Capítulo 41: Quemón de cumpleaños (Parte 1)

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Fiesta. Fiesta. Fiesta.
Wow.

Bien, no era una fiesta, era una pequeña reunión, pero eso no le quitaba lo emocionante. Aún conservaba el amor por las celebraciones que tenía de niña.

Miré el reloj. Los invitados no tardarían en llegar. No eran muchos, apenas dos compañeras que me agradaban mucho, Cecilia, Rodrigo y Angélica.

Rodrigo prometió asistir, aunque no aseguró el día por su trabajo. Admiraba el amor que le tenía. Le dedicó su vida entera. Supongo que era feliz, nunca dijo lo contrario. Yo esperaba encontrar algo que amara tanto como para olvidar que era una obligación.

Angélica me había mandado una bonita felicitación de cumpleaños por correo. Ya no sólo mandábamos cartas, también nos escribíamos más seguido.

Papá igual le escribía. No era que se comentara demasiado, pero yo lo sabía. Una tarde me prestó su computadora. Debo reconocer que no evité leer parte del correo que estaba abierto. Me disculpé después. Vamos, ya sabe como soy debía esperar que eso pasara. No se molestó, sin embargo no volví hacerlo.

Hablaban de su día. Él le mandaba un mensaje saludándola y por la noche ella le contaba todo lo que había hecho. Era gracioso leer las líneas de papá y los testamentos de Angélica. Ella acostumbraba irse por las ramas, pero eso parecía agradarle a papá.

Para otros esto no tendría mucho valor, para mí era un gran cambio. A veces sólo necesitas a alguien que te escuche o lea de verdad.

Esperé que ese día su visita trajera buenas sorpresas.

Cecilia llegó temprano, traía consigo una bolsa con todo para quedarse en casa a dormir. Habíamos acordado hacer una pijamada para desvelarnos.

—¿Tú madre te dio permiso?

Su mamá se alejaba mucho de ser un ángel, tampoco era repartidora de permisos.

—Algo así. Le dije... Pero no me escuchó. No pasará nada, regresaré mañana temprano. Cuando vuelva del trabajo me verá ahí y será como si nada hubiera pasado —me explicó despreocupada.

Confíe en eso. Demasiado.

Una hora más tarde llegaron las otras chicas. Las había conocido en la preparatoria y nos llevábamos muy bien. Pensé que esta sería una buena ocasión para dejar de ser compañeras y ser amigas.

Después del pastel iríamos a una plaza comercial que quedaba a unas calles del edificio. Incluso papá compró pizza.

Todo pintaba maravilloso.
Entonces el timbre echó todo al vacío. Ese sonido sería la desgracia de todo.

Fui abrir esperando encontrar a Angélica, pero no era ella. No. Detrás de la puerta estaban unas quince personas, todas con una gran sonrisa y haciendo mucho escándalo.

—¡Lisa, se te olvidó invitarnos! Suerte que los chismes corren rápido y no nos quedamos fuera.

Yo sonreí nerviosa. No estaba en mis planes que la mitad del salón asistiera, pero no me atreví a no dejarlos pasar porque eran buenos conmigo. Todos me dieron un abrazo fugaz al entrar y se encaminaron brincando a la sala.

Tenía que avisarle a papá para que pidiera más comida.

¿Qué clase de festejo no tiene música? —se quejó uno mientras sacaba su celular y buscaba algo para ambientar.

No contesté porque el sonido de una cumbia me sobresaltó. Esto se pondría loco.

Traeré algo que comer —mentí mientras buscaba a papá en la cocina.

Y me lo topé saliendo de ella.

—¿Están viendo un documental de Celso Piña? —preguntó divertido.

¿Quién era Celso Piña?
Dio igual, le expliqué lo que pasó, pero él me pidió que no me preocupara.

—Así son las fiestas, Lisa. Invitas a tres y llegan veinte. Tú disfruta —me sonrió para que me relajara—. Puede que hagas buenos amigos.

Y le hice caso.
Me dejé envolver por el momento y me divertí. Eran buenas personas, algo ruidosas, pero agradables. No hicimos muchas cosas. Enseñaron a bailar a Cecilia, pusieron música rara y reímos de tonterías.

Angélica llegó después de un rato. Me abrazó al llegar, me entregó un obsequio y se dirigió a la cocina con Matilda y papá para no incomodar.

Confiaba que todo se acabara temprano y pudiera convivir con ellos.

Volví a escuchar el timbre anunciar la llegada de alguien. Rodrigo había cumplido su promesa. Pero no era él. No.
De hecho lo que estaba del otro lado era todo menos bueno.

—¿Cinthia?

—Fue algo muy grosero que después de todos estos años no me tuvieras en cuenta para la celebración —se burló.

¿Cómo se enteró?

Para mi desgracia no venía sola.

—¿Piensas dejarnos aquí para siempre? —se quejó Eduardo mientras me hacia a un lado.

Tardé unos segundos en analizar lo que estaba pasando. Otra persona hubiera dejado el hecho pasar, fingiría y evitaría problemas, pero yo no prensaba hacerlo. Yo les diría que se marcharan. No los quería en casa.

Cerré la puerta de golpe y los seguí. Ya estaba saludando a los otros y riendo por algún chiste. Observé la sonrisita triunfal de Cinthia al ver mi cara de desconcierto.

—Adiós —le dije cuando se sentó.

—¿Disculpa?  —preguntó fingiendo indignación.

—¡Adiós! —repetí casi gritando, pero aquella sonó como un susurro contra la música que venía de abajo.

—Tus vecinos se están divirtiendo —se burlaron otros.

Y tenían razón.
El sonido de la música casi me hizo estallar los oídos. No sabía quién era fan de Paulina Rubio en los departamentos, pero debía gustarle mucho para que quisiera que lo escuchara toda la ciudad.

—¡No somos amigas, y no quiero ser grosera... Bueno, quiero que te vayas ya! —grité para que pudiera escucharme.

—¿Qué?

Rayos.

Lo repetiría hasta que lo entendiera. Tomé un suspiro y solté las palabras de nuevo, pero nadie me puso atención. Ni siquiera yo. El sonido de los golpes contra la puerta era tan fuerte y repetitivo que llamaban la atención de manera extraordinaria.

¿Ahora quién?

Corrí a recibir para silenciar y casi me caigo de espalda cuando vi lo que me esperaba del otro lado.

Fabiana.

—Lisa de mis amores. ¿Cómo estás? —Me abrazó fuerte y soltó un risa espontánea cuando estrujó mis cachetes.

¿Qué le decía?
No era lo mismo echar a Cinthia que lidiar con Fabiana.

—¿Está tuu padree en casa? —La manera en que arrastraba las palabras me estaba asustando.

—Algo así... En realidad estamos ocupados —mentí para cerrar la puerta, pero ella la empujó con fuerza.

—No seas mentirosaa —replicó divertida—. ¡ROBERTOO, YAA LLEGUEÉ!

Me llevé un buen susto al verla tropezar con su propio pie. Tuve que apoyarse en mí para recuperar el equilibrio.

—El pisoo anda de travieeso —bromeó.

Jamás la había visto tan feliz y no necesitaba ser demasiado lista para saber que el alcohol ayudaba mucho. En otro momento esto me hubiera parecido gracioso, pero ahora sólo quería que se acabara. La mirada de todos sobre nosotros me ponía nerviosa.

El fuegooo de tuu amorrr me queema —cantó torpemente mientras se sostenía de la pared.

Con que la fanática de Paulina era ella.

—¿Fabiana?

La mirada de asombro al verla debió ser digna de una fotografía, pero eso no era necesario. Nadie aquí lo olvidaría.

—¡Roberto, cariño! —chilló emocionada—. No tienes idea lo que me acaba de pasar.

Esto era tan penoso.

—Fabiana, vamos afuera —le pidió casi en un susurro mientras la tomaba del brazo. Ella asintió como niña obediente con una gran sonrisa y se dispuso a salir, pero sus intento eran ridículo—. ¿Estás borracha?

—Amo esa canción —lo ignoró—. Oigoo tu vooz  que me cantaa al oído aal bailar me parecee algo tan familiar , te conozco de alguna otra vida...

Que no cante, por favor.

—Los espectáculos afuera, Fabiana —la interrumpió papá menos paciente que antes mientras abría la puerta.

—Ya entiendo, quieres un show privado. Traje mis discos. Esa canción es perfecta para el inicio —explicó como si aquello fuera lo más interesante del mundo—. O también puede que me estés corriendo... ¡Oye, te pillé!

La carcajada de Cecilia me regresó a la realidad. La fiesta. Me di la vuelta y todos estaban encantados con el espectáculo.
Vi a Cinthia buscar su celular en su bolsa. No, no, no. Ya suficiente vergüenza era vivirlo para tener que todo el mundo se enterara.

Piensa. Piensa. Piensa.

Observé la repisa que estaba al lado de la puerta. Una naranja. Eso esto era ridículo, pero necesario. Debía valerme de mi pésima puntería para salvar esto.

Creo que ninguna de las dos lo pensó, sólo la lancé ante todos. Y le di. La naranja golpeó la bolsa y a pesar de la maldición que soltó Cinthia a mi nombre no se atrevió a sacar nada.

—¡Exceelentee, tiro! —celebró Fabiana que a pesar de los intentos de papá se resistía a salir—. Tienees una hijaa impredecibleee.

Papa logró convencerla de ir afuera, pero aquello sólo cambió el escenario. Todos me empujaron para colocarse en el margen de la puerta y curiosear.

que alguien más te rompió el corazón, me rompió el corazón a ... —cantó a todo pulmón con dedicación a papá.

Él negó con la cabeza y caminó con ella al elevador. Pero el camino era demasiado largo para alguien que apenas se podía mantener de pie.

Sería la burla del colegio el lunes por la mañana.

Quería que todos se fueran, pero ya...

Sentí la mano de alguien sobre mi hombro. Angélica. Estaba tan apenada como yo. Quizás incomodidad era sólo algo de todo lo que sentía.

Fabiana siguió cantando y abrazando el brazo de papá cada vez que casi besaba el suelo.

No me importa el amor, no me importa el amor sin ti... —balbuceó mientras apuntaba a papá con su dedo. Si pensaba que se veía guapa haciendo eso estaba muy equivocada.

Angélica soltó un suspiro de cansancio y se encaminó adentro.

¿Me dejaría sola?
¡Por favor, no te vayas!
Seguí viendo el espectáculo hasta que algo nos robó la atención.

—¡No quiero alarmar a nadie, pero necesito que alguien llame a los bomberos! —exclamó preocupada cuando volvió aparecer—. ¡La cocina se está incendiando!

¿En serio?
Lo que me faltaba.

Todos corrieron asustados y yo estuve a punto de hacerlo sino fuera porque Angélica me detuvo.

—Funcionó —anunció con una sonrisa.

¿Qué?
Ver a Cecilia riendo me hizo entender que había sido una trampa para deshacernos de los espectadores. Respiré más tranquila, pero aquel momento de paz desapareció cuando Fabiana cayó al suelo.

Lo que vino después fue ver a los mayores llevando a Fabiana al sofá mientras recuperaba su juicio. Decía un sin fin de tonterías que sólo lograba abochornar a todo mundo.

—Prepárale un café, uno bien cargado —le ordenó Matilda de mal humor a papá.

Con lo mal que le caí Fabiana era la más enojada.

—Lisa, de verdad lamento mucho lo de hoy —se disculpó él cuando lo seguí a la cocina.

No le contesté porque no sabía que decir. Quería culpar a alguien de todo este desastre, pero no me sentía capaz de culparlo a él. Habíamos sido espectadores de un intento de fiesta.

—Prometo que voy a recompensarte. Te daré el mejor regalo del mundo —aseguró tratando de ganarse mi perdón, pero yo no tenía que perdonarlo porque no me había hecho nada.

Sólo necesitaba que la emoción del momento se diluyera para convertirlo en un recuerdo gracioso. Uno que me perseguiría mucho tiempo.

Angélica entró a la cocina por su bolsa. Se veía algo irritada aunque tratara de disimularlo.

—Yo no la invité —se defendió papá cuando ella le dedicó una mirada de desaprobación.

—No te estoy culpando. Es sólo que... —soltó un suspiro y se dejó caer en una de las sillas que quedaban frente a la barra de cocina—. Ese espectáculo no tiene competencia.

Ya me siento mejor.

—Oh, no, no. Lisa seguro ellos no lo recordarán —se apresuró a decir cuando vio mi rostro—. Apuesto que en una semana pasará a segundo plano o lo olvidarán por completo.

Ojalá.

Papá abrió el bote de café en la barra sin dejar de vernos a las dos. Es como si tratara de adivinar que era lo que estamos sintiendo de verdad.

—Deberían sincerarse. En serio, guardarse lo que les abruma no deja nada bueno —trata de animarnos con cuidado.

—Te aseguro que no quieres que lo hagamos —le respondió Angélica con franqueza.

Y apoyaba eso, lo mejor sería que llegara la calma. Estábamos como en una olla de presión, sólo bastaba levantar la tapa que todo explotara.

—Lo mejor será que me vaya —dijo Angélica mientras se ponía de pie.

—Esta vez no —pidió él—. Esto de terminar mal las fiestas se nos está haciendo costumbre.

—Una mala costumbre —lo corrigió dando un vistazo al sofá en el que Fabiana está descansado.

Me asomé y debo admitir que fue imposible no reír por los intentos de Matilda por hacerla entrar en razón. Si fuera por ella ya le hubiera lanzado una cubeta de agua helada.

—Por favor, Angélica, llevo años lamentándome por haberte dejado ir de una fiesta —pidió papá en voz baja aprovechando que yo estaba concentrada en otra parte—. ¿Podemos arreglar las cosas hoy? Dame una oportunidad solamente.

Ella lo miró indecisa.

¿De qué estaban hablando? ¿Una fiesta hace años?

—No sé porque voy hacer esto —bufó antes de volver a sentarse y robarle a papá la taza de café para beberla.

Y supe lo que significaba.
Se quedaría.
¿Qué sorpresas nos traería eso?

¡Hola!
Espero les gustara el capítulo ❤. Este capítulo está dividido en dos parte, pero no se preocupen este mismo fin de semana tendrán la segunda parte :D. Se viene uno de mis capítulos favoritos.

Un enorme abrazo.
































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