twenty-seven - lame gary, not so scary, & all that's contrary

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chapter xxvii.
( iron man 3 )

si 'te amo' fuera una promesa
la romperías, si eres honesta
dime al espejo lo que sé
que has escuchado de ella antes
ya no quiero ser tú nunca más
idon'twannabeyouanymore ─── billie eilish

tennessee
24 de diciembre, 2012

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Aún tiempo en el asiento del pasajero. Papá está acelerando como siempre, pero es extrañamente relajante porque el zumbido del automóvil, el calor de las rejillas de ventilación y su presencia dan una especie de paz interior. Olfateo un poco y me paso la manga por la nariz. Estoy sufriendo de un resfriado o la enfermedad está empeorando. Papá me mira dos veces mientras yo descanso la sien en mi rótula derecha.

Extiende una mano y empuja suavemente mi flequillo hacia atrás, mirando mis moretones con un ceño pequeño y preocupado.

—¿Estás bien, pequeñaja? Estás horrible.

—Wow, gracias, papá —sonrío cansadamente.

—Sabes que no me refiero a eso.

—Mmhm —bostezo—, estoy bien.

—Bien —él golpea juguetonamente mi barbilla con sus nudillos antes de mirar hacia la carretera en concentración.

Sonrío suavemente en su dirección. Está volviendo. Estamos volviendo. Todo volverá a ser normal. Mis ojos se cierran, enterrando mi mejilla en mi rodilla.

—Eh —murmura papá—, pásame el archivo.

Abro un ojo y le entrego el archivo.

—Ten.

El archivo se agita cuando lo toma con una mano y lo apoya contra el volante. Sus ojos abandonan el camino y se estrechan en sus pensamientos, abriendo el archivo y mirando a través de los papeles. Mientras sigo observándolo con cansancio, vuelve a colocar el archivo en mi regazo y saca un papel específico. Lo mira por unos momentos, incapaz de entender el acrónimo de MIA en la esquina. Lo deja caer irritado encima del archivo, frotándose la frente.

—Bueno —susurra distante, sumido en sus pensamientos—. Happy, Happy, Happy.

Todas las posibilidades de dormir me han abandonado por completo. Trago con dificultad y mis hombros se enderezan; la culpa vuelve a mi corazón. Happy. Intento imaginarlo acostado en una cama de hospital en Malibú con un tubo en la garganta, atrapando en un coma. El pensamiento es suficiente para traer lágrimas y olfatear otra vez. De repente, papá recupera el papel solitario y lo da gira bruscamente. Siento que toda la sangre se drena de mi cara al verlo.

AIM.

Avanzadas Ideas Mecánicas.

Oh, Dios.

Esto no fue un error. No fue un accidente. Nada lo fue. No ayudé inadvertidamente a alguien cuya información fue robada por un terrorista. No, no fue obra suya. Este era su plan. ¡Ayudé al terrorista! ¡Le di la información! No soy mejor que los malos.

Los ojos de papá se mueven enojados de un lado a otro.

—Papi —susurro, las lágrimas se deslizan por mis mejillas.

—¿Qué? —casi grita, todavía mirando el papel y el camino.

—Yo... yo... —un nudo se forma en mi garganta.

Su expresión se suaviza muy ligeramente, enviándome una mirada confusa.

—¿Qué?

—Yo hice esto —digo susurrando, sintiéndome tan estúpida, pequeña e inútil—. Yo lo hice...

—¿Qué hiciste? —él sacude la cabeza distraídamente y levanta una ceja.

Su tono suena todo menos condenador y desearía que pudiera seguir así. Desearía que no me viera por todos mis defectos y los estúpidos errores que he cometido. Pero tiene que hacerlo. Tengo que decir la verdad. Finalmente, tengo que decirla. Lo hice yo. Ha llegado el momento del juicio.

—Ayudé a AIM. Vinieron a mí y los ayudé porque... —aprieto los ojos con fuerza, incapaz de terminar mi explicación—. Ayudé con Extremis, lo que causa las explosiones. Ayudé con la ecuación. Yo, yo... —caen más lágrimas mientras respiro temblorosamente—. Yo hice esto.

Los nudillos de papá se ponen blancos, sus puños se enroscan alrededor del volante. Su mirada es dura, fría e insensible. El silencio se vuelve más y más espeso hasta que siento que ya ni siquiera puedo inhalar el aire entre nosotros. Sus ojos se mueven, su mandíbula se aprieta y se abre, como si estuviera tratando de evitar decir algo. La comprensión de lo que probablemente quiere decir hace que me duelan las muñecas y más lágrimas lleguen mis ojos azules. La culpa es tan insoportable que haría cualquier cosa para detenerla. Solo quiero que me deje en paz. Quiero que alguien me diga que no es mi culpa, que me diga que todo va a estar bien.

Mi voz difícilmente puede clasificarse como un susurro.

—Papá, lo siento mucho...

¡No! —exclama papá, lanzándome una mirada tan oscura que me recuesto en mi asiento—. Ni se te ocurra... —no termina, solo presiona sus labios.

Se mofa antes de volver a doblar la mano y extenderla sobre el volante. Dejo escapar un suspiro tranquilo y levanto la vista, mordiendo el labio hasta sacar sangre. Me mira por última vez con algo que nunca antes he visto de él. Decepción. Se vuelve bruscamente hacia la carretera, sus ojos se estrechan y su rostro se concentra.

El tiempo pasa agonizantemente lento. Sus manos comienzan a soltar con cuidado el volante y cierra los ojos, respirando hondo y cortante. Nunca me mira y prácticamente ha movido su hombro de una manera que me bloquea. Es como si se haya olvidado de mí y es lamentable que de alguna manera me sienta mejor por el hecho. Sacude la cabeza rápidamente, saca el teléfono del portavasos y marcar un número que ni siquiera trato de ver. Me quedo acurrucada en el asiento, tiritando e intentando contener las lágrimas.

¿Diga? —la voz casi despreocupada de Rhodey llena mis oídos.

Y papá vuelve a sonar como antes.

—¿Alguna vez se te ha sentado encima una chica y de repente se ha puesto a brillar de color naranja intenso? —quiere saber, mirando los papeles.

Ew.

—Sí, me ha pasado —Rhodey habla sarcásticamente, luego pregunta rápidamente—: ¿Quién es?

—Soy yo, chaval. Oye, la última vez que Lees y yo desaparecimos —puedo escuchar a Rhodey reír alegremente al otro lado mientras papá continúa—, si no recuerdo mal, viniste a buscarnos. ¿Qué haces?

—Jugando al derriba y habla, haciendo amigos en Pakistán. ¿Vosotros qué hacéis?

Ambos suenan indiferentes y no tengo idea de por qué.

—Tu rediseño, tu cambio de imagen, lo hizo AIM —casi escupe la palabra y realmente puedo verlo resistiendo el impulso de mirarme—, ¿no?

—Sí —Rhodey responde en un tono inquisitivo.

Papá arroja uno de los papeles.

—Voy a encontrar un satélite potente, necesito tu login.

—Es el de siempre, MáquinaDeGuerra68.

Mientras me froto la nariz, sacudo la cabeza y giro los ojos. Es el nombre más típico que cualquiera puede elegir. Quiero decir, ¿quién sigue usando un apodo con números al final como login?

—Y la contraseña, por favor —papá evita mis ojos, moviendo el archivo y los papeles.

—No, tengo que cambiarla cada vez que hackeas, Tony.

—¿Hackear? Ya no estamos en los años 80 —papá extiende sus palabras—. Dame tu nombre de login.

Con un suspiro de sufrimiento, Rhodey admite a regañadientes:

—MÁKUINADEGUERRAMOLA' con una 'K', todo mayúsculas —papá se ríe a carcajadas mientras sonrío un poco—. Ya, vale.

—Eso es mucho mejor que lron Patriot.

Lo siguiente que sé es que estamos haciendo algo más ilegal que el concurso de belleza de Miss Chattanooga. Arrastro los pies detrás de él mientras usa el sombrero de vaquero de Harley y yo la gorra de béisbol. Luce como un idiota. Es genial. Después de pasar a un hombre que grita en su teléfono, papá abre la puerta de la camioneta y hacer un gesto seco para que entre. Echo un vistazo a una de las pantallas al tiempo que papá comienza a enchufar diferentes cables y presionar botones. Una chica con bikini blanco se pone de pie y saluda a todos, un anciano muy familiar sostiene con entusiasmo un cartel, calificandola de '10'.

¡¿Por qué siento que veo a este anciano allá donde vaya?!

A medida que pasa el tiempo, papá me da la espalda y no me habla. Todo lo que llena el aire es el sonido de nuestra respiración y sus dedos haciendo clic contra el teclado. Me siento torpemente a un lado, con las manos apretadas entre las rodillas. Él me situó junto a la puerta, apenas murmurando algo sobre "ser el guardia." Aparentemente, ser la portera es un trabajo muy importante y no solo su forma de sacarme de su vista. Por mucho que duela la respuesta más veraz, me lo merezco. Discutir en contra es idiota, ya que en ese momento decidí que ya tengo suficientes problemas.

La pantalla de la computadora en la que trabaja marca números y colores.

—Esto no va a bastar.

La puerta se abre de repente y mis ojos hacen lo mismo. Mi trabajo de guardiana apesta. El hombre que gritaba en su teléfono está allí, con gafas de sol de colores y un sombrero. Ni siquiera parece sorprendido de vernos, lo que me hace preguntarme qué tipo de personas hay en Chattanooga. ¿Es normal encontrar gente aleatoria en tu propiedad privada o qué? En todo caso, luce aburrido y gruñón.

—Disculpad, no sé quienes...

Papá gira lentamente en su silla, sosteniendo un dedo en sus labios.

—Shh.

La mandíbula del hombre cae y sus ojos se ensanchan detrás de su par de grandes gafas. Sus labios se forman en una perfecta 'O' y papá le sonríe mientras yo solo ruedo los ojos. Aquí vamos otra vez. Todos, y quiero decir todos, se asombran con Tony Stark. De repente, recuerdo ese día hace tantos meses en Afganistán, donde los soldados estaban muy intimidados y emocionados por encontrarse con él. Es siempre lo mismo y, sin embargo, siempre es diferente.

—Mamá, te llamo luego, está ocurriendo algo mágico —extiende las palabras en un tono cantado—. Tony Stark está en mi furgo.

—Shh —trato de llamar su atención, pero él está demasiado concentrado en mi padre.

—Baja la voz —papá lo señala.

El hombre sigue saltando, moviendo sus puños con entusiasmo.

—¡Tony Stark está en mi furgo!

—No es verdad —papá corta las manos en el aire para intentar que se calle.

—¡Sabía que estaba vivo! —susurra con fuerza, sus ojos cada vez más grandes.

—Corre, entra —susurra papá, señalando con el dedo.

El camarógrafo se tambalea, agarrándose a cualquier cosa a su alrededor. Sus pies resbalan y sus manos golpean contra las paredes. Papá lo mira con cautela antes de agarrarme del pantalón y acercarme un poco más. Me tropiezo, pero me aseguro de obedecer. Es lo bueno de mi padre. Sigue increíblemente enojado conmigo, lo sé, pero sé que no quiere que un fanático loco me asesine. Aw, le importa. Pongo los ojos en blanco ante mis ridículos pensamientos, tratando de concentrarme en el extraño. Finalmente entra al vehículo, cierra la puerta y se da vuelta para mirar a papá con la boca abierta.

Él exclama sin aliento:.

—¡Oh! ¡Uala! Permítame decirlo, señor...

—Sí —papá responde en voz baja y agacha la barbilla para permitirlo.

El hombre levanta las manos, sacudiendo la cabeza con la misma sonrisa tonta.

—Que soy su mayor admirador.

Me recuesto contra el pequeño mostrador, rascándome la ceja.

—Vale. ¿La furgo es tuya? —papá señala hacia la puerta—. ¿Tiene que entrar alguien más?

—No, no, no. Solo nosotros —sonríe feliz y deja escapar una bocanada de aire antes de darme un asentimiento enérgico—. ¡Eh! ¡Tú también eres guay! ¡Me alegra que no estés muerta!

—Oh. Uh, gracias... —cruzo torpemente un brazo sobre la barriga.

Papá se pone de pie, dando unos pasos hacia adelante.

—¿Cómo te llamas?

—Gary —exhala él con este tono lleno de maravillas.

Papá le da la mano y repite el nombre.

El hombre pone su mano sobre la de mi padre, presionando sus labios y mirándolo con, creo, ojos amorosos. Papá pone la suya en la de Gary y me patea ligeramente el tobillo con el pie, queriendo que me ponga un poco más detrás. Sinceramente, no puedo decir si papá está bromeando o no, así que obedezco.

—Oh, wow —respira Gary.

—Tú tranquilo —papá ríe larga y torpemente, todavía estrechando su mano—. ¿Vale? Estoy acostumbrado.

Asiento enérgicamente hacia Gary, tratando de seguirle el juego.

—Oh, bien. Permítame decirle...

—¿Qué quieres? —Papá lucha por ser cortés—. Sí.

—No sé si se ha fijado —Gary jadea—, pero he... —mueve sus manos sobre su rostro después de quitarse el sombrero—, cambiado mi aspecto basándome en usted.

Mis grandes se vuelven hacia mi padre.

—Vaya.

—El pelo es un poco penoso porque... —Gary se rasca el costado de la cabeza con el cabello que combina con el de peinado de papá en 2011.

—Tranquilo —papá lo tranquiliza ligeramente, queriendo cambiar de tema.

—... no me he echado ningún producto.

—Tranquilo —mi padre agacha la barbilla, entrecerrando los ojos y tragando un poco.

—No quiero que esto sea incómodo.

—No lo es —le aseguro rápidamente, a lo que papá me responde con una mirada.

—Pero tengo que enseñárselo... —Gary se levanta la manga para revelar un tatuaje muy incompleto y yo salto cuando dice—: ¡Bam!

Me inclino de puntillas y papá lo mira.

—Ah, un raro Che Guevara.

Gary solo da una risa gutural.

Papá se detiene rápidamente y señala su brazo.

—Lo siento, ¿soy yo?

¿Este tipo se hizo un tatuaje de la cara de mi padre? Oh. Vale. Estoy tratando de no asustarme o comenzar a reír, pero es muy difícil.

—Sí. Verá, tuvieron que basarse en un muñeco que había fabricado —wow, Gary se pone aún más raro, lo cual no sabía que era posible, pero está bien, entonces—osea, que no lo sacaron de una foto. Así que...

—Sí —papá lo mira y asiente.

Torpemente me muerdo el labio mientras Gary balbucea.

Papá agarra los hombros del hombre, forzándolo a prestar atención.

—Gary. Escúchame, ¿vale? No pretendo cortarte las alas. Los dos estamos algo... sobreexcitados. Estoy persiguiendo a los malos...

Me desconecto con rapidez. Soplo aire, mordiendo más fuerte mi labio inferior. A los malos. Nunca pensé que los malos serían personas con las que trabajé.

—Vale —Gary da un pequeño asentimiento, devolviéndome al presente.

—Es una misión.

—Sí —él responde bruscamente.

—Tony necesita a Gary —susurra papá, sacudiendo un poco los hombros.

—Y Gary necesita a Tony.

Pongo los ojos en blanco antes de que papá lo interrumpiera.

—Y no digas nada.

Gary apresuradamente vuelve a la atención y se aleja.

—Sí.

Unos minutos más tarde, después de que Gary haga funcionar Internet más rápido, o lo que sea que esté haciendo, miro por encima del hombro de papá mientras comienza a escribir la contraseña de login de Rhodey en el sitio web de AIM. Sus dedos dejan de moverse a la mitad, lo que me hace mirarlo confundida.

Inclina su barbilla hacia mí y sus dedos se levantan.

—¿A menos que quieras usar tu contraseña...?

Se encoge tan pronto como las palabras salen de su boca. Suelto una bocanada de aire tranquila y mis ojos parpadean vergonzosamente de su cara a mis pies. Respira hondo, cierra los ojos y sacude la cabeza. Sus hombros permanecen tensos, volviendo a la pantalla. Continúa hasta que se le concede acceso a los archivos; los vídeos del proyecto Extremis se reproducen ante nosotros.

—¿Cuál consideraría el momento más determinante de su vida? —la voz de Killian llena mis oídos.

Killian. La mano derecha del terrorista. Cuando los dolores me bajan por los brazos, me froto la parte posterior de la cabeza, donde mi cerebro sigue zumbando. Veo a la pelirroja de Rose Hill, a Killian de hace muchos años, personas atadas a tablas de metal y fuego que surge de sus pieles hasta que, finalmente, un hombre explota y se lleva todo el laboratorio por delante.

—No es una bomba, sino una explosión por error —la cabeza de papá se inclina hacia un lado—. Las cosas no siempre salen bien pero, aún defectuoso, tienes comprador ¿no? —señala la pantalla, entrecerrando los ojos—. Vendido al Mandarín —papá chasquea los dedos y se los lleva a los labios—. Te tengo, chaval.

Mantengo el silencio al salir de de Chattanooga. Me asomo por el parabrisas, demasiado cabreada con el mundo y conmigo misma para preocuparme por lo que sucede a mi alrededor. Puedo sentir que caigo otra vez; de vuelta a los trances que me han poseído en los últimos cinco meses. No quiero que suceda. Quiero ser yo. Simplemente, tengo que... Dios, es tan difícil pensar con claridad. No, tengo que reenfocar mi ira. Usarla para algo útil. Tengo que hacer lo que hice en Rose Hill: ser el Cuervo Rojo.

—Pásame a Jarvis —le dice papá a Harley por teléfono—. Jarvis ¿cómo vamos?

—Perfectamente, señor —asegura nuestra maravillosa IA—. Parece que funcionó muy bien un rato, pero luego, al final de la frase, me equivoco de arándano.

Resoplo silenciosamente, papá mira a un lado y hace una mueca.

—Y, señor, una vez tomados en consideración los centros de enlace con el satélite de AIM, he podido localizar la señal de emisión del Mandarín.

—¿Dónde está? —papá mira la oscura carretera—. ¿En el Lejano Oriente, Europa, norte de África, Irán, Pakistán, Siria?

—En realidad, está en Miami.

Tratando de volver a la conversación, entrecierro los ojos y sacudo la cabeza un poco.

—Ya...

—Oye, chaval —papá parpadea—, voy a tener que indicarte cómo reiniciar la unidad del habla de Jarvis, aunque no ahora. Harley, dime dónde está de verdad. Mira la pantalla y dime dónde está.

—Um —Harley estira la palabra—. Pone Miami, Florida.

—De acuerdo, necesito la armadura —papá respira hondo, casi con dificultad, haciendo que lo mire confundido—. Infórmame.

—Uh, no se está cargando.

Papá da un frenazo y puedo escuchar los neumáticos chirriar. Jadeo, levantando mis manos hacia el tablero para evitar volar hacia adelante. Papá se aparta a un lado y el auto se detiene repentinamente. Lo observo irritada, pero todo se desvanece cuando veo que sus ojos están muy abiertos y su pecho aprieta, jadeando desesperadamente por aire. Su cara está sudada y levanta las manos a la frente. Me mira y, casi como si estuviera avergonzado, encierra una de sus manos temblorosas en un puño.

—Sí se está cargando, señor —explica Jarvis—, pero la fuente de energía es cuestionable. Puede que no consigamos revitalizar el Mark 42.

—¡¿Qué hay de cuestionable en la electricidad?! —papá espeta, alzando un dedo—. Vale. Es mi traje, y yo no puedo... —sus manos y palabras tiemblan—. No voy a, no quiero... —lanza su cabeza contra el asiento y susurra—: Oh, Dios, otra vez no.

Abre la puerta del coche y sale tambaleándose, dejando escapar un grito silencioso mientras se apoya contra la parte superior.

Lo miro con los ojos muy abiertos, él respira en pánico.

—¿Tony? —Harley llama con cautela—. ¿Estás teniendo otro ataque? Si ni siquiera he nombrado Nueva York.

—¡Ya! Pero acabas de nombrarlo mientras negabas haberlo hecho —su voz se tensa y se rasga, deslizándole por el costado del automóvil.

—¡Maldita sea, Harley! —regaño, quitándome el cinturón y saliendo del auto.

—Vale, um, eh —dice Harley pensativamente al momento que yo llego al otro lado del auto.

—Eh, eh —me pongo de rodillas y tomo su rostro en mis manos, haciendo que me mire—. Papá, mírame. No pasa nada, todo va bien.

Con sus brazos envueltos alrededor de sí mismo y las lágrimas ardiendo en sus ojos marrones, papá jadea.

—Oh, ¿qué voy a hacer?

Lanza una mano hacia el costado del auto y agarrando la manija de la puerta. Sus ojos se encuentran con los míos y su pecho sube y baja, luchando por respirar. Él pone su mano libre sobre mi hombro y su cabeza se mueve ligeramente.

—Respira —la voz de Harley resuena desde el auto—. En serio, respira. Tú eres mecánico, ¿no?

—Sí —papá me mira y me da un pequeño asentimiento.

—Eso dijiste —dice Harley a la ligera.

—Sí, así es —su voz es casi pensativa.

—¿Y, entonces, por qué no fabricas algo?

Papá respira un poco más antes de que su rostro se vuelva hacia adelante y sus ojos distantes. Su cabeza se inclina cuando el pensamiento se hunde. Se pone de pie de repente, acercándome a él y poniéndome bajo su brazo. Gira la cabeza hacia la puerta abierta del auto.

Luego dice con indiferencia:

—Vale. Gracias, chaval.

Las próximas horas son un torbellino, viajando por los Estados Unidos con sudaderas, sombreros y gafas de sol. Nunca he comprado en una tienda de mejoras para el hogar con papá, y tampoco me he alojado en un motel, así que todo esto es muy nuevo. Sin mencionar que es divertido. El enojo al que se aferraba parece haberme dejado de lado por el momento mientras me entrega varias herramientas y cables para que lo ayude. Fabricamos bombas, pistolas, tásers e innumerables otras cosas que ni siquiera sé cómo llamar. No duermo al terminar el viaje a Miami, observando la mansión de paredes blancas y techo rojo aparecer a la luz amarilla del amanecer.

Torpe como siempre, gruño y lucho por permanecer en el árbol desde el que papá explora. Trae un par de binoculares presionados contra sus ojos, observando a los hombres que vigilan el lugar, agarrando también mi sudadera para asegurar que no me caigo. Extiende tres dedos, indicando cuántas personas tendremos que derribar. Después de saltar de nuevo a la hierba, comenzamos a correr y escalar el muro de cemento que rodea la edificación.

Nos agachamos al subir las escaleras hacia los guardias que esperan arriba. Tomar la mansión de Miami es sorprendentemente mucho más divertido de lo que esperaba. Cuando papá derriba a dos guardias con una especie de lazo y una pistola de perdigones, yo tumbo el tercero con un guante-táser en cuello. Él se mueve bruscamente y se zarandea hasta que papá lo empuja hacia el suelo.

—Ouch —me estremezco por él antes de que papá ponga su mano en mi espalda, empujándome.

Una bola de Navidad tintinea y rebota cuando la lanzo. Un guardia la toma confusamente y la mira hasta que explota. Papá se endereza a mi lado y dispara al otro, haciéndolo caer en picado al estanque. A medida que avanzamos, papá deja caer descuidadamente una bola de Navidad, sin molestarse en mirar atrás.

El agua se dispara en direcciones diferentes mientras caminamos hacia la puerta principal. Tumbamos a algunos guardias más, entrando a la mansión débilmente iluminada. Una chica en bikini está acostada en un sofá cercano y, cuando papá la calla, ella se ríe y nos señala con los dedos. Mis ojos se abren hacia ella cuando pasamos lentamente.

Es por eso que no consumo drogas, niños.

Tomo el arma de un guardia inconsciente y ajusto mis hombros hacia atrás, sosteniéndola como me han enseñado. Aún así, se siente rara en mis manos. Quiero decir, supongo que esto es más real ahora. He disparado una, pero nunca con la intención de apuntar a alguien. Esto es real. Y es aterrador. Pero lo oculto.

Atravesamos el último pasillo y una habitación grande y abarrotada se expande ante nosotros. Presionamos nuestras espaldas contra la pared y miro por la esquina. Hay una gran cama de madera en el centro, el traje del Mandarín cuelga de un maniquí, las paredes están cubiertas de graffiti, dibujos aterradores y muebles al azar. No es exactamente la guarida malvada que esperaba, pero tampoco lo fue Industrias Hammer hace años. Cada villano tiene lo suyo. Respiro profundamente, golpeando mis dedos contra el arma negra.

Papá me da un asentimiento casi inexistente antes de deslizarse en la habitación, usando una mano para apuntar con su arma al desorden. Lo sigo y sostengo mi propia con ambas manos, asegurándome de que no se mueva. Hay una mirada de furia en su rostro mientras se acerca al colchón. Ajusto mis hombros y apunto justo antes de que papá tire de la manta. Los dos casi saltamos. Dos mujeres apenas vestidas jadean y se sientan, mirándonos con los ojos muy abiertos.

—Papá —susurro, levantando las cejas en su dirección.

Papá respira hondo y conmocionado. Rápidamente, extiende la mano libre hacia ellas.

—Sh, sh, sh.

El sonido de una descarga de inodoro hace que mi cabeza y mi arma se vuelvan para enfrentar lo que supongo que es el baño. Papá me agarra del antebrazo y me hace retroceder detrás de la cabecera de la cama.

—Bueno —la puerta se abre, se cierra y se escuchan pies suaves caminando rápidamente—, yo no entraría ahí en veinte minutos —el hombre que suena británico suelta una risa divertida—. Bien, ¿cuál de vosotros es Vanessa? —extiende el nombre de la mujer.

—Soy yo —canta una de ellas.

Estiro la espalda para poder ver por encima del borde y mis ojos se abren al verlo. Ahí delante está el Mandarín... o algo así. Es diferente. Muy diferente. Es un hombre bajo con pantalones rojos de satén, una camiseta estampada y una bata de baño. Su cabello está afeitado a lo largo de su cuero cabelludo, parte está atado en un moño y una barba cuelga de su cara. Él es, uh... no estoy muy segura.

—¡Ah! —su voz suena feliz antes de lanzarle una pequeña galleta—. ¡Nessie!

Hago una mueca mientras miro a mi padre. Sus cejas se arrugan y su boca se abre con irritación, mirando con incredulidad. El hombre tiene que ser parecido, ¡porque esto es absolutamente una locura!

—¿Sabías que las galletas de la fortuna ni siquiera son chinas? —dice con una risa sibilante.

—¿De verdad es este? —le susurro con una a mi padre, entrecerrando los ojos.

—Hay dos tipos ahí detrás —la otra mujer, No-Vanessa, señala adormilada detrás del marco de madera.

Papá y yo nos alejamos.

—Es un invento americano —dice él, demasiado concentrado consigo mismo como para notarla—, basado en una receta japonesa.

—¡Eh! —ladra papá, saliendo de detrás de la cabecera.

Salgo tras él, dando la vuelta cuidadosamente para tenerlo bloqueado. El hombre inmediatamente levanta la mano y mira a su alrededor, arrojando su extraña voz. ¿Qué pasa con la voz baja, profunda y aterradora que da escalofríos? ¿Qué demonios está pasando aquí?

No se mueva —papá corta, mirándolo intensamente.

—No me muevo —asegura él antes de mover la mano y sacudir la cabeza—. ¿Quiere algo? Cógelo —sus ojos dan vueltas—. Las armas son todas falsas, porque esos mamones no quieren dejarme las auténticas.

Hago una mueca y papá parpadea con fuerza.

—¿Qué?

—Eh, ¿le apetece alguna de las muñecas?

Papá entrecierra los ojos, yo me estremezco y las mujeres en la cama se miran preocupadas. El que se parece sacude su cabeza hacia ellas en disculpa, arrugando la cara.

—Ya basta. Usted no es él —papá levanta su arma—. El Mandarín, el auténtico —le apunta con la pistola.

Los ojos del que se parece se abren y sus manos tiemblan.

—¡¿Dónde está?! —la voz de papá cambia a un grito—. ¡¿Dónde está el Mandarín?!

El hombre se estremece, se da vuelta y corre como un ratoncito.

—¡Whoa!

—¡¿Dónde está?! —papá lo sigue, enojado.

—¡Eh! —chillo humildemente, levanto mi arma contra su frente y me interpongo en su camino.

—Whoa, whoa, whoa —él se deja caer en una silla mientras papá se mueve frente a él—. Está aquí. Está aquí, pero no está aquí. Está aquí, pero no está aquí —balbucea.

—¡¿De qué demonios está hablando?! —siento un dolor de cabeza por venir.

—Es complicado —él se ríe antes de poner una cara seria y señalar con el dedo—. ¡Eh, es complicado!

—¿Sí? —acepta papá irritado.

—Sí, complicado —anuncia él, moviendo su cabecita.

—Descomplíquelo —grita mi padre antes de hablar con las dos mujeres—. Chicas, largo. ¡Fuera de la cama! Meteos en el baño —mantiene su arma sobre él antes de mirarme—. ¿Lo tienes?

—Sí —murmuro en voz baja.

—Siéntese —ordena papá, luego sigue a las mujeres y cerrar la puerta del baño.

Mis ojos se entrecierran cuando el que se parece se arrastrar patéticamente a mi lado. Quiero decir, ¿a dónde cree que va? Con el ceño fruncido, aprieto el gatillo y la bala falla su mano por unos diez centímetros. Papá voltea para mirarme con los ojos muy abiertos. Las mujeres en el baño gritan. El que se parece salta y regresa a la silla. Mi padre apunta su arma una vez más.

—Me llamo Trevor —encogiéndoses, las manos del hombre se levantan y caen de vuelta a su regazo—. Trevor Slattery —el tipo parpadea.

Lo miro de reojo.

¿Cómo es puede estar tan serio en este momento?

—¿Qué es usted? —cuestiona papá—. ¿Un señuelo?

—Es un doble —le sugiero antes de mirar al otro—. Lo eres, ¿verdad?

—¿Un suplente? Por supuesto que no —suena terriblemente ofendido.

—En ese caso —me encojo enojado y papá y yo lo apuntamos.

—¡No me de en la cara! —su voz se eleva con pánico—. Soy actor —mueve los puños.

—Llene de palabras su minuto de vida —papá lo mira con ojos aterradores, apretando el arma con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.

El hombre mira pensativamente por un segundo.

—Es solo un papel. 'El Mandarín' —mueve los dedos como si fuera una especie de fantasma—. ¿Lo ve? No es real.

—Oh, Dios —susurro, sintiendo que mis entrañas se rompen.

—¿Y cómo vino a parar aquí? —comenta papá, dando un paso hacia su lado izquierdo.

Él se desliza más hacia atrás en su asiento.

—Uh, verá, yo tenía un pequeño problema con, um, ciertas sustancias —mis cejas se alzan—. Y acabé haciendo cosas, de eso no cabe la menor duda —se ríe y me señala como si me estuviera instruyendo sobre la moral—, en la calle, que un hombre no debería hacer.

—Ew —me estremezco y papá deja caer su mano libre sobre una de mis orejas.

Los ojos de papá miran a su alrededor.

—¡Siga!

—Y entonces, ellos me propusieron este papel —el falso Mandarín suena muy orgulloso—, y sabían lo de las drogas.

—¿Rehabilitación? —levanto las cejas en cuestión.

—¿Le dijeron que lo desengancharían? —papá inclina la cabeza.

—Dijeron que me darían más —él levanta un dedo, hablando con satisfacción—. Y me dieron cosas. Me dieron este palacio —levanta las manos en exhibición mientras sus ojos se cierran—. Una operación de cirujía plástica. Me dieron cosas —repite antes de que sus hombros se aflojen y su boca deje escapar un ronquido.

—¡¿Se ha sobado?! —papá pregunta incrédulo.

—Por favor, dime que uno de nosotros puede dispararle.

—La idea suena cada vez mejor —papá le patea el pie—. ¡Eh!

—¡Ah! —él está de vuelta otra vez y yo salto antes de suspirar—. Y una lancha preciosa —pongo los ojos en blanco—. Y la cuestión es que él necesitaba alguien que se atribuyera algunas explosiones accidentales —las imita con la boca y las manos.

—¿Él? —susurro, sintiendo que el miedo me invade.

Papá, enojado, se aleja de mí y del falso Mandarín. Sus pies se mueven y su mandíbula se aprieta y se abre. No puedo decir con quién está más enfadado: si conmigo o con él.

—¿Killian? —papá voltea para mirarlo.

Todo este tiempo recé para que Killian no estuviera en involucrado. No confiaba en Savin desde la primera vez que lo vi. Después del hombre explosivo en el teatro, y luego Rose Hill, supe que estaba trabajando para el Mandarín. Y del archivo descubrí que Killian y Maya Hansen eran mucho más que eslabones desafortunados en esta cadena. Pero no pensé que él fuera el ojo del huracán. No lo pensé... y ese era el problema.

—Killian —confirma el 'Mandarín' estúpidamente.

—¿Él le creó?

Repite a mi padre con esa misma sonrisa tonta, haciéndome preguntar si realmente está drogado.

—Él me creó.

—Un terrorista a medida.

—¡Sí! Sí. Su fábrica de ideas tuvo la idea —Trevor se pone de pie y su voz cae en la que ha atormentado mis pesadillas durante los últimos días—. La patología de un asesino en serie. La manipulación de la iconografía occidental —papá se sienta con lentitud y yo me froto la frente—. ¿Listo para otra lección?

Me estremezco. Papá le da una mueca de asco. Él se vuelve hacia nosotros con dos cervezas en sus manos.

—Bla, bla, bla —Trevor pierde la voz, ofreciendo una lata a mi padre.

Sacudiendo ligeramente la cabeza, papá la aleja.

—Nuh-uh.

Luego me la ofrece y le murmuro:

—Prefiero la de raíz.

—Claro que, fue mi interpretación lo que le dio vida al Mandarín —se regodea, haciendo arder la ira dentro de mi pecho.

—¿Su interpretación? —papá mira hacia atrás, asintiendo—. ¿Matando gente?

—No, no morían —señala Trevor, su voz cada vez más alta—. Mire los disfraces, el croma verde. Yo ni estaba en la mitad de los casos. Y cuando estaba, era la "magia del cine, chico."

—Lo siento —papá se endereza, dando un paso adelante—, pero mi mejor amigo está en coma y puede que no despierte. Así que responderá por eso. Igualmente caerá, amigo —la cara de Trevor ha cambiado y nos damos cuenta demasiado tarde—. ¿Entendido?

Papá y yo giramos y Savin me da una patada en el estómago, agarra la muñeca de Papá y le pega. Papá cae inconscientemente en el sofá al tiempo que yo aterrizo con fuerza sobre mi espalda, jadeando por aire. Mis ojos miran con preocupación a mi padre, pero no puedo mantenerme enfocada en él por mucho tiempo. Mis dedos comienzan a curvarse alrededor de mi arma antes de que Savin de una patada con su bota en mi mano. Mientras su tacón de cuero se hunde, prácticamente puedo sentir mis huesos crujir. Gruño, tratando de alejarme.

—Vale, Trevor —Savin habla casualmente, haciendo que los ojos de Trevor se vuelvan torpemente hacia él—. ¿Qué les has contado? —inclina su cabeza hacia un lado mientras yo gimo y golpeo mi otra mano contra su espinilla—. Basta.

Frunzo y lucho más fuerte solo para molestarlo, sabiendo que realmente no estoy haciendo nada decente, de todos modos.

Trevor rápidamente sacude la cabeza.

—No les he contado nada.

—¿Nada?

Trevor mira a su alrededor, pensando con esa misma sonrisa tonta.

—No.

—Debiste apretar el botón del pánico —le dice Savin con seriedad.

—Me entró el pánico, pero controlé —Trevor abre su lata de cerveza y se aleja tontamente.

—Idiotas —musito, rodando los ojos y sacudiendo la cabeza.

—Vaya, señorita Stark —grito mientras él pone más peso en mi mano—, no creo que esto se sienta demasiado bien.

—Uh oh —sale como un susurro y mis ojos se abren al instante que una bota dura choque contra mi frente.

El mundo se torna negro.

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