(𝐕)

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I. La prueba

Las lecciones de combate prosiguieron. Una vez que Niké dominaba prácticamente a la perfección el combate cuerpo a cuerpo, le tocó aprender a usar la lanza. Estaba muy entusiasmada, pues nunca se hubiera imaginado que aprendería a luchar y mucho menos que aprendería de la mano de la mejor guerrera que había en la Hélade, la hija del prepotente padre, Atenea.

— Bien, ahora coge la lanza con una sola mano— le ordenó la diosa.

Niké asintió con la cabeza. Se agachó y cogió con la mano derecha una lanza hecha de fresno y bronce. Debido a la fortaleza física que ya tenía, no le costó mucho sostenerla, pero la agarraba de forma indebida.

— Así no la puedes agarrar, Niké, porque perderás fuerza al momento de lanzarla al enemigo— le aconsejó sabiamente Atenea.

La mortal probó a sostenerla de otra forma. La diosa negó con la cabeza y vio que no le quedaba otra opción que tocarla para explicárselo mejor. Sonrió con nerviosismo mientras se aproximaba a su alumna y se ponía detrás de ella. La mortal se tensó al sentirla detrás de ella. La diosa posó su mano sobre la de ella mostrándole cómo debía sostener la lanza para arrojarla con éxito al enemigo que se interpusiera en su camino.

Niké, totalmente complacida por su proximidad, no iba a desaprovechar esa oportunidad, por lo que se atrevió a recostar su cuerpo contra el de la diosa. La hija de Zeus sonrió de forma imperceptible al notar el cuerpo de la mortal recostado contra el suyo y disfrutó de la proximidad de su cuerpo y no la apartó.

—Ahora debes arrojar la lanza — susurró la diosa en voz baja.

Niké no respondió. Estaba tan absorta inhalando el aroma que impregnaba el ambiente que no la oyó.

Atenea se dio cuenta de eso y sonrió con placer al ver que no era inmune a sus encantos. Esa mañana se había perfumado a propósito con ambrosía, pues, sabía que una de sus numerosas propiedades era que desprendía un aroma irresistible para cualquier dios y para cualquier mortal.

— Niké — pronunció elevando el tono para traerla de vuelta a la realidad.

La mortal parpadeó varias veces con incredulidad y se recompuso.

***

El entrenamiento con la lanza estaba siendo intenso. El cuerpo de Niké estaba empapado en sudor. Se había pasado muchos meses entrenando con la lanza que Atenea le regaló ante su atenta supervisión.

Los primeros tiros que hacía eran bastante lamentables. Apenas tenía fuerza para arrojarla a unos escasos metros de ella, pero no desistió. Siguió lanzando una y otra vez, perfeccionando en cada tiro el agarre y usando sus piernas, que ya estaban bastante musculadas, para conseguir más fuerza.

Después de varios meses de entrenamiento, la diosa decidió que ya llegó el momento de poner a prueba la destreza de su alumna con la lanza.

— Ser guerrero no implica sólo saber usar las armas. Supone también disciplina y obediencia al líder sin ningún tipo de duda — le explicó la hija de Zeus.

— Atenea, ¿qué quieres de mí? Dímelo y lo haré —respondió con determinación la cauta mortal.

— Esa es la actitud que quiero que tengas — le apremió la diosa.

Una imperceptible sonrisa se escapó de los labios de Niké.

— Quiero probar tu valía como guerrera y tu lealtad hacia mí. Para ello vas a matar al pastor que intentó violarte — le ordenó.

— ¿Puedo preguntar la razón por la que debo hacerlo? — se atrevió a preguntar Niké mientras sostenía con firmeza su lanza.

— Niké, eres una mortal inteligente. Creo que sabes por qué te lo estoy ordenando.

Niké miró con intensidad a Atenea. Sintió cómo podía ver a través de sus ojos lo que la poderosa diosa pensaba.

— Crees que ese pastor merece ser castigado por lo que pudo haberme hecho. Piensas que debo ser yo la que lo mate para mostrarte mi valía como guerrera y para vengarme porque te confesé el dolor que ese vergonzoso acto contra mí me hizo sentir.

— Así es, Niké, pero hay una razón más — contestó acercándose más a la mortal.

La hija de Dolón se puso nerviosa con la repentina cercanía de la diosa.

— Dime, ¿qué tienen en común todos los guerreros? — le preguntó Atenea.

— Todos los guerreros tienen en común que han matado a una persona. La sangre de culpables o inocentes manchan sus manos— respondió así la mortal, mostrando a la diosa una gran inteligencia.

La diosa de la sabiduría sonrió a causa de la impresión que sentía por su predilecta mortal y le instó a que la siguiera.

***

La cauta e inteligente mortal se mostró entusiasmada por la prueba a la que le iba a someter la poderosa hija de Zeus.

La diosa unció su dorado carro con dos hermosos pegasos domesticados por ella misma y ordenó a la hija de Dolón que subiera con ella. Niké obedeció y admiró a los dos hermosos ejemplares de pegasos mientras ascendía al carro.

— Son hermosos, ¿verdad? — le preguntó la hija de Zeus introduciéndose en sus pensamientos.

— Lo son. Nunca me había imaginado que podría contemplarlos — repuso la mortal.

— Agárrate fuerte, Niké. Los pegasos son realmente veloces — le aconsejó Atenea.

La diosa de los ojos de lechuza ordenó a las espléndidas criaturas que iniciaran la marcha. Los raudos pegasos despegaron sus patas del suelo y comenzaron a volar. Volaron con tanta celeridad que enseguida llegaron a las puertas de la bella e inexpugnable Ilión.

Niké comenzó a sentirse nerviosa y no era para menos. La diosa de la sabiduría iba a probarla y no quería decepcionarla.

La diosa percibió su nerviosismo y puso una mano sobre su hombro izquierdo.

— Puedes hacerlo — la animó mientras buscaban en las proximidades del río Escamandro al mortal que logró escapar de la ira de la diosa guerrera pero que no escaparía a la ira de la hija del guerrero Dolón.

No les resultó difícil dar con él. Estaba sentado al lado de las orillas del río mientras sus ovejas pastaban a su alrededor.

Niké apretó su lanza y se dirigió decidida hacia él. El pastor la miró y se levantó con cierta cautela al ver que la joven no soltaba la lanza, y se acercaba hacia él con gesto severo y airado. El pastor se aproximó a ella para intentar desarmarla y al fijarse en la belleza de la joven, pensó que después de desarmarla podría tomarla allí mismo.

— Desdichado mortal, no eres consciente de que la ira de mi pupila recaerá sobre ti — pensó la diosa Atenea observando la escena transfigurada en una lechuza para que éste no pudiera verla y reconocerla.

La joven guerrera no apartaba la vista de su adversario y parecía que sus ojos llameaban de furia al contemplarle. Se acercó hacia él para poner fin a su vida. El pastor a su vez viendo que ella se aproximaba más, intentó quitarle la lanza que sujetaba con tanta determinación. La hija de Dolón se dio cuenta de sus intenciones y no le costó esquivarle hábilmente.

El pastor no se rendía. Intentaba una y otra vez arrebatarle la lanza y tirarla al suelo.

— ¿Por qué una joven tan bella como tú intenta arrebatarme la vida? — se atrevió a preguntar el pastor de ovejas.

— Porque intentaste violarme una vez y no lo vas a volver a hacer — contestó Niké mientras le apuntaba con la lanza.

Vio miedo en los ojos del pastor, pero no sintió ningún tipo de lástima. Él intentó hacerle daño y deshonrarla de la peor manera posible, lo tenía muy merecido. Acercó aún más la lanza al cuello del pastor y le hizo una raja. La sangre comenzó a brotar lentamente. El hombre, totalmente asustado, se llevó una de sus manos a la herida en un intento desesperado de detener la sangre que comenzaba a caer sin parar.

— Por favor, ten piedad de mí. Lo siento —le suplicó mientras se arrodillaba y abrazaba las rodillas de Niké.

La joven guerrera, presa de la ira, le miró totalmente asqueada y le pegó una fuerte patada.

— Cállate — le ordenó con frialdad.

El pastor sintió el verdadero pavor y guardó silencio, pues nunca se hubiera imaginado que una joven totalmente armada fuera a arrebatarle la vida porque intentó violarla. Se levantó del suelo e intentó huir del lugar pero Niké se lo impidió. Corrió tras él y cuando estuvo a una distancia suficiente para cumplir con su misión, le atravesó la espalda con su lanza de fresno y bronce.

— Hunde más la lanza en su cuerpo. No desistas hasta que la vida se le escape — le aconsejó la diosa adentrándose en sus pensamientos.

Así procedió Niké. Siguió el consejo de la poderosa diosa, hundiendo más y más la lanza. No le había atravesado el corazón, pero debió atravesar otra zona importante porque la sangre manaba sin cesar. El pastor calló al suelo y sintió cómo se le escapaba la vida poco a poco. Su alma salió de su cuerpo y fue a parar al Hades.

Niké soltó la respiración que estaba conteniendo y toda la ira que sentía por ese pastor se esfumó al haberle quitado la vida. No terminaba de asimilar lo que acababa de hacer, seguía observando el cuerpo sin vida del pastor que acababa de matar.

Varios pensamientos rondaban por su cabeza. Por un lado creía que había obrado de forma justa, pero por otro, creyó que su actuación había sido desmedida. Él colaboró con el violador muerto y ella a modo de venganza le había arrebatado la vida a sangre fría, sin haber sentido un ápice de pena mientras le atravesaba con la lanza. Pero ahora sí sentía remordimientos y pensó en las fatales consecuencias que soportaría por haber realizado tal acto: una muerte casi segura. Su desesperación iba en aumento, no sabía si mover el cuerpo o dejarlo donde estaba.

La indecisión de la hija de Dolón era tan grande que decidió en primer lugar limpiar su arma y después vería qué haría con el cuerpo sin vida del pastor. Se aproximó a las orillas del Escamandro y puso empeño en limpiar la sangre, creyendo que así los sentimientos de culpa desaparecerían.

— Matar por primera vez no es algo fácil — dijo la diosa guerrera apareciéndose tras ella.

La joven mortal asintió con la cabeza dándole la razón.

— Sientes culpa por haberle matado con tanta frialdad. Crees que lo que has hecho es desproporcionado teniendo en cuenta lo que él te hizo — puntualizó la diosa mientras se adentraba sin esfuerzo en los pensamientos de Niké.

— Así me siento, Atenea — respondió Niké en voz alta mientras seguía limpiando su lanza, sin querer darse la vuelta y encarar a la poderosa diosa.

— Date la vuelta y mírame — le ordenó la hija de Zeus.

Ésta obedeció inmediatamente. Se giró y dejó su lanza en el suelo.

La diosa avanzó con paso decidido hacia ella y la tomó del mentón para que sus ojos no escaparan de los suyos.

— ¿Crees que él no te hubiera violado de haber tenido oportunidad? Niké, lo habría hecho sin pensarlo. Deja de pensar que actuaste de forma desproporcionada porque no es así. Él te habría deshonrado, al igual que el otro pastor que está en el Hades desde que yo le arrebaté la vida — así habló Atenea.

Niké sintió cómo las lágrimas comenzaban a agolparse en sus ojos, queriendo salir, pero respiró hondo varias veces hasta que logró calmarse.

— Tienes razón. Me habría violado de no haber sido por ti. Pese a mis nervios he superado tu prueba. Hija de Zeus, mi lealtad hacia ti es tan grande que haré lo que me ordenes — respondió Niké mientras se perdía en los bellos ojos grises de la diosa.

— Me gusta tu determinación y valentía, valores imprescindibles que te han ayudado a superar mi prueba. Veo tu sufrimiento y preocupación por lo que te puede pasar. Nada te sucederá pues estás bajo mi protección. Ea, sígueme y ocultemos el cuerpo para que jamás sea hallado por ninguno de los troyanos que residen en Ilión, de murallas infranqueables — Habló así la hija de Zeus.

Niké se sintió reconfortada. Las 2 cargaron con el cuerpo. Por si las moscas, Atenea las cubrió con una espesa niebla para no poder ser vistas por nadie. Encontraron al fin un claro en el bosque. La poderosa diosa sonrió y para que su plan funcionara a la perfección pidió ayuda a Artemis, hija de Zeus y Leto.

— Artemis, la que hiere de lejos, diosa de la caza y la naturaleza, ven y ayúdanos a ocultar este cadáver — así habló la diosa guerrera.

La hija de Leto atendió el llamamiento de su hermanastra Atenea y se apareció ante las 2 para ayudarlas. Ártemis creó una zanja lo suficientemente profunda como para ocultar el cadáver y Atenea lo arrojó sin ninguna dificultad. Una vez que taparon el cadáver con tierra, la diosa de la caza hizo brotar un gran árbol. Atenea sonrió con satisfacción y Niké suspiró aliviada.

— Gracias por ayudarnos, Ártemis, la que hiere de lejos —así le dio las gracias la mortal a la hija de Leto.

Ésta sonrió a modo de respuesta. Sonrió a Atenea y tan rápido apareció ante ellas, se marchó sin dejar rastro.

II. Atenas, la ciudad consagrada a la diosa guerrera.

Diosa y mortal subieron al áureo carro tirado por unos espléndidos ejemplares de pegaso. Recordando el consejo de Atenea, Niké se colocó detrás de ella.

— Agárrate fuerte — le ordenó la poderosa diosa en voz suave.

La hija de Dolón colocó sus manos en los hombros de la diosa, aferrándose así a ella cuando reanudaran la marcha atravesando el éter en ese majestuoso carro. Atenea se rio por la inocencia de Niké, que no se atrevía a agarrarse de su cintura.

— No, Niké, agarra mi cintura con tus manos.

La mortal se sonrojó y rodeó la divina cintura con sus manos. La diosa se tensó ligeramente al sentir las manos de la mortal rodeando su torso, pero lo disimuló muy bien. Tomó entre sus manos las bridas de oro y ordenó a los espléndidos caballos alados que reanudaran la marcha.

Niké volvió a disfrutar de la increíble sensación de estar atravesando el cielo mientras se aferraba con firmeza a la diosa de la sabiduría. No le costó darse cuenta de que no estaban regresando al Olimpo, sino que estaban yendo a otro lugar. La diosa leyó sus pensamientos y la tranquilizó.

— Quiero llevarte a un sitio muy especial e importante para mí — le explicó la hija de Zeus mientras los raudos pegasos comenzaban a descender porque habían llegado finalmente a su destino.

Estaban en un monte. Desde allí arriba se vislumbraba una magnífica ciudad, llena de templos. A Niké le pareció reconocer una imponente estatua de la diosa guerrera, que custodiaba la ciudad que estaba a sus pies.

Atenea descendió del carro con una gran gracia y elegancia y la mortal que la acompañaba no pudo hacer otra cosa que admirarla. La diosa ofreció una de sus manos para ayudar a Niké a descender sin dificultades del hermoso carro y se acercaron al borde de un precipicio para admirar con mayor detalle la bella polis.

— Estamos en Atenas — afirmó Niké mientras su vista se deleitaba admirando todo lo que rodeaba a esa ciudad tan hermosa e influyente.

Pensó momentáneamente que esa polis era casi igual de hermosa que la diosa a la que estaba consagrada, Atenea.

Atenea, la hija de Zeus, miró de reojo a su mortal. La luz anaranjada propia del atardecer le otorgaba un hermoso aspecto, casi como si de una deidad se tratase. Observaba cómo sus ojos color miel estudiaban con todo lujo de detalle su hermosa polis.

— La región del Ática parecía ser muy próspera — comenzó a hablar la diosa de la sabiduría.

Niké giró su rostro para escuchar con suma atención a Atenea.

— Vi potencial en ella y como no, puse mis ojos en ella. Quería ser su patrona y traer la sabiduría y la gloria a esa ciudad. Mi tío, Poseidón, el de oscura cabellera, también se fijó en esta región, queriendo convertirse también en señor de la ciudad. Mi tío y yo nos disputamos aquella ciudad en la que vimos esperanzas de grandeza y gloria, tanto para aquella como para nosotros mismos. Estábamos muy iracundos, dispuestos a llegar las manos para decidir quién se quedaría para sí la próspera ciudad.

Las palabras brotaban de los labios de Atenea con gracia y cualquiera que se hubiera detenido a escucharla habría sentido cómo la diosa le llevaba a esa región con un futuro prometedor, que todavía no tenía un dios al que consagrarse y ampararse bajo su protección.

Niké la escuchó completamente maravillada mientras le mostraba imágenes de esta historia. Aparecieron ante sus ojos ambos dioses en una actitud desafiante. Poseidón apretaba con fuerza su tridente, en un gesto amenazante. Atenea, llevando su característico casco guerrero, sujetaba con firmeza su lanza, alzando el mentón en un gesto desafiante, dispuesta a luchar si hacía falta para ser la señora del Ática.

— Mi padre, Zeus, señor del Olimpo, impuso orden. — Determinó que serían los propios habitantes del Ática los que deberían escoger a su patrón. Para impresionar a sus ciudadanos, Poseidón hizo aparecer una fuente de la que brotaba agua salada y prometió pescas abundantes a la ciudad si le elegían— prosiguió la diosa.

La historia estaba llegando a su punto más álgido y la joven mortal hizo un sutil gesto con la cabeza para pedir a la diosa que siguiera hablando.

— Yo no reculé. Clavé mi lanza en el suelo y apareció ante los habitantes del Ática un hermoso olivo. Éstos contemplaron maravillados el árbol que brotó repentinamente y esperaban con entusiasmo que yo hablara, así procedí. Les dije que sabía cuan árida era la tierra sobre la que apoyaban sus pies y que ese hermoso árbol que hice aparecer se llama olivo, el cual necesita poca agua para crecer y tener frutos. Les mostré una aceituna. Les expliqué que el fruto se podía comer, pero que también podía usarse para hacer aceite, el cual les traería luz y riquezas al poder usarlo para tener relaciones comerciales con otras polis de la zona.

Niké siguió escuchándola con suma atención. Mientras lo hacía, vio a Zeus lanzando un rayo a modo de advertencia y ordenando con su característica voz grave y llena de autoridad que cesaran la lucha y que dejaran escoger a los habitantes del Ática a su patrón. Vio con lujo de detalle el pozo que Poseidón hizo aparecer y contempló maravillada el hermoso olivo que Atenea hizo aparecer clavando su lanza en el suelo del Ática.

— Como no podía ser de otra manera, los hombres escogieron a Poseidón y las mujeres me escogieron a mí como patrona de la ciudad. Como había prácticamente el mismo número de hombres y mujeres, los dioses tuvieron que votar. Con la abstención de mi padre me convertí en la patrona del Ática, y en honor a mí, llamaron a la ciudad Atenas. Cumplí mi palabra y Atenas se convirtió en un lugar próspero, lleno de cultura y sabiduría — concluyó así la diosa esta historia.

***

Diosa y mortal volvieron al presente. El sol estaba a punto de desaparecer del cielo, indicando que muy pronto la diosa Nix cubriría el cielo con su manto negro, trayendo consigo la noche, momento en el que dioses y mortales guardan reposo, para prepararse así para afrontar un nuevo día.

Niké giró ligeramente el rostro para admirar la belleza sin igual del rostro de la diosa. Mientras, los últimos rayos anaranjados del atardecer otorgaban a su rostro una apariencia majestuosa.

— ¿Sabes, Atenea?, yo también te hubiera escogido indiscutiblemente como patrona de mi ciudad si hubiera tenido la posibilidad de hacerlo. Me habría causado indiferencia qué dios se hubiera enfrentado a ti para disputarse mi ciudad. Te habría elegido a ti. Siempre lo haría — susurró en voz baja y para disimular se puso a mirar al frente, viendo cómo la diosa Nix hacía acto de presencia llevando su infinito manto negro.

Atenea se sonrojó al escuchar la confesión tan sincera de Niké y como muestra de lo mucho que le gustó que le dijera aquellas palabras tan cargadas de significado, acarició con sus delicados dedos el brazo izquierdo de Niké hasta estrechar sus dedos.

El momento no pudo alargarse más y ambas partieron con celeridad al Olimpo.


Nota de la autora: Esta historia continúa. Os aviso de que van a pasar bastantes cosas y puede que os llevéis una grata sorpresa💟

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