Deuxième phase: ange déchu

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୨୧

Título: Ángel caído.
Fandom: Boku no hero academia.
Canción asignada: Demons, de Jacob Lee.
Cantidad de palabras: 1.909.

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Perdí a mi hermana.

Pero ¿en qué momento la había perdido, con exactitud?

Rin era una joven preciosa. Me gustaba verla y sacarme fotos con ella, porque nos parecíamos mucho, pero nuestras características estaban inversas. Rin poseía un cabello liso, de color negro, el cual le caía con delicadeza sobre los hombros; era suave, y recuerdo que se lo cuidaba mucho. Sus ojos eran el detalle más intrigante que yacía en su rostro, pues sus iris eran de un color carmín, tan oscuros como la sangre, pero con un brillo que los hacía ver como piedras preciosas. Sus párpados eran rasgados y tenía pestañas largas y curvadas. A nuestra madre le gustaba decir que Rin era como un ángel caído del cielo; Rin solo se reía y miraba en otra dirección, mientras que mamá ensanchaba su sonrisa, como si hubiese un significado oculto tras sus palabras.

La última vez que vi a Rin en vida estaba muy pálida; sus mejillas no eran pintadas por pinceladas de color coral, como solía ser cuando convivía conmigo; sus ojos habían perdido vida y el cabello se le caía. Estaba ojerosa y lucía muy enferma. Me preocupé, pensando que le había sucedido algo grave, pero ella solo respondió que era el estrés.

Le creí, pese a que debí notar la zozobra en su voz. Esa vez, mamá no le dio ningún cumplido, pero sí dijo que los ángeles ya no podían envidiar su belleza. Rin no respondió nada, y yo nunca entendí lo que mamá quiso decir.

La próxima vez que tuve la oportunidad de ver a Rin, ella estaba en un ataúd.

Me sentí extraño, como si estuviésemos despidiéndola demasiado tarde.

Ese día había mucha gente en el velorio. Algunos que conocía, otros que eran completos extraños. Pude ver a su mejor amiga, quien, con las lágrimas resbalando por sus mejillas, se golpeaba el pecho y se decía a sí misma que debió hacer algo por ella. Entonces, pasaron unos minutos, hubo más llanto, pero no por parte de mi familia. Papá se veía estoico, era igual a ella: compartían el cabello azabache y los iris inyectados en sangre; no obstante, sus personalidades eran muy dispares. Mamá, por otro lado, solo estaba con la mirada perdida, mientras murmuraba que Rin no podría ir al reino de Dios por ser una pecadora; me molestaba que ella dijera esas cosas, pero no podía rebatirle porque nunca me dejé influenciar por sus creencias religiosas, así que era un completo ignorante en ese tema; bueno, en realidad, fue Rin la que me protegió de eso. El sentimiento de asco se acrecentó en mi interior cuando escuchaba los murmullos de mamá, y mi decepción y tristeza crecían cuando recordaba que yo lucía igual que ella, pues ambos poseíamos cabellera rojiza y rebelde, junto a ojos ónices sin vida.

Volví a la realidad cuando los susurros empezaron a rondar por la sala, cada vez aumentando más el volumen. Eran como el siseo de una serpiente. Papá miró a las personas con gesto altivo y mamá paró de criticar a mi hermana; yo solo levanté la cabeza y miré en dirección a la amiga de Rin, su nombre era Reiko.

Me llamó la atención cuando en su mirada el dolor fue reemplazado por la ira, y a paso veloz se dirigió hacia un hombre. Ahí, justo en ese momento, mis ideas mezcladas empezaron a reordenarse en mi cerebro, y logré identificarlo. No sé cómo lo supe, pero me sentí realizado. Y mi descubrimiento pronto me llevó a sentirme sofocado.

Se trataba de Todoroki Tōya, primogénito de Todoroki Enji. No sabía mucho de su familia, pues no era un tema de mi interés, pero sí sabía que era un amigo cercano de mi hermana. Tōya lucía impasible; su cabello era negro, pero me encontraba al tanto de que estaba teñido, pues una vez tuve la oportunidad de verlo con su cabello al natural; sus ojos eran de un azul verdoso muy frío, como si no hubiese sentimientos dentro de su cuerpo. Tuve miedo, pero lo miré fijo. La expresión de su rostro no denotaba tristeza; no había pizca de desasosiego, ni de enfado; no había nada, como si la muerte de mi hermana no fuera capaz de sorprenderlo.

Tuve la impresión de que Reiko lo enfrentaría, pero se quedó quieta frente a él. Tōya sonrió, Reiko pegó un grito de frustración y le dio un simple empujón, luego salió de la sala, dejándonos a todos con la mirada puesta en el muchacho. En ese punto mis recuerdos empezaban a desdibujarse. Papá se levantó de su lugar y fue hasta él; esperé una confrontación, pero no sucedió nada. Mamá ya ni siquiera hacía algo, no había murmullos por su parte, solo tenía la vista fija en algún punto muerto, y yo no sabía qué hacer ni dónde meterme.

Tras eso, otra vez me había perdido en la nebulosa de mi mente.

Fue después del entierro que volví a ser consciente de lo que pasaba. Identifiqué la calidez de mis lágrimas deslizándose en mis mejillas, y el sabor salado colarse entre mis labios. Sin embargo, pese a la tristeza que me invadía, aquella sensación no desaparecía: la de estar despidiéndome en el momento incorrecto.

Y era molesto, porque yo no quería decirle adiós a mi hermana.

Más tarde, ese día, cuando nos dirigíamos a la furgoneta, volví a verlo: a Tōya; estaba solo, con las manos en los bolsillos. Con una valentía que no supe de dónde saqué, decidí dirigirme hacia él. A su lado me sentí intimidado, pues era mucho más alto que yo.

—Hey, pequeño —dijo, siquiera antes de que yo le dirigiera la palabra. Tōya se agachó a mi lado, para estar a mi altura—. Eres el hermanito de Rin, ¿no? Se parecen mucho —rio.

Fruncí mi ceño, sin saber qué responder. Tuve la impresión de que estaba bromeando, y eso me molestó.

—No es gracioso.

—No me estoy burlando, peque —aclaró, aunque fui incapaz de creerle—. Eres tan adorable como tu hermana.

Sé que me sentí disgustado, más ahora en la actualidad, porque aquel recuerdo es poco claro en mi mente. Intercambié palabras con él que no parecían tener significado alguno, y la frialdad de Tōya se me coló por la piel hasta provocarme escalofríos.

—Eres amigo de mi hermana, ¿verdad?

—Se podría decir.

—¿Por qué Reiko estaba enojada?

Tōya solo murmuró y, evadiendo mi mirada, dijo ‹‹quién sabe››.

—¿Tenías algo con Rin? ¿Eran novios? ¿Por eso mamá te odia? —Me atreví a preguntar. Él solo se rio, confundiéndome—. ¿Qué es tan gracioso?

—Eres demasiado curioso —suspiró—. Sí, sí y supongo.

Mis manos volvieron a cosquillear como en ese entonces. Intenté imaginármelos juntos, pero tanto en aquel día como ahora, fui incapaz de encajar aquellas dos piezas; Rin y Tōya, juntos, me inspiraban una imagen desalentadora; sea por la extraña burla que se asomaba en la fisonomía de Tōya, o por el simple hecho de que no parecía importarle que Rin estuviese muerta.

—¿Terminaron? —Una presión se instaló en mi garganta, y mis próximas palabras fueron difíciles de pronunciar—. ¿Por eso se mató?

Recién ahí percibí un atisbo de sorpresa en Tōya, aunque fuese por una brevedad de segundo.

—¿Sabes? —respondió él, poniéndose de pie—. Rin siempre mostró una fachada perfecta. Su máscara era irrompible; trabajó mucho en aparentar. Y, a veces, quienes más trabajan en ello son los que más fáciles se rompen. ¿Viste a todos quienes estaban acá? —inquirió—. Todos ellos saben cómo es Rin en realidad.

Tōya se alejó de mí, dejándome con la palabra en la boca. ¿Qué quiso decir?, me pregunté. Me había perturbado su última frase, pues me dio la impresión de que se refería a ella como si no estuviera muerta.

Como repetí en varias ocasiones, en ese entonces fui incapaz de comprender lo que sucedía alrededor. Y durante todo el duelo hubo una constante en mi mente.

¿En qué momento había perdido a Rin?

Pero creo que ahora soy capaz de comprenderlo.

La había perdido desde antes de que yo naciera, pero su punto de quiebre fue cuando conoció a Tōya.

Alejarme de la realidad es mi única forma de defenderme ante el mundo, pues crecí pensando que era mejor ignorar lo que sucedía a enfrentarlo; muy diferente a Rin, la verdad, pues ella prefería actuar a quedarse callada. No la puedo culpar por haberme sobreprotegido, porque hoy en día soy capaz de entender sus sentimientos.

Nuestro padre siempre fue cruel y despiadado con nosotros; sin embargo, en algún punto, dejó de ponerme atención. No fue hasta después de la muerte de Rin que lo supe: ella había aceptado recibir mis castigos, los golpes que merecía yo se los propinaban a ella. Mamá, por otro lado, era una mujer sumisa que nunca nos defendió, y su obsesión en la fe la alejó de nosotros. Es doloroso pensar que nos abandonó, pero siento que tampoco puedo odiarla por ello, porque cualquiera en manos de nuestro padre habría caído en la locura.

Rin, en su adolescencia, decidió ocultar el maltrato y enmascarar su sufrimiento en perfección. Aguantó por mí, eso lo sé, y también soy consciente de que habría dado su vida por hacerme feliz, pues solo nos teníamos entre nosotros. Hasta que conoció a Tōya y confió en él.

Pequeños y fugaces recuerdos fragmentados aparecían en mi mente cada vez que el nombre de él salía de mi boca. Era una forma de evocar aquellas memorias. En ellas, Rin florecía y se marchitaba a la vez, en un ciclo repetitivo. Tōya le daba vida y la mataba. Le daba confianza y la traicionaba.

Lo sé, porque está escrito con sus propias palabras.

Había una nota entre sus pertenencias, las cuales estaba revisando para poder revivir el recuerdo de Rin. Se había deslizado como una delicada pluma de entre las hojas de su libro de ciencias, y había caído sobre mis piernas. La caligrafía era frenética, como si lo hubiese escrito con rapidez.

‹‹Le dije a Tōya lo que pasaba en casa y él se lo dijo al resto, ¿por qué hizo eso?››.

Lo que pasaba en casa era aquello que tuvimos que aguantar durante años, y Tōya le había arrebatado la máscara a mi hermana. ¿Por qué hizo eso? Me quedé con la duda algunos minutos, hasta que encontré más notas en su cuaderno. Rin decía que, al principio, creía que Tōya y ella se parecían, pero luego se dio cuenta de que la realidad no era así: Rin sufría de una miseria absoluta, mientras que Tōya solo tenía dificultades que ni siquiera se podían comparar; y, como medio de escape, Rin se proyectó en él y le brindó su ayuda, lo consoló y le confió sus pesares. Me habría gustado saber cómo se sentía ella en ese tiempo, aunque por mi edad no podría haberla comprendido. Pero, si alguien más la hubiese consolado como ella hacía con Tōya, ¿habría muerto?

Creo que no.

Sin embargo, mi hermana solo lo tenía a él y hasta sus últimos momentos, solo se pudo preguntar ¿por qué Tōya hizo eso? Una respuesta surgió entre las hojas de donde provenían las notas; era un papel doblado en cuatro partes. Lo abrí, con curiosidad, encontrando una caligrafía distinta. El desagrado me llenó por completo y, sentí que, si mi hermana leyera aquella nota, se sentiría más triste de lo que se sintió en vida.

‹‹Tu miseria consuela la mía››.

୨୧

estoy aplicando la del que le tiene miedo a la muerte que no nazca (no lo edité) (hice todo a último minuto).

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