twenty-four - angels & demons

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chapter xxiv.
( iron man 3 )

¿qué hay de los ángeles?
vienen y se van, haciéndonos especiales

no me jedes, no me jedes
not about angels ─── birdy

tennessee
23 de diciembre, 2012

  ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀


Un gemido silencioso escapa de mis labios mientras mis ojos luchan por abrirse. Todo está húmedo y frío y mis piernas se sienten pesadas, como si algo muy fuerte me empujara hacia abajo. Me arde el costado y hay un viento ardiente golpeando mi nariz y labios agrietados. Todo es horrible, pero nada se compara con los gritos extraños, agudos y muy molestos que suenan en el fondo de mi mente.

—Oh, Dios —murmuro antes de que finalmente logre abrir los ojos.

Y ahora desearía haberlos mantenido cerrados.

Lo que me esté cargando está temblando salvajemente, y mi cuerpo se balancea dolorosamente de un lado a otro. Mis pies se mueven débilmente debajo de mí mientras el suelo oscuro donde pertenezco está a cientos de metros. Hay manos de metal agarrándose debajo de mis brazos, sujetándome fuertemente para asegurarse de que no me convierta en el equivalente humano de un insecto aplastado. Los árboles se extienden a nuestro alrededor y se vuelven más distintos y detallados a medida que me doy cuenta de que estoy cayendo.

—¡Tus propulsores! ¡Tus propulsores! —los gritos de papá se vuelven distintivos en mis oídos cuanto más nos acercamos a la carretera y al auto que conduce por debajo.

Estamos muy jodidos.

Me sumo al grito, intentando agarrar en pánico el cuello del traje. Mis piernas patean desesperadamente al aire, como si esto de alguna manera nos impidiera golpear contra el asfalto negro que rueda hacia nuestras caras. Esto es todo. Morir por caer de bruces. Que típico. Papá nos da la vuelta justo cuando vamos a chocar contra la carretera, haciendo que el suelo se encuentre con su metal. El coche, a solo unos metros de nosotros, se detiene y gira desesperado. Escucho un fuerte ruido cuando saltamos del asfalto y volamos una vez más.

Todo lo que puedo escuchar son nuestros chillido al estrellarnos por el bosque. Las ramas y las rocas me raspan la piel y mi cabello vuela en mi boca. Nuestras extremidades se agitan cuando el traje de papá se estrella contra los árboles y el suelo y luego más árboles y más tierra hasta que, una vez más, ya no puedo distinguir nada. Nuestros cuerpos finalmente se deslizan hasta detenerse dolorosamente dentro de una gruesa capa de nieve; el traje vuelve a sonar en el acto. Las manos de metal me empujan de la espalda de papá para que pueda darse la vuelta.

Los dos miramos al cielo con expresiones aturdidas y temblorosas. La nieve, suave y gentil, se desliza por el aire hasta que baña mi pelo castaño mojado y me pica las mejillas. A medida que los dolores y los gemidos salen de nuestros labios, nos mantenemos en silencio, escuchando nuestras respiraciones. Él está vivo. Estamos vivos. Es, sinceramente, un giro de la trama. Estaba casi segura de que era el final. Muchas veces he pensando que iba a morir, pero no estoy segura de haber estado tan cerca antes. Un pequeño escalofrío me sube por el estómago hasta el pecho cuando recuerdo la última vez que me mantuvieron bajo el agua durante largos períodos de tiempo. Afganistán. Dios, eso fue hace tanto. Pero sobrevivimos entonces y hemos sobrevivido ahora. Él debe haberme sacado de casa después de ser noqueada. Esa es la única explicación. Oh, Dios, la casa. Ya no está.

—T-Todo es-esto —tartamudeo— de caer desde el cielo, papá, se está volviendo un pelín habitual —gruño, sintiendo la nieve derretirse a través de la camiseta rota de papá que yo estoy usando.

—Ja —papá suelta una risa sarcástica, que suena mecánica, antes de que su mano arranca la máscara.

Una nube de humo nos nubla y toso un poco, agitándome con cansancio.

—Está nevando —murmura papá con los ojos entrecerrados—. ¿Estamos en el norte?

—A ocho kilómetros de Rose Hill, Tennessee —Jarvis habla a través de la máscara abierta.

Como papá permanece un poco sin palabras por el momento, no tengo ningún problema en reaccionar.

—¡¿Por qué?!

—Jarvis —dice papá—, ¡yo no he tenido esta idea!

Gimo en voz baja, dejando caer mi brazo tembloroso sobre mi cara, solo para hacer una mueca en respuesta. Me duelen mucho las muñecas y, cuando las miro a través de la manga, puedo ver carne roja. He sobrevivido, pero ¿por cuánto tiempo realmente? Aún me sigo muriendo.

Los ojos de papá rápidamente bailan alrededor del cielo.

—¿Qué hacemos aquí? ¡Estamos a miles de kilómetros! Tenemos que ir a Pepper. Tengo que... —dice, murmurando de cansancio.

—Preparé un plan de vuelo —prácticamente puedo ver a Jarvis encogerse mientras habla con inocencia—, este era el lugar.

—¿Quién te lo pidió? —la voz de papá cae repentinamente—. Abre el traje.

—No te va a gustar —canturreo.

La voz de Jarvis tiembla.

—Puede... puede que me haya averiado, señor.

—Ábrelo.

El traje comienza a zumbar. Sacudo débilmente la cabeza, sabiendo que lamentará esta decisión en unos cinco segundos como máximo. Los pestillos comienzan a abrirse y todo se despliega, trayendo a mi padre al mundo frío. Rápidamente se sienta y su cuerpo se congela, lo cual es muy apropiado.

—Ooo, agh, qué frío —espeta papá, ya temblando y frotándose las manos.

Se frota la nieve en las muñecas, donde inserta esos pequeños gránulos, tratando de calmar cualquier dolor que deba tener. Entiendo el sentimiento. Me mira y su rostro se contorsiona, haciendo que sus ojos y nariz se arruguen. Me burlo internamente de su preocupación y una punzada de esa amargura me encuentra una vez más. Aprieto los dientes, mirando los orbes marrones que pertenecen a una persona que nunca me ha dicho que me aman, a una persona que eligió salvar a otra. Ruedo los ojos lejos de él, mirando hacia el cielo casi negro. Empujo mi lengua contra la parte posterior de mis dientes inferiores, respirando con dificultad.

En lugar de estrellas para romper la oscuridad, es la nieve a la deriva, y parece casi poética de una forma que no puedo explicar. En lugar de que la luz y la esperanza brillen, es solo el frío amargo. Ignorando cualquier actitud que pueda o no darle, papá me rodea con el brazo y me pone a su lado. Me ayuda a sentarme y mi cabeza gira mientras me inclino a regañadientes hacia él. Es por necesidad, nada más.

Él levanta mis manos temblorosas y las golpea, frotando sus manos a ambos lados de los moretones que forman.

—Eh, pequeñaja, ¿te encuentras bien?

Aprieto los dientes con más fuerza y ​​trago dolorosamente.

—Sí.

Él comienza a quitarse el traje, tratando de reposicionarme dentro de él.

—Lisa, puede que necesites meterte para entrar en...

Jarvis interrumpe con una voz ronca y moribunda.

—Creo que ahora necesito dormir, señor.

Cuando nuestro último trozo de casa se extingue, papá grita:

—¡Jarvis! —su voz se vuelve suave con la tristeza—. ¿Jarvis? No nos abandones —su cabeza se sacude ligeramente, mirando al suelo.

Mis ojos parpadean hacia mis pies empapados, respirando lentamente. Me alejo de papá y me pongo de pie, tropezando. Impaciente, tiemblo y me quedo a un lado mientras él envuelve los cables alrededor de los brazos y los hombros del traje. Me da un leve asentimiento, sin mirarme, y luego comenzamos nuestra caminata por la nieve. Supongo que me quedo unos metros detrás de él por varias razones. Uno: porque no puedo ver a dónde voy sin la luz de su reactor, y dos: porque no estoy de humor para ser su amiguita en este momento. Todo está mal.

Los habitantes del país me consideran una loca. Mi cabeza está llena de visiones y destellos del futuro que todos tachan de falsos. ¡Pero son reales! De todas formas, ya no importa.

Estoy muriendo. Y, Dios, también sufriendo. Apenas puedo moverme, mucho menos pensar. Todo se ha dificultado. Sigo tomando decisiones estúpidas y fuera de lugar que simplemente parece que no puedo controlar. Me estoy muriendo y eso me ha cambiado. Nadie sabe lo que me pasa. Bueno, dos personas sí, y son tan cómplices en los bombardeos del Mandarín como yo. Estoy sola.

He ayudado a hacer algo que un terrorista ha robado para hacer estallar personas; personas como mi familia: mi padre, mi especie de madre, mi tío.

Toda mi casa está hecha pedazos, junto con las fotos de mi abuela y Jarvis humano, las dibujos en los que he trabajado desde que tenía cuatro años, los trajes de papá y el taller donde pasábamos horas y horas. Todo fue destruido.

Y hay otra cosa: mi padre eligió a Pepper. Supongo que las dos no éramos suficientemente buenas. Oh Dios, soy despreciable.

Mis dedos de manos y pies están entumecidos cuando la nieve llega y se arrastra por mis tobillos. Mis brazos permanecen envueltos alrededor de mi abdomen tembloroso, pero no hace mucho para evitar el frío y el viento. La luz azul de su pecho se refleja contra la nieve que cruje debajo de nuestros zapatos. A pesar de todo, el silencio que nos rodea, y el suave resplandor de la luz en la nieve, permiten algún tipo de paz contra el zumbido constante en la parte posterior de mi cabeza. Intento ignorarlo, curarlo, escapar solo durante cinco segundos.

Mis cinco segundos han transcurrido más rápido de lo que pensé.

—¿Vas a decirme por qué te negaste a usar los propulsores? —cuestiona papá por encima del hombro, todavía tirando del traje.

Mis ojos se dirigen hacia él y me balanceo ligeramente.

Podría mentir. Podría encontrar alguna excusa débil que explique todo lo que ha sucedido en los últimos siete meses. O podría ser honesta. La honestidad parece muy lejana ahora mismo. No creo haber dicho la verdad en mucho tiempo, quizás haya olvidado cómo hacerlo.

Su barbilla se inclina.

—¿Y bien?

Sacudo levemente la cabeza, aún tratando de decidir cómo responder. Mis ojos parpadean a nuestro alrededor y veo la larga, gruesa y perfecta capa de nieve que se extiende ante mí. Está intacta, es delicada y suave, muy parecida a lo que imagino que sería un ángel. Prácticamente puedo escuchar la risa de mi yo de seis años haciendo eco en lo que había sido un día de sol. Hace un agujero en mi realidad solo para darme un recuerdo.

Una pequeña de cabello oscuro bailaba, con un abrigo rosa colgando de su cuerpo. Una versión más joven de mi padre se reía y perseguía a la bailarina, que era yo. Pepper y Rhodey lo seguían apresuradamente con sonrisas en sus rostros y humeantes tazas de café en sus manos. Happy avanzaba penosamente, cubierto con un abrigo de invierno demasiado voluminoso y con el ceño fruncido.

Papá me atrapó de repente y me levantó, ganándose un fuerte chillido y un ataque de risa de mi parte. Papá se echó a reír mientras me hacía cosquillas en los costados, yo rápidamente jadeé por aire y lancé mis extremidades, tratando de ser liberada. Con una risa cansada, caímos en la nieve. Mientras él se hacía el muerto, yo respiré y, riendo, empujé su brazo. No se movió hasta que lo hice dos o tres veces más. De repente, volvió a la vida y arrojó un puñado de nieve en mi cara. Balbuceé y me reí, arrojándole algo también.

—Mira, Lisa, aquí —papá volvió a caer rápidamente en la nieve y comenzó a agitar los brazos y las piernas, haciendo huecos en el blanco.

Una mirada de asombro pasó por mis ojos azules y mi boca se convirtió en una 'O'. Hice lo mismo y luego me maravillé ante el ángel que había creado. Eventualmente, conseguimos que los otros tres de nuestra familia se unieran, y pronto todo el parque estaba cubierto de ángeles de nieve de diferentes tamaños.

Pero no hay ángeles de nieve aquí. No hay ángeles en absoluto. Solo demonios. Muchos demonios.

—¡Eh! —espeta papá enojado.

Vuelvo a mirarlo, ya que ahora se ha volteado. Nos miramos por un largo momento antes de que él extienda sus manos con impaciencia.

—¿Qué quieres que te diga? —me encojo de hombros, aún manteniendo mis brazos alrededor de mí.

—¿Qué quiero que digas? —mueve la cabeza en confusión—. Quiero que me des una explicación de lo que está pasando. Tienes propulsores y, aun así, eliges no usarlos, ¿cómo tengo que reaccionar a eso? Podrías haber salido de esa casa diez veces más rápido que yo y te quedaste.

—Al menos sigo aquí —interrumpo, la amargura se filtra por mi voz.

Él aprieta la mandíbula y presiona los labios.

—No es justo.

No respondo. Solo dejo que mi cara se convierta en un resplandor duro dirigido precisamente a él.

Gruñendo un poco, se lleva la mano a la frente y la retira bruscamente.

—¡Me estoy esforzando mucho, pequeñaja! ¡En serio! —se detiene y gira la cabeza—. Lo intento comprender. Sé que las cosas han sido difíciles para ti últimamente, también lo han sido para mí...

—¿Difíciles para mí últimamente? —mi voz es cada vez más fuerte—. ¡¿Difíciles para mí últimamente?! ¡¿Hablas en serio?!

Sus manos caen a los costados y espeto:

—Muy en serio.

—¡Me tachan de loca, papá! ¿Sabes cómo se siente? No. Y lo peor es que tú no dices que no es verdad. Te aseguras de que nadie lo diga, ¡pero tú ni lo niegas! ¡Crees que es verdad! —él simplemente se sacude la cabeza en irritación—. Te necesitaba. Y juro que quería ayudarte. ¿Dónde has estado, eh? Aparte de salvando a Pepper —las palabras saben odiosas y amargas cuando salen mi boca, y quiero recuperarlas tan pronto como las diga.

No, no, no me refiero a eso.

Pero es muy tarde.

Su rostro se endurece y se acerca.

—No hagas eso.

—¿No hacer qué? —escupo, y no puedo parar, juro que no puedo—. No digas lo que estoy pensando, lo que siento, no es verdad. ¡La elegiste a ella, papá! Tú no sabías si mis propulsores podrían sacarme a tiempo, ¡no sabías si podría usarlos! La casa explotó y tú elegiste. Y no fue a mí. Nunca me eliges a mí.

¿Qué significa eso? —dice.

Mis manos se juntan en puños alrededor de mis propulsores.

—¡Sabes perfectamente lo que significa! —lo señalo con el dedo y el tono de mi voz se alza—. Pero lo siento. ¡Lamento mucho sentirme así! ¡Dios! —levanto mis puños hacia mi frente y luego los lanzo hacia atrás—. Pero tienes razón. ¡Nunca debería decir la verdad! No quisiera que nadie pensara que estoy loca, ¡¿verdad?!

Él visiblemente muerde las palabras y no puedo decidir si estoy feliz o enojada. Si tiene algo que decir, ¡debería hacerlo! Pero tampoco quiero escucharlo.

Su rostro es oscuro y enojado mientras nos miramos. Levanto mis manos y camino penosamente para pasar junto a él. Me agarra de la muñeca, tratando de detenerme, pero, en cambio, dejo escapar un grito de dolor y me tropiezo. Me alejo bruscamente, dándole un empujón en el pecho. Papá me suelta, mirándome con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos. Siseo de dolor mientras me levanto la manga y, a la luz del reactor, podemos ver cómo están mis muñecas. Los cables oxidados, que solían estar enterrados en lo profundo de mi carne, se están levantando hacia la superficie magullada y ensangrentada.

—¡Maldita sea! —pateo la nieve cercana mientras acerco mis brazos a mi abdomen.

—¿Por qué están así? ¡¿Qué ha pasado?! —exige papá igual de enojado.

Mi cabeza se gira bruscamente para mirarlo y las palabras se disparan con demasiada facilidad.

—¡Como si te importara!

No quise decir eso.

La mirada en sus ojos hace que todo lo amargo y furioso dentro de mí se desvanezca. Sus ojos marrones están blindados por la emoción; traga saliva, levanta las cejas y mira hacia el suelo. Mis hombros se enderezan y siento que mi expresión amarga cae mientras mis ojos estudian mis zapatos cubiertos de nieve. Mi cabello oscuro y húmedo se agita cuando sacudo la cabeza y me alejo de él. Papá no se mueve por un momento, pero ni siquiera puedo soportar mirarlo, así que sigo presionando.

Merece saberlo.

Pero no consigo decírselo.

Cuando la noche oscura se aclara, mis ojos se levantan para ver una estación de servicio a unos mil pies más adelante. Mi ritmo se acelera hasta que estoy parada debajo de su toldo, luchando por tragar mientras mis dientes castañean. Es oficial. Odio el invierno. Respiro temblorosamente y mis pies se mueven entumecidos de un lado a otro en un esfuerzo por calentar mi cuerpo. Papá deja caer los cables que sujetan el traje y estira la espalda una vez la alcanza. Miro a todas partes, igual que él, de derecha a izquierda con indiferencia. Sacudiendo ligeramente la cabeza, sus ojos continúan bailando mientras piensa en lo que debe decir y hacer.

No estoy segura de cuánto tiempo tarda en decidir, pero parece un infinito. Finalmente, suelta un suspiro tembloroso y camina inestablemente hacia mí, nuestros ojos no se encuentran del todo mientras miramos en la dirección del otro. Entonces papá me roza, haciéndome fruncir el ceño. Una extraña estatua de madera de los nativos americanos se alza orgullosamente detrás de mí, y mi padre comienza a quitarle el poncho. Mientras lo sacude, me hace un gesto cansado y yo, a regañadientes, tropiezo . Sin decir nada, deja caer el agujero del poncho sobre mi cabeza y coloca distraídamente los lados del material sobre mis hombros. Observo su rostro mientras comprueba que el poncho me cubre suficiente.

A veces es difícil para mí creer que él es el mismo hombre que era cuando me acogió hace casi quince años. En aquel entonces, era un crío que accidentalmente engendró a otro y ahora es... bueno, ya sabes quién es. Es diferente en muchos aspectos. Con Pepper ahora, no busca a todas las mujeres que se arrojan sobre él. A pesar de que mi padre, cauteloso y callado, lo hizo durante toda mi infancia, aún oía cosas; la gente decía cosas que una niña pequeña nunca quiere escuchar sobre su papá.

Ha encontrado su propósito, cuando creo que antes fallaba; siempre he sabido su valía, su bondad y su capacidad para hacer grandes cosas, y finalmente él también lo ve. Ayuda a las personas cuando antes no lo hacía. Ahora puede hacer verdaderas conexiones profundas que no sean conmigo o Rhodey. Ha crecido y ha cambiado y eso es bueno.

Pero también de una forma que duele. Creo que, en cierto modo, ha olvidado que es más que Iron Man; vale más que ese traje de metal que ha salvado miles de millones. Ha olvidado que es humano y que puede ser imperfecto. Está tan perdido dentro de su propia cabeza que ha olvidado que somos él y yo contra el mundo.

Sus manos terminan de ubicar el poncho y asiente levemente, como si decidiera que estoy lo suficientemente bien cubierta. Hago mi mejor esfuerzo para contener un escalofrío, sintiendo que sería ingrato después de que me haya dado algo para entrar un poco en calor. Todo lo que puedo escuchar y ver durante unos segundos es nuestro aliento cansado y el aire blanco que se escapa de nuestros labios azules. Parece que no puedo mirarlo a los ojos, incluso cuando se inclina hacia adelante y me da un beso en la frente.

Y, así, sé que él quiere hacer las paces.

Siento una oleada de tranquilidad por un momento mientras mantiene sus labios en mi frente. Puedo sentir la paz que él quiere, sentirme seguro e inocente. Nunca quise ser Lisa Montgomery. Es odiada y maltratada. Tengo miedo de haber perdido la capacidad de ser Lisa Stark. Es famosa, buena, sarcástica y amable. A veces creo que he engañado a todos para que piensen que soy, o que puedo ser, el Cuervo Rojo. Es inspiradora, valiente, fuerte y verdadera. ¿Pero qué soy yo? Vulnerable. Egoísta. Defectuosa. Insana. Dios, solo soy una niña estúpida que necesita a su padre para mejorar las cosas. Él es mi red de seguridad, mi caballero de reluciente armadura, mi hogar.

Y luego se aleja y todo vuelve.

El dolor, el arrepentimiento, la culpa, la vergüenza, la pérdida, el dolor, la ira.

Salvó a Pepper.

Eligió a Pepper.

No debería molestarme. Tengo muchas otras cosas de las que preocuparme. ¡Estoy muriendo! ¡Inadvertidamente he ayudado a alguien cuya investigación fue robada por un terrorista! ¡Tengo destellos del futuro en mi cabeza! No podía salvarme, así que ¿por qué me molesta? Porque la eligió a ella. Esto no debería importarme. En todo caso, debería estar agradecida de que salvara a la única mujer que me ha querido. Me odio incluso por sugerir que debería haberme elegido a mí, porque realmente no quería. Eso sería despreciable, repugnante y malvado.

Esas cosas, el monstruo en el trono, Loki, las singularidades, todas viven dentro de mi cabeza, pero no puedo ser ellas... aunque a veces siento que resbalo. No soy ellas. Soy diferente. O, al menos, me gusta creer que lo soy. No soy despreciable, repugnante o malvada. Ella es su novia. Él la ama; claro que la salvaría. Nuestros padres nunca nos quisieron. Nunca nos han amado. Él nunca te ha amado. Por supuesto. Por supuesto. Estoy bien. Por supuesto. Estoy bien. Por supuesto. Estoy bien. Estoy bien.

Tengo el control.

¿Qué pasa conmigo?

Puedo sentir mi mente en espiral y fuera de control. Más ira y confusión se acumulan dentro de mí hasta que me siento completamente apagada. La agonía en mis muñecas arde, hasta que siento que la sangre comienza a gotear desde la punta de mis dedos, hacia el suelo. Mis córneas se expanden y contraen rápidamente a medida que las visiones vuelven a mí. Violentas, fugaces, horribles.

Veo a la gente luchando una vez más.

Veo un rojo horrible que devora a una mujer, una que no reconozco.

Me veo a mí misma.

Veo a dos jóvenes, casi de mi misma edad, temblando, transformados, diferentes.

—Eh, pequeñaja —una voz distante pero familiar interrumpe los destellos—. ¿Estás bien?

Mis córneas se lanzan oscuramente hacia mi padre antes de que, lentamente, retrocedan en mis iris azules. El mundo se vuelve claro una vez más y lo veo de pie en mitad de la nieve y la oscuridad. El miedo con el que mi padre me mira me hace estremecer y el poncho se hincha como un efecto. Sus cejas están arrugadas y sus labios presionados mientras me mira con cautela. Me pregunto si está esperando que pierda la cabeza por completo, hasta que ni siquiera pueda recordar mi propio nombre ni distinguir que es real y que no.

Lo que sea que haya sucedido entre nosotros no ha terminado. Él lo sabe y yo también, tal vez aún más. Los secretos que le he ocultado nos van a arruinar. Asiento sin comprender. Me analiza por un momento más antes de voltearse y guiarme hacia el borde del toldo. Solo encuentro calor al deslizarnos en la cabina telefónica de paredes empañadas y vidrios rotos. Papá marca algunos números en el teclado, yo apoyo cansada contra la pared. Él deja escapar un suspiro, frotándose la frente con el pulgar mientras esperamos.

Una voz femenina habla a través del receptor:

—Servidor Seguro Stark, transfiriendo a los receptores conocidos.

—Pepper, soy yo...

Oh, Dios, Pepper. No puedo imaginar cómo se debe sentir en este momento. Quiero decir, nuestra casa nos arrastró al océano. Ella debe pensar que estamos muertos, hemos explotado o nos hemos ahogado. Realmente no creo que sea algo sobre lo que puedas estar bien. La echo de menos, aunque me sienta culpable por mis sentimientos acerca de toda la situación. Solo quiero estar en casa con mi familia. Quiero que todo vuelva a la normalidad.

Papá me mira.

—Lisa está conmigo, está bien —suspira antes de continuar rápidamente—: Debería pedir muchas disculpas y no tengo tiempo. Así que... lo primero: siento mucho haberos puesto a Lisa y a ti en peligro —la culpa me encuentra una vez más y me abrazo más fuerte—. He sido egoísta y estúpido, y no volverá a ocurrir. Además, es Navidad y el conejo es demasiado grande. Es verdad. Lo siento.

Exhalando una pequeña risa, descubro que todavía puedo sonreírle un poco.

—Pido perdón por adelantado, porque aún no podemos volver a casa. Tengo que encontrar a ese tío, y tú tienes que mantenerte a salvo, es lo único que sé. —su voz es suave y tranquila—. Acabamos de robarle un poncho a un indio de madera.

—Nativo americano —lo corrijo una vez cuelga.

Papá pone los ojos en blanco y me empuja hacia la puerta.

—Vale, vale, pequeña sabelotodo.

Asiento en silencio mientras nuestros pies continúan.

No estoy segura de a dónde vamos o qué vamos a hacer, pero sé que tengo que arreglar esto antes de que muera más gente, incluyéndome a mí. Antes de que papá se entere de todo. Sin embargo, hay una horrible sensación de temor que me invade hasta que siento que ni siquiera puedo tragar.

Se acerca un ajuste de cuentas.

Tengo que pagar por mis pecados.

Este es el primer juicio de muchos en los años venideros.

Todos tienen que enfrentarlo.

Solo soy la primera arrodillada a la espera.

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