Epílogo

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El sonido de los golpes contra la madera me obligan a abrir los ojos. Cinco minutos más.

Más golpes.

¿Es necesario hacer tanto escándalo? Me voy acoplando lentamente a la luz, demasiado luz para ser las... ¿Qué hora es? ¿En qué país estaba? Definitivamente el cansancio me había vencido.

Más golpes...

Me remuevo con pesadez en la cama mientras trato de enfocar algo. Empiezo a encontrar interesante un perfume que descansa en la cómoda a lo lejos, aunque a esta distancia me parece un puntito, uno que roba tanto mi atención que me tienta a cerrar los ojos de nuevo. Estoy a punto de hacerlo pero un grito me pone en alerta otra vez.

—¡Feliz día!

Suerte con eso...

Espera...

Hoy es el día. ¡Hoy! ¿Cómo pude olvidarlo? Si me recosté pensando en eso, bueno, en parte...

Debo ponerme de pie enseguida. Retiro con cuidado el brazo de Roberto que rodea mi cintura. Lo observo a mi lado, y sonrío sin pensarlo, adoro levantarme todas las mañana y que sea lo primero que vean mis ojos, no importa si la alarma suena antes de las siete y tengo el peor día del mundo, siempre termina dibujando una sonrisa en mi cara. Soy una cursi. Si mamá estuviera viva y supiera que terminé casada con el hombre que no sabía cocinar no me creería, menos lo haría el hecho que ese mismo hombre me haría tan feliz.

—Me quedaré con todo —ríe Lisa del otro lado de la puerta y me parece escuchar sus pasos alejarse.

¡Oye, no puedo tener una mañana romántica porque terminaré con las manos vacías!

—¡Roberto, Roberto! —lo llamo mientras lo sacudo un poco—. ¡Hora de levantarse!

Él no parece tener muchas ganas de hacerlo, apenas su asiente un poco y vuelve a cerrar los ojos.

—Lo digo en serio. Se acabó la noche. Arriba.

—Pareces mi madre cuando dices eso —susurra aunque apenas logro entenderle por lo adormilado que está.

Lo golpeo en el hombro y consigo que sonría un poco.

—Volveré por ti en un segundo —le advierto, pero no parece escucharme.

Lisa no está en el pasillo, por lo que seguro cumplirá su amenaza. Me lavo la cara, los diente y me ato el cabello que cada vez se vuelve más rebelde.

Duro unos minutos mirándome en el espejo, cuando era joven a aquello no le prestaba importancia, después de todo lo que viví encontré en esa acción muchos más significados. Tuve que trabajar mucho para poder hacerlo y sentirme feliz conmigo misma, para poder entender que mi reflejo no debe avergonzarme, para aceptarme de nuevo. Vivía tan deprisa que pocas veces, por no decir nunca, valoraba lo que me formaba.

Me gusta pensar que si mamá me viera en este momento estaría orgullosa de mí, tanto como yo lo estoy.

Vuelvo a la recámara pensando que encontraré a Roberto de pie pero sigue acostado.

 —Eres todo un caso —lo regaño mientras niego con la cabeza, espero haber sonado convincente. Sé que finge que está dormido porque disimula una sonrisa. Le doy un beso en la frente antes de encaminarme a la sala porque no me resisto.

Corro para alcanzar a Lisa que está jugando con Oreo en el sofá. Cada vez que la veo no puedo evitar preguntarme lo rápido que crece, y lo lento que quiero que lo haga. Ella es, definitivamente, el centro de este hogar, de mi familia ahora.

—Pensé que nadie vendría, estaba considerando quedarme con todo —me abraza mientras me desea un feliz día.

—Puedes quedarte con lo de tu padre, ya sabes lo que dicen camarón que se duerme se lo lleva la...

—Ya te escuché —dice Roberto que ya debe estar recorriendo el pasillo.

Lisa ríe y me jala del brazo para apurarme, está impaciente por ver el interior de las cajas. Todas descansan en una mesita al centro de la sala.

—Tú primero —la animo.

—No, tú...

Bien, si tanto insiste. Escojo una caja pequeña que tiene mi nombre y aunque no viene el nombre del destinatario sé de quién se trata, esa letra me es inconfundible.

—Abre primero el mío —me pide Lisa. Trae en sus manos una caja grande envuelta en papel periódica.

La miro curiosa. ¿Qué será?
Ella me la entrego para que pueda descubrirme por mí misma. Rompo el periódico sin cuidado y me siento en el sofá con la caja en mi regazo.

Papel.
La caja está llena de papel.

—Son nuestras cartas —la escucho decir.

¿Qué?

Tomo una y la observo a detalle. Las cartas. Esta debe ser de las primeras, la letra de Lisa era más regordeta. Paso mis manos por todas las demás, son muchísimas...

—Las guardé todas. A veces cuando estaba triste las leía —me explica—. No falta ninguna.

Creo que he comenzado a llorar sin darme cuenta. Dejo la caja de lado y la abrazo. Es uno diferente al de todos los días. Uno que reúne pedazos de corazón y los une. Quiero decirles sin palabras lo mucho que significa para mí, que la quiero tanto como mi alma puede. Mi dulce Lisa sabe como ganarse mi corazón cada día sin proponérselo.

—No llores —me pide—. Pensé que te gustaría...

—Me encanta, Lisa, esto es el mejor regalo del mundo —confieso limpiando mis lágrimas—. Y lloro de la felicidad, tuve mucha suerte al conocerte.

Ella me sonríe y se acuna en mis brazos. No son las cartas, es el camino que se formó entre ellas, es el sentimiento que las une a todas.

—¿Ya empezamos a llorar tan temprano? —bromea Roberto cuando llega a nuestro lado. Yo rió por lo alto y le hago un espacio entre nosotras para que nos abrace por igual.

Otra cosa que adoro de él es su manera de repartirnos su amor sin condición.

—Fue mi culpa. Bueno, en parte —explica Lisa—, Angélica anda sensible.

—Eso de llorar por todo no es nuevo en mí —reconozco mientras mi cabeza descansa sobre el hombro de su padre.

—¿Tú también nos tienes regalos? —pregunta Lisa emocionada con una sonrisa.

Él asiente, no va a fallarle, Roberto nunca lo hace.

—¡Matilda! ¡Papá nos tiene regalos! —grita camino a su cuarto para que esté con nosotros.

—Tiene unos grandes pulmones —ríe Roberto al escucharla.

—De alguien los habrá heredado.

—Oye, ¿por qué siempre me culpas de todo? —dice con una sonrisa mientras nos miramos—. Estoy empezando a creer que me odias en secreto.

—Sí, te odio. Muy intensamente, no tienes idea cuánto —miento.

Disfruto del sonido de su risa y lo abrazo con fuerza.
Estar con Roberto es una montaña rusa de emociones. Tenemos desacuerdos como todos los matrimonios. Por suerte él tiene bastante paciencia. Vive con tres mujeres, que precisamente no somos un dulce, por lo que ya se acostumbró a escucharnos por largos ratos para llegar a acuerdos. Admiro mucho eso de él.

—¿Sucede algo? —me pregunta. Sabe que yo no acostumbro callarme por mucho tiempo.

—Estaba pensando que me gusta mucho mi vida ahora —confieso—, mucho en verdad.

A él parece agradarle escucharlo. Sé que se esfuerza para que todo funcione bien y yo también lo hago, ayuda mucho que nos entendamos bien y hace que todo camine con facilidad. Sus labios buscan los míos y yo celebro tenerlo cerca. Mi corazón sigue latiendo con la misma intensidad que el primer día, pero hay diferencias claro, ahora estoy más segura de esto por lo que me entrego sin temor.

—Ustedes ya empezaron a celebrar desde temprano por que veo —escucho la voz de Matilda con un tono juguetón. Me separo enseguida de sus brazos.

Dios, vaya suerte. Voy a tener que aguantar una broma relacionada con esto durante un tiempo.

Matilda y yo nos llevamos muy bien, le tengo un gran cariño. Tiene un carácter de cuidado a veces, pero conmigo es sumamente amable. Sin embargo adora molestarme cuando nos encuentra besándonos, que es muy frecuentemente. No sé que le parece divertido, pero nunca pierde oportunidad de soltar algún comentario. Creo que lo que le parece divertido mi reacción.

—Dejemos las bromas para después y denme mi regalo —apresura Lisa para que no nos entretengamos en tonterías.

Roberto se pone de pie para buscar lo que nos tenga preparado. Lisa está tan feliz que contagia a Oreo, y juntos son una explosión de energía. Los observo mientras recorren la sala y ella le cuenta un par de cosas.

Miro de reojo el cuadro que enmarca el rostro de Azul, son tan parecidas... Al principio me costó aceptar nuestros papeles, me sentí como una ladrona cuando llegué a vivir aquí. Su hija, su esposo, su casa... Y su imagen en todas partes. Tuve que entender muchas cosas. A veces imagino cómo sería mi vida si ella viviera... Soy tan feliz ahora que me asusta un poco.

—Un año más —escucho a Matilda que se sienta a mi lado. Dejo la foto de lado—. Fuiste valiente, muchacha.

—¿Por escribir una carta? —No encuentro mucho valor en ese acto.

—Por luchar por lo que quieres.

Pienso que responderle, pero Roberto roba mi atención en su repartición de obsequios. Yo me conformaría con cualquier cosa, pero lo conozco, él nunca da cualquier cosa, Roberto siempre busca algo que sea especial.

Escucho un grito de emoción que escapa de los labios de Lisa. Yo estoy tan concentrada abriendo el mío que no descubro qué es, pero debe gustarle mucho porque abraza con fuerza a su padre.

Matilda en cambio desenvuelve el paquete con mucha paciencia.

Yo logro encontrar lo que esconde la caja que me entregó, y no sé qué decir. Lo miro, siempre hago eso cuando no sé qué hacer, es como si supiera que él estará ahí para mí. Y encuentro en la sencillez de su obsequio un recordatorio, ese que me dice lo importante que son los pequeños detalles que valen mucho.

—Lo recordaste... —susurro cuando él se sienta conmigo. El mundo se detiene en ese momento. Acaricio el objeto con cuidado, no es algo deslumbrante, pero significa mucho. Se lo dije una tarde sin darle importancia, pero él notó que de verdad lo valoraría.

—Dijiste que era tu sueño frustrado —responde—, bórralo de tu lista. Ya nos quedan menos.

Sonrío por su comentario, por saber que alguien quiere hacerme feliz, y lo está logrando.

🔹🔸🔹🔸

Tenemos que apurarnos porque Lisa tiene su presentación. Ahora dedica su tiempo libre al teatro. Ella tiene muchos talentos y explora de todo un poco. Aún está indecisa por saber a qué se dedicará, yo espero que escoja algo que la haga feliz. Su padre la apoyará en cualquier cosa que decida.

Me recuesto en la cama un minuto porque tengo sueño, esto de dormirme en la madrugada y levantarme temprano no me sienta bien.

Roberto ríe al verme mientras prepara sus cosas para enlistarse.

—¿Qué es gracioso? —pregunto con los ojos cerrados.

—Nada, nada —responde muy contento.

—En vez de reírte deberías prepararte o se hará tarde. Luego lo haré yo y me tardo una hora para verme bien —le advierto porque somos un lío para llegar a tiempo.

—Tú te ves guapa así.

—¿En pijama de frío? —me burlo.

—En pijama de frío, sin pijama de frío, descalza o con cualquier cosa.

Su corazón golpea el mío cuando su cuerpo se coloca sobre mí. Compartimos más que la cama desde hace años y me hace feliz eso. Todo él me hace feliz.

—Roberto, eres único —finjo quejarme aunque en realidad es un cumplido. Acaricio su rostro sin pensarlo, siempre que estamos cerca lo hago, aunque ya lo conozco a la perfección nunca pierdo la oportunidad de analizar cada detalle.

—Esperé años para tenerte así conmigo —susurra mientras sus labios se apoderan de los míos.

Yo también esperé una eternidad para vivir esto. Y quizás es esa larga espera lo que me hace valorarlo más.

Me gustan los momentos así donde todo se vuelven miradas, roces y suspiros.

Empiezo a pensar que debo hacer una lista de cosas que me alimentan el alma. La cercanía de Roberto, la risa de Lisa, la mirada maternal de Matilda, las tardes con Oreo, las noches de películas, los desayunos en los que hablamos de tonterías, los festejos improvisados, los caminos al parque, las visitas de Cecilia, los fines de semana llenos de locuras, las carreras por llegar temprano que terminan convirtiéndose en una aventura, las peleas que terminan en la cama, las sonrisas que inundan la casa, los chistes y bromas que alegran mis peores días.

Momentos en los que compruebo que encontrarnos en la vida fue lo mejor que pudo haberme pasado.

🔸🔹🔸🔹

Narra Lisa

Papá y Angélica charlan en la sala mientras yo me termino de arreglar. Sonrío. Últimamente siempre estoy feliz. Guardo mi cámara en la bolsa que llevo a todos lados y me reúno con ellos.

Chocamos cuando salgo de la recámara y los encuentro en el pasillo. Están apurados porque están terminando de alistarse y tenemos el tiempo medido.

—Te ves preciosa, Lisa —dice Angélica mientras se coloca los aretes.

Estoy a punto de responderle cuando el sonido de mi celular me interrumpe.

Es Cecilia.
Reviso su mensaje y encuentro que nos visitará la próxima semana. Eso me hace muy feliz. La extraño. Seguimos siendo amigas, me agrada saber que no se olvida de mí. En casa la adoran por lo que siempre estamos al pendiente de su cuidado. Su abuela se encarga muy bien por lo que no puedo quejarme. Ella es feliz y si ella lo es yo también.

Daniel también me manda un mensaje de feliz día. Hablamos en ocasiones, sin embargo siempre tiene tiempo para saludarme en fechas especiales.
Es un buen amigo, y estoy feliz que su vida esté estable, dejando atrás todo lo que pasó en la secundaria.

—¿Buenas noticias? —curiosea papá al ver que estoy feliz.

—¡Sí! Me llegó un mensaje de Cecilia y Daniel. Ella viene la próxima semana a a vernos —festejo.

—¿Daniel? ¿El chico de tus cumpleaños?

Asiento sin darle mucha importancia, pero él sigue lanzando preguntas disimulando. No puedo evitar reír por la reacción de papá. Está confundiendo las cosas, pero es gracioso.

—¿Pero ya no estudian en el mismo colegio o sí? —interroga por mi risa.

Angélica sonríe mientras nos observa. Intercede para que se termine el interrogatorio.

—Quien diría que eres celoso —bromea ella mientras acomoda su corbata. Él puede hacerlo, lo hizo por años, pero disfruta que ella lo ayude.

—No estoy celoso —aclara papá como si fuera evidente—. No tendría porqué estarlo, ¿o sí?

—Todos los días me sorprendes más —ríe porque los comentarios de él le parecen un chiste.

No le da tiempo de replicar. Matilda sale de su recámara arreglada y lista para el evento. Hoy tenemos muchos compromisos. Tendré una representación en un pequeño teatro, soy un papel secundario, pero me emociona mucho. Angélica quedó de visitar la institución donde ayuda. Ella dedica mucho de su tiempo en apoyar a mujeres que sufrieron maltrato. Estoy muy orgullosa de ella. Sé que papá también lo está, siempre se lo dice. Y por la noche Rodrigo debe estar visitándonos. Así es nuestra vida ahora, correr de un lado para otro.

Mañana temprano todos a trabajar. Papá sigue liderando el área de contabilidad en Empresas Paper y Angélica es gerente de otra pequeña sucursal. Al principio no quiso aceptar el trabajo, pero terminó accediendo. No trabajan en el mismo lugar, y ambos tienen sus propias presiones, pero pareciera lo contrario. Hay noches en la que Angélica llega muerta del trabajo, se recuesta en el sofá y pasa horas charlando con papá sobre su día. Él hace lo mismo, pero no cuando estoy presente, creo que no quiere preocuparme. Me alegra saber que al menos ya no se lo guarda para él solo, aunque definitivamente habla menos que Angélica.

—¡Hora de la foto! —anuncio. Adoro las fotografías, así que capturo todo nuestros momentos especiales y los pego en un álbum que elegimos entre todos. Yo lo llamo un nuevo nacimiento.

Oreo también aparece en la imagen. Tengo que tomar un par de fotografías porque salimos raros en las primeras. Papá aprueba el resultado y me promete que me llevará a imprimirlas hoy en la tarde.

—Vamos tarde —nos recuerda Matilda al ver que no nos damos prisa.

Así que no sé cómo hacemos, pero estamos en al auto en cinco minutos. Me entretengo un poco en mi celular en el camino.

Fabiana

Va a casarse. No me resisto a abrir la noticia. El próximo mes será su boda con un locutor. Llevaba años sin saber de ella, pero estoy tranquila al saber que tiene nuevo planes y parece feliz. Así no volverá a molestarnos... Y también estará bien. Todos contentos, salimos ganando. Aún no olvido la vez que fue a buscar a papá, casi se muere cuando se enteró que estaba casado con Angélica. Supongo que quiso matarme ese día. Yo reconozco que me pasé con ella, lo lamento de verdad. Ambas nos equivocamos.

Decido centrarme en otras cosas. Angélica charla sobre la bebé de Esmeralda, la adora. Ella ama a todos los niños. Sé que sospecha que está embarazada, nadie se quiere hacer ilusiones, pero nos es inevitable. Sin embargo si no se da sé que papá y Angélica tendrán un gran matrimonio, como hasta ahora.

Cuando bajamos del vehículo Angélica se enfoca en mí. Me da una revisada y me ayuda a acomodar mi cabello. Está emocionada.

—Vas a hacerlo muy bien —me anims—. Eres la mejor de todas.

Sonrío porque imagino que mamá me diría eso. Esas palabras son nuevas para mí.

—Confía en ti. Te sabes todos los diálogos, ya los repasamos en casa y no fallaste en ninguno —me recuerda mientras termina con mi peinado.

—Gracias...

—No fue nada —dice restándole importancia—. Estaba bien, pero quería que se viera mejor.

—No me refería a eso. Gracias por estar aquí. Gracias por hacerme sentir importante.

Lo digo de corazón, esto es mucho para mí.

Eres importante —me responde y su sinceridad me enternece.

—¿También me deseas suerte? —le pregunto a papá mientras camino a su lado.

—Tú no necesitas suerte, Lisa. Sólo sonríe y verás que todo resulta mejor de lo planeado —contesta. Y significa tanto que confíe en mí.

Cuando subo al escenario puedo observar a mi familia. Tuvimos baches, los seguiremos teniendo, pero hay algo más... Ahora sé que las cosas seguirán caminando y vamos a seguirle el paso.

Matilda levanta los pulgares cuando aparezco. Papá está tan orgulloso como siempre, con esa sonrisa que me dice que estará siempre para mí. Gracias, papá, gracias por aprender a no olvidar, gracias por no abandonarme. Angélica sonríe, lo hace con la misma emoción del primer día.

No estoy sola.

Y en este momento me pregunto... ¿Si hay tanto por hacer en el mundo por qué las personas que más amo vinieron a verme a ?

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