Capítulo 7: Llantos en la oficina.

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México, 4 diciembre 2013
Querida novia de papá:
¿Qué me gusta? Muchísimas cosas.
Amo los dulces, las películas animadas, la música que nos hace bailar, me gustan los zapatos de colores, las bufandas gruesas en invierno. Nunca puede faltar en esta lista el chocolate que hace Matilda, las sonrisas de papá, las visitas de Rodrigo, las pláticas con Cecilia y los chistes. Me gustan los paseos largos con Oreo, los domingos de películas y las vacaciones de verano.

¿Qué me molesta?  Me molestan las verduras solas, los zapatos escolares, los suéteres apretados. Odio con mi vida los festivales, las personas que gritan, los cacahuetes, a las chicas del salón que se sientan al fondo, los deportes y a la mamá de Cecilia. Quizás la palabra odiar es muy fuerte, queda mejor no me gusta. , no me gusta nada de lo que dije.

¿A ti qué te gusta? que las películas infantiles...¿Tienes otros pasatiempos ?

Espero leer tu carta pronto. Me agradas mucho.

Lisa.

—Si sigues sonriendo así cada vez que terminas una carta terminarás asustándome —bromeó Esmeralda mientras se estacionaba frente al laboratorio—.Creo que cuando aprenda a escribir mi hijo lo obligaré a escribirme cartas y a enviarlas por debajo de la mesa, sólo para saber como se siente.

Reí ante su comentario. Esmeralda siempre estaba de buen humor.

—¿Cómo estás segura que será niño? —pregunté mientras entrábamos al lugar.

—Intuición —dijo con una sonrisa—. ¿Por algo seré su madre, no?

Esmeralda se concentró en la recepcionista y yo en el lugar que me traía bonitas sensaciones. Me imaginé a mi misma en la situación de ella y sonreí. La idea de formar una familia me ilusionaba, aunque era consiente de que para eso aún quedaba mucho tiempo.

—Aquí están los resultados, señora.

La mujer le entregó un sobre a Esmeralda, y juro que jamás la había visto tan feliz, algo raro tomando en cuenta que ella siempre lo estaba.

Pero aquella sonrisa despareció apenas leyó el contenido.

🔹🔸🔹🔸

Llevábamos media hora en la oficina en la misma situación. Los pañuelos se habían terminado y mis pocos consejos también.

Esmeralda no había dejado de llorar desesperadamente desde que llegó. Nunca la vi tan destrozada, me sentí terrible.

—Tranquila, Esmeralda —pedí mientras le ofrecía un té que acababa de preparar—. Ya habrá más opciones.

—Tú sabes que no es así  —lloró con más fuerza—. Esta era nuestra oportunidad. Hice todo lo que la doctora nos pidió... Alejandro va a odiarme.

¿Qué? No conocía mucho a su esposo, lo había visto en un par de festejos de la empresa y apenas habíamos intercambiado palabras, pero me eran suficiente para saber que el hombre no dejaría a Esmeralda por una cosa así.

—Él estaba tan ilusionado. Era nuestro sueño. Yo...

—Esmeralda, él no va a reclamarte nada —corté mientras me ponía a su altura—. Eres su esposa, te eligió por más razones que tener hijos. Te ama. Van a salir juntos de esto, piensa positivo. Además él no va a culparte por algo que no hiciste mal...

Esmeralda no dijo nada durante un rato. Sólo bebió su té con infinita paciencia y trató de controlar su llanto.

—Lamento ser tan dramática —se disculpó mientras sollozaba—, es que estaba tan ilusionada. Tú sabes lo difícil que está siendo todo esto.

Sí que lo sabía. Desde que conocí a Esmeralda su mayor anhelo era ser madre, ya llevaban años de casados desde que llegué a la empresa, así que cualquier mínima posibilidad la abrazaba con todo su ser. Sé que para otros la reacción de la noticia era una tontería, pero todo aquel que la conocía sabía que se alejaba mucho de serlo.

Era su sueño. Cada persona tiene uno distinto, a veces ridículos para otros, pero cuando nacen de ti luchas porque se logren... Cuando se alejan de tus manos sientes que una parte de ti se aleja con ellos.

Esmeralda no era de las personas que lloraba en silencio, que se bebía el dolor, ella lo sacaba. Lo exponía a la luz. Y eso lograba calmarla después. El dolor en soledad pesa, pesa mucho.

—Aún hay esperanza no te desanimes...

Pero no pude concluir mi frase porque el ruido del elevador me interrumpió.

Rogué que no fuera el señor Martínez.

—Buenos tardes —escuché al hombre saludar a lo lejos.

Maldición.

No sé si Esmeralda no lo notó porque su comportamiento siguió en el mismo estado. Le hice una señal para que se tranquilizara, pero no pude emitir palabras antes que el señor Martínez se fijara en nosotras.

—¿Qué sucede aquí?

Suspiré profundo y me di la vuelta para verlo. No venía solo, eso me puso peor. El hombre sólo nos miró a Esmeralda y a mí buscando una explicación. Odiaba los espectáculos en la oficina, y había que aceptar que este era un gran espectáculo, tomando en cuenta que Esmeralda no dejaba de llorar teniéndolo enfrente.

—Señor Martínez, ¿qué tal su comida? —pregunté nerviosa. Sabía que eso no distraería su atención, pero lo intenté, lo intenté sabiendo que no serviría de nada—. Esmeralda se siente un poco indispuesta...

—¿Ya fue al médico? —preguntó, pero aquel comentario sólo la hizo llorar peor.

—Acabamos de venir de ahí —contesté con un suspiro—. Quizás debería darle el día libre, mañana podría venir y cumplir como siempre, es que no está del todo bien, seguro para mañana ya está como nueva...

—¿Me está diciendo qué debo hacer? —preguntó el hombre, no supe como tomarme eso, pero estaba segura que si contestaba una tontería, cosa que hacía frecuentemente, me iría mal.

—No, no, claro que no — me apresuré a aclararle. Me pasé un mechón por detrás de la oreja de los nervios—. Es sólo... Fue un consejo.

El señor Martínez me miró como buscando alguna manera de llamarme la atención, pero antes que pudiera hablar el hombre que lo acompañaba lo interrumpió.

—Si me permite opinar, tenerla así en la oficina es muy penoso —comentó sin ponerse nervioso por lo que su jefe podría decir. Todos eramos muy consientes que el señor Martínez odiaba las sugerencias, siempre que no las pidiera—. Además, si yo viviera en los edificios contiguos nos demandaría, el llanto se escucha hasta la avenida.

El señor Martínez pensó como debatir eso, pero como no encontró razón alguna asintió ante la petición.

Suspiré aliviada cuando se dirigió a la oficina con Roberto a su lado.

—Esmeralda, descansa un rato, ¿sí? —sonrió apenada—. Ve a casa y relájate nada malo va a pasar...

—Señorita Angélica, la quiero en mi oficina en cinco minutos —ordenó el señor Martínez antes de cerrar la puerta.

Maldición.

Maldición.

Maldición.

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