Capítulo 6: Tu padre te ama

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México, 3 diciembre 2013

¡Hola Lisa!
Claro que seremos amigas. Aunque querida novia de papá suena algo raro, ¿no crees?

No pienso que tu padre sea un mal hombre, si lo fuera no tendría una hija como . Aclaro que con esto no quiero decir que los padres sean responsables de la personalidad o actos de los hijos, es sólo que cualquier persona pueden ver que naciste rodeada de amor. Tu padre te adora. Lo supe desde que lo escuché en aquella junta de mejoras de la empresa.

El señor Martínez me pidió que le llevara unos documentos antes que empezara la reunión. Tu padre estaba ahí, parecía nervioso, creo que estaba a punto de dar una conferencia. El señor Martínez hablaba tanto que no supe si lo hacía para motivarlo o para pasar el rato. La cuestión es que cuando preguntó por ti su rostro se iluminó, habló con tanta dulzura y orgullo que aquella tarde llamé a mi padre sólo para oír su voz.
Lisa, que no necesitas un respaldo, pero claro que quiero formar parte de él.

Cambiando de tema totalmente, ¿Oreo es muy juguetón? El dibujo que me mandaste me recordó a un perro que tuve cuando era niña, ya hace muchos años, era bastante inquieto, lo adoraba con locura. Lamentablemente nadie es eterno, pero me queda el consuelo que fue feliz y yo con él.
Cuéntame más de ti.
¿Qué te gusta? ¿Qué te molesta?
Saluda a Matilda de mi parte.
Un beso.
Angélica.

Papá me había llevado la carta un día después que la envíe. No hablamos mucho de eso, por eso le llevé al colegio para analizarla. Cuando la leí lloré en silencio. A veces es bueno escuchar esa clase de palabras.

—Que loco —rió Cecilia antes de darle una mordida a mi sándwich—. Eso de mandarle cartas a la que pudo ser novia de tu padre, pero no llegó a ser por quién sabe qué razones, pero se sigue comunicando contigo... Está raro.

—Lo sé —reí con ella—, pero las cosas buenas son raras, ¿no?

—Eso sí —aseguró antes de dar otra mordida.

Cecilia era mi mejor amiga desde que entré a preescolar. Vivía a media hora de casa, pero eso no le impedía visitarme una vez por semana acompañada por Azucena, su nana.

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —pregunté después de terminar de comer.

—Bien —mintió, lo noté en la mueca que hizo—. No tan bien pensándolo mejor. Mamá tendrá vacaciones la próxima semana.

—No...

—Sí —confirmó mientras suspiraba.

Rayos.

¿Qué debía decirle? Un montón de cosas se me ocurrieron, pero ninguna me pareció buena. Era torpe con eso de consolar. Siempre encontraba alguna manera de arruinarlo más.

—Cecilia...

—Tranquila, estaré bien —sonrió—. No es tan malo. Podré soportarlo.

Sabía que lo haría, y eso era peor.

🔹🔸🔹🔸

Angélica

Al llegar a la oficina esa mañana encontré, de nuevo, a Roberto en mi escritorio. Esta vez era temprano así que no salió deprisa cuando me vio, al contrario, esperó hasta tenerme frente a él.

—Nueva carta —anunció mientras me entregaba el sobre.

Se lo agradecí, y después de desearme un buen día, se marchó al ver que Esmeralda salía del elevador.

—¿Ahora es cartero? —bromeó ella mientras dejaba su bolsa y encendía el computador.

—Por los hijos se hace de todo, maestro, entrenador, cantante, chef y hasta cartero.

En la cara de Esmeralda se dibujó una sonrisa, pero no me pareció que fuera para mí, más bien era para ella misma.

—Sobre eso, quiero pedirte me acompañes a un lado en el almuerzo —dijo feliz. No tuve tiempo de preguntarle el lugar porque se adelantó a contarlo emocionada—. Alejandro y yo estuvimos siguiendo todas las indicaciones del médico, y creo que funcionó.

¿Funcionó? Dios mío, funcionó. Juro que Esmeralda hizo un esfuerzo para no ponerse a dar saltos por la oficina y yo también. Tuve que contener las ganas de abrazarla porque el señor Martínez llegó y nos pidió que nos pusiéramos a trabajar.

Una carta.
Una noticia.

Mi sonrisa no se borró en toda la mañana.
¿Algo podía salir mal?
Sí, claro que sí.

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