twenty-one.

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𝐀𝐂𝐓 𝐓𝐇𝐑𝐄𝐄.
chapter twenty-one
a family reunion




EL ATERRIZAJE FORZOSO NO ES TAN MALO. Al menos no mueren, lo que Svetlana considera una gran victoria. Cuando salen más o menos airosos del chirriante helicóptero, ve que sale humo negro de la punta de las hélices. Sin duda, este aparato no volverá a volar nunca más.

Svet tose por el humo en sus pulmones y se estremece un poco, observando mejor sus alrededores. El pálido sol se aproxima al horizonte y amenaza con ponerse y dejarlos en una amarga y fría oscuridad. Su traje blanco ayuda a combatir el frío, lo que supone un alivio en el páramo ruso, donde sólo pueden prosperar unos pocos arbustos.

Alexei mira a Natasha con el ceño fruncido.

—Deberías haber traído el superjet de los Vengadores.

Svetlana deja caer su frente sobre la palma de la mano. Su madre aprieta las manos en un puño, gira sobre sus talones y emprende la bajada de la colina. Las dos chicas más jóvenes se ponen rápidamente a su paso, y Alexei las sigue con tristeza.

—Te juro que como vuelva a hablar, le doy una patada en la boca —mientras Svet se ríe, Yelena gime suavemente—: Es de lo peor.

Aun así, Svetlana ya lo adora.

—¿Natasha? —las persigue, trotando unos pasos—. ¡Natasha! Svetlana, para a tu madre. Ven, quiero preguntarte una cosa. Ven, es importante.

Con un resoplido, su madre se da media vuelta para mirarlo.

—¿Qué?

El hombre se mete de repente las manos en los bolsillos, fingiendo despreocupación.

—¿Él te habló de mí?

—¿Qué? —Natasha entorna los ojos.

Que si te habló de mí —su voz baja mientras se encoge de hombros, mirando a través del paisaje—. Ya sabes, contándote batallitas.

Svet está tan confundida como Natasha.

—¿De qué hablas?

El Capitán América.

Svet ladea la cabeza, pensativa.

—¿Te refieres a mi tío Steve, Dedushka?

Tío... ¿Es tu tío? —los ojos de Alexei se abren de par en par cuando se gira para mirar a su hija—. Tío de mi pequeña vnuchka, Natasha, ¿cómo has podido?

Su madre parece completamente desconcertada, con los ojos entrecerrados y los labios apretados.

—¿Qué?

—Mi gran adversario en este teatro del conflicto geopolítico. No tanto mi némesis —se encoge de hombros despreocupadamente, hinchando el pecho y levantando la barbilla—, sino más bien mi contemporáneo. Mi igual. Siempre he pensando que había un gran respeto mutuo por...

—Espera —Natasha se detiene y lo fulmina con la mirada—. No has visto a ninguna de las dos en veinte años y ni siquiera has conocido a mi hija, ¿y vas y me preguntas por ti mismo?

Dedushka se aleja, con las manos extendidas en los bolsillos.

—¿A qué viene esta tensión? ¿Acaso he hecho algo malo?

Svet suspira y coloca las manos en las caderas con gran remordimiento. Esta situación sólo puede ir a peor.

Yelena se rasca la frente con incredulidad.

—¿Lo preguntas en serio?

—¡Yo siempre os he querido, chicas! Hice cuanto pude para lograr que triunfárais, que alcanzárais vuestro máximo potencial, y todo salió bien.

La mirada de Natasha se agudiza.

—¿Salió bien?

—Sí. ¡Para vosotras, sí! Cumplimos con nuestra misión en Ohio. Yelena, tú te convertiste en la mejor niña asesina que el mundo haya conocido. Nadie puede igualar tu eficacia, tu crueldad —cuando la mujer rubia no le dice nada, se dirige rápidamente a su hija mayor—. Y Natasha, no sólo eres espía, no sólo derrocas regímenes y destruyes imperios desde dentro, eres una Vengadora. Y Svetlana, una nieta que acabo de conocer, una niña asesina cuyo anonimato experto significa la mayor posibilidad de asesinato y sabotaje. Las tres habéis matado a tanta gente —y estrecha a cada una de las chicas conmocionadas contra su pecho—. Debéis tener la cuenta goteando, chorreando rojo. No podría estar más orgulloso.

Svet hace una mueca desde donde ha sido aplastada en su pecho entre las dos hermanas. No le molesta tanto el asunto de la "niña asesina", el asesinato y el sabotaje, es sólo que... su dedushka huele muy raro... Natasha se burla de inmediato y lo empuja con fuerza. Con una mirada amenazante, toma la mano de Svet para liberarla del agarre de Alexei y a continuación marcha por la pendiente. El hombretón las sigue con una expresión de dolor, aunque sigue agarrado a Yelena, besándole la cabeza.

—Vale. ¿Puedes...? —incluso ella se separa lentamente de su apretado agarre—. No. Suéltame ya. Hueles que apestas.

Alexei se queda en la colina, con los brazos aún extendidos, oliendo mal y solo.

Cuando el sol se pone en el horizonte anaranjado y púrpura, continúan por un largo camino de tierra que no parece conducir a nada más que a la naturaleza.

—¿Qué? —Yelena es la primera en romper el silencio—. ¿Falta mucho?

—Lo sabrás cuando lleguemos.

Svetlana salta al oír a Alexei sonreír y resoplar, sin saber en absoluto qué puede significar aquello. Hasta que ese mismo sonido proviene de una zona de hierba en la ladera de la colina, donde le espera un pequeño recinto con altas vallas y alambre de púas, un jardín de tamaño reducido, un ruidoso corral de cerdos y una mujer.

Mi abuela, asume Svet con cuidado. Se parece a una de esas estatuas que vio fugazmente cuando estuvo en Europa, en algunos de los libros que robó en un piso franco que apenas recuerda. La mujer es alta y ágil, todo músculo, con pelo y ojos oscuros a los que el tiempo y la experiencia han dado profundidad.

Las personas que la rodean se miran fijamente, decenios después y más viejas e irremediablemente cambiadas, pero también iguales en cierto modo. Svet levanta la vista hacia Natasha, que mira a lo lejos, tratando en vano de controlar su expresión.

—Cariño —Alexei sonríe—, estamos en casa.

La mujer de aspecto severo los mira fijamente. Luego pasa de largo, sin decir una palabra, y ellos la ven irse.

—Vamos, chicas —su abuelo les indica que avancen hacia la casa principal.

No tienen más remedio que seguirlo.

—Bienvenidos a mi humilde morada —la mujer, Melina, murmura cuando atraviesan la puerta principal—. Poneos cómodos...

Es exactamente la clase de lugar que Svetlana podría imaginar que sería un hogar. Sorprendentemente normal y maravillosamente confortable. Muchas ventanas y cortinas y una mesa de comedor con cinco sillas, suficientes para cada uno. Un brote de calor empieza a surgir dentro del pecho de Svet.

—Tomemos una copa —la Viuda Negra mayor lanza un fuerte suspiro y desaparece de la vista.

Curiosa, Svetlana sigue a Natasha hasta la cocina. Es muy parecida al resto de la casa: hogareña, pintoresca, incluso acogedora. Intenta imaginar a su propia familia moviéndose en esta cocina, pero no es fácil. Puede visualizar a su padre y a su madre, pero son entidades separadas. Son como dos líneas paralelas, alejadas para siempre, que nunca se encontrarán.

Melina aparta una pared falsa en la despensa para revelar un armario de armas y la imagen de una familia feliz se desvanece. No es nada sorprendente; al fin y al cabo, todos son espías y asesinos. Además, no importa tanto. Svet está mucho más acostumbrada a las armas y a la munición de lo que nunca lo estará al calor y a la seguridad.

—Sin cosas raras —advierte Natasha.

Al dejar su rifle, la mujer parece casi dolida por la insinuación.

—Solo estoy guardando el arma.

Natasha traga grueso y se gira bruscamente. Se afana en la cocina, intentando claramente distraerse de la tensión y la desconfianza que les rodea. Svet no puede evitar hundirse un poco. Este no es su hogar. Esta no es su familia. Esta no es su abuela.

Y sin embargo...

—Hola —el marcado acento de la mujer se suaviza de alguna manera, mirando cuidadosamente a la pelirroja más joven—. ¿Y tu eres...?

—Svetlana, soy... —Svet se siente ahora más segura, orgullosa de quién es, confiada en quién es su madre. Respira profundamente, endereza los hombros y levanta la barbilla—. Soy la hija de Natasha.

Natasha se detiene al lado de la encimera, las manos congeladas en el fregadero, la tensión en sus hombros se desvanece.

—Sí —los ojos oscuros de la mujer mayor parecen más pesados, y una pequeña sonrisa triste se dibuja en sus labios—, puedo ver el parecido.

El corazón de Svet salta de esperanza.

—¿De verdad?

—Sí. De verdad. Fuerte. Incansable.

Aunque ambas miran a Natasha, ésta no reacciona ante ninguna. En su lugar, está mirando atentamente por la ventana para comprobar cualquier señal de peligro.

—¿Hay alguna bomba trampa? —pregunta despreocupadamente, volviendo a mirar a la Viuda mayor mientras se mueve por la cocina—. ¿Algo que debamos saber

—No os crié para que cayérais en trampas...

—Tú no nos criaste —ataja Natasha al instante, sirviendo un vaso de agua tanto a ella como a su hija. Debería satisfacerla decir esas palabras con semejantes púas, destinadas a picar y herir, pero no es así. Sólo le duele a Natasha.

—Oh, puede que no —Melina concede tranquilamente—. Pero si os habéis vuelto blandas...

Natasha le devuelve la mirada y sus miradas se cruzan.

—... no fue bajo mi tutela.

Pronto, todas las mujeres de la familia de Svetlana están sentadas a la mesa, Svetlana a salvo al lado de Natasha frente a Melina y Yelena. Se encuentran en un silencio incómodo, sólo interrumpido por los sonidos de la crisis de la mediana edad a la que se enfrenta Alexei en el baño. No puede evitar estudiar a estas personas que intentan desesperadamente no hacer contacto visual entre ellas.

Svet se pregunta si es el producto de cada una de esas mujeres que la precedieron. Natasha es su madre, su fuerza y su poder existen en su misma sangre y en sus huesos. Fuerte. Incansable. No se puede decir lo mismo de Melina y Yelena, pero están en su esencia, ¿no es así? Puede sentir pedazos de ellas en la presencia de su madre, en la suavidad entre su agudeza, en la bondad entre la sangre. Espera tener la mitad de su valor y su resistencia.

Espera que algún día la quieran como sabe que quieren a Natasha.

Finalmente, Melina rompe el incómodo silencio con un rotundo:

—Bebamos.

Está ocupada sirviendo un vaso a cada una, incluso a Svetlana, cuando de repente, desde la esquina del salón, Alexei se aclara la garganta. Y allí, apoyado despreocupadamente en la pared, se encuentra el abuelo de Svet vestido de pies a cabeza con un ajustado traje rojo y blanco.

—Aún me cabe —dice.

Melina le silba mientras Svet se traga con dificultad un chillido de emoción, con los ojos muy abiertos de auténtico asombro. ¡El Guardián Rojo lleva su uniforme!

Natasha se limita a fruncir el ceño, mientras que Yelena aparta la mirada con vergüenza.

Madre mía...

Deleitándose en sus días de gloria, Alexei estalla en carcajadas mientras Melina le aplaude con orgullo.

—No lo lavé ni una sola vez —sonríe su abuela, indicándole que se siente a su lado—. Ven a beber.

Alexei lo hace, quitándose el casco para dejarse caer en la cabecera de la mesa, cantando alegremente:

Rise, you workers of salvation...

Mira y hace un rápido gesto a Svet para que se una a la canción una vez más, pero ella niega sutilmente con la cabeza. No le parece un momento apropiado.

No parece entender el mensaje.

—La familia... reunida de nuevo.

—Mmm —Melina se desplaza un poco incómoda, con los ojos clavados en cada una de sus caras—. En vista de que nuestra estructura familiar no fue más que una calculada farsa que sólo duró tres años, no creo que podamos seguir usando ese término, ¿no creéis?

Svetlana se hunde un poco más, la desilusión es como una piedra en su estómago.

—De acuerdo —dice Natasha con fuerza y se reclina hacia adelante para llegar al cometido—. Esto es lo que vamos a hacer...

—Vale —Alexei la interrumpe, echando comida en su plato—. Un reencuentro, ¿eh? Y, eh... yo quiero decir algo así, a voz de pronto —se dirige a la abuela de Svetlana, con los ojos bajos y la voz ronroneante—. No has envejecido ni un día, ¿eh? Estás tan hermosa y tan tersa como el día que orquestaron nuestro matrimonio.

Yelena toma un trago mientras la expresión de Natasha se endurece y Svetlana siente un poco de náuseas.

—Tú has engordado —susurra Melina, ladeando la cabeza y esbozando una pequeña sonrisa en su dirección—. Pero aún estás guapo.

Svetlana frunce la nariz, pidiendo permiso.

—¿Mamulya...?

Entendiendo inmediatamente, Natasha le desliza un trago.

—Sólo por esta vez.

Juntas, al compás de la otra, madre e hija se toman los chupitos de vodka.

—Acabo de salir de la cárcel. Y... —Alexei se ríe y mira entre las chicas más jóvenes y Melina, bajando la voz lo suficiente—, tengo mucha energía...

Los dos mayores se ríen entre sí, y Svet se pregunta de repente si es bueno que nunca haya tenido que soportar tener a los dos padres en la misma habitación durante mucho tiempo. Porque... es asqueroso.

—Por favor, no hagáis eso —su madre se atraganta, de repente enferma—. Bien, esto es lo que vamos a hacer...

—Natasha, no te encorves.

Inmediatamente se endereza.

—No me encorvo.

—Fíjate en Svetlana, está recta...

—No me encorvo.

—¡Te acabará saliendo joroba!

—Mm —Alexei la agarra por el hombro para enderezar su espalda—, haz caso a tu madre.

—¡Madre mía, esto es...!

—¡Arriba, arriba! —añade Alexei, animándola como cuando era una niña.

—¡Vala ya, basta! —Natasha finalmente gruñe, mirando alrededor de la mesa—. ¡Todos!

—¡Svetochka y yo no hemos dicho nada! —Yelena se queja—. No es justo.

A Svet no le importa tanto. Se limita a disfrutar del espectáculo mientras cena.

—¡Esto es lo que vamos a hacer! —grita Natasha por encima de todos y trata de que la escuchen.

Por desgracia, no está funcionando muy bien porque Alexei toma tragos de vodka y Melina sirve la comida en cada uno de sus platos, por mucho que Yelena quiera que se detenga.

—Yo no quiero comer —gime y sisea la rubia, tomando otro trago.

—Come un poquito, Yelena, por el amor de Dios. Y tú también, Svetlana, estás demasiado flaca.

Melina deja caer montones de comida sobre el plato ya muy lleno de la chica.

—Mmm —murmura Svet con la boca llena y las mejillas hinchadas—. Spasibo, babushka.

Natasha habla aún más alto para que se la oiga:

—¡Tú dinos la ubicación de la Habitación Roja!

Esto es suficiente para que cada uno se detenga, cambiando por completo el estado de ánimo en la sala.

Después de un momento, Melina inhala bruscamente antes de hacer un pequeño guiño a Alexei.

—Es como cuando tú les dijiste que podían quedarse despiertas hasta tarde para pillar a Santa Claus.

—¿Qué? ¡Fue divertido! —Alexei se defiende—. Baja por la chimenea. Niñas, atentas. ¿Dónde está? Vosotras lo esperáis y cuando ya no queden galletas, sabréis que ha llegado...

—No, no —suspira Melina.

—¿Qué? ¡Yo quiero que persigan sus sueños!

—¿Quién es Santa Claus? —el acento de Svet se hace notar sobre las palabras extranjeras, su pequeña boca se tuerce ante el sonido.

Parece un hombre bastante malo, piensa Svetlana, si se mete en las casas de la gente y les roba las galletas.

—Luego te lo explico —suspira Natasha.

—No sirve —Melina sigue moviendo la cabeza en señal de desaprobación.

—Alcanzad las estrellas, chicas —les aconseja Alexei.

—Encontrar a Dreykov no es una fantasía —determina Natasha con firmeza—, es un asunto pendiente.

—No puedes derrotar a un hombre que controla las voluntades de otros —les dice Melina, con ojos mortalmente serios—. Tú no viste la culminación de lo que empezamos en los Estados Unidos. Ni tú tampoco.

De repente, la mujer se levanta de la mesa y coge una tablet, pulsando unos botones en la suave pantalla.

Natasha, siempre muy concentrada —Alexei le dice a la madre de Svet—. Conseguirás lo que quieras.

Natasha frunce el ceño. Pensándolo bien, habría sido mejor que hubiesen tirado a Alexei del helicóptero.

—Pasa —llama Melina hacia el vestíbulo, volviendo a sentarse al lado de Yelena.

Svetlana se tensa cuando se abre la puerta, pero no es un enemigo. De hecho, es algo mucho más sorprendente. Es un cerdo. Un gran cerdo negro y marrón que se une en la mesa con tranquilos ronquidos de felicidad.

Mientras Yelena se queda con la boca abierta, Natasha se queda muy quieta.

—¿Él ha abierto la puerta?

Svetlana se inclina lentamente en su silla para ver mejor a la gruesa criatura. No está segura de haber estado nunca tan cerca de un cerdo. Es... ¡lindo!

—Sí. Así es —Melina brilla con algo parecido al orgullo—. Buen chico, Alexei. Buen chico.

La cara de Alexei se entristece.

—¿Le has puesto mi nombre a un cerdo?

—¿No le ves el parecido?

Alexei parece aún más triste, aunque Svet no cree que Melina lo diga con mala intención. De hecho, Melina parece sentirse verdaderamente honrada, ya que procede a mostrar todos los diversos trucos y órdenes que el cerdo puede obedecer, todo ello desde la tablet en su mano.

—Deja de respirar —la orden final de Melina los conmociona a todos.

El cerdo refunfuña pero obedece igualmente. Svet se encuentra haciendo lo mismo.

—Nos infiltramos en el Instituto North en Ohio. Era una tapadera para científicos de SHIELD. Aunque, en aquel momento, eran científicos de HYDRA —mientras se sirve otro vasito de vodka, Melina les explica—. Conjuntamente con el proyecto Soldado de Invierno, diseccionaron y deconstruyeron el cerebro humano para crear el primer y único modelo celular de los ganglios basales. Era el centro de la cognición. Del movimiento voluntario del aprendizaje procedimental.

De repente, Svet ya no se siente bien. El proyecto Soldado de Invierno. Esta mujer, su abuela, ¿ayudó en el proyecto Soldado de Invierno? Natasha de alguna manera siente el cambio en su hija sin que se diga una palabra benigna. Su mano encuentra la de Svet por debajo de la mesa, sujetándola con fuerza.

—No robamos armamento ni tecnología —los ojos de Melina brillan—. Robamos la clave para desbloquear el libre albedrío.

El cerdo Alexei gruñe y se desploma en el suelo.

Svet jadea y se levanta de su silla, mirando con preocupación al animal.

—¡¿Qué haces?! —exige Natasha.

—Oh, estoy explicando que hoy en día la ciencia es tan exacta, que al sujeto se le puede ordenar que deje de respirar y tiene que obedecer.

—Ya lo has dejado claro. ¡No sigas!

—Sí, vale. ¡No te preocupes! Alexei podría haber sobrevivido once segundos más sin oxígeno —el cerdo vuelve a ponerse en pie mientras Melina anima al regordete animal—. Buen chico. Y ahora vuelve a casa, donde estás a salvo. Buen chico, Alexei —mientras el cerdo hace su salida, la Viuda mayor les informa—. El mundo funciona a un nivel superior cuando está controlado. Dreykov ha subyugado químicamente a muchas agentes repartidas por todo el globo.

—¿Sabes con quién lo prueban? —interviene Yelena, con la voz un poco ronca.

Svet mira su plato, ya sin hambre, con el estómago revuelto.

—Hmm... —pensando, Melina finalmente sacude la cabeza—. No. Ese no es asunto mío.

—Ah, vamos, vamos —Alexei se burla, con una sonrisa amarga en su rostro—. No les mientas. ¿Hmm?

—No les miento.

—Tú eres la mente pensando de Dreykov.

—¡¿Y qué eras tú?! —argumenta de vuelta, su propia voz amarga y tensa—. Si yo era su mente pensante, tú eras su socio. Tú eras su socio comercial.

—No, no, no. Yo era su pelele —golpea la mesa, haciendo sonar todos los platos y recipientes—. Él me vendió la ideología. Son cosas...

—No empieces...

Natasha mira a su hermana y a su hija mientras esas personas que debían amarlas y protegerlas siguen discutiendo. Todo lo que Natasha ve son dos niñas asustadas.

¡Cállate! —de repente la mujer suelta un grito, haciendo que la habitación se quede en silencio mientras mira a los ojos de su falso padre—. Eres un idiota.

Alexei retrocede, incapaz de encontrar su mirada.

Natasha se vuelve contra su falsa madre, con un tono igual de venenoso:

—Y tú eres una cobarde.

Melina no aparta la mirada.

Eres una cobarde —repite con la misma dureza, las lágrimas amenazan con derramarse mientras escupe—: Y nuestra familia nunca fue real, así que no hay nada a lo que aferrarse. Pasemos página.

Toda la mesa reacciona a su manera, sintiendo dolor en sus fríos y sangrantes corazones.

—Nunca fue una familia, ¿eh? En el fondo, soy un hombre sencillo —la voz de Alexei se vuelve ruda, sus propios ojos brillan—. Y creo que para ser un par de agentes rusos encubiertos lo hicimos muy bien como padres, ¿eh?

—Sí, teníamos órdenes y desempeñamos nuestro papel a la perfección.

—¿Qué más da? —contesta—. No era real.

¿Qué? —la voz de Yelena es increíblemente baja.

—Que no era real —Natasha insiste con voz ronca, poniendo su mano en el hombro de Svet en señal de exhibición—. ¡Esto sí es real!

—¡No digas eso! —suplica Yelena, con la voz quebrada—. Por favor, no digas eso. Era real.

Otra lágrima traicionera se desliza por el ojo de Natasha y se la quita sutilmente con el dorso de la mano. Svetlana se aferra más a su mano, con la respiración agitada y baja.

Lo era para mí. Tú eres mi madre —Yelena llora mientras mira a Melina—. Eras mi verdadera madre. Lo más parecido que he tenido a una. La mejor parte de mi vida era falsa... —la chica rubia exhala bruscamente y de forma inestable, golpe suavemente la mesa—. ¡Y ninguno de vosotros me lo dijo!

Melina la mira fijamente, sin palabras, dolorida.

—¿Y esas agentes a las que subyugásteis químicamente por el planeta? —mira fijamente a su madre, encajando el golpe con una triste aceptación—. Yo fui una —señala a Svet, con el dedo temblando—. Y ella también.

Svetlana se tapa la boca con la mano.

Luego se vuelve hacia Natasha, que está sentada al otro lado de la mesa del comedor.

—¿Y tú? Tú lograste salir. Y Dreykov se aseguró de que nadie pudiera escapar, ni siquiera tu propia hija. ¿No vas a decir nada?

Natasha siente que todos la miran, pero ni las acusaciones de Melina o Alexei significarían nunca tanto como las de Yelena en este momento. El dolor del que ha estado huyendo desde que era una niña de once años finalmente la alcanza cuando sale a la luz todo el sufrimiento por el que han pasado Yelena y Svetlana. Por otra parte, nunca ha sido muy buena para protegerlas. Natasha mira hacia otro lado.

—No —cuando Melina va a tocarle el hombro, le aparta la mano y se levanta de la mesa—. No me toques...

Ya tiene una botella de vodka en la mano cuando se aleja, dejando a todos mirando a su paso.

—Yelena... —Natasha lo intenta.

No.

Desaparece tras una puerta que se cierra y los deja fuera. Es lo que la mayoría se merece.

—No tenía ni idea —Melina sacude suavemente la cabeza.

—Tranquila, tranquila —Alexei la reconforta al instante, asintiendo y poniéndose de pie—. Iré a hablar con ella.

Alexei se va y quedan tres. Svetlana sigue ocultando su rostro en la mesa. Natasha conoce la discusión, la verdad, la atemorizaba. La abrumaba. Mira fijamente a esta mujer que fue asignada como su madre. Hace mucho tiempo, años e historias aparte, a cada una se le confió el cuidado de sus hijas. Ambas han fracasado. Pero Natasha aún puede arreglarlo y lo hará.

Cuando no vuelven, Natasha empuja su silla hacia atrás y dice:

—Svetti, nos vamos.

Svetlana se levanta, sin saber qué más hacer, y la sigue hasta la cocina.

Melina las mira salir con los ojos muy abiertos.

—¿A dónde vais?

—A hacer esto solas.

No —alarga las palabras—. No sobreviviréis.

—Ojalá pudiera creer que te importa —Natasha se burla, ya entregando las armas a su hija (no dejará que esté indefensa como lo estuvo ella)—. Pero ni siquiera eres la primera madre que me abandona.

—¡No, no te abandonaron! —Melina entra a grandes zancadas en la sala—. Fuiste seleccionada por un programa que evaluaba el potencial genético en los bebés.

Natasha se detiene y se vuelve, con repentinas lágrimas traicioneras brillando en sus ojos.

Durante mucho tiempo, había creído —le habían dicho— que su madre la había tirado como si fuera basura. La Habitación Roja fue su salvadora, la que la rescató de morir congelada en la fría nieve de alguna calle de Moscú. Cuando era más joven, y le acababan de quitar a su propio bebé, pensó que odiaba a su madre. Había deseado asfixiar a su bebé con una almohada, o tal vez ahogarla en una bañera, o dejarla morir en un callejón donde sus gritos indefensos hubieran podido pasar desapercibidos. A los diecisiete años, sabía la importancia de asegurarse de que el objetivo estaba muerto antes de completar una misión. Esto era lo que su madre no había conseguido asegurar, y era la razón por la que Natasha era vil y dura y sin su propia hija.

Pero es mentira. Otra de muchas.

Natasha susurra, casi con demasiado miedo a la esperanza:

—¿Me robaron?

—Creo que cerraron un acuerdo, compensaron a tu familia. Pero tu madre nunca dejó de buscarte. Era como tú en ese sentido, como tu hija. Era incansable.

Svetlana recupera el aliento, mirando entre las dos mujeres. El corazón le late dolorosamente en el pecho, casi ensordeciéndola con la sangre que le llega a la cabeza.

—¿Qué fue de ella?

—Dreykov hizo que la mataran —Melina confiesa en voz baja—. Su existencia podía destapar la Habitación Roja. Normalmente, los actos de un civil curioso no justificarían una ejecución, pero, como he dicho, ella era incansable.

Esta parece ser el camino con las mujeres Romanoff. Abuela. Madre. Hija. Cada una de ellas pelirroja e incansables.

—He pensado en ella todos los días de mi vida —la voz de Natasha se le ha atragantado, así que traga con fuerza—. Aunque no lo haya reconocido hasta ahora, lo hacía.

Melina se adelanta lentamente, posando su mano suavemente en el hombro de Svet.

—Yo siempre he preferido no mirar al pasado.

—¿Y por qué salvaste esto? —Svetlana ve cómo Natasha mete la mano en la estantería y saca un álbum de fotos con un prado de flores amarillas en la portada. Dentro hay muchas imágenes de una infancia que no fue real, una infancia que Svet tampoco llegó a tener—. Recuerdo este día. Fotografiamos la Navidad, Acción de Gracias, la Pascua y el verano en un mismo día. Con distintos fondos.

—Mmm —confirma Melina en voz baja, con la espalda pegada a la pared.

No está mirando las fotos como Natasha. Está mirando a su hija, a su pequeña perdida. Svetlana se pregunta si su madre sabe cuánto la ama.

—Sabía que los regalos bajo el árbol eran cajas vacías, pero me daba igual. Quería abrirlos todos... para que pareciera que era real.

—Vamos a dejarlo —dice Melina de repente, quitando el álbum de fotos y sosteniéndolo cerca de su pecho, protectoramente.

Natasha la mira fijamente y sabe que no son tan diferentes después de todo.

—¿Por qué haces esto?

—¿Por qué un ratón nacido en una jaula corre en esa ruedecita? —su voz es ronca por los recuerdos de una infancia de abuso y uso—. ¿Sabes que a mí me hicieron pasar por la Habitación Roja cuatro veces antes incluso de que tú nacieras? Solo conozco esas paredes. Nunca me dieron a elegir.

—Pero tú no eres un ratón, Melina —ciertamente no es la imagen que Svetlana tiene de la mujer que tiene enfrente. Es poderosa y fuerte, demasiado feroz para un ratón en una jaula—. Sólo naciste en una jaula, no es culpa tuya.

Melina se mofa, pero hay lágrimas en sus ojos.

—Dime, ¿cómo has conservado el corazón?

Natasha aprieta la mandíbula y trata de controlar sus lágrimas lo suficiente como para decir:

—El dolor sólo nos hace más fuertes. ¿No nos decías tú eso? —su voz se reduce a un susurro—. Gracias a ti estoy viva.

Melina inspira un poco, los ojos centellean. El momento se calma. Hay curación, tristeza, pero también consuelo. Calidez. Hogar, piensa Svetlana.

Pero entonces:

—Lo siento... Ya he alertado a la Habitación Roja. Llegarán en seguida.

Algo se rompe en el pecho de Svetlana. En silencio, recupera el aliento y mira bruscamente a Natasha, pero su madre se limita a asentir con resignación. Como si debiera haber sabido que esto iba a suceder. Como si no esperara menos. Como si supiera que esta mujer no tenía otra opción.

Pero entonces algo cambia y Melina no es un ratón en una jaula, no es algo para ser usado y maltratado, sino una madre.

—Pero os ayudaré. Acabaremos con él todos juntos.

Natasha sonríe a través de sus lágrimas.

Svetlana permanece adormecida en la cocina, escuchando los planes, los trucos, las maniobras que esperan llevar a cabo si todo resulta como esperan. Melina y Natasha se mueven con facilidad, de nuevo en modo misión, donde ambas destacan y se sienten más cómodas. Mientras tanto, Svetlana siente que se hunde.

De vuelta a la Habitación Roja. De vuelta al lugar de las pesadillas. De vuelta a los horrores. De vuelta al infierno.

Puede sentir un extraño cosquilleo en sus dedos, que se arrastra hasta su pecho y luego su cerebro. Parece que no puede conseguir que sus pulmones se expandan en su pecho. Las lágrimas caen por sus mejillas y cada gota deja un rastro de ardor. El terror tiene un sabor, se da cuenta, sabe a hierro, de tanto morder hasta que la lengua y los labios empiezan a sangrar.

A los seis años, el dolor y el sufrimiento eran todo lo que Svetlana había conocido. Eso era todo lo que le daba la Habitación Roja. Era pequeña para su edad, pero era más rápida y fuerte que la mayoría, destacando tanto en el baile como en la lucha. ¿Quién iba a saber que unos puños tan pequeños podían causar tanto daño? ¿Quién iba a decir que una niña tan inocente podría causar tanta miseria?

Lo siento, papa, piensa Svet a través de su hundimiento, siento mucho haber dejado que me llevaran de nuevo.

Labios en la frente, una mano en el pelo, orgullo repugnante en los ojos sin vida de Dreykov.

La querrá de vuelta. La ha querido de vuelta durante mucho tiempo. Y ahora nunca huirá.

Natasha se da cuenta cuando Svetlana comienza a ahogarse. Tiene hipo, se asfixia con nada más que aire, aunque de repente se siente muy difícil de aspirar. Al instante, su madre está frente a ella, con las manos en las mejillas y los pulgares limpiando sus lágrimas.

—No quiero volver allí —Svet jadea roncamente—. Quiero quedarme aquí. Por favor. Lo siento, mamulya, no puedo, no puedo...

—Shh, no pasa nada —Natasha calla tiernamente, con las frentes juntas—. Lo siento, bebé. Lo siento mucho.

La respiración de Svetlana se estabiliza mientras se concentra en la de su madre, igualándola en un ritmo fácil de inhalación y exhalación.

—No es justo, nada lo es —Natasha inclina un poco la cabeza, arrugando el ceño—. Y lo siento mucho, pero tenemos que volver al lugar donde empezó todo, para asegurarnos de que jamás le pase a nadie más. Vienen por nosotras, pero... te mantendré a salvo y te sacaré de allí.

Svet recupera el aliento, obligando a sus pulmones a obedecer.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Su madre nunca le había mentido. Svetlana la cree.

Natasha presiona sus labios contra la frente de Svet, como si hubiera resultado el tipo de madre que quería ser.

—Lo siento. Ten cuidado.

—Para que el plan funcione, debemos ser convincentes —Melina lanza a su nieta una mirada apenada—. Lo siento, Svetlana, pero tendrás que estar inconsciente cuando lleguemos.

Ella traga con fuerza, la cabeza le da vueltas cuando asiente.

—Lo entiendo.

En serio. Lo entiende. Tienen razón. Su miedo no importa frente a lo que podrían lograr. Es sólo otra misión. Es sólo otro golpe. Derribarán la Habitación Roja y serán libres. Svetlana piensa en las chicas con las que entrenó, las que fueron sus hermanas, sus adversarias, su competencia. Ellas también merecen amor y seguridad. Svetlana está dispuesta a luchar para que lo tengan.

La casa se sumerge en la oscuridad y el mundo exterior se ve envuelto en una luz blanca. Jets llenos de soldados en el pequeño recinto, rodeando la casa, amenazando con entrar en cualquier momento. Madre e hija comparten una última mirada. Svetlana sonríe tranquilizadora, las lágrimas aún resbalan por sus mejillas. No pasa nada, parece decir su sonrisa, sólo hazlo rápido.

—Te quiero —dice su madre.

Svet no tiene tiempo de responder antes de que Natasha levante el puño y la electricidad se dispare y crepite por todo su cuerpo.

Su visión se vuelve negra.

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