VIII

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Matilda, tú hablas del dolor como si estuviera todo bien
Pero sé que tú sientes como si una parte de ti estuviera muerta por dentro
Me mostraste una fuerza que es grande lo suficiente para traer el Sol en los días más oscuros
No es mi problema, pero he estado pensando en eso

Matilda – Harry Styles

La vida de Jimin estaba destinada a ser grande, por donde se pudiera apreciar, el rubio de alguna u otra manera iba a destacar. Ya sea por pertenecer a la realeza, o bien, por su belleza innata.

El natalicio de Park Jimin tomó al país de Corea del Sur -así como al mundo- desprevenido. Todo el pueblo coreano estaba consciente que rey y reina desde el inicio de su matrimonio fue todo pétalos de rosa. A pesar de ser un matrimonio arreglado para poder unir alianzas y elegir el nuevo monarca de Corea, ambos cayeron enamorados con tan solo un par de citas donde el señor Park cortejaba dulcemente a su prometida. Su amor pronto dio frutos un par de meses después de su ceremonia matrimonial.

El pueblo entero se regocijaba debido a que, en menos de lo que se esperaban, el matrimonio real había creado a su futuro heredero. La felicidad en rey y reina era indescriptible. El proceso de embarazo fue completamente tranquilo y feliz, hasta el nacimiento de Jihyun.

El menor mostraba talento natural para lo que fuera que le instruyeran -equitación, baile, estudio de historia, idiomas, entre otros-, no cabía duda de que el menor estaba destinado a liderar y ser el mejor -y único hijo- en el matrimonio Park.

Eso, hasta el anuncio de un segundo hijo.

Tres años después, la reina estaba esperando a un segundo descendiente. Aunque la emoción no fue la misma que cuando se anunció la llegada de Jihyun, el pueblo entero se emocionaba por el crecimiento de la familia real, a pesar de que, no habían sido el reinado perfecto, la armonía y el abasto de comida, educación y amor que rodeaba Corea del Sur, era más de lo que se podía esperar.

A diferencia del primer embarazo, la reina padecía bastantes dolores y cambios drásticos en su cuerpo que no había notado en su primera gestación. Los dolores de cabeza, espalda y cuerpo eran tolerables durante su primer trimestre. Sin embargo, llegados los seis meses, una noticia retumbó los oídos de la reina y de la familia entera.

Era un embarazo de alto riesgo.

A pesar de que los dolores nunca fueron anormales, las patadas del pequeño Jimin fueron escasas o poco estimuladas, la madre Park no tuvo duda de que su segundo embarazo era muy diferente al primero.

Sin embargo, no podían interrumpir el embarazo, el bebé ya estaba formado, y al interrumpir de esa forma, ambos podían morir.

El matrimonio Park estaba destrozado, mientras que Jihyun no entendía porqué sus padres de un momento a otro dejaban de estar felices por la llegada de su hermanito. No pudieron explicarle mucho, solamente que había complicaciones en su madre, por eso, le habían recomendado reposo absoluto.

Una noche, donde el matrimonio estaba en vela, sin poder conciliar un pequeño toque de sueño, la mujer voltea a ver a su marido. Sin importar el dolor que sentía, y saber que su esposo estaba despierto, habló lo suficientemente alto para que pudieran escuchar solo ellos y las cuatro paredes que los rodeaban.

—Si te dan a elegir... Quiero que elijas a Jimin sin importar qué. Yo viví lo que Dios me ha permitido, pero su vida recién comienza... Por favor, elije a nuestro pequeño. —sollozó la mujer.

Y reinó el silencio. Unas horas después que el rey se haya asegurado de que su esposa había sido atrapada por los brazos de Morfeo, se permitió llorar en silencio.

Jamás le dijeron que, en algún momento de su vida tendría que tomar una decisión tan difícil como la que le han puesto en ese momento.

La hora de parir llegó.

El doctor le hizo la pregunta al rey, pero este mordió su labio inferior, apretó sus cuatro dedos en la palma de su mano, siendo cubiertos por el pulgar, y habló.

—Traten de salvarlos a ambos, pero... mi prioridad es mi esposa.

El doctor sin hacer comentario al respecto asintió.

No fue eso lo que le comentó la reina hace un segundo. Ella quería salvar a su hijo, el rey quería salvar a su esposa.

Poco después de que el doctor se fuera, el rey se había arrepentido. Su esposa no podría sobrevivir a una pérdida de ese tamaño, moriría de tristeza al enterarse de su hijo fallecido.

Pero nada podía hacer ya. Sólo se encomendó a su Dios, caminando de un lado a otro en ese pasillo de hospital, mordiendo sus uñas, rezando todas las oraciones y plegarias que se cruzaban por su mente.

Las horas pasaban y su cordura era cada vez menos, su desesperación era tanta que no toleraba el no tener conocimiento del estado de su esposa o de su hijo.

Antes de que pudiera si quiera gritar que exigía una respuesta, su doctor apareció, sonriendo alegre.

—Felicidades majestad, su hijo está perfectamente sano.

Y así, Park Jimin llegó al mundo un 13 de octubre, con la luna en cuarto menguante. Con su nombre grabado en 'sabiduría' y 'ser más allá de algo'. Dejando en claro que el segundo hijo de la pareja real iba a crear grandes cosas.

El rey suspiró feliz, como si un peso enorme fuera quitado de su espalda. Sin embargo... Eso significaba una cosa.

—Mi esposa... Ella...

—Ella está en un estado crítico; sin embargo, está viva majestad. Haremos todo lo posible para que la reina vuelva con su familia sana y salva.

El rey no tuvo otra alternativa más que asentir.

Y así pasaron los meses en vela. Donde el rey no podía concentrarse en otra cosa que no fuera su esposa en un estado crítico, con mejorías de un momento y al otro volver a sentirse débil. Tenía demasiados compromisos que no podía darse el lujo de posponer o cancelar solamente por una pequeña crisis familiar -o eso es lo que le habían inculcado sus progenitores-, era muy difícil poder visitar a su esposa en un estado en el que ella lo necesitaba a su lado; sin embargo, entendía que su esposo lideraba a un país entero.

Su mente divagaba en el momento en que decidió que su hijo no valía el suficiente sacrificio para perder al amor de su vida. Pronto el remordimiento rondó en su cabeza por todo el tiempo en que estaba lejos de su familia. Ni siquiera tuvo tiempo para poder abrazar y besar a Jimin, de darle la bienvenida al mundo, como lo hizo con Jihyun. Simplemente decidió irse en busca de su esposa en el primer instante que le permitieron verla.

Se acobardó.

El único consuelo que la reina se podía permitir era que Jimin ya estaba en una cuna a su lado en su estadía en el hospital, así como a su hijo mayor haciéndole compañía todos los días después de cumplir con su itinerario. Cada día sin falta, el pequeño Jihyun le contaba todo lo que hacía y las materias que más le costaban trabajo en sus clases particulares. No importaba si contaba pequeños relatos aburridos sobre nuevas operaciones que para el menor eran muy complicadas, su madre lo escuchaba con suma atención, con Jimin en brazos, tomando leche de su busto la mayor parte del tiempo.

La mujer tenía mucho miedo de no poder sobrevivir. Es cierto que le dijo a su esposo que eligiera a Jimin sobre ella -cosa que terminó enterándose que hizo completamente lo contrario, por eso, se aseguró de poder comentarle al doctor antes de dar a luz, la decisión de dejarla ir para poder salvar a Jimin-; sin embargo, le atacaba el sentimiento de tristeza al mirar a sus dos hijos, que ella no los vería crecer, no los vería formar una familia, liderar un país, ser felices.

Así que lo único que hacía en las noches, mientras Jimin dormía en su cuna a lado de su cama, en la oscuridad de la enorme habitación, reinando el silencio. La reina lloraba sin falta, rezando para poder criar a sus hijos, amarlos y cuidarlos como siempre había querido desde que se enteró de su primer embarazo.

Y un día sucedió.

La reina poco a poco recuperaba fuerzas, con Jimin a punto de cumplir un año de nacido y siendo el hospital el único entorno que conocía, el olor a desinfectante -y el leve olor de su madre- que reconocía, tanto él como su madre fueron dados de alta.

El pueblo -que ya tenía conocimiento del estado de salud de su majestad-, entró en una enorme celebración, dando ofrendas de comida a cada divinidad que aquellos individuos creían.

—Lamento no haber hecho lo que me pediste, simplemente la idea de perderte... yo...— comenzó a sollozar el rey, estando en la privacidad de la habitación que habían mandado a hacer para Jimin, observándolo en su cuna, durmiendo plácidamente, ajeno a todos los problemas que su existencia había traído a la salud de su madre.

—Lo sé... pero ya estoy aquí... Estamos aquí. — la mujer tomó las mejillas de su esposo y con sus dedos pulgares limpiaba cada lágrima que salía de la mirada consternada y culpable de su marido. Le dio un casto beso y le sonrió levemente.

—Prometo ser un mejor padre y esposo. No dejaré que mis compromisos me hagan olvidar lo que de verdad a me importa. — la abrazó con poca fuerza, pues sabía que su esposa aún estaba un poco débil, teniendo que reposar unos pocos meses más antes de volver a su ajetreada rutina de madre y reina.

Y así como la promesa llegó a mediados de otoño, el mismo viento de esa estación se encargó de evaporarla, como si de una molesta tierra de tratase.

Las promesas son fáciles de hacerse, muy difícil hacer que se cumplan.

Guerras, amenazas de estas, alianzas, nuevos habitantes, enfermedades... todo eso se encargó de que el rey olvidara su promesa tan rápido como la hizo en la misma habitación de su segundo hijo.

Con el paso de los años, Jihyun se encargaba de ser entrenado para liderar en un futuro a su país, mientras que Jimin era un poco desplazado, no tomado tanto en cuenta como su hermano mayor. Sin embargo, al pequeño Jimin de seis años poco le importaba si no le prestaban mucha atención, él solamente quería pasar tiempo con sus personas favoritas en el mundo: su hermano mayor y aquel niño de ojos enormes y linda sonrisa que iba cada día sin falta al jardín trasero del castillo.

Desconocía porque aquel niño parecía esperarlo desde fuera de la reja todas las tardes sin falta. No recordaba cómo llegó a conocerlo, mucho menos conocía su nombre, pero no evitaba que se convirtiera en su persona favorita para jugar, aunque siempre estaba fuera. No importaba cuantas veces implorara a sus padres o a su hermano mayor para permitirle la entrada al desconocido, incluso a su nana, su respuesta siempre era un rotundo no.

Y era el primer capricho que le era negado a Jimin.

Los meses pasaban y el par de niños jugaban como podían, leían o incluso solo charlaban. Hasta que el pequeño desconocido no volvió a aparecer.

—No te preocupes Jiminnie, yo siempre estaré a tu lado para jugar todos los días. — habló Jihyun abrazando al príncipe que lloraba desconsoladamente.

El pequeño Jimin no sabía por qué su amiguito no había regresado. Todos los días lo esperaba en el mismo sitio, con diferentes juguetes, libros o incluso con su simple presencia, pero nunca volvió.

Y eso lo hizo odiarlo.

Los años pasaban y Jimin cada vez se iba distanciando de su hermano mayor, no sólo por las clases privadas que ambos tenían, sino porque Jihyun había entrado a la depreciable pubertad.

—No tengo tiempo para eso Jimin, no me fastidies. — habló el mayor rodando los ojos.

—P-pero, prometiste jugar conmigo siem...

—Ya no soy un niño, eso es bastante aburrido, déjame en paz. Ya maduré, deberías hacer lo mismo. — habló molesto y se encerró en su habitación, ignorando las suplicas de Jimin para armar un rompecabezas sobre el mundo, pensando en armarlo con su hermano mayor.

Y es que Jimin tenía nueve años, no podía pensar en madurar porque no le importaba que le deparaba en el futuro, él sólo pensaba en jugar por horas y horas diferentes juegos con su hermano mayor, como antes.

Sin embargo, el pasar de los meses dejó de insistirle a su hermano de jugar con él, ahora solo jugaba con Eun-yeong, su nana desde que tiene memoria. Una dulce mujer de mediana edad que, desafortunadamente, nunca pudo tener hijos; siendo los hermanos Park, lo más cercano a una familia que pudiera tener.

Cuando Jimin cumplió doce años, sus padres decidieron que lo mejor que podían hacer por el castaño, era llevarlo a un instituto mixto, para que desarrollara mejor su ámbito social. Irónico, no tenía nada de social.

A regañadientes, siendo el conocido príncipe real, Jimin acudió al mismo instituto que su hermano mayor, quien estaba a punto de graduarse.

—No quiero que te sientes conmigo y mis amigos en la hora del almuerzo, ¿entendido? Que no tengas amigos, no quiere decir que seré el héroe patético que cuida de su hermano menor. — habló un Jihyun de quince años, mientras iban camino al instituto.

Y aunque a Jimin le dolió tanto ese comentario, observó indiferente a su hermano.

—Por favor, ya es bastante nefasto el compartir sangre, me avergüenza el solo pensar que me van a relacionar contigo. — le miró y después desvió su mirada hacia el exterior de la ventana, mientras su hermano lo observó con gesto indignado.

El instituto era peor de lo que pensaba, tanto ruido y tanta gente lo lograron poner de mal humor con solo poner un pie en el lugar. A paso un tanto rápido, cruzó el pasillo, ignorando los murmullos de las personas que lo veían pasar.

Al llegar la hora del receso, Jimin no quería ir a la cafetería, aún no había logrado entablar conversación con nadie, y por lo que pudo observar, la mayoría de las personas ya se conocían.

Pudo observar como su hermano menor se regocijaba con sus amigos, en una mesa bastante alejada pero llena de chicos y una que otra chica de su edad.

Bufó molesto y se sentó con su almuerzo en una mesa vacía, dispuesto a ignorar a todos mientras se refugiaba en un libro que su nana le había obsequiado en su cumpleaños.

—Disculpa...— alzó la vista y enarco una ceja al ver un chico moreno bastante tímido. —... Las mesas están ocupadas y... bueno... ¿puedo sentarme aquí?

Jimin volvió a suspirar con gesto molesto y asintió para después volver su vista a su libro.

Algo tan sencillo como tuitear te quiero, es bueno, muy romántico. — volvió a hablar el chico, se había sentado enfrente de él.

Jimin se encogió de hombros.

—No está mal. — mentía, amaba los libros románticos como ese.

—Mi nombre es Kim Taehyung. — el chico estiró su mano hacia Jimin.

—Park Jimin. — estrechó la mano y volvió a mirar su libro.

—Oh, lo sé. Tu hermano es el mejor amigo del mío. — Jimin con deje fastidiado volvió su vista hacia la mesa donde se encontraba su hermano mayor, siendo los mas ruidosos y jugando quien devoraba más rápido la comida.

Asqueroso.

—¿Quién es tu hermano? — dijo.

—Kim Namjoon, el raro que está tratando de no vomitar. — señaló a otro chico moreno que, en efecto, golpeaba su pecho para no devolver la comida que recién había ingerido a un nivel bastante rápido y perjudicial para su estómago.

—Como dice mi nana: 'Dios los hace, y ellos se juntan'. — ambos chicos rieron.

—No sé cómo pueden hacer cosas tan asquerosas, en especial en un lugar público. — dijo Taehyung haciendo una mueca de asco mientras mordía su sándwich.

—Es mejor que lo hagan en la escuela a que lo hagan en casa, me quitarían las ganas de comer para siempre.

Y el receso pasó tan rápido mientras ambos chicos criticaban a sus hermanos mayores.

De regreso al salón, donde Jimin se enteró que iban en el mismo, el príncipe siguió interrogando a Taehyung, su nuevo amigo.

—¿Tienes otros hermanos además del troglodita de la cafetería? — dijo el príncipe y Taehyung soltó una carcajada.

—Sí, se llama Seokjin, pero él acaba de entrar a la preparatoria, está en el otro edificio del lugar.

—¿Y es igual a lo que acabamos de ver?

—Un poco, a veces hace tonterías para hacernos reír a Namjoon y a mí, pero casi siempre es bastante maduro.

Jimin rodó los ojos.

—No sé qué tienen las personas con madurar. A penas estamos en la adolescencia, es estúpido.

—Lo sé, por lo que prefiero jamás madurar. —y Jimin se rió.

Y así fue como la amistad de Jimin y Taehyung comenzó. Después de meses de conversar en el almuerzo, el salón de clases -incluso yendo a la casa del otro-, ambos chicos conformaron una sólida amistad.

Meses después, arribó a la escuela un chico nuevo, bastante energético y carismático, donde deslumbraba con su presencia tan alegre y amena.

Jeon Hoseok.

—¡Hola! ¿Puedo integrarme a su equipo? Son lo únicos que aún son dos y la profesora me dijo que podía hacer el proyecto con ustedes. — aquel chico sonrió en grande y ambos chicos, un tanto inseguros, dijeron que sí.

Y así fue como nació el trío de oro, o es así como los llamaba el instituto entero.

A pesar de que Jimin fuera el príncipe, se destacaba por sus grandes notas y su extraordinario conocimiento en la materia de literatura -que se había convertido en su materia favorita-, el príncipe Park era juzgado erróneamente por malas lenguas de obtener las calificaciones que obtenía por ser parte de la realeza; sin embargo, era todo lo contrario.

Negándose a ser la sombra de su hermano mayor, en un instituto donde era bastante popular; Jimin se esforzó para destacar aún más. Siendo más popular que su hermano, más respetado y aclamado.

Ahora, en una fiesta donde se encontraba gente de alta clase social, jóvenes y jovencitas de su edad, se encontraban en el salón principal, celebrando el decimoctavo cumpleaños del príncipe Park Jimin.

—Bien, hora del show. — dijo el rubio y entró al salón.

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