Capítulo 12

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Capítulo 12: El espacio entre nosotros.

A JungKook pocas veces lograban cautivarlo las escenas cotidianas de su vida. No era un fan de las puestas de Sol, del oleaje de la marea, tampoco le gustaba ver las nubes formar figuras o mirar un pastizal removerse con el sonido del aire en sus oídos. Su poco sentimentalismo a lo comúnmente bello visualmente, era un defecto que por mucho tiempo se abstuvo de corregir. Sin embargo, en ese momento, su mente no lograba explicarse cómo es que se sentía tan sentimental al ver dormir cómodo a TaeHyung sobre el sofá.

     Se estaba volviendo loco, ahogándose en sus propios sentimientos, sin poder desistir de diversas ideas del pasado y combinándolas con su futuro. Constantemente se preguntaba si la presión en su pecho era el producto de una nueva aventura, o si su corazón comenzaba a tomarle cariño a aquel castaño de actitud tenaz, fuerte y evasiva que se limitaba a hacerlo quedar justamente cuando estaba a punto de irse. Recordaba a BaekHyun dándole las instrucciones exactas para su deber, contando aquel relato resumido donde la única conclusión era: intenta reiniciar su vida, hazle un bien. Y si bien es cierto que cada vez la cercanía era mayor, no sse veía capaz de poder reiniciar a TaeHyung por completo.

     A veces, eso lo llenaba con un tipo de sentir que le hervía la sangre, y calentaba su estómago. Se sentía inútil, queriendo estar en el lugar de alguien más, como en toda su vida lo deseó con cada relación, pero era imposible lograr eso.

     — Me iré a trabajar ya —suelta a su gato, mientas se agacha para acariciar al pequeño felino de ojos adormilados—. Cuida a TaeHyung, ¿bueno, Ikar? Papá regresará en un rato.

      Ikar lo miró, y como era de esperarse, volvió a echarse al lado del sofá sin prestar atención. Lo que provocó un suspiro pesado de parte del pelinegro, que se colocaba la gorra para abrir la puerta del apartamento y cerrarla con seguro.   

     Bajó las escaleras, no tan largas, hasta llegar a la pequeña recepción, donde saludó sin importancia y siguió su camino al trabajo. Los padres de JungKook tenían mucho dinero, aunque jamás le gustó sentirse dependiente de eso, presumir frente a los demás o alardear de algo que no era suyo; también, sus padres desde que los recordaba le inculcaron el deber de trabajar. Trabajar, ganar dinero y hacer lo que quieras con él de forma responsable. Odiaba sentirse atado al desear algo en la tienda, cargar una tarjeta con el nombre de su padre, o tener que pedirle a mamá dinero para una tontería que no valía la pena. Es por eso que llevaba dos años trabajando en la tienda de conveniencia de la señora Jung, una viejecita de líbido tranquilo y sonrisa amable. Dicha tienda estaba lejos de su vecindario.

     Se preguntaba constantemente el porqué elegir un apartamento tan alejado de su trabajo: tenía que tomar un bus y caminar dos cuadras después de eso, para atender una tienda a la que rara vez llegaba gente pero que siempre tenía todo, y cada mes llegaba nuevo inventario.

     — Diez minutos tarde —escucha decir a HoSeok—. Hoy es un nuevo récord.

     — Muy, muy gracioso —suelta el pelinegro, pasando las piernas por arriba del mostrador para quedar del mismo lado—. Se me está haciendo costumbre.

     HoSeok era un buen amigo, a pesar de la diferencia de edad. Iba y venía con las cosas de la tienda, mientras atendía, y en días donde JungKook no tenía ni las ganas de ver rostros, la actitud alegre y positiva de HoSeok hacía que los clientes no salieran corriendo del lugar. También era una de las pocas personas que sabían de su miserable historia de amor fallido, engaños e intereses encontrados, probablemente el único chico con el que había dejado salir todos sus sentimientos traicioneros en noches tristes, cuando la única persona que solía querer era a Jennie.

      Sin embargo, HoSeok sabía a duras penas (y eso, sólo porque lo notó extraño) sobre el nuevo e insesante sentimiento que crecía en JungKook. De hecho, el castaño HoSeok solo tenía una vaga idea de lo que envolvía a JungKook, debido a sus ojos dormilones, la atención dispersa que prestaba y, solo de vez en cuando, sus susurro consigo mismo de situaciones que lo molestaban.
  
     — ¿Y la señora Jung?

     — Por ahí, probablemente cortando flores en el jardín —dice tranquilo—. Oye, pero en serio, ¿qué te sucede?

     — Absolutamente nada —suelta incómodo, y segundos después suspira cansado—. Si te soy sincero, estoy últimamente muy confundido.

     HoSeok le sonríe, colocando los chicles en la estantería con rapidez debido a su práctica. Entonces mira a JungKook con el tipo de ojos que le hacía cuando quería entender su sentir, ya que el pelinegro poseía un aura completamente siniestra y misteriosa, era fácil saber que algo le sucedía, pero no averiguar con qué cosas de su vida se relacionaba. En una de esas JungKook estaba abrumado por la universidad, por su gato, o por sus videojuegos. De todas maneras, HoSeok decidió irse por el lado más sencillo y soltó:

     — ¿Es por ese chico? ¿Con el que estás viviendo?

     — Sí. Es algo complicado, creo que siento algo por él, pero entre más lo pienso, más siento que me meto en la boca del lobo.

     JungKook creía que no conocía lo suficiente a TaeHyung como para sentir algo por él. Como dijo, era complicado. Sin embargo, cada que lo ve crece en su interior la necesidad de ayudarlo, protegerlo y cuidarlo. Quiere saber lo que se le cruza por la cabeza, hablar con él hasta la madrugada, ver sus ensayos de cinematografía, ver con el películas y disfrutar bailando como locos por todo el apartamento. Quería sentirse feliz a su lado y simplemente ser ellos mismos para formar uno sólo.

     Al mismo tiempo, estaba temeroso y dudoso. No sabía si esa necesidad crecía solo por vivir a su lado y tener la curiosidad puesta en su persona, o porque su corazón comenzaba a abrirse nuevas oportunidades falsas por un despecho reciente. Si estaba interesado en TaeHyung o en la idea que, de forma fantasiosa, creaba de él. En retrospectiva, no entendía nada del chico, ni sabía mucho sobre él: sus gustos, su música favorita, el color de sus playeras o el tono exacto de su cabello. En cambio su cabeza se llenaba con los relatos mínimos de BaekHyun: una relación desastrosa (sin especificar) y una actitud evasiva y melancólica, combinada con esos ojos jueces de tu destino.

     — Ah —gruñe el pelinegro—. Esto se está volviendo más molesto aún.

     — ¿Por qué es tan complicado? ¿Te gusta o no?

     — A veces siento que sí, aunque de repente no lo sé. A veces me dan ganas de no verlo, otras de verlo.

     JungKook no solía hablar de esa forma nunca, como si los pies los tuviera en el cielo y su cabeza volara. HoSeok alzó las cejas, impresionado y con ganas de reír debido a la cursilería que salía de repente de aquel chico, que más que cariñoso se caracterizaba por su alegría y felicidad. Al pie de los estantes, HoSeok se recargó sin dejar de ver al pelinegro, quien ya comenzaba a susurrar consigo mismo. No podía escucharlo; no obstante, con solo verle el rostro a la vez que movía sus labios rojizos, podía intuir de qué se trataba.

     Jung HoSeok no era un experto en el amor, en las relaciones o en el romanticismo. Tampoco deseaba serlo. Pero su abuela constantemente le contaba historias de amoríos, de situaciones de su vida y todos los hombres con los que mantuvo una relación amorosa, hasta llegar al gran señor abuelo que conocía y amaría hasta llegar a la tumba. HoSeok entendía una sola cosa del amor: el balance de éste para su prosperidad tenía siempre de elementos lo bueno y lo malo. Se relacionaba con las emociones que te alteraban al grado de hacerte sentir en el cielo, y después te bajaba con una pequeña acción no intencional, con una palabra sin maldad. Amores tan complejos y extraños se consumaban hasta extinguirse, amores débiles no soportaban el camino y morían, amores fuertes prosperaban de forma imperfecta y apasionada, y amores falsos no duraban nada.

     — ¿Y a qué crees que se deba eso?

     JungKook, por primera vez en todo el rato que tenía ahí, miró a HoSeok con incredulidad y un poco de diversión. Se recargó sobre el mostrador, colocando la barbilla sobre su mano y observó intranquilo el suelo.

     Lo supo desde el primer instante, a veces quería verlo porque sentía que su vida iría mejor a su lado, a veces no quería verlo porque sentía que lo llevaría a la ruina.

     — No tengo un buen historial de relaciones —admite JungKook—. Nada me asegura que él me quiera de la misma manera.

      El problema del amor es que siempre estaba a lo extremos de la recta, siempre era demasiado fuerte o demasiado débil. Muy cálido, o muy frío, un amor joven o viejo. JungKook se sentía cambiar de extremo día con día, y poco a poco se le terminaba la esperanza de querer avanzar y olvidar. Repetía constantemente en su pecho los fuertes sentires que le provocó el rechazo, la desolación, y regresaba de inmediato a los momentos donde se sintió tan aceptado y protegido.

     Un vacío crecía en él cuando su corazón no podía dejar de trastabillar entre lo bueno y lo malo, protegiéndose a sí mismo con una armadura que cada vez se hacía más fuerte. Después, miraba a TaeHyung, y esa armadura se deshacía por escasos segundos hasta volver a sentir miedo. El golpe de realidad lo abrumaba, y nuevamente quería irse.

     — Es lo divertido de amar —suelta HoSeok—. Mi abuela dice que no siempre es el final de la película, sino lo que sucede hasta llegar a él.

     Fácil decir eso. Era fácil decir que lo intentaras con todas tus fuerzas, lo desearas desde el fondo de tu corazón y algún día lo obtendrías. La cosa era que el mundo no siempre era justo como lo querías, y a veces ibas a la muerte sin nada de lo que deseaste, o quisiste.

     Cuando toda la película es una historia triste, que cada vez te deja más vacío, y el final termina por rematarte, entonces dudas si decir que fue buena o mala, adoras ese sentimiento de soledad pero deseas más, deseaste más que un final desastroso y doloroso. JungKook quería ver por su bienestar, quería ver por su corazón que tantas veces se sintió herido, y que recientemente fue estrujado con armas de las que jamás hubiese sospechado. 

     — Sí, seguro —menciona JungKook—. Pero sigo sintiéndome mal, creo que él sigue enamorado.

     — ¿De quién?

     — De su pasado.

     Decir que la costumbre es más fuerte que el amor, una frase tan dudosa como increíble. El pelinegro pensaba constantemente en ella, sin saber cómo denominar su propia situación. En ese momento, llegó a una conclusión. Solía creer que TaeHyung y él eran similares al aferrarse a aquellos de su pasado, pero no: TaeHyung era quien se aferraba al pasado, JungKook le temía miedo al futuro.

     Y entre más temía al futuro, poco a poco, caía en cuenta que más miedo tenía a no ser correspondido. Lo cuál lo llevó a una simple conclusión:

     — Ah, estoy en problemas ahora —suspiró, dejando caer la frente en sus palmas.

     Claro que estaba enamorado de Kim TaeHyung.

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