twenty-five - what happens in rose hill... (part i)

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chapter xxv.
( iron man 3 )

he hecho muchas cosas estúpidas
estoy lejos de ser bueno, es verdad
pero aún te sigo encontrando a mi lado
next to me ─── imagine dragons

rose hill, tennessee
23 de diciembre, 2012

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Volvemos a desaparecer en la contrastante noche en blanco y negro. Nuestros pies nos llevan hacia el pueblo, increíblemente en miniatura, llamado Rose Hill hasta que encontramos una pequeña casa con un cobertizo. Es exactamente perfecto para lo que necesitamos. Mis manos y dedos están entumecidos cuando abro la cerradura de la puerta roja del cobertizo, y descubro que, una vez más, estoy agradeciendo en silencio a Happy por enseñarme. ¿Quién hubiera pensado que esto sería tan útil?

Papá me hace dejarlo entrar primero o, bueno, Iron Man va primero después de golpearlo con un martillo. El pequeño cobertizo es desordenado, por decir lo menos, con un viejo coche a un lado y herramientas al azar y otras cosas dispersas. Papá asiente levemente y decide que servirá. Luchamos por dejar caer el traje sobre un viejo sofá y él retrocede, como si estuviera quitándose una carga, no es que esté celosa ni nada.

—Vamos a ponerte cómodo —papá arregla las manos del traje y yo lo ayudo en silencio, acomodando su cuello para que mire hacia delante—. ¿Ya estás feliz?

Me aparto de los dos, riéndome un poco de su sarcasmo.

Papá se da la vuelta, se sienta un poco en el sofá y me señala.

—Ahora tú.

Mis ojos se cierran mientras regreso a otro momento. Papá me guía suavemente al sofá junto a la Mark 42. Me echa el pelo hacia atrás y comienza a examinarme en busca de lesiones. Me toma la cara entre las manos y gira la cabeza de un lado a otro. Mantengo los ojos cerrados mientras mi mente flota con recuerdos que he tratado de olvidar.

Finalmente murmuro:

—Yinsen dijo eso.

—¿El qué? —escucho a papá romper algo antes de comenzar a envolver material alrededor de mi estómago herido.

Supongo que ser golpeada por nuestra mesa de trabajo debe haber hecho algo de daño, porque duele mogollón.

—Ahora tú —me encojo de hombros, mirándolo mejor.

Parece mucho más viejo que cuando nos secuestraron. Tiene más arrugas alrededor de los ojos y no puedo decir si es algo bueno. Su cabello es mucho más corto ahora y peinado en lugar de llevar toneladas de gel. Ha perdido esa suavidad en su apariencia; ser inocente al derramar sangre, de ser solo mi padre, de no ser consciente de las pesadillas. Muchas cosas son diferentes, pero sus ojos chocolate no cambiaron desde la primera vez que los vi en la habitación 112. Feliz con un toque de soledad. Puede que yo haya heredado los de mi madre, pero sé que obtuve la soledad de mi padre.

No hablo, pero me pongo rígida cuando levanta las mangas hasta las muñecas. Su rostro se contorsiona y otro dolor me atraviesa ante lo que vemos. La sangre gotea constantemente de mi piel, comenzando a manchar sus manos de rojo. Cuando parece estar luchando por tragar, sus ojos se encuentran con los míos y hago todo lo posible para evitar su mirada. Levanta sus dedos, ahora mojados, y mueve mi barbilla hacia atrás para obligarme a mirarlo. Lucho contra el puchero en mi labio inferior, moviendo a regañadientes mis ojos para encontrar los suyos.

—¿Intentas cortar los cables otra vez? —su voz suena plana cuando pregunta, casi como si supiera algo que no quiere creer.

¿He intentado cortar los cables otra vez? Si tan solo fuera más estúpida. Incluso es más inteligente. Pienso en Mónaco, cuando las cosas más oscuras y aterradoras de mi corta vida fueron Edgar Frost, los propulsores y los cables incrustados en mi carne, e Ivan Vanko. No tenía idea del hecho de que mi padre se estaba muriendo, que mi mundo estaba a punto de terminar, de todo. Dios, desearía haber cortado mis propulsores y haber tenido éxito.

—N-No —respiro con lentitud.

—Lisa —su expresión y voz se endurecen simultáneamente.

—Papá, yo... N-No quiero hablar de eso —sacudo la cabeza ligeramente, mirando hacia la carne destrozada.

Sus cejas se hunden ligeramente y da un asentimiento casi inexistente antes de comenzar a envolver mis muñecas.

—Es como en la cueva —susurro tras unos minutos más de silencio.

—Hm —es todo lo que dice, dándome una sonrisa torcida—. No puedo decir si prefiero eso o no, pequeñaja.

Nos miramos por un momento, estudiando y analizando. La culpa de lo que he hecho amenaza con tragarme y siento que me voy a ahogar. Aunque no estoy sola; también hay culpa en sus ojos, por lo que exactamente no puedo estar segura. Solía poder leerlo como un libro. Es un poco más complicado ahora que nuestros dos cerebros son un desastre.

Ninguno dice nada. Él toma la parte posterior de mi cuello con su mano aún roja y me empuja hacia adelante, hasta que nuestras frentes están en ángulo una contra la otra. Una pequeña lágrima gotea por mi mejilla y respiro temblorosamente. Sus callosas manos la limpian y me da esa misma sonrisa, esa que reserva para las personas que realmente lo conocen. Asiento rápidamente antes de que caigan más lágrimas, tratando de ocultar mi rostro.

—Eh, eh —me golpea la barbilla—. No pasa nada, pequeñaja, haré que todo salga bien.

Él espera hasta que yo dé un asentimiento de reconocimiento antes de ponerse de pie, dejándose caer en un taburete junto a una de las mesas de trabajo desvencijadas. Sus manos comienzan a hurgar en la lámpara y las herramientas esparcidas. Papá mira sus propias muñecas y comienza a arreglar sus implantes azules al tiempo yo me acurruco en el sofá con olor a humedad. ¿Por qué no le conté todo desde el principio? Podríamos haber evitado todo esto. Trago con dificultad y me muevo incómoda.

—Papá —no hablo de nuevo hasta que sus ojos se levantan y se mueven para encontrarse con los míos—. Esto es culpa mía.

Sus cejas se inclinan ligeramente hacia abajo y mueve la boca para responder, pero, en cambio, suena una voz joven.

—¡Quieto!

Mi corazón salta a mi garganta. Todo el cuerpo de papá se tensa y pone frente a mí, listo para pelear si es necesario. Rápidamente, me dejo caer sobre el brazo del sofá y me encuentro con una vista muy anticlimática. Un niño bajito, de pelo rubio arenoso, se encuentra en la puerta con una pistola de juguete, apuntándonos. Lleva un abrigo de invierno, un sombrero que cubre su cabeza y una bolsa colgada de su hombro y pecho. Sus ojos se entrecierran ligeramente y hace todo lo posible para parecer intimidante. En realidad es increíblemente adorable, pero no quiero herir sus sentimientos, así que trato de hacer que mi cara parezca asustada.

—No os mováis —amenaza.

—Pillados —papá levanta los brazos y me da un codazo en las costillas para que yo haga lo mismo.

Me tambaleo por la fuerza, frotando mis dedos contra el lugar. Estoy segura de que ya se está formando un moretón. Suelo conseguir moretones fáciles en la piel, y encima él tiene los codos muy puntiagudos y afilados. Me quejo incluso cuando obedezco.

Papá me ignora, haciendo un gesto a la pistola de juguete en las manos del niño.

—Bonito lanzapatatas. El cañón es algo largo. Entre eso y lo ancho que es, reducirá la velocidad de disparo.

El niño levanta su arma de juguete y aprieta el gatillo. Una patata ovalada sale del cañón y se estrella contra una botella en el estante. El cristal se hace añicos y entrecierro los ojos, retrocediendo para evitar que me caigan encima.

Papá deja caer las manos sobre su regazo, haciendo una mueca divertida.

—Y ahora estás sin munición.

Los ojos del niño destellan de mi padre a mí antes y se ensanchan.

—¡Eh! ¡Tú eres el Cuervo Rojo!

Papá y yo nos miramos. Mi boca se abre en una sonrisa. Lleva un dolor y una incredulidad tan burlones porque este chico me reconoció, pero no a él. No soy tan popular como papá, y por lo general me gusta así. Pero no ahora. En este momento, me siento muy especial mientras me río de su expresión.

Miro al niño, suelto una carcajada más fuerte y asiento ansiosamente.

—Uh, sí. Lo soy.

—¡Wow! —irradia, aunque todavía suena cauteloso, como si no pudiera creer que esto esté sucediendo.

Los labios de papá se fruncen mientras le doy una sonrisa arrogante.

El niño inclina su cabeza hacia un lado, hablándome a mi padre.

—¿Qué tiene en el pecho?

—Es un electroimán. Deberías saberlo —papá asiente por encima del hombro—, tienes una caja llena.

—¿Qué hace funcionar?

Papá y yo nos volvemos a mirar. Me encojo de hombros, él reflexiona sus cejas. Luego dirige la lámpara hacia el traje. La mirada en la cara del niño no tiene precio; sus ojos se ensanchan aún más y su boca libera una bocanada de aire. Con una pequeña sonrisa, dolorosamente llevo mis muslos hacia mi pecho y descanso mis brazos sobre mis rodillas. Una pequeña mueca aparece en mi cara, pero rápidamente la borro cuando noto la mirada analizadora de papá en mi dirección. Luego la vuelve hacia el niño cuando sus brazos caen a sus costados, soltando el lanzapatatas.

—¡Uala! —el niño se ríe asombrado, señalando el traje y acercándose—. ¿Es... es... es Iron Man?

—Técnicamente, soy yo —responde papá rápidamente, inclinándose y asintiendo con la cabeza a un lado.

Técnicamente —el niño pone un periódico doblado contra el pecho de papá—, está muerto —sus ojos se encuentran con los míos y, al instante, vuelve a mirar el traje—. Los dos.

Papá mira el periódico con tres fotos. La primera y yo somos papá en nuestros respectivos traje, la segunda es su cara y la tercera la mía, y luego grandes palabras en negrita que dicen "Ataque del Mandarín: Muerte Presunta de los Stark". Maldición. Me encojo un poco y, al tragar, me duele.

—Es verdad —reconoce mi padre y puedo sentir sus ojos parpadear hacia mí.

Mis ojos se levantan y nos miramos por un momento. Realmente es como si estuviéramos en Afganistán otra vez. Hay miedo y desesperación persistente detrás de esos ojos que conozco tan bien. El miedo a lo que nos puede pasar siempre está ahí, siempre presente. Y sin embargo, me está haciendo verlo de nuevo y, con toda honestidad, me está haciendo verme a mí.

—¿Qué le ha pasado? —pregunta el niño inocentemente, apretando el pequeño espacio entre el traje y yo.

—La vida —le doy un gesto triste y lento, acariciando juguetonamente la máscara de Iron Man.

El niño se ríe un poco, moviendo la cabeza del traje.

—Yo lo fabriqué. Cuido de él —papá dobla el periódico y lo arroja sobre la mesa de trabajo, añadiendo en voz baja—: Lo arreglaré.

—¿Como un mecánico? —él pregunta, mirando a mi padre.

—Sí —responde papá con cansancio.

Huh. Un mecánico. Nunca pensé en papá de esa manera. Quiero decir, él es Iron Man, es 'Tony Stark', CEO, heredero, Vengador, playboy, genio, filántropo, y la lista continúa. Pero me gusta 'mecánico'. Es más realista, es más... suyo.

El niño asiente levemente en comprensión.

—Hmm —continúa moviendo la cabeza del traje—. Si yo hubiera fabricado a Iron Man y Máquina de Guerra...

—Ahora es 'Iron Patriot' —los ojos de papá se contraen y miran hacia la nada, con una persistente sensación de amargura en su tono.

La cara del niño se ilumina.

—¡Eso mola más!

—¡¿Verdad?! —sonrío emocionada.

Papá nos envía una expresión severa.

—No es verdad.

Ruedo los ojos. N-e-g-a-c-i-ó-n. ¿Qué deletrea? Tony Stark.

—En fin, yo le habría añadido, um —el niño mueve sus manos sobre el pecho y el hombro del traje—, los paneles... —lucha por las palabras.

—¿Retro-reflectantes? —ayudo con un tono reflexivo.

—Para que tenga modo sigiloso —el niño se aleja, aún mostrando sus manos.

Eh, es inteligente. Aww.

—¿Un modo sigiloso? —las cejas de papá se levantan.

—Mola.

Papá se encoge de hombros un poco.

—Es una buena idea. Quizás lo fabrique.

Oh, estoy segura de que lo hará.

Me estremezco cuando el niño se agacha y tira de las diferentes piezas del traje. Ahora, es una mala idea. Hago un sonido de advertencia mientras estiro mi mano hacia él. Realmente no lo detengo a tiempo. Y por "no realmente", quiero decir que no. En absoluto. Mi mueca empeora cuando lo veo arrancar completamente el dedo del traje. Hace un fuerte ruido al ceder y se queda en la pequeña mano del niño.

—Oooh —hice una mueca, entrecerrando los ojos.

—Eso no es buena idea —la voz de papá se acelera y da un paso adelante, protegiendo a su bebé de metal.

—Oops —el niño sinceramente no luce muy culpable.

No puedo evitar resoplar un poco, cubriendo mi boca con mi mano aún magullada.

—¿Pero qué haces? ¿Romperle el dedo? —el niño lo mira con los grandes ojos azules, papá le señala el traje con un tono de regaño—. Está sufriendo. Le han herido. Déjale.

—Lo... lo siento.

—¿Seguro? —papá regaña, sobresaliendo un poco la barbilla, levantando las cejas.

Mis labios se fruncen. El niño lo mira con disculpa y sus labios se presionan uno contra el otro. Papá suspira internamente, ignorando el problema cuando un destello de culpa atraviesa sus ojos.

—Tranqui, lo arreglaré —sacude la cabeza y se mira las manos.

Le sonrío, contenta de ver a mi verdadero padre, el sincero, el de corazón, el que todos luchan por volver a ver.

—¿Quién hay en casa? —papá mira al niño, frunciendo ligeramente los labios.

—Pues... mamá ya se ha ido al restaurante y papá al 7-11 a por rascas —el niño se frota la nariz mientras me recuesto en el sofá, papá cruza los brazos sobre el pecho—. Y debió de ganar, porque de eso hace seis años.

Oh. Él mira el dedo de metal en sus manos, jugando con tristeza. Sé lo que es ser abandonado. El odio de mi madre es algo con lo que tengo que vivir, pero siempre supe que había una razón. Quizás eso lo hizo mejor. Aunque era psicópata, Janice Montgomery nunca quiso un hijo, ni siquiera era capaz de cuidar uno; puedo consolarme con el hecho de que era ella, no yo. ¿Pero que tus padres te abandonen sin ninguna razón, sin dejar claro por qué no se quedaron? ¿Fuíste tú? ¿Fue algo que hiciste? No me lo puedo imaginar.

—Hmm —murmura papá, pareciendo comprensivo—. Esas cosas pasan. Los padres se van. No hay que preocuparse por eso. Necesito lo siguiente —mi mandíbula cae y los ojos del niño se estrechan con incredulidad—: Un portátil, un reloj digital, un móvil, el accionador neumático de tu bazuca, un mapa de la ciudad, un mueve grande y dos sándwiches de atún —el dedo de papá se mueve entre él y yo.

—¿Y yo qué gano? —el niño se pone manos a la obra, cruzando los dedos ligeramente, como una especie de hombre de negocios adorable.

Sonrío y giro los ojos, sacudiendo un poco la cabeza.

—La salvación —la cara de papá se contrae—. ¿Cómo se llama?

El niño lucha por permanecer en blanco.

—¿Quién?

El chico que se pasa contigo en el cole —habla papá, con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo se llama?

—¿Cómo sabe eso? —el niño pregunta, tímido.

—Tengo la solución —papá levanta un dedo mientras se mueve hacia el traje.

Mis ojos se abren ante lo que saca.

—¡Papá, no le des eso!

—Psh, no pasará nada —repite su línea habitual e ignora la preocupación.

Oh, Dios, siempre pasa lo contrario cuando uno de los dos dice eso.

Papá extiende el objeto de metal frente a la cara del niño, arrodillándose frente a nosotros.

Nos da una expresión muy seria cuando dice:

—Esto es una piñata para grillos. Es broma, es un arma poderosa. Ponla lejos de tu cara, aprieta el botón de arriba y ahuyentará a los abusones. No es letal, sirve para cubrirse... —le señalo con el dedo índice burlonamente y él elige un poco su lenguaje (quiero decir, el niño parece tener unos diez años), incluso si rueda a regañadientes sus ojos—, las espaldas.

El niño lo intenta agarrar, pero papá lo aleja.

—¿Hecho? ¿Hecho? ¿Qué dices?

—Hecho.

—¿Hecho?

—Ya lo ha dicho, papá —sonrío y vuelvo a poner los ojos en blanco, apoyándome en el brazo del traje y sonriéndole educadamente al niño—. ¿Cómo te llamas?

—Harley. ¿Y usted es...?

—El mecánico. Tony —papá mueve su pulgar hacia mí—. Ella es mi hija, Lisa.

Le doy un pequeño saludo.

—Ya lo sé —Harley rápidamente se sonroja como un tomate.

Me río un poco mientras papá mira de reojo, apuntando con un dedo hacia su sien.

—No dejo de darle vueltas —Harley y yo levantamos las cejas con anticipación solo para decepcionarnos—. ¿Dónde está mi sándwich?

Cuando dejamos a papá para seguir trabajando en el traje, Harley y yo nos colamos en la vieja casa, tratando de tener cuidado a pesar de que la señora Keener, la madre de Harley, ni siquiera está. Una pequeña niña de cabello rubio está frente a su casa de muñecas, pero, por la forma en que juega con sus Barbies, dudo que sepa que estamos aquí. Harley sigue mirándome incómodamente mientras me lleva a la cocina. Le doy una sonrisa cada vez que mira tímidamente sobre su hombro, su cara es exactamente del mismo tono que una cereza.

Entramos en la cocina e inmediatamente él se dirige directamente hacia el frigorífico. Envuelvo mis brazos sobre mi pecho, empujando mi espalda contra el mostrador. Harley huele antes de comenzar a sacar cosas diferentes de la nevera. Mientras coloca los artículos a mi lado, sus ojos azules se alzan hacia mí. Se aclara la garganta, abre la boca para hablar y luego se aclara la garganta nuevamente. Me río en voz baja, levantando mis cejas con expectación.

—E-Es súper genial conocerte en persona —arroja un poco de atún apestoso sobre pan blanco.

Oh, ¿por qué papá no pidió jamón y queso?

—Ja, bueno, gracias —entonces le doy a Harley un sincero asentimiento—. Y gracias también por dejarnos en tu casa. No tenemos muchas opciones ahora, así que realmente lo apreciamos.

—Ah, no hay problema —mueve la mano que tiene la cuchara—. Es genial poder ayudaros.

Asiento de nuevo cuando una sonrisa aparece en mi rostro y miro mis Converse aún húmedas.

—Entonces, si, um —se frota la nariz—. no te molesta que te pregunte, ¿por qué no dejaste de caer cuando ese tipo... cómo se llama? Ah, el Mandarín... ¿cuándo el Mandarín explotó tu casa? Leí los periódicos. ¿No podrías haberte "atrapado" o algo así?

Trago con dificultad, tratando de mantener mi voz indiferente.

—No deberías creer todo lo que lees, Harley. No puedo hacer cosas así.

—¡Pero eres una superheroína, señorita Stark! ¡Eres increíble! —sonrío tristemente mientras el niño grita, agitando la cuchara y lanzo atún por todas partes—. ¡Peleaste contra Whiplash en Francia y contra Loki en Nueva York! ¡Eres el Cuervo Rojo! ¡Das tortas como panes!

Me río y giro los ojos hacia él.

—Harley, no soy un superhéroe. Sería —mi mente parpadea en el recuerdo antes de que las palabras salgan— extravagante y, um, descabellado —parece que estoy repitiendo las mismas palabras que papá dijo justo antes de anunciarse como Iron Man en 2010, así que continúo—. Eso es cosa de mi padre, no mía.

—¡Podría serlo! Tú, ya sabes, inspiras a la gente.

Sacudo la cabeza, dejando que mis oscuros mechones caigan en mis ojos.

—No soy como ellos, Harley. Los Vengadores, esos héroes, yo... —me burlo—. Ellos pueden mantenerse unidos, ¿y qué hago yo? —me detengo y vuelvo a sacudir la cabeza.

Harley levanta la vista de las cuatro rebanadas de pan y me mira extrañado. Me lamo los labios y frunzo al de diez años. Sus cejas se elevan más mientras seguimos mirándonos. ¿Qué diablos está pasando ahora? ¿Por qué demonios estoy compartiendo todo esto con este niño al azar?

—De todos modos —aclaro mi garganta y parpadeo a un lado.

—¡Oh! —Harley termina los sándwiches y camina hacia el otro lado de la cocina—. Esto es para tu padre.

Toma algo del mostrador y me lo ofrece. Me acerco y mis dedos negros y azules sacan de los suyos lo que está sosteniendo con tanto cuidado. Un reloj rosa de Dora la Exploradora está en mi propulsor, sonriéndome con entusiasmo. Bueno, papá dijo que necesitaba uno. Resoplo, asintiendo con la cabeza lenta y felizmente.

—¿Crees que le servirá?

—Mhm, claro —asiento a Harley con una sonrisa amplia y cursi.

Lanza un suspiro de alivio y camina hacia la puerta con el plato de sándwiches en la mano.

—Ah, bien, guay.

Cuando Harley desaparece y se dirige hacia el cobertizo, respiro hondo y me muerdo el labio inferior.

Un superhéroe.

El Cuervo Rojo.

Lisa Stark

Sigo siendo ellos.

Sigo siendo ella.

Sonrío al reloj sentado en mi mano.

—Oh, a papá le va a encantar.

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