Première phase: sentiments confus

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Título: Sentimientos confusos.
Fandom: Shingeki no kyojin.
Flor asignada: lavanda.
Cantidad de palabras: 3.394.

spacerise  soft_inferno

El tintineo de una campanilla resonó cuando Annie Leonhart se adentró en una tienda de conveniencia ubicada en el centro de Trost, ciudad en la que vivía. La joven se detuvo por un segundo, con los dientes apretados, preguntándose por qué ese sonidito infernal siempre debía delatar su presencia. Annie, sigilosa como solo ella podía ser, se deslizó por los pasillos de aquel minimarket. Llevaba puesta una sudadera blanca con capucha; la prenda holgada la protegía del frío de la noche, haciéndola ver menuda; a su vez, la tela de su gorro ensombrecía parte de su rostro.

Annie llegó hasta la zona de refrigerios y sacó de ahí dos latas de Monster Energy Zero Ultra, luego se encaminó hacia la caja, a cada paso más encorvada. No había nadie más que ella y el cajero en dicha tienda, puesto que eran alrededor de las doce de la noche.

—Una caja de cigarrillos —pidió, dejando ambas latas sobre la mesa.

—Buenas noches, Annie. Últimamente te veo más seguido —saludó Armin Arlert, con una sonrisa amigable y mirada risueña.

Annie contuvo las ganas de bufar. Desvió su vista hacia un lado, ignorando el saludo de Armin y, con voz trémula, preguntó—: ¿Cuánto te debo?

Armin, poco sorprendido por lo esquiva que podía ser la joven Leonhart, mantuvo su sonrisa intacta y le dio el monto exacto. Annie pagó sin mirarlo más de dos veces y salió de la tienda, como si no deseara pasar más tiempo ahí del que tenía predispuesto.

RAISON D'ÊTRE

Armin Arlert era un joven universitario estudiante de literatura. De estatura promedio, corto cabello rubio dorado y ojos azules como el océano; era amable, comprensivo e inteligente. Su voz suave y mirada pacífica, como la de un santo, ablandaban los corazones de quienes tuvieran contacto con él, razón por la cual era tan preciado para sus amigos. Su solo carácter era un encanto para sus compañeros, y quienes cursaron con él en la escuela preparatoria lo recordaban con estima.

Excepto Annie.

La joven Leonhart, tan parecida en apariencia hasta el punto de ser confundida como hermana del chico durante su preadolescencia, pero tan diferida en carácter, sentía asco y desconfianza hacia Armin Arlert.

Annie era una joven de piel pálida enfermiza, delgada, de entre las más pequeñas de su salón. Su cabello rubio platinado siempre se mantenía hasta la altura de sus hombros, no más largo ni más corto. Su mirada era como ella: fría, recelosa; sus ojos eran de un azul gélido, el cual congelaba a quien se atreviera a mirarla por más tiempo del normal. Annie Leonhart era una joven solitaria y silenciosa; no hablaba de ser necesario, y parecía odiar todo lo que la rodeaba. Aunque, en realidad, no siempre era así: solo sentía indiferencia.

Solo confiaba en ella, y su sentido del deber la llevaban a pensar solo en sí misma. Annie había sido adoptada hacía muchos años atrás, y su padre le había enseñado que debía sobrevivir por su cuenta; que nadie más la ayudaría, y que si él, en algún momento, dejara de estar en su vida, ella tendría que protegerse a sí misma. Por ello, Annie acostumbró a frecuentar gimnasios para fortalecerse, y practicar artes marciales en caso de necesitarlo. No obstante, el deporte, pese a acompañarla en su día a día, no llenaba el vacío que habitaba dentro de su ser.

Annie estaba al tanto, pues era una joven muy inteligente, de las miradas curiosas que le dedicaba Armin Arlert desde que tenían doce años. Armin, tan tímido, no se atrevía a acercarse a ella, y a Annie le confundía que un niñito la mirara con tanta persistencia. Su primer acercamiento fue cuando tenían quince, durante una clase de educación física. Ambos tenían la coincidencia de quedar en el mismo salón, pero nunca la oportunidad para hablar entre sí, hasta que llegó ese día. Annie era incapaz de recordar con exactitud lo que sucedió aquella vez, pero sí se mantenía fija en sus memorias la mirada desolada que le había dedicado el joven Arlert.

Una extraña combinación de pena y condescendencia.

Y Annie, con su actitud tan aislada, decidió no permitir que Armin volviera a meterse en su vida.

Fue después de aquel acontecimiento que hubo un cambio en sus relaciones. Armin era más expresivo, más complaciente. Sus amistades buscaban ayuda y apoyo en él; y, aunque Armin se prestara para ello, parecía no estar satisfecho, y siempre terminaba buscando a Annie con la mirada, como si le dijera ‹‹Ven, Annie. Permíteme ayudarte, por favor››. En cambio, la joven Leonhart, más reacia que nunca a la presencia del joven rubio, rehuía de él cada vez que se le daba la oportunidad y, en caso de que sus opacos ojos se encontraran con los zarcos brillantes de él, hacía el esfuerzo de dedicarle la mirada más fría que se le podía dar a un ser viviente.

Annie no comprendía la razón por la cual Armin deseaba tener contacto con ella, pero odiaba siquiera la idea de verlo intentándolo.

RAISON D'ÊTRE

La noche había caído en un nuevo día, y Armin estaba tras la caja, leyendo un ensayo para su clase de gramática. Pese a la carga universitaria, Armin Arlert no se hacía problema para estudiar y atender el negocio familiar. La tienda de conveniencia de los Arlert era una de las más grandes en la pequeña ciudad de Trost, bastante concurrida durante el día, poco cuando se ocultaba el sol; pero sí había alguien que aparecía casi cada medianoche sin falta: Annie Leonhart; que, pese a odiar la presencia de Armin (sí: él lo sabía), siempre recurría a esa tienda, pues en ella nunca faltaban los productos que la rubia requería y los precios eran asequibles.

Cuando la campanilla sonó, Armin esbozó una sonrisa; apenas miró de reojo uno de los espejos esquineros de la tienda, y logró apreciar la figura de Annie ocultándose tras una repisa. El rubio continuó con su lectura, mientras Annie elegía los productos que se llevaría a su departamento. En pocos minutos, la joven apareció frente a él y le dejó tres Monster Energy, dos paquetes de sopa instantánea, una bolsa de hielo reutilizable y un tarro de papas fritas.

—Dos cajas de cigarrillos.

—Eso es más que ayer —comentó Armin, con cierto desánimo. Se levantó de su lugar un tanto intranquilo y alcanzó las cajitas.

—Apúrate y dime cuánto te debo.

Armin no se inmutó ante la impaciencia de Annie, pero cuando se volteó no pudo evitar formar una expresión consternada. Antes no la había visto, puesto que la mirada de Annie siempre era cubierta por su capucha, una gorra deportiva o por su propio flequillo y postura gacha; pero, en esta ocasión, la joven tenía el mentón elevado.

Y Armin se percató del vacío, de la carencia de emociones, de la falta de alma que tenía Annie Leonhart.

—¿Ocurrió algo? —inquirió Armin mientras pasaba los productos.

—Qué te importa.

Armin Arlert apretó los labios, borrando la sonrisa que intentó dedicarle. Una vez dicho el monto a pagar, Annie le entregó los billetes con un indicio de temblor en sus extremidades y, sin esperar por el cambio, desapareció de la tienda tan rápido como había llegado.

RAISON D'ÊTRE

Annie era plenamente consciente sobre el odio que sentía hacia quienes ansiaban ayudarla, pero era ignorante de lo que le decía su corazón. Una vez en su departamento, pudo haber lanzado sus compras con furia, pero se abstuvo de tirar el dinero gastado a la basura. Dejó la bolsa de tela en la encimera de la cocina y se tiró sobre el diván de la sala, con la mirada fija en el techo. Annie Leonhart se restregó el rostro con tanta fuerza que le quedó la nariz enrojecida.

Se sentía frustrada y desorientada. No sabía qué hizo, ni lo que estaba haciendo en ese momento.

El zumbido silencioso que rodeaba su departamento hacía mella en sus oídos. Desde hacía unos meses su padre había dejado de vivir con ella, según para que ‹‹aprendiera›› a sobrevivir por valor propio de una buena vez, y eso solo había desencadenado con más intensidad el amor y el odio que sentía Annie hacia quien, en realidad, nunca pudo ser su progenitor, pues él solo la había encontrado abandonada y había decidido recogerla como si se tratase de un cachorrito indefenso.

La soledad, para Annie, no era un tema que le interesara. Siempre había estado sola, y vivir con su papá no era diferente. Él siempre trabajaba, apenas se veían, y su momento de compartir tiempo de calidad en familia consistía en agarrarse a patadas y puñetazos, pues en sus años de juventud él era entrenador de artes marciales mixtas, y cuando Annie aprendió a mantenerse de pie sobre sus dos piernas sin perder el equilibrio, él no contuvo las ganas de enseñarle a enfrentarse a la vida con los puños y los pies.

Sin embargo, era extraño.

Desde el momento en el que se quedó sola, en el que debía prepararse su desayuno y comer, sin el ruido de alguien más a su lado, masticando una tostada, tomando café, o leyendo el diario, Annie había empezado a notar algo anormal. Al principio no le daba total importancia, pues la universidad consumía toda su vitalidad (por alguna razón que ella no comprendía, ingresó a la carrera de arquitectura, de lo cual empezó a arrepentirse profundamente pocos meses después), pero con el pasar de los días, el rumor del silencio era más fuerte, y la sensación glacial dentro del departamento más abrasadora.

Entonces, los pensamientos de la soledad, el desasosiego, el frío y el silencio empezaron a inundar su mente. Cada día, Annie se preocupaba menos de ella misma. No se peinaba, se bañaba solo de ser necesario, dejó de frecuentar el gimnasio y vivía a expensas de cafeína en todos sus formatos, junto a la nicotina. Se estaba volviendo viciosa e irresponsable. Y ese día fue el punto de quiebre.

Había vuelto luego de una agotadora jornada universitaria, preguntándose si valía la pena esforzarse tanto. Ni siquiera le gustaba su carrera. No sentía interés hacia sus compañeros, y los profesores podían irse bien al infierno si así lo querían. Cuando ingresó a su piso y vio el chiquero que estaba hecho, aquellos pensamientos que rondaban su cabeza, pero que solo se trataban de palabras inconexas, adquirieron forma, y una idea espeluznante se formó en su mente.

¿Valía la pena vivir?

¿Por qué no mejor acababa con todo y se libraba de las ataduras que la mantenían en ese lugar?

Y una vez cayó en cuenta de esa quimera abrumadora, sintió terror. Las horas pasaron mientras ella yacía en un estado catatónico sobre la alfombra de pelusa en su sala de estar, mirando a la nada y con la cabeza tan hueca y vacía como la de una muñeca; sin embargo, su cuerpo se levantó de su lugar, sus extremidades se estiraron y Annie, sin faltar a su costumbre, salió del departamento y caminó con su habitual parsimonia hasta la tienda de la familia Arlert.

Y por primera vez, le dedicó una mirada sincera a Armin.

Annie no se había percatado hasta más tarde que, en su mirada vacía, había un grito de ayuda dedicado a quien más despreciaba. Porque Armin es todo lo contrario a Annie.

Y no era más que su alma envidiosa la que creó ese odio inescrupuloso hacia quien solo sentía interés hacia ella, y hacia la tristeza que nunca parecía abandonarla.

RAISON D'ÊTRE

Armin se removió en su asiento con ansiedad. Era una nueva noche y él, como nunca le había sucedido, sentía un exceso de cansancio y alarma. Tenía sueño, pues la noche anterior no pudo dormir, pero el repiqueteo en su corazón lo obligaba a mantenerse despierto. El semblante de Annie no había abandonado sus memorias, y Armin, desesperado ante esa clara señal, había buscado por todas partes una forma de ayudar a Annie, sabiendo que existía la posibilidad de que ella negara cualquier acción suya.

Armin reacomodó sobre la mesa una barra de aromatizante, la cual estaba hecha de gel y tenía forma de cono y, cuando escuchó el tintineo de la puerta, casi saltó de su asiento. Miró alrededor de la tienda en búsqueda de la joven rubia, y, sabiendo de la baja estatura de ella, no se alarmó al no poder divisar a alguien con claridad. El joven Arlert se sentó y quitó las arrugas de su suéter beige, luego agarró una revista y fingió leerla, al tiempo que echaba un vistazo disimulado hacia los refrigeradores.

Como la persona que había ingresado a la tienda aún no se ubicaba frente a él, Armin aprovechó de abanicar con su mano la barra, en un intento de que el olor se esparciera. A los pocos minutos, apareció Annie.

Armin soltó un suspiro disimulado. Estaba asustado de que ella no apareciera esa noche, pero sus previas preocupaciones se disiparon con rapidez, dando paso a unas nuevas. En esta ocasión, Annie no tenía el rostro cubierto, pero unas ojeras enmarcaban sus parpados inferiores.

—Buenas noches, Annie...

—¿Cuánto te debo? —Cortó tajante.

El corazón de Armin se saltó un latido tras verse interrumpido.

—¿Hoy no llevas cigarrillos? —cuestionó al tiempo que pasaba los productos por la máquina. Se trataba otra vez de energéticas y sopas instantáneas.

—Todavía me quedan —respondió Annie, para luego fruncir el ceño. Era la primera vez en mucho tiempo que Annie no le contestaba con evasivas.

—¿No... deseas llevar nada más? —Armin se mordió la lengua tras preguntar. No sabía de qué forma hacer que Annie se quedara más tiempo dentro de la tienda.

—No. ¿Cuánto es?

—Diez dólares... —La rubia le pasó el dinero con rapidez, y estuvo a poco de escabullirse de la tienda cuando Armin alzó la voz antes de que ella se diera la vuelta—. Espera, Annie... Ayer no recibiste el cambio.

Annie lo miró dubitativa. Claro, había olvidado que había escapado despavorida luego de caer en cuenta de sus acciones.

—Ah, eso. No importa, igual no era tanto.

—¡Espera!

—¿Qué quieres, Armin? —inquirió con hastío.

El rubio se quedó quieto, justo tras la división que había entre ellos, de dependiente y clienta. Armin dudó, pero se atrevió con rapidez a exteriorizar sus dudas.

—¿Te sientes bien?

Annie lo miró fijo, por un rato prolongado, sin responder a su pregunta. Luego, esbozó una sonrisa que tenía más disgusto que gracia, y respondió.

—Dios mío, Armin. No pongas esa cara. —El rubio la observó confuso—. ¿Qué? ¿Ahora finges demencia? Siempre que quieres conseguir algo pones mirada de borrego degollado, como si esperaras que eso sea suficiente para manipular al resto y hacer que caigan redondos en búsqueda de tu ayuda, pero yo no la necesito.

Tras aquella declaración, Annie se preparó para irse, pero Armin, tan veloz como pudo, rodeó la mesa y corrió hacia ella, obstaculizando su camino.

—Annie, no sé qué clase de impresión te he dado para que tengas esa opinión de mí, pero... yo no intento manipularte para que me hables... solo...

—Nada, Armin. No te diré nada, porque no pasa nada. Ahora, déjame ir.

Y Annie se marchó, dándole un empujón, pero con un extraño olor haciéndole cosquillas en la nariz, y con el corazón corriéndole como si hubiese sido partícipe de una carrera.

RAISON D'ÊTRE

Fue una mañana del domingo que Annie Leonhart y Armin Arlert volvieron a encontrarse luego de su discusión. Las noches posteriores a ese acontecimiento, Annie se abstuvo de saciar sus necesidades de cafeína envasada en una lata de color plata y con sabor a azúcar, pues no le daba la cara para volver a encontrarse con Armin; sin embargo, el destino jugó en su contra, pues se cruzó con él en la acera de un parque que se encontraba cerca de la tienda.

Y es que Annie no debía sorprenderse con esa casualidad, mucho menos Armin, pero era bien sabido que la joven Leonhart apenas salía de su hogar.

La mañana era fría, y Armin estaba sentando en el bordillo de la acera, mientras contemplaba una flor de lavanda que había comprado en una tienda. Poco ajeno al olor, pues su madre estaba obsesionada con esa planta, la acercó a su rostro, y se preguntó por qué siempre la limpieza y la calma se veían relacionadas a esa flor. En su último encuentro con Annie, se había esforzado para que el olor de la lavanda inundara su tienda, pero Annie no se percató de aquel detalle, y Armin no pudo continuar con su jugada maestra.

El joven suspiró resignado y se levantó, pero tal movimiento provocó que chocara con un cuerpo más pequeño, y cuando se giró para disculparse, se encontró con la mirada contrariada de Annie Leonhart.

—¡Annie! —Un ápice de felicidad brotó de su garganta al entonar el nombre de la muchacha, y la rubia lo miró con suma extrañeza ante su notoria alegría—. ¿Cómo estás?

Annie se quedó contemplando la existencia de Armin por varios segundos, sin animarse a dar una respuesta, fuera de si se tratase de una mentira o una verdad. Al igual que siempre, Armin lucía radiante y apacible; su vestimenta contribuía a mostrarse como un joven de buenos modales y amigable, a diferencia de Annie, que se veía más en decadencia con ropa más grande que ella misma, y desgastada por el uso.

—Bien —respondió al final, y Armin sin poder controlarlo la miró con esos zarcos que gritaban ‹‹No te creo››. Annie rodó los ojos—. ¿Qué? ¿Ahora no más mirada de borrego degollado? ¿Ahora pones cara de astucia?

—Perdón, Annie —se lamentó el joven, desviando la mirada—. No quiero incomodarte... Debería irme; sí, a casa, o a la tienda.

Annie dejó de observar a Armin cuando este empezó a divagar, y sus ojos, que parecían más hielo que cielo despejado, se fijaron en el ramo de flores que tenía Armin sujeto en su mano derecha. Annie inspiró y un cosquilleo le acarició la nariz. Era el mismo olor de la otra noche.

—¿Qué es eso? —inquirió Annie con voz exigente.

—¿Esto? —indicó Armin, alzando las flores. Annie asintió, un poco reticente a responder, pues se había dado cuenta de que indujo una conversación con el rubio debido a una extraña impulsividad—. Son flores.

—No me digas, Armin, pensé que eran bastones de azúcar.

—Perdón... —contestó Armin, apenado por su obviedad—. Es... flor de lavanda.

—La otra vez... en la tienda, estaba ese olor, ¿no? —Annie se llevó la mano al rostro y fingió rascarse la mejilla, en un intento de ocultarle su rostro al contrario.

—Sí, había puesto un aromatizante.

—¿Y eso? —Annie rechinó los dientes, ¿por qué seguía hablándole?

—Leí que... en el significado de las flores, la lavanda transmite pureza y frescura, calma... tranquilidad... Annie, yo... —Armin dudó, pero Annie estaba quieta y silenciosa y, aunque no lo mirara, Armin sintió que ella le prestaba atención—, siempre sentí curiosidad hacia ti; eres inteligente, pero muy solitaria. Nunca te vi hablar con nadie en la escuela, al menos no por tu voluntad, y cuando tuvimos esa clase juntos, supe que... No, tuve la sensación... de que estabas muy sola, y pensé en actuar como una buena persona, pero me rechazaste, y luego seguí siendo muy persistente, ¿no? Lamento molestarte, de verdad, no es mi intención ser una carga ni meterme en tu vida, pero... el otro día... me arrepentí de no ser más insistente contigo.

—No entiendo a qué vas con tu discurso, Armin —suspiró, cruzándose de brazos.

—Annie, si necesitas ayuda... puedes hablar conmigo. De verdad. No estoy intentando manipularte para que confíes en mí. De hecho, no es necesario que me digas tus problemas si no quieres, pero... forma lazos con otros, y habla de lo que sientes, y te darás cuenta de que, en algún momento, ya no estarás tan sola.

Annie sintió deseos de enojarse ante el discurso motivacional que le dio Armin, sin embargo, no pudo. Ella lo había buscado y lo había rechazado; ansiosa de ser ayudada, y miedosa por lo mismo. Lo odiaba por ser una buena persona, porque ella no podía serlo; lo detestaba por no estar solo, porque ella ansiaba ser como él. Armin, antes de darle su espacio, le extendió el ramo, y Annie lo aceptó.

Y aunque no volvieron a mirarse, ambos comprendieron que, en ese instante, Annie había dado el paso que le hacía falta.

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