twenty-two - mistake #3

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chapter xxii.
( iron man 3 )

lo que no
te destruye
te deja roto
en su lugar
drown ─── bring me the horizon

mansión stark
19 de diciembre, 2012
( hace cuatro días )

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Nada más llegar a casa, vi todas las luces apagadas, así que imaginé que Pepper y papá ya estaban dormidos. Mi breve momento sin dolor, estando con T'Challa, se hizo añicos tan pronto como entré por la puerta principal. Jadeé por aire mientras me dirigía a la escalera, solo para que mis pies tropezaran y cayeran. Aterricé con fuerza y me mordí el labio para contener un grito. Usando la pared, me puse de pie y me deslicé contra ella para finalmente llegar a la cima. Moví, cansadamente, la cabeza hacia atrás, tratando de recuperar el aliento. Envolví mis brazos sobre mi pecho y caminé hacia la habitación de ellos para hacerles saber que estaba en casa, como Pepper me pidió.

Mientras mis Converse chocaban silenciosamente contra la alfombra, comencé a escuchar a Pepper susurrar con voz preocupada.

—Tony.

Confusamente, doblé la esquina y me dolió el corazón al verlo. Mi expresión confusa se desvaneció y todo lo que quedó fue una mirada de tristeza. Mis labios se separaron ligeramente y respiré tranquilamente, sintiendo que mi pecho se levantaba y caía sutilmente en el fondo de la habitación.

Mi padre se acurrucaba de lado y su cabeza temblaba violentamente, como si tuviera una pesadilla. Sus piernas pateaban ligeramente, tratando de protegerse de los monstruos que lo atormentaban. Sinceramente, no sabía que tenía pesadillas. Pensaba que solo las tenía yo. Un pequeño y agudo gemido escapó de sus labios cuando su rostro se contorsionó. Pepper sacudió su brazo, tratando de sacarlo de la oscuridad que había infestado su cabeza.

—Pepper —susurré en pánico, acercándome para ver a mi padre aún respirando en agitación.

Ella me miró con los ojos muy abiertos, la preocupación ataba cada parte de su ser. Luego pasó a mirar a papá y su voz se hizo más fuerte.

—Tony, Tony.

Gimió en respuesta y su rostro se transformó en uno de miedo, su cabeza continuó moviéndose hacia un lado. Mi corazón comenzó a sentirse dolorido por verlo tan frágil. Ésta era una palabra que nunca usaría para describir a mi padre. Era petulante, bueno, divertido y sarcástico, pero no frágil. Y sin embargo... este hombre lo era.

—Eh, papá, eh —susurré con voz temblorosa, tomando el tono que tantas veces él había usado conmigo—, no pasa nada, papi.

Mis dedos solo rozaban su hombro en el momento que fui empujada. Mis pies resbalaron y rozaron la alfombra. Mis ojos se entrecerraron confundidos antes de levantar la vista para ver cómo una mano de metal se aferraba a la muñeca de Pepper. La apartó bruscamente de él y uno de los trajes de mi padre prácticamente la inmovilizó en la cama.

Abrí los ojos con horror al verlo mirarla con sus brillantes ojos blancos. Ella jadeó con una expresión puramente aterrorizada. Sin pensarlo, me deslicé rápidamente e intenté alejarlo de ella, solo para que me golpeara implacablemente contra el suelo. Inmediatamente, papá se despertó, arrojó las sábanas hacia atrás y levantó las manos desesperadamente.

—Apágate —ordenó. El traje se enderezó y las luces blancas se disiparon.

Papá juntó las manos, haciendo que el traje se derrumbara. El metal retumbó cuando cayó alrededor de mis piernas. Las luces se elevaron a nuestro alrededor, haciendo que mis ojos ardieran. Papá se sentó sobre la cama, todavía temblando. Me recosté de espaldas, haciendo una mueca por el dolor en mi mandíbula. Pepper jadeó cuando su cabello cayó sobre su cara y se inclinó sobre el borde de la cama. Un silencio horroroso permaneció sobre nosotros.

Ahí estábamos.

Mi pequeña familia perfecta.

Rota.

Dolorida.

Disuelta.

Mi pequeña familia.

—Lo he llamado en sueños —papá gimió, respirando pesadamente.

Mis dedos tocaron suavemente el lado derecho de mi cara punzante, donde sabía que ya se estaba formando un moretón negro y azul oscuro. Sería el primero de muchos en los próximos días. La sangre goteaba de mi boca y no la tenía dentro para limpiarla.

Él exhaló bruscamente mientras sus ojos brillantes bailaban de mí a Pepper.

—Pero eso no debería pasar —continuó respirando desesperadamente—. Recalibraré los sensores.

Pepper se quitó las mantas y bajó de la cama. Los ojos de papá se arrugaron en preocupación, y lo que parecía casi miedo, mientras miraba a sus chicas. Pepper, con una expresión endurecida, se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Reprimiendo una mueca de dolor, tropecé aturdida a su lado y entrecerré los ojos, enfocándome borrosamente en su rostro. Me tomó la barbilla suavemente y apretó los labios ante lo que vio.

Sus ojos todavía estaban en pánico, pero lo que más me sorprendió fue la ira que vi. Entonces lo comprendí. Ella y yo acabábamos de ser atacadas por lo que papá había hecho para protegernos, por lo que papá se había estado alejando. El traje podría habernos matado sin saberlo. Tenía sentido. Papá nos observó en silencio con ojos llorosos. Pepper puso su brazo alrededor de mis hombros huesudos y comenzó a guiarme hacia la puerta, las dos todavía respirando con dificultad.

—¿No podemos...? —se arrodilló para mirarnos, extendiendo una mano temblorosa—. Dejadme... recuperar el aliento —no nos detuvimos, ella apartó el cabello que caía por su cara—. No os vayáis, por favor. Pepper, Lisa...

—Alguien tiene que ocuparse de tu hija —ella exhaló.

Vi a papá parpadear en mi dirección. Hubo una mezcla de emociones que luché para enfrentar.

¿Preocupación?

¿Lamento?

¿Disculpa?

No podía decirlo en ese preciso momento.

Cuando nos acercamos a la puerta, Pepper asintió al desorden de metal que aún se derrumbaba en la alfombra.

—Dedícate a tus chapuzas.

Las emociones aún persistían, y me asustaban. Siempre había tenido miedo cada vez que aparecían tantas emociones en su rostro. Así era como yo siempre parecía saber que tenía algún tipo de dolor. Y, Dios, fui a verlo en su rostro esa noche. Lentamente, vi que había preocupación, arrepentimiento, disculpa e ira, y, más fuerte que cualquier otra cosa, miedo. Estaba aterrorizado y sabía que era más que lo visto con los ojos cerrados. Tenía miedo de perdernos. Estaba muy asustado. Y así fui enviada de vuelta a un ataque de visiones.

Los ojos de mi padre se levantaron, temerosos, con el cielo amarillo ardiendo detrás de él.

Me vi gritando, sosteniendo mis manos en mi cabeza.

El mundo se estaba acabando, el cielo caía y chisporroteaba con una luz horrible.

Grité y apresuradamente presioné mis propulsores contra mi frente, haciendo una mueca y siseando por el dolor. El agarre de Pepper sobre mis hombros se apretó, acercándome más a ella. La escuché hablar en un lugar lejano que conocía como la realidad. Mi cabeza se balanceó y mis rodillas se sintieron débiles. Un dolor terrible bajó por mis muñecas y todo dentro de mí se sentía como si se derrumbara.

—¿Pequeñaja? —la voz de papá era suave y tierna.

—Estoy bien —me atraganté, pero hice una mueca de nuevo.

—Vamos, cariño —susurró Pepper, hablándome igual de suave.

Yo era una preciosa muñeca de porcelana y mi padre también. Éramos cosas frágiles, rotas y no había nada que nos curara o uniera. Papá exhaló bruscamente cuando pasamos por la puerta, dejándolo solo.

Pepper me guió cuidadosamente por las escaleras, hasta que me situó en el mostrador de la cocina. Juntas, hicimos una mueca cuando ella limpió mi labio partido con agua y alcohol.

—¿Duele? —preguntó ella, sonando tan preocupada como siempre cuando se trataba de mí.

Me encogí de hombros con cansancio, pero aún sentía que mi corazón latía con fuerza y mi garganta se apretaba.

—Hm —ella suspiró y apartó el flequillo del rostro—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?

Solo entonces me di cuenta de que me temblaban las manos y estaba sudando. No sabía si era por la enfermedad, las visiones o la ansiedad, pero era tan notable que Pepper las tomó en los suyos y las apretó con fuerza. Se agachó y echó hacia atrás mi cabello sudoroso, mirándome con ojos tristes y llorosos. Incapaz de ver su dolor, mis ojos se bajaron cuando tragué con dificultad y luché por asentir. Mis manos se apretaron en puños alrededor de mis propulsores cuando una, dos, tres lágrimas cayeron por mis mejillas. Pepper cerró sus bonitos ojos, se puso recta y colocó mi cabeza contra su pecho. Me incliné débilmente hacia ella, necesitando su abrazo.

—Estás bien, Lisa, estás bien —era algo que me había dicho tantas veces.

Asentí, con voz ronca.

—Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.

Ella me acunó suavemente y nos quedamos así durante casi diez minutos, antes de darme un suave beso en la frente. Luego se fue en busca de una habitación para dormir. Imaginaba que no tendría ningún problema en este lugar. Me quedé en el taburete por un largo momento, mirando al espacio.

Necesitaba decírselo.

¿Cómo podría hacerlo?

Osea, Dios, estoy hablando de mi padre y mi especie de madre. No creo que hubiera más padres sobreprotectores y apegados. Una vez, cuando tenía unos nueve años, mi padre, Pepper, y yo fuimos al centro comercial y una gran multitud que nos separó. Cuando no pudieron encontrarme de inmediato, mi padre llamó al departamento de bomberos, al de policía, búsqueda y rescate, y bueno, no hacía falta decir que fue increíblemente vergonzoso. Sin embargo, me encontraron unos treinta minutos después, sentada afuera de Auntie Anne's con un pretzel caliente en una mano y una limonada en la otra. Pepper tuvo que convencer a papá de que no comprara una de esas cosas de correa para niños, lo que naturalmente aprecié.

Así que, si así fue como reaccionó papá al separarnos en el centro comercial, ¿cómo diablos iba a reaccionar ante la noticia de que su pequeña niña se estaba muriendo?

Me levanté dolorosamente del taburete cuando vi la hora en el microondas. Happy ya me estaba esperando en el auto cuando me escabullí, dejando a mi padre y Pepper completamente inconscientes al respecto. Me dio una charla sobre casi tener que dejarme por hacerlo esperar. Solo le di un rostro inexpresivo, con mi dedo señalando el reloj del coche. Eran literalmente las 1:02. Él frunció los labios y habló otra vez y, después de eso, estuvimos prácticamente en silencio todo el camino hasta Sospechoso. Me pareció extraño cuando nos detuvimos frente al Teatro Chino de Los Ángeles. Le envié a Happy una mirada inquisitiva que él, naturalmente, ignoró.

Mientras mis zapatos tropezaban con los de vestir de Happy, intentamos mezclarnos con la multitud que hablaba y reía en voz baja. Padres y madres tomaban las manos de sus hijos al moverse. Un gran árbol de Navidad se asentaba en la esquina de la plaza y las luces centelleaban en muchos colores, cubriendo las paredes. Happy puso su brazo alrededor de mi espalda y me guió alrededor de los diferentes vendedores mientras nuestros ojos analizaban el lugar.

—¿Estás seguro de que este es el lugar? —susurré, toqueteando distraídamente un collar y aretes.

—Lo escuché hablar con su novio por teléfono y dijo que este era su punto de encuentro.

Alcé las cejas.

—Espera, ¿su novio? ¿Por qué estamos siguiendo a Sospechoso y su novio? Es muy acosador, Happy.

—Es una forma de hablar, como una broma, un insulto —lanzó un suspiro—. ¿Te puedes concentrar?

—Sí, lo siento... ¡Hey! —Me volví hacia él y puse mis manos en mis caderas, poniéndome a la defensiva—. ¡Estoy concentrada!

Él suspiró nuevamente, dándose la vuelta hacia el vendedor.

—Sí, claro. No hables —odié lo condescendiente que estaba sonando.

Hice un puchero y nos acercamos a un vendedor de gafas de sol. Happy, distraídamente, me entregó unas con un diseño de Capitán América y yo resoplé. Happy cogió unas oscuras y las puso en su cara antes de que su mano se estirara para verse mejor en el espejo.

Estaba a punto de reírme de su comportamiento serio, hasta que me di cuenta de que era para un propósito. Me incliné en su brazo para ver el reflejo de Sospechoso caminando hacia un hombre, casi tembloroso, sentado en un banco cerca del árbol. Hablaron por unos momentos, el hombre sentado lucía desesperado y enfermizo, mientras Sospechoso indiferente y arrogante. Puso una pequeña maleta en el banco. Hablaron unos segundos más antes de que Sospechoso se volviera y se alejara. Happy y yo nos dimos la vuelta y nos empezamos a acercar al del banco; él cerraba el maletín y se levantaba. El hombro de Happy chocó con el suyo, haciéndole soltar el estuche. Pequeñas piezas de metal se dispersaron por todas partes. Happy me envió una rápida mirada y lo entendí.

Ambos nos agachamos para "ayudar" y Happy dijo:

—Perdón, amigo.

Mis dedos se cerraron alrededor de una de las extrañas piezas, Happy miraba extrañamente al hombre y retrocedía un poco. Le envié otra mirada confusa que no parecía ver. El hombre volvió a mirar el maletín mientras empujaba lo que quedaba dentro, cerrándolo con fuerza. El rostro de Happy se convirtió en una expresión cautelosa y en blanco cuando me levantó del antebrazo y comenzó a guiarme hacia la salida del Teatro. Bajó la mirada hacia mi pequeña mano, mostrándole la pieza de metal. Él asintió y me dio una pequeña sonrisa, orgulloso de todo lo que me había enseñado. Le devolví una pequeña pero radiante. Sentía que no era tan inútil sin mis propulsores, después de todo.

De repente, un hombre se estrelló contra nosotros, golpeando nuestros hombros. Mientras los dos gruñíamos, me tropecé más que Happy; tanto que tuvo que estabilizarme. Rápidamente, nos dimos la vuelta y mi corazón dejó de latir en mi pecho cuando vi a Sospechoso frente a nosotros con una amplia sonrisa.

Nos señaló mientras hablaba burlonamente.

—¿Qué hacéis aquí, tíos? ¿Habéis salido juntos? De ligue, ¿eh?

Hice una mueca. ¿Salir con Happy? Primero que nada, no. Segundo, ni en sueños.

Dirigió su dedo hacia mí mientras Happy me empujaba ligeramente detrás de él.

—Hola, amor —mis ojos se entrecerraron. Él cambió la mirada a mi tío—. ¿A ver una peli para chicas?

—Sí —Happy respondió con la misma rapidez, moviendo la cabeza hacia un lado—, llamada Se Acabó la Fiesta —resistí el impulso de rodar los ojos—, protagonizada por ti y tu novio yonki —señaló al hombre arrodillado y agachado en el suelo.

¡Oh! ¡El apodo tenía sentido ahora!

Repentinamente, levanté la mano, moviendo las cejas con desdén mientras mostraba una vez más la pieza de metal.

—Y aquí está la entrada, idiota.

La cabeza del hombre ladeó, diciendo rotundamente:

—No me digas —una sonrisa sin humor tiró de sus labios—. Eso no es tuyo.

Su mano agarró mi muñeca. Se movió tan rápido que salté y grité. Los ojos de Happy se estrecharon y Sospechoso lucía casi intrigado por su amenaza. De repente, Happy envió un puñetazo que Sospechoso esquivó fácilmente con movimientos casi mecánicos. Giré mi muñeca hacia la derecha, rompiendo su agarre justo como Happy me había enseñado y Natasha había perfeccionado.

El puño de Happy avanzó un poco y el hombre se estremeció, pero no de una manera temerosa, sino extraña. Happy lanzó otro y pude escuchar el ruido que hizo al golpear la nariz de Sospechoso. Su cabeza se echó hacia atrás, sus hombros se enderezaron y parpadeó un par de veces, volviéndose hacia nosotros. Mis ojos se abrieron con horror cuando vi fuego fluyendo debajo de su piel, curando su nariz rota.

Extremis.

¿En qué me había metido?

—Oh Dios —exhalé. Los ojos de Happy se abrieron muy ligeramente.

La próxima vez que lanzó un puñetazo, Sospechoso lo agarró fuertemente del brazo y lo arrojó al otro lado de la plaza. Grité cuando vi el cuerpo agitado de Happy chocar contra un puesto de venta cercano, rompiendo vidrios y otras baratijas. Rodó sobre su estómago; había sangre en su rostro. La gente gritó y entró en pánico, casi corriendo.

Oh, Dios, deseaba que huyeran.

Sospechoso se dirigió hacia Happy con los hombros hacia atrás y los brazos balanceándose. Lancé mi pequeño y débil cuerpo hacia el suyo, tratando de tirar de él y arrastrarlo hasta detenerlo, antes de que pudiera lastimar otra vez a mi tío. Él se volvió y apretó su mano brillante alrededor de mi cuello, haciéndome sentir arcadas. Su mano afilada arrancó la pieza de metal de la mía antes de arrojarme como una muñeca de trapo. Mi cuerpo voló aún más lejos que el de Happy y sentí la garra de cemento en mi carne mientras rodaba.

Nada más ponerme de rodillas, escuché una voz desconocida gruñir.

—Savin.

Mi cabeza se levantó bruscamente y entrecerré los ojos, notando que era el hombre del maletín. Toda su cara estaba roja y brillaba en naranja, mientras su boca se abría de dolor. Puso una mano de su pecho mientras Sospechoso, o Savin, como suponía que lo llamaban, lo miró con casi irritación. Pero, cuando vi que la irritación se desvanecía por el miedo, supe que algo iba a salir muy, muy mal.

—Ayúdame —gruñó el hombre, exntendiendo una mano suplicante al hombre que corría.

Happy y yo hicimos contacto visual justo antes de que él me lanzara su mano. Di un rápido, y desesperado asentimiento, y ambos nos zambullimos detrás de nuestros respectivos refugios. Hubo un aterrador zumbido que llenó mis sentidos y comencé a gritar incluso antes de que estallara la bomba. La luz y el calor estallaron desde el centro de la plaza, y lo que se suponía que me estaba protegiendo, chocó contra mi espalda. Las llamas fueron lanzadas más allá de mí y hacia la calle llena de automóviles que pasaban.

Me arrojaron unos tres metros y todo ya me dolía cuando me detuve. Los escombros cayeron sobre mí y el polvo fue absorbido por mis pulmones. Tosí roncamente mientras abría los ojos y miraba a mi alrededor. Estaba tendida cerca del borde de la carretera, el aire era negro con las brasas flotando y rozando mis mejillas.

—¡¿Happy?! —grité, mi voz se quebró—. ¡Happy!

Comencé a hiperventilar, saliendo de debajo de los escombros. Mis pies resbalaron y tropezaron a través de la devastación y los cadáveres. Mientras mi voz gritaba por él, vi a un hombre de traje irregular salir lentamente del teatro diezmado, alejándose descuidadamente. Un cuerpo rechoncho, muy familiar, estaba a pocos metros de mí ahora; grité al ver la ropa desgarrada y manchada de sangre de Happy. Su pecho solo se levantaba, casi no era suficiente para ser visto. Estaba de costado y su mano señalaba sin fuerzas algo. Los dolores atravesaron mis muñecas y mi mente se sintió nublada y poco clara.

Un sollozo quedó atrapado en mi garganta, mis rodillas se presionaron contra el cemento.

—¿Happy? —sus ojos giraron en busca de mí—. ¡Oh Dios, oh, que alguien me ayude! ¡Llamad al 911! ¡Por favor! Dios, Happy, ¿puedes oírme?

Ambulancias y coches de policía llegaron. Luché por mantenerme consciente mientras levantaban a Happy en una camilla y a mí me ponían una máscara de oxígeno sobre la boca y la nariz. Pasaron horas y yo seguía sentada dentro de la sala de espera de un hospital. Papá, Pepper y Rhodey vinieron. Apenas podía escucharlos, mucho menos hablarles. Estaba nuevamente en uno de mis trances: perdida, distante, sin respuesta. Los doctores dijeron que era el shock. Papá gritaba y deliraba, caminando frente a mí, enfurecido. Rhodey y Pepper lucharon por calmarlo. Incluso cuando lo hicieron, yo seguía mirando a la nada.

Llegó la luz del día.

Mis piernas estaban fuertemente apretadas contra mi pecho, permaneciendo acurrucada en la silla del hospital. Mis auriculares estaban bien conectados a mis oídos y mis manos, constantemente temblorosas, se aferraban a mi móvil. Imágenes violentas y coloridas aparecieron en mi pantalla antes de ver una mano bronceada chocando contra una mesa. Salté. Hombres con armas revoloteaban en un terreno desértico, un vehículo oscuro se detuvo y luego él regresó. El Mandarín. Su mano se estrelló contra la mesa una vez más.

—La verdadera historia de las galletas de la fortuna parecen chinas —saludó a algunos de sus seguidores con una sonrisa enferma y alegre—. Suenan a algo chino. Pero, en realidad, son un invento americano —sus ojos oscuros y brillantes parpadearon rápidamente, luego vi a hombres con capuchas arrodillados en el suelo, esperando su ejecución—. Y por eso están huecas, llenas de mentiras... y dejan mal sabor de boca —su mano se estrelló con fuerza contra las galletas de la fortuna sobre la mesa—. Mis discípulos acaban de destruir otra imitación barata estadounidense. El Teatro Chino.

No, no, no. Eso no tenía sentido. Fue un accidente. Todos sabíamos que Extremis no estaba listo. Sospechoso o Savin, o como se llamara, no debería habérselo dado a nadie, especialmente cuando sabía que no estaba listo, pero fue un error. Odiaba a Sospechoso, sí, pero no era un terrorista. ¡La bomba fue un accidente! Pero, ¿por qué el Mandarín se atribuiría un bombardeo que no era suyo?

Me estremecí cuando vi imágenes del lugar diezmado; los temblores empeoraron cuando las imágenes se convirtieron en Happy, rodando en una camilla, hacia la ambulancia.

—Señor presidente, ya sé que debe de ser frustrante —dijo el Mandarín en un tono que parecía comprensivo. En realidad, era asqueroso.

Un grupo de niños, hermosos e inocentes, se acercó, él les tocó la cabeza y la cara como lo haría un padre y un líder amoroso.

—Pero la temporada de terror está llegando a su fin. Y no se preocupe, ahora viene la más grande —sus seguidores vitorearon salvajemente en la pantalla, sacudiendo sus armas en alegría. Otro escalofrío recorrió mi columna vertebral, asegurándose de hundirse entre todas y cada una de mis vértebras—. Su graduación —el Mandarín abrió un agujero en la frente de la foto del presidente Ellis; sus hombres seguían animando.

Las imágenes violentas destellaron una vez más y me quedé con un silencio vacío.

La luz del día se fue.

19 de diciembre.

Hace tres días.

20 de diciembre.

Hace dos días.

21 de diciembre.

Hace un día.

Pepper había ido a tratar con los medios. Rhodey se había ido porque lo necesitaban en la base. Y luego estábamos papá y yo, sentados en la habitación de hospital, tenuemente iluminada, de Happy. Un tubo salía de su boca, sus ojos permanecían cerrados y, aparentemente, tenían el potencial muy alto de permanecer así para siempre. Y, Dios, sentía que todo era culpa mía.

—Hola —la voz de papá irrumpió en mis pensamientos cuando la enfermera, que acababa de entrar, estaba a punto de apagar la televisión.

—¡Oh! —exclamó la enfermera, volviéndose para vernos sentados junto a la pared.

—¿Le importa dejarla encendida?

—Claro que no —respondió la enfermera amablemente.

Papá señaló la pantalla.

—Los domingos, en la PBS, Downton Abbey —inclinó la cabeza en mi dirección antes de asentir a Happy—. Es su serie preferida.

Yo sonreí un poco. Happy y yo vimos la primera temporada una semana antes, yo con mi pijama de franela y él con su traje negro. Parecíamos la parejita cuando papá y Pepper llegaron y nos encontraron en el sofá, comiendo palomitas y bebiendo leche con chocolate. Fue grandioso. Happy lloró durante el final de temporada; yo lo había llamado un debilucho.

Seguí a mi padre hasta la puerta, luego se detuvo.

—Una cosa más. Que todo el mundo lleve su pase —las lágrimas llenaron mis ojos, pensando en lo ridículo que Happy había sido solo unos días antes en Industrias Stark—. Es muy puñetero para eso. Además, mis hombres no dejarán pasar a nadie sin él.

Envié una última mirada a Happy antes de salir del hospital donde papá me conoció por primera vez. Se sentía irónico, no, no irónico. Se sentía repugnante por ir en un círculo. Mi madre fue la razón por la que me pusieron aquí, y yo fui la de Happy. Si papá nunca hubiera tomado la custodia, si hubiera muerto en el fondo del contenedor, Happy no estaría en coma, papá no tendría dolor y todo habría estado bien. Todo hubiera sido mejor.

Mantuve mis manos enterradas en los bolsillos de mi sudadera con capucha, saliendo por las puertas dobles. De repente, mis oídos sonaron con periodistas que clamaban y me iluminaban con luces brillantes. Papá se puso las gafas de sol. Mis ojos se abrieron y sentí que caminaba lento detrás de él mientras me guiaba. Realmente no habíamos hablado desde todo el evento, mas sabía que todavía me ayudaría a pasar por los reporteros.

Estaba equivocada y, sinceramente, no podía culparlo.

Una periodista se acercó y nos tendió un micrófono.

—Señor Stark, señorita Stark, hola. Nuestras fuentes indican que todo apunta a que es otro ataque del Mandarín —mi cabeza se sacudió levemente—. ¿Podría decirnos alguno de los dos si es así?

Papá la ignoró, extendió la mano y tomó mi hombro, evitando cuidadosamente mis manos y propulsores. Me pegó a su lado, tratando de mantenerme cerca. Vi sus ojos marrones a través de sus gafas de sol y un destello de él: el padre que era antes de todo esto, antes de Nueva York, antes de Mónaco, antes de Afganistán. Cuando solo éramos él y yo contra el mundo, sin Iron Monger, sin Whiplash, sin Loki, sin el Mandarín, sin Iron Man. Luego me ofreció una sonrisa triste que regresé con cansancio. La sonrisa se desvaneció rápidamente, a una expresión en blanco, cuando pasamos a través de la multitud.

—Eh, señor Stark —en un tono ridículamente indiferente, una voz masculina lo llamó—. ¿Cuándo va a matar alguien a ese tío?

Y ahí fue cuando nos detuvimos.

Papá estuvo a punto de irradiar ira cuando apretó los dientes y asomó la barbilla bruscamente. Sentí mi propia cara endurecerse y mis ojos se estrecharon con furia. ¿Cómo podría alguien ser tan estúpido como para preguntar eso en un momento como este? No era un secreto para nadie lo unido que estaban los Stark con su guardaespaldas/conductor/"frente" de seguridad. Happy era de la familia, y que alguien preguntara algo así era puramente asqueroso. Papá me apretó más el hombro y, lentamente, nos volvimos para mirar al idiota.

Él inclinó la cabeza hacia un lado, empujando un teléfono en la cara de mi padre.

—Por saberlo.

Papá apenas controlaba su ira al mirarlo.

—¿Eso quiere?

El idiota echó la cabeza hacia atrás en un gesto. Las cámaras continuaron haciendo clic mientras se deslizaban a nuestro alrededor, prácticamente enterrándome, pero papá era el que destacaba. Siempre lo hacía entre los periodistas. Mis ojos azules se dirigieron a su rostro, los suyos se mantenían enfocados en el idiota que tenía delante.

—Tengo un saludito navideño —papá hizo un gesto con la mano—, que tenía ganas de enviar al Mandarín.

El idiota sonrió mientras yo tomaba una respiración breve. Esto estaba a punto de ser muy, muy malo. ¡El Mandarín ni siquiera era el culpable!

—Pero no sabía cómo expresarlo hasta ahora.

El aire se sentía apretado, mientras esperaba que mi padre hablara.

—Mi nombre es Tony Stark y no te tengo miedo —sentí mi corazón hincharse de orgullo—. Sé que eres un cobarde. Así que he decidido —se quitó las gafas de sol y sacudió la cabeza; sus ojos miraban directamente a la cámara, como si estuviera mirando al Mandarín—, que acabas de morir, chaval.

¡Oh, Dios!

—Recogeré tu cadáver. Y aquí no pinta nada la política. Se trata de venganza —su voz comenzó a llenarse en poder, fuerza e ira—. Nada del Pentágono. Solos tú y yo. Y, por si acaso eres hombre, esta es mi dirección —mis ojos se abrieron y mi padre simplemente endureció su mirada—: 10880 de Malibú Point, 90265 —su pequeña sonrisa se desvaneció mientras daba un breve asentimiento—. Dejaré la puerta abierta.

Y fue entonces cuando debería haber llamado a alguien para comprar las bolsas para cadáveres, porque definitivamente estábamos jodidos.

Papá le arrebató el teléfono al idiota y apretó la mandíbula.

—Esto quería, ¿verdad?

Lo arrojó directamente a la columna detrás de nosotros. Cuando el dispositivo explotó en numerosas direcciones, todos jadearon sorprendidos. Papá puso su mano sobre mi espalda y me dio un ligero empujón hacia el otro lado del auto.

Se dio la vuelta para mirar al hombre,

—Páseme la factura.

Mirando a mi padre, me deslicé suavemente igual que él. Nuestro deportivo blanco se alejó del hospital mientras los reporteros se inclinaban para no ser golpeados. Condujimos en silencio por un rato. Fruncí los labios y crucé los brazos sobre mi pecho.

Papá me miró varias veces antes de hablar,.

—¿Qué? ¿Enfadada?

Mis ojos se giraron para mirarlo.

—¿Yo? ¿Enfadada? ¡Para nada!

Sus ojos se estrecharon un poco, mirando del camino hacia mí.

—No sé, eso te ha sonado sarcástico.

—¡Ugh! —alcé las manos—. ¡Acabas de anunciar, frente a un grupo de reporteros, nuestra dirección, solo porque querías amenazar a un terrorista!

En serio, ¿qué tenía con querer matar o amenazar personas más temidas que los propios tsunamis, la niebla venenosa y la Viuda Negra? No, retiro esa última parte. La Viuda Negra no.

—¡Hizo explotar una bomba que puso a Happy en coma y podría haberte matado! Soy Iron Man, se supone que debo proteger y, si no puedo hacerlo, ¿para qué coño es todo esto? —me miró con dureza y nuestras miradas se encontraran.

La suya suavizó antes de apartarla y aclarar su garganta. Una abrumadora sensación de culpa me llenó. Me di cuenta de que había estado mirando esto de una forma incorrecta. Creo que una parte de mí culpó a papá de cómo habían sido las cosas, pero, Dios, no era su culpa. Había estado tan consumida, por mis propios problemas, que apenas me había tomado el tiempo para notar los suyos. Quiero decir, ¡ni siquiera sabía que estaba teniendo pesadillas! ¿Qué clase de hija no sabe eso? Especialmente con la dinámica que tenemos. Extrañaba su presencia. La cercanía que teníamos. A él.

Di un pequeño asentimiento; no entendía por qué le daría la dirección de nuestra casa a un terrorista, pero sí su motivación. El resto del camino fue en silencio, el atardecer comenzó a ponerse rápidamente.

Llegamos a la mansión blanca redondeada y mis doloridas piernas me detuvieron en la sala de estar. Vi la espalda de papá mientras sus pies lo empujaban por las escaleras. Sentí que tenía la boca llena de algodón. Otro dolor terrible rodó por mis venas y prácticamente pude sentir que se formaban más moretones.

—Um, papá —mi voz se quebró.

Él frenó y se dio media vuelta para mirarme.

—¿Sí?

Mis hombros se movieron incómodos, las yemas de mis dedos rozaban mis propulsores inútiles.

—Yo...

Alzó las cejas cuando no dije nada. Abrió los labios y parpadeó torpemente algunas veces. Yo gruñí y me froté los ojos soñolientos con mis propulsores.

—Um, no pasa nada —aparté mis manos y las agarré a la espalda—. Bueno...

Oh, señor, ¿qué era lo que solía decir sobre mí?

¡Oh, sí!

Soy tonta.

Muy tonta.

—Papi, lo siento.

Él se encogió de hombros.

—Eh, vale. Está bien.

—Ajá —mi dedo del pie frotó torpemente el suelo—. Tengo, um —me rasqué la frente. Tengo que decirte una cosa.

Mientras hacía otra pausa larga, papá lanzó su pulgar sobre su hombro.

—Pequeñaja, tengo que hacer algo, así que...

—Oh sí, claro, tranquilo —asentí, lamiéndome los labios.

Rápidamente, trotó por los escalones hasta el taller. Respiré profundamente, mirando a mi alrededor, y metí mis manos doloridas en mis bolsillos. Mi mente estaba borrosa y me costaba mucho pensar. Solo sabía que necesitaba hacer preguntas. Um, ¿preguntas para qué? No, espera, ¿para quién? Solté un gemido silencioso y me volví a frotar la frente.

Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.

—Jarvis, pide un taxi —llamé a nuestra IA mientras mis pies tropezaban hacia la puerta principal—. No preguntes.

—Por supuesto, señorita Stark —sonaba vacilante al decirlo.

El cielo se oscureció más cuando el taxi me llevó hacia la sede de AIM. Quise vomitar al entrar al edificio, sintiendo que toda la esperanza, que había dentro de mí hace unos días, se desvanecía. Estaba furiosa, confundida y era idiota. Oh, Dios, sí que lo era. Luego entré en el gran laboratorio y me sentí aún peor. Mis ojos se cerraron al verlo delante de mí. Todos y cada uno de los equipos médicos y científicos habían sido retirados. Las señales del grupo de expertos habían desaparecido. Todo se había ido.

¡Dejé que esto pasara! Era culpa mía. Había ayudado a Aldrich Killian. Había ayudado con Extremis. La gente murió por mi culpa. Happy quedó en coma por mi culpa. Debería haber muerto en lugar de permitir que mi propio egoísmo lastimara a la gente. Debería haberlo detenido a él, a Savin y Maya Hansen, incluso si dos hubieran dejado que esto sucediera sin darse cuenta. Debería haber hecho más.

¿Por qué no pude?

No hice todo lo posible.

Ese fue el error número 3.

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