Capítulo 42: Quemón de cumpleaños (Parte 2)

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Aviso: El viernes publiqué la primera parte. Wattpad está fallando y no está notificando a algunas personas :) . Les agradecería muchísimo si revisaran si les llegó el anterior para que no se revelen spoiler

Angélica

Fabiana se quedó dormida después de un rato. Por un momento olvidé lo mucho que me desagradaba y sentí pena por ella. Mañana se arrepentiría de todo esto.

Observé a Lisa resoplar en el sofá cansada. No fue un buen día. Entendía lo enojada que podía sentirse.

—Creo que iremos a ver una película para acabar con esto —dijo mientras se ponía de pie y jalaba del brazo a Cecilia.

La chica no había parado de reír desde lo sucedido. Para eso están las amigas para que se rían de tus desgracias antes que nadie y con total sinceridad. Al final hasta yo lo estaba tomando de buen humor.

—Prometo que mañana pagaré lo de hoy —aseguró él mientras la abrazaba.

—Me gustan las sorpresas —sonrió tratando de mostrarse más animada—. Te quiero, Angélica.

Me despedí de ella y les deseé que se divirtieran. Una buena película a veces lo lograba.

—Un total desastre —soltó Matilda que era transparente con su hartazgo. Ella más que nadie parecía irritada por la situación.

Nadie contestó, no había nada que decir. Yo volví a rodear el sofá donde descansaba Fabiana, admirándola, tratando de analizar que la llevó a hacer eso.

—Voy a prepararnos un té para tranquilizarnos, con tanto coraje se me va a derramar la bilis —se quejó encaminándose a la cocina.

Asentí y comencé a jugar con mis manos tratando de matar el tiempo para su llegada. Escuché la voz de Roberto que me pidió amablemente que tomara asiento.

Seguí su consejo porque eso de estar de pie ya me estaba cansando. Me senté en el extremo del sofá, casi abrazando el brazo del sillón.

Roberto hizo lo mismo, pero dándome mi espacio. Ese tipo de cosas incrementaron mi confianza hacia él.

—Fabiana debe amarte mucho para llegar a esto —dije rompiendo el silencio.

No estaba segura si el amor justificaba esa clase de actos, pero no encontraba muchos argumentos para que alguien como Fabiana llegara a ese punto.

—¿Amar? Angélica, ella no me ama —expuso dedicándole una mirada desde donde estaba. No con molestia, más bien era una comprensiva—. Sólo... Se siente sola. La soledad es muy poderosa.

—¿Sola? —pregunté sin creerlo del todo.

Quizás él tenía razón, pero me era difícil imaginarla así después de verla en entrevistas y eventos sociales donde acudían cientos de personas.

—El dinero no puede comprar lo que realmente importa.

Y tenía razón. Para mi desgracia era espectadora en primera fila de aquello.

—Gracias por quedarte —mencionó con sinceridad.

¿Por qué lo hice? Lo miré tratando de encontrar respuesta, pero no había una razón lógica para hacerlo. Simplemente quise. Quizás era momento de dejar de tratar de hallar explicaciones para todo.

—Pensé que era un buen momento para dejar de huir —confesé en voz alta—. Tanto tiempo le tuve miedo al mañana que lo único que logré fue arruinar mi presente.

Hace años me había dejado llevar por el miedo a perder la estabilidad, por un recuerdo seguro y por el temor de ser sólo un momento. Necesitaba vivir el hoy.

—No te culpes —pidió—, yo fui muy cobarde... Me pesa mucho haber reunido valor tan tarde.

No es tarde.

—Si tan sólo te hubiera detenido en esa fiesta, si te hubiera explicado lo que sentía, si hubiera sido claro desde un inicio te hubiera ahorrado mucho sufrimiento —soltó frustrado.

Pero no todo era su culpa. No podía lavarme las manos como si no fuera la responsable de mis errores.

—No fue tu culpa, Roberto. Yo respondí ese correo, yo me precipité con mi compromiso, no te di tiempo de explicar y no fui sincera conmigo...

Roberto no dijo nada, me escuchó con infinita paciencia. Lo vi concentrado en cada palabra que salía de mis labios.

—Quiero dejar de vivir en el ayer y en lo que debí hacer...

—Si no te beso ahora este momento formará parte de mi lista de arrepentimientos —me interrumpió de repente y no tuve tiempo de reaccionar. Tampoco era como si necesitara hacerlo.

Y sucedió. De un momento y sin planearlo llegó a mi vida. Una parte de mí aún se cuestionaba si estaba bien lo que pasaba, la otra sólo disfrutaba lo que esperó por tanto tiempo.

Roberto rozó mis labios con ternura como si temiera ante su atrevimiento, pero no era un beso robado, era uno correspondido. Uno que gritaba muchas cosas que habían estado bajo llave en mi corazón. Y en el suyo también. No lograba explicar la felicidad de sentir que alguien te quiere y cuida con la misma fuerza que tú lo haces.

Ya no importaba si duraba un mes, un año o una semana. Si los labios de alguien eran capaces de hacerme sentir que el tiempo, poco o mucho, se detenía entonces ya había ganado.

Empecé a olvidar tiempo y espacio. Mis pensamientos se fueran al vacío cuando sus labios volvieron a atraparme.

Entonces el sonido de algo estrellándose contra el piso nos devolvió a la realidad.

Maldición.

No era Lisa para mi fortuna... Era Matilda y eso no hacía la situación menos penosa.

Traté de recuperar la compostura en un segundo.

—Lamento haber interrumpido.

La manera divertida con la que nos miraba me ponía nerviosa.

Roberto estuvo a punto de responder, pero no se lo permití.

—Ya es tarde, ¿no? —me adelanté  mirando mi muñeca, esa que no portaba reloj—. Será mejor que tome un taxi, si anochece me será imposible conseguir uno.

—Puedo llevarte a casa —propuso él, pero no estaba segura que aquello fuera una buena idea.

—Pero... Lisa, sí, no puedes dejarla sola tan tarde —argumenté muy convencida.

—Yo me quedo a cuidarla —mencionó deprisa Matilda—. Vayan, vayan.

Al final terminaron por convencerme y encaminarme a la puerta. Desde ahí logré ver a Matilda levantar los pulgares animada.

—Que vergüenza —musité ya afuera.

—Ya se le pasará —dijo divertido mientras bajábamos las escaleras.

Sí, seguro.

—Oye, Angélica, no quiero que esto quede en el aire —comentó cuando llegamos al estacionamiento—. En verdad quiero algo que dure más que una fiesta de cumpleaños.

—¿Quieres varios fiestas de cumpleaños? —bromeé de muy buen humor.

Esa sensación de tranquilidad y alegría me estaba llenando por completo.

—Todas las fiestas de cumpleaños de aquí a que muera —declaró—. Angélica, lo digo en serio, te propondría matrimonio ahora mismo si no fuera porque ya no somos unos chiquillos.

Unos chiquillos.
¿Cómo sería la historia si nos hubiéramos conocido antes? Si las cuentas no me fallan conoció a Azul cuando era muy joven. ¿Cómo cambia el amor con el paso del tiempo?

—¿Cuántos años tenías cuando conociste a Azul? —curioseé entrando al vehículo.

—Unos dieciocho.

—¿La quisiste mucho?

Él me miró de reojo, como si temiera a mi reacción. No podía competir con Azul, no quería hacerlo. Quería saber de ella, no me molestaba escuchar su nombre, ni lo que significó para él. Era importante, y seguiría siéndolo. ¿Y eso estaba mal? No. Una no sustituía a la otra.

—Sí, bastante —reconoció con sinceridad encendiendo el vehículo—, pero también te amo a ti. Es un amor diferente...

Reí por la torpeza en sus palabras. Pero habíamos más que eso...¿Me amaba? Escucharlo de sus labios con tanta seguridad significaba mucho para mí.

—Tranquilo, Roberto, no voy a molestarme. Sólo tengo interés en saber de ti, de tu familia...

—Mi familia es un tema complicado —admitió—. Hablo de lo que todos llaman familia, ya sabes, papá, mamá. Lisa es mi familia ahora, ella me enseñó ese concepto.

—Entiendo —asentí. Debía hacerlo. Todos tenemos temas que nos duelen y que nos parece mejor mantenerlos para nosotros. Aunque debo reconocer que deseaba ganarme su confianza por completo.

—Crecí en un ambiente extraño —sonrió por el recuerdo, pero no parecía una sonrisa que se originara por uno bueno—. Mamá era una buena mujer, muy dedicada a su familia y los demás... Sin embargo el matrimonio con papá la desgastaba mucho. No era feliz, y quiera o no, siempre sentí que fue mi culpa.

—¿Tu culpa?

—Algo así —explicó con la mirada en el volante—. Ella seguía con él por mí. Sé que no intentaba culparme, que hacía lo que consideraba mejor, pero siendo niño crecí con esa idea... Mi padre en cambio tenía un carácter que asustaba, le tenía mucho respeto, nunca me atreví a llevarle la contra. Y me acostumbré a ese ambiente en casa, a no hablar en la mesa, a obedecer a todos y mirar a otros llorar. Luego mi madre murió y todo fue peor...

Roberto suspiró con pesar y pareció notar que yo estaba ahí porque trató de cambiar de tema abruptamente. ¿Le avergonzaba?
—Dejemos de hablar de mí, háblame de ti.

—Creo que eres un gran padre —expresé para que lo escuchara. De verdad pensaba eso—. Pensé que habías tenido un buen ejemplo para imitar.

—Mi padre no era un monstruo —aclaró—, fue un hombre equivocado. Yo también lo soy. Tenemos errores distintos.

—¿Qué fue de él?

—Murió años después. Ya no teníamos contacto. Es un remordimiento grande. Si bien no éramos buenos amigos... Yo debí ceder y tratar de arreglar las cosas. Pero era joven, aún tenía el recuerdo de mamá muy presente. Apenas cumplí diecisiete años me fui de casa.

—Ahí apareció Azul —dije tratando de seguir la secuencia de hechos.

—Un poco después —recordó—. Ella fue luz para un ser tan muerto como yo. Me recordó que seguía vivo... Parecía un buen comienzo, pero realmente sólo fue un final. La muerte volvió a jugar con mi estabilidad. Pero no puedo quejarme de todo... Azul me dejó antes de marcharse lo único que me mantuvo con juicio.

No sabía qué decir. Cuando conocí a Roberto en aquel viejo edificio admiraba su optimismo y amabilidad con todos. En algún momento pensé que tenía una vida modelo, pero una sonrisa no es sinónimo de felicidad.

—No quiero que pienses que mi vida fue un asco. Cuando llegó Lisa las cosas mejoraron —se apresuró a aclarar—. Ella me enseñó muchas cosas. Tiene una energía contagiosa. Terminé por admirar la vida. Yo no soy un buen padre, ella es una buena hija... ¿Ahora me contarás algo de ti?

Dudé en un principio, no por él, sino por mí. Sin embargo concluí que era un buen acto de liberación.

—Mis padres se divorciaron. Me dolió mucho en su momento. Cuando papá se marchó, sentí que me quedé desprotegida. Lo amaba mucho... Sé que suena loco, pero conocí a Alfonso pensé que él cubriría el papel que papá dejó —acepté—. Creo que tenemos un mal en común. Buscamos personas para olvidar la ausencia de otras.

Roberto no debatió eso último. Quise preguntarle si sus citas constantes de los miércoles eran una manera de encontrar a Azul en otra persona, pero tampoco era tan madura para escucharlo hablar de eso. Reí al imaginar mi reacción al hacerlo.

—¿Qué es tan gracioso? —me preguntó divertido.

—Nada, nada —respondí restándole importancia mientras me retiraba el cinturón de seguridad—. ¿Dónde conocías a tantas mujeres guapas?

Él fingió no escuchar y se encargó de estacionar bien el automóvil.

—Supuse que esa sería tu respuesta —sonreí.

Observé el edificio cuando bajé del vehículo. Eran tantas cosas en tan poco tiempo que aún no lograba procesarlo por completo.

—¿Pasa algo? —cuestionó preocupado a mi lado mirando a la construcción, tratando de hallar algo malo en ella.

—Nada —negué enseguida—. Es sólo que extrañaba sentirme feliz y quiero apreciar cada segundo.

Él me miró con ternura y se atrevió a besarme de nuevo. No era un sueño, era realidad. Mi corazón golpeando mi pecho me lo recordó.

—Lisa te está esperando —le recordé con una sonrisa—. No olvides que debes planear algo sorprendente para contentarla.

—Con lo malo que soy para las sorpresas, pero me desvelaré pensando en algo.

Asentí para animarlo. Me propuso visitarlos mañana y acepté.

Lo despedí con una enorme sonrisa en el rostro.

Era una dicha infantil quizás, pero dicha al fin. Podía ser feliz sola, estaba consciente de eso, pero Roberto lograba hacerme sentir amada de verdad y aquella sensación me recordaba que hacerlo en compañía también era un buen camino.

Las cosas estaban bien después de mucho tiempo.

¿Cuánto duraría eso?

¡Hola!
Espero les gustara el capítulo ❤. Quedan cinco capítulos para terminar así que no se pierdan ninguno porque se vienen muchas sorpresas.
Gracias de corazón por leerla :').
Los quiero mucho.














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