón.

Lo que siguió fueron momentos dolorosos, Angélica no pudo dejar a su madre partir fácilmente, se aferraba a ella sin cordura. Su esposo la tomó de los hombros y la alejó para que pudieran enterrar el cuerpo. Papá evitó ver ese momento, le dolía, sentí que lo hacía.

Verlo así me hizo preguntarme si él también se aferró al cuerpo de mamá, si lloró y maldijo en voz alta, si quiso abandonar su valor. Tengo la imagen de él tan clara, que imaginarlo así me hace preguntar... ¿De qué manera el dolor nos transforma?

Terminamos marchandonos después de un rato, la lluvia siguió cayendo y creí que me he resfriado porque me empezó a doler la cabeza.
Caminamos al coche que estacionamos afuera y nos topamos con una horrible sorpresa.

Fabiana estaba afuera del cementerio, recargándose en el vehículo de papá.

Al vernos se acercó a nosotros con una sonrisa. Llevaba un sombrero raro y un bonito vestido negro.

—¿Fabiana? —Papá estaba tan desconcertado como yo al verla ahí.

—¿Por qué me miran así? Vine a darle el pésame a la dulce Angélica, pero no me atreví, se ve tan destrozada —dijo restándole importancia.

Verla ahí sólo me hace recordar que debía decirle a papá sobre lo de ayer. No se me olvidaría, no lo dejaría a la desidia, esto se sabría hoy.

Papá propuso llevarnos a todos a casa, ella pareció encantada de la idea y yo no protesté porque concluía que sería mejor decírselo cuando estuviera presente.

En el coche el silencio se volvió incómodo. Recargué mi cabeza en el hombro de Matilda que estaba a mi lado y dejé que me abrazara con la mano que tenía libre.

—Es una pena lo de hoy —susurró Matilda con pesar.

—Sí, pobrecita —contestó sarcásticamente Fabiana que estaba en el asiento de copiloto.

En el lugar donde estaba no podía ver sus expresiones, pero si notar su voz, y estaba molesta.

Nos giramos a verla, pero nadie se atrevió a decirle nada... O eso creí.

—Estamos hablando de una muerte, sea seria por favor —pidió Matilda molesta.

—¿Una muerte muy oportuna, no? —preguntó retándola. Yo tuve que hacer un esfuerzo para creer lo que estaba oyendo.

—¿Qué?

Papá se detuvo en el semáforo que se mantenía en rojo y pudo notar el asombro en su expresión.

—¿Qué? Sólo dije la verdad —contestó con simpleza—. ¿Te molesta escucharla?

Estuvo a punto de replicar, pero el sonido de un claxon le recordó que seguía frente al volante.

—No sé qué quieras decir —respondió concentrándose de nuevo en el camino—, pero cualquier problema lo arreglaremos en casa.

—Que conveniente —soltó fastidiada—, pero si fuera Angélica las cosas serían diferente.

—Fabiana fuimos a un funeral, no al cine —respondió él.

—Sí, sí, claro. Su madre tuvo que morir justo cuando llegara a México, que coincidencia —bufó enojada—. Y tú tienes que ir a consolarla, a fingir que eres su príncipe azúl.

—Que insensible eres —soltó papá ya más cansado.

—¿Insensible? ¿Prefieres que me ponga a llorar como ella todo el maldito tiempo?

Wow... Esto se va a poner bueno.

Hablemos llegando a casa, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? Te duele que...

—Porque esto es ridículo, ridículo en todos los sentidos —la interrumpió sin darle tiempo de hablar.

—Aquí el único ridículo eres tú —explotó—. Tú y tu estúpido amorío con Angélica.

Y eso fue la gota que llenó el vaso. Ya no era Fabiana la chica de las sonrisas, ya estaba cansada de serlo cuando no le nacía.

—¿Mi amorío con Angélica?

—¡Ya sé que tienen algo!

Oh, me sentí culpable de eso. Bueno... Esto era casi me culpa, quizás no debí decirle eso a Fabiana o al menos no de manera tan brusca.

—No tenemos nada —contestó mientras estacionaba el automóvil.

—¡Claro que nunca tendrían algo! —soltó estrellando la puerta delantera con fuerza.

Él no contestó, hizo un esfuerzo por no hacerlo.
¿Por qué no lo hizo?
En cambio le pidió a Matilda me llevara a casa y aseguró que luego nos alcanzaría.

—¿Por qué quieres que se vayan? ¡Contesta! —exigió ella cada vez más irritada—. ¿Te da miedo que se decepcionen de ti?

—No es eso, evito la pena que vean esta actitud tan absurda.

—¿Ahora me ofendes? Es tu último recurso en esta pelea.

Vi a papá contar hasta diez.
Diez.

—Yo no estoy en una pelea.

Matilda me tomó de la mano y me encaminó a casa, pero yo quería saber en que terminaría.

—¡Tú nunca entras en una porque sabes bien que perderías!

Nueve.

—Por eso jamás tendrías algo serio con ella. ¿Has visto a su marido? —gritó desesperada—. Es rico, tiene más dinero del que podrás reunir en toda tu patética vida.

Se me revolvió el estómago al escucharla gritar a toda voz en el estacionamiento.

Ocho.

Jamás dejaría a su marido por un mediocre como tú.

Yo estaba perdiendo la paciencia.

—Fabiana, mañana te avergonzarás de este momento. Deberías irte a tu casa y tomar una taza de té para relajarte —pidió papá manteniendo el temple.

Pero eso la molestó más. No había peor de tranquilizar a alguien que siendo indiferente a lo que le dice. Si yo fuera él ya le hubiera dicho un par de cosas...

—¿Por qué todo el mundo cree que estoy loca?

Apuesto que no quería oír la respuesta.

Siete.

Sé a dónde quieres llegar, y no caeré. Vuelve a casa —insistió papá.

—Lisa, vámonos ya... —Matilda seguía jalando de mi brazo para que avanzara en las escalera. De pie en los escalones aún se podía escuchar y ver todo.

Seis.
Cinco.
Cuatro.
Tres.
Dos.

—¡Eres un imbécil! No sé cómo demonios me fijé en ti. Podría andar con cualquier hombre que sí valga la pena, y en cambio estoy aquí con un idiota.

Uno.

—¿Y qué te detiene? Quizás si sí necesitas a alguien mejor. Por mí no te preocupes, no te obligaré a estar con un tipo como yo y no seré tan tonto para quedarme con una mujer que piensa como tú —terminó papá ya más cansado.

—Lo más fácil es terminar conmigo... Sabes, tú no me vas a terminar a mí, yo te mandé al demonio primero —interrumpió tratando de mantener la cabeza alta.

—Está bien, está bien. Tú lo hiciste, ahora déjame en paz. Hoy no fue un buen día.

—Oh, sí. El recuerdo de tu difunta esposa te pone de malas...

—¿Disculpa?

Oh, oh. Fabiana tocó el botón incorrecto.

¿Te afecta? Ya supéralo. Después de todo si estuviera viva seguramente ya se hubiera buscado a alguien mejor. —Se encogió de hombros y yo supe lo que eso significaba.

Aquel movimiento era un recordatorio. No pensé que Fabiana se desquitaría con papá por lo que le hice ayer, aunque se veía venir.

Él no contestó. No hizo más que volver a casa. Tuve que correr con Matilda a toda velocidad para que pensara que ya llevábamos tiempo en casa. Yo me tiré en el sofá y fingí estar en internet cuando ni siquiera estaba conectado el módem.

Papá cruzó la puerta con la tranquilidad que siempre mostraba y habló como si nada hubiera pasado.

Yo me cuestioné si debía decirle lo de ayer o no...

—Lamento que vieras eso —dijo cuando estuvimos sólos.

—He visto cosa peores —bromeé—. En los libros que leo las peleas se ponen más intensas, ya sabes, la mayoría de las veces el otro responde también.

Aún estaba algo desconcertada porque no se defendió. ¿Por qué?  Quizás yo era demasiado agresiva, quizás papá usaba más el cerebro o quizás pensaba que era cierto lo que ella decía. No me atreví a preguntárselo por temor a ofenderlo.

¿Y después de Fabiana que venía? Volveríamos a nuestra vida de siempre, nos quedaríamos en ella... Eso pensé yo, pero desperté del sueño demasiado pronto. Y lo peor es que la realidad no fue más agradable.

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