двадцать.

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𝐀𝐂𝐓 𝐓𝐇𝐑𝐄𝐄.
chapter twenty
what they deserved




POR AHORA, ESTÁN A SALVO.

Taskmaster va tras ellas en la dirección equivocada, bajando en lugar de subir donde se han escondido a rastras. La gente sigue corriendo y gritando en la estación de metro, pero nadie sabe dónde están. Svet permanece acurrucada contra su madre, con la mano metida en la espalda de su chaqueta, intentando controlar su jadeante respiración.

Cuando Yelena gime en silencio, Natasha mira rápidamente a la rubia.

—¿Estás bien?

—Sí, ¡qué buen plan! —se burla mientras se sienta lentamente y se ata un vendaje improvisado para su brazo sangrante—. Me encanta esa parte en la que casi muero desangrada.

Natasha casi pone los ojos en blanco mientras Svet se ríe un poco, limpiando sus palmas cortadas y sangrantes en sus vaqueros negros. Le escuece el contacto, pero también se siente bien. Le recuerda que podría ser peor. Un poco de vidrio y sangre no es nada comparado con todo lo anterior.

Por un momento, tanto Svetlana como Yelena echan un vistazo a su alrededor. El espacio es pequeño pero no incómodo, y parece casi como si fuera un tipo de lugar seguro que se ha utilizado antes.

—Qué acogedor es esto.

Natasha mira hacia arriba.

—Barton y yo pasamos dos días aquí escondidos.

Svet deja que su dedo recorra los juegos dibujados en la pared de metal, con la cabeza ladeada, y los labios contraídos en una pequeña sonrisa. Bucky le enseñó algunos en esas muchas horas sentada en medio de la noche, sin poder dormir en algún piso franco de Europa del Este. Cuando no le contaba historias, el juego preferido era el tres en raya. Papa siempre la dejaba ganar.

Yelena hace una mueca.

—Tuvo que ser una juerga.

Se sientan en silencio durante unos momentos más, sólo sus pesadas respiraciones llenan el vacío que ahora hay entre ellas.

—Así que, era Taskmaster... ¿Quién es en realidad? —Natasha finalmente pregunta.

—El proyecto especial de Dreykov. Puede imitar a cualquiera que haya visto. Es como luchar contra un espejo. Dreykov solo lo usa para misiones de alta prioridad.

Su madre entrecierra un poco los ojos y sacude la cabeza.

—Esto no tiene sentido.

—La verdad pocas veces tiene sentido cuando omites detalles clave —suelta Yelena.

Natasha reacciona, preguntando con los dientes apretados.

—¿Y eso qué significa?

—No has dicho una palabra de la hija de Dreykov.

Svet mira con cautela sintiendo que la tensión ondea como la electricidad en el aire. Nunca supo que Dreykov tenía una hija, ni sabe qué tiene que ver esto con su mamulya.

Pero entonces Yelena acusa:

—La mataste.

—Tuve que hacerlo —la voz de Natasha es intencionadamente baja cuando asiente—. Necesitaba que me llevara hasta Dreykov.

Un escalofrío recorre la piel de Svetlana, haciendo que se le ponga la piel de gallina en los brazos, en la nuca.

Natasha recuerda ese día claramente como si fuera ayer.

Recuerda la voz de Barton en su oído, la forma en que su acento aún sonaba ruso, sentada en un coche en la cuadra, viendo a una niña entrar en el edificio de su padre. Era pequeña, como su propia hija. Natasha pensó en su bebé, también entonces, mientras veía al bebé de otra persona subir los escalones. La hija de Dreykov tendría sólo unos años más que la de Natasha, acababa de empezar la escuela, con dos trenzas colgando en la espalda.

Se acordó de su bebé y luego hizo volar al bebé de otra persona.

—La hija de Dreykov fue un daño colateral —a su madre le duele decirlo, Svet puede verlo ahora—. La necesitaba para estar segura.

La luz del metro que pasa sobre sus rostros ilumina toda la escena. En la oscuridad, Svetlana extiende la mano y toma la de su madre. Es cálida y áspera, y Natasha la sujeta casi con demasiada fuerza.

Yelena la mira fijamente.

—No te veo tan segura ahora.

Aspira con fuerza.

Necesitaba salir.

Cuando ni Yelena ni Svetlana apartan la mirada, Natasha tiene que hacerlo.

Pero las palabras no dichas penden dolorosamente en el aire: sí, Natasha salió, pero dejó atrás a dos niñas asustadas.

Al final, salen del espacio sin que ninguna hable. Se mezclan de nuevo con su entorno y salen de la ciudad. Para cuando el sol empieza a ponerse, han llegado a una gasolinera lo suficientemente lejos como para no llamar la atención.

—La Habitación Roja sigue activa —Natasha es la primera en hablar en horas, mirando entre los otros a medida que entran en la pequeña tienda—. ¿Sabéis dónde está?

Svetlana traga saliva.

—Cuando ellos... me alejaron de papa en Siberia, nunca lo dijeron y me sedaron antes de llegar.

—Lo mismo que a mí —Yelena asiente, avanzando más, manteniendo sus manos ocupadas con los objetos—. Toda Viuda es sedada al entrar y salir para máxima seguridad. Y cambia de ubicación constantemente.

Natasha se detiene en la puerta.

—No sé cómo se ha mantenido fuera de mi radar.

—Es de tontos atacar a una Vengadora si quieres permanecer oculto. O sea, es algo evidente —explica Yelena dubitativamente, sacando diferentes medicinas de un estante desordenado—. Si Dreykov te mata, uno de los fortachones viene a vengarte.

Natasha se queda quieta, con cara de que esto le ha... dolido un poco.

—Espera, ¿los fortachones?

—Dudo que el dios del espacio tenga que tomarse un ibuprofeno después de una pelea.

Natasha se queda mirando.

Svet hace una mueca.

Yelena no se disculpa. En cambio dice:

—¿Dónde creías que he estado todo este tiempo?

Natasha tampoco se disculpa, deslizándose entre ambas chicas para lavarse las manos en el fregadero cercano.

—Pensaba que habrías salido y llevabas una vida normal.

—¿Y nunca volviste a contactar conmigo?

—La verdad, creía que no querías verme.

—Y una mierda —Yelena suelta una carcajada amarga—. No querías a tu hermanita pegada a ti mientras salvabas el mundo con los tíos molones.

—¿Hermana? —Svetlana se endereza de inmediato, con la mirada fija en las dos mujeres—. ¿Eres la hermana de mama?

Yelena va a responder cuando Natasha se desliza entre ellas, con la voz tensa.

—No es mi hermana de verdad.

Svetlana se estremece y Yelena se queda quieta, mirando primero hacia el espacio antes de volver a mirar bruscamente por encima del hombro. Se pasea por la pequeña gasolinera, sacando algunos artículos de los estantes para mantenerse ocupada.

Dolida, herida, Yelena contraataca:

—Ni los Vengadores son tu familia.

Svet se mueve incómoda en la tensión entre estas mujeres, estas hermanas.

Cuando Natasha no responde, Yelena pregunta:

—¿Por qué haces siempre eso?

—¿El qué?

—Eso que haces cuando peleas.

Natasha inclina la cabeza y levanta las cejas con curiosidad.

Sin embargo, Svet lo entiende de inmediato y jadea un poco.

Oooh... ¿Te refieres a esta cosa?

La joven pelirroja se agacha lentamente, con una pierna extendida hacia un lado y una mano estirada hacia atrás, mirando a la rubia en busca de confirmación.

Yelena jadea de vuelta.

—¡Justo eso! Natasha, Natasha, ¡mira! Lo de... eso que...

Natasha ha estado observando todo el tiempo hasta ahora, pero sus cejas acaban de subir más cuando Yelena se une a Svetlana en esa posición agachada, ambas ahora en el suelo en medio de la gasolinera.

—Esto que haces cuando sacudes el pelo mientras peleas con el brazo y el pelo. ¿Y haces como una pose de pelea? —Yelena se ahoga en una carcajada, y es contagiosa hasta que Svet se ríe también—. Es una... —las dos no pueden reponerse, resoplando para sí mismas una y otra vez—. Es una pose de pelea. Te encanta posar.

—Yo no poso —Natasha sonríe un poco, mirando entre ambas chicas.

—¡Oh, vamos! —Yelena vuelve a reírse, gruñendo mientras se impulsa y le da una mano a Svet—. A ver, son poses geniales, pero sí que parece que crees que todo el mundo te mira, todo el tiempo.

Pero a Natasha ya no le hace gracia, todos esos años de sinceridad se filtran en su expresión,

—Todo ese tiempo que he posado estaba tratando de hacer algo bueno para compensar todo el dolor y el sufrimiento que hemos causado.

La risa se apaga y Svet siente que algo tiembla en lo más profundo de su pecho.

—Para ser algo más que una asesina —su madre mira hacia otro lado, tragando con fuerza contra el nudo en la garganta.

Las palabras aterrizan con fuerza para la niña y le hacen pensar en su papa tratando de curar su mente, y la hace pensar en ella misma que no está segura de que sus manos puedan estar limpias. Natasha es parte de eso también.

Tratan de ser mejores.

Pero ser mejor es mucho más difícil de lo que pensaba.

Tal vez sea más fácil.

Svetlana espera que lo sea.

—Ya —Yelena sacude la cabeza hacia un lado, con palabras punzantes y destinadas a provocar escozor—. Pues te estabas engañando, porque el dolor y el sufrimiento son el día a día y seguimos siendo asesinas. Solo que yo no salgo en la portada de una revista. No soy la asesina que las niñas como tu hija llaman su heroína.

Con eso, Yelena se da la vuelta y camina hacia la luz del sol.

Natasha mira hacia otro lado.

Svet se mira los pies.

Madre e hija no pueden mirarse.

Mucho más tarde, se sientan frente a la pequeña gasolinera y cafetería. Un grupo de niños se gritan entre sí, dando patadas a un balón de fútbol, vigilados por sus padres que nunca están lejos. Svetlana no puede evitar observar con una especie de fascinación lejana, poco acostumbrada a escenas como ésta. Niños jugando. Padres que no se esconden.

Con Natasha de vuelta en la pequeña tienda, Svetlana ayuda a Yelena a vendar sus heridas lo mejor que puede. Utilizan una botella alta de vodka como desinfectante, aunque es evidente que escuece. A Svet no le gusta esto, ver a alguien herido así. Incluso si ayuda, no le gusta herir a alguien así.

Ha limpiado demasiadas heridas en su tiempo, piensa por primera vez.

La pelirroja mayor vuelve por fin a su mesa, dejando dos botellas de cerveza y una botella de forma extraña con un líquido de color extraño en su interior.

Cuando Svet parece confundida, Natasha le asegura:

—Sabor a naranja, te gustará.

La chica arruga un poco la nariz, oliendo la bebida antes de tomar un sorbo con cautela. Sus papilas gustativas reaccionan al instante, abrumadas por el burbujeante dulzor. Sus ojos se abren de par en par y tose ante la fría carbonización que baja por su garganta. No es nada parecido a lo que ha probado antes.

Su madre sonríe.

—¿Todo bien por ahí?

Svet tose de nuevo y levanta el pulgar temblorosamente mientras Yelena resopla.

Pero entonces la atención se desvía y el ambiente se oscurece.

Los viales siguen brillando en rojo a través de la cremallera abierta de la mochila de Yelena, seguros, presagiosos.

—Ese gas, el antídoto, lo sintetizó en secreto una viuda más mayor de la generación de Melina —Svet no se molesta en preguntar quién es esa "Melina", simplemente escucha a Yelena explicar entrecortadamente—. Yo estaba en una misión para recuperarlo, y ella me expuso a él y yo maté a la viuda que me liberó.

Natasha la mira con atención.

—¿Tuviste elección?

—Estaba bajo condicionamiento psicológico. Hablo de alterar químicamente las funciones cerebrales —la expresión de Yelena es muy sombría y su voz tiembla mientras intenta explicar—. Son dos cosas completamente distintas. Eres consciente, pero no diferencias qué lado eres tú. Y aún no estoy segura...

Svet siente que se estremece en lo más profundo de su ser, un nudo en la garganta lo suficientemente grande como para ahogarla.

La silla de Natasha raspa cuando se acerca, evitando que Yelena se haga daño y que Svet tenga que arreglarlo ella misma. Se sientan allí por un momento, cada una mirando como Natasha continúa esterilizando y vendando.

—¿Eso es todo lo que queda? —pregunta finalmente, señalando con la cabeza los frascos.

—Mmm-hmm. Es lo único que puede parar a Dreykov y su red de Viudas.

Natasha sopla suavemente aire sobre su herida abierta, y la tensión en los hombros de Yelena se afloja.

—Cada día recluta a más. Niñas que no tienen quien las proteja —mira rápidamente por encima del hombro de Svetlana, con la voz tensa—. Como cuando éramos pequeñas. Quizá una de cada veinte sobrevive al entrenamiento y se convierte en Viuda. Al resto, las mata.

Svet traza temblorosamente las cicatrices en sus dedos, pensando en las que tiene en el cuello, en el estómago, en la espalda, en todo su cuerpo bajo la ropa. No eran sólo de los instructores, ni del general. Sí, Dreykov mató a esas niñas, pero también se mataron entre ellas. Niñas convertidas en gladiadoras, ensangrentadas y brutalizadas, convertidas en armas por el bien de hombres poderosos.

—Para él, sólo somos objetos. Armas sin rostro que él puede usar y tirar. Porque siempre hay más. Y nadie lo está buscando, gracias a ti y a Alexei.

Svet ladea la cabeza con curiosidad.

—¿Quién es Alexei?

Yelena se ríe secamente.

Papá.

Svet se estremece un poco, desconcertada por toda esta otra familia que nunca había considerado tener. Una tía, un abuelo... es más de lo que nunca pensó. Pero Natasha no parece querer que la tenga.

Su madre mantiene el rostro cuidadosamente inexpresivo mientras termina de vendar el brazo, informando a su hija en un tono parejo.

—Fue asignado por la Habitación Roja para jugar el papel de padre y engañar al gobierno americano. Pero no es papá.

A pesar de todos sus intentos por mantenerse objetiva, la convicción en la expresión de Natasha hace que Svet tenga que apartar la mirada.

Por encima de la charla del restaurante exterior, Yelena mira a la pelirroja mayor por encima de su botella de cerveza.

—¿Alguna vez has buscado a tus padres? ¿A los de verdad?

—Mi madre me abandonó en la calle como si fuera basura.

Basura.

Natasha recupera el aliento en silencio, con los pulmones apretados de repente en su pecho, incapaz de mirar a Svetlana.

Así es como dejó que Madame tratara a su propia hija. Es lo que dijo cuando su hija fue arrancada de sus temblorosos brazos. A los diecisiete años, con el tinte azul de su pelo ya caído, con las manos hechas para matar y el cuerpo hecho para seducir, Natasha había dado ambos para sostener lo más preciado que jamás hubiera creado. Su hija. Había estado tan pálida y tan fría, y dejó que se la llevaran. Se la llevaron y la pusieron en la basura. No en un ataúd. No es una tumba.

¿Cómo es ella mejor? ¿Que su madre? ¿Que Melina?

No lo es. No lo es. No lo es.

Le arden los ojos y se le hace un nudo en la garganta, así que pregunta en su lugar:

—¿Y tú?

—Destruyeron mi partida de nacimiento, así que la he reinventado —Yelena sonríe un poco tímida, encorvada sobre la mesa y su propia cerveza—. Mis padres aún viven en Ohio. Mi hermana se mudó a la costa oeste.

Natasha sonríe un poco.

—¿De verdad?

—Tú eres profesora de ciencias. Aunque solo a media jornada, desde que tuviste a tu hija. Tu marido reforma casas.

Svet mete las manos entre las rodillas, sonriendo débilmente ante la idea. Es tan bonita, tan completamente ridícula, que parecía improbable que llegara a suceder.

Natasha parece estar de acuerdo mientras se ríe.

—Esa no es mi historia.

Yelena la observa un momento.

—¿Cuál es tu historia?

Svet mira sutilmente a su madre por debajo de las pestañas, deseando saber tanto como Yelena.

Pero la mujer sólo sonríe y se encoge de hombros, sin revelar más de lo que quiere.

—Siempre... evito estar sola para no pensar en ella.

—Y tú, Svetochka, ¿alguna vez has querido tener hijos? —apenas hay tiempo para responder antes de que Yelena se ponga lentamente un chaleco negro oscuro y anuncie—: Yo quiero un perro.

Es algo que Natasha nunca consideró. Ni una sola vez. Que su bebé tenga su propio bebé. Sus cejas se arrugan y mira a su hija que parece considerarlo. Tener hijos no es el propósito de una mujer, y no poder tenerlos no significa que una mujer sea menos. Pero es una elección.

Tenerlos. No tenerlos.

La elección; eso es lo que merecían.

Le robaron su bebé. Le robaron sus decisiones. Y luego robaron sus opciones.

Svetlana no parece estar segura. Está callada, mordiéndose el labio inferior, mirándose las manos.

—¿A dónde vas a ir? —Natasha la salva de la pregunta y de la respuesta.

—No lo sé. En realidad no tengo ningún sitio al que volver, así que a dónde sea... —Yelena observa a Natasha mirándola y niega firmemente con la cabeza—. No.

—¿No qué?

Yelena se ríe cansada.

—Que vas a soltarme un discurso en plan superheroína, lo presiento.

—Los discursos no son lo mío.

—Huh —dicen Yelena y Svet al mismo tiempo, sorprendidas.

—Era más bien una invitación —explica Natasha, mirando entre las más jóvenes—. Para las dos.

—¿A ir a la Habitación Roja? —pregunta Svet en voz baja, aunque un poco nerviosa.

Yelena continúa por ella:

—¿Y matar a Dreykov?

—Sí.

La mujer rubia suspira, reflexionando.

—¿Aunque la Habitación Roja sea imposible de encontrar y Dreykov muy escurridizo como para matarlo...?

—Sí —su madre vuelve a asentir.

Su tía suspira.

—Parece que será un curro que flipas.

—Sí — Natasha suspira de nuevo antes de echar un vistazo pensativo hacia ellas—. Pero divertido.

—Sip —Yelena remarca la "p".

Entonces, ambas mujeres se giran para mirar a Svet, que se queda pensativa, arquea una ceja y finalmente decide:

—Me gustan los trabajos que flipas. Es mi tipo de diversión, ¿sabíais?

Natasha se ríe y Yelena también, y luego, lentamente, cada una de ellas comienza a sonreírse.

Finalmente, Natasha murmura:

—He visto dónde ha metido las llaves...

Yelena comienza:

—Primer cajón...

—... mueble verde —termina Svet con una enorme sonrisa.

Las tres chicas se ríen, chocando sus respectivas botellas.

Tras la rápida adquisición de dichas llaves y del vehículo correspondiente, Svetlana se estira en el asiento trasero con un silencioso bostezo. Mientras se ponen en marcha, empieza a perder la conciencia, a medio camino entre el sueño y la lucidez. No se da cuenta de que ha dejado de temblar por el aire acondicionado hasta que ve que la chaqueta de cuero de Natasha está encima. Ni siquiera se había dado cuenta de que se la había puesto.

Svet sonríe un poco, enterrando su nariz en la fresca manga de cuero.

Parcialmente despierta ahora, observa aturdida a Yelena tirando ligeramente de su chaleco oscuro.

—Sabes, esta es la primera prenda que me compro.

—¿Eso? —Natasha mastica su chicle, con los ojos en la carretera.

—Sí, ¿no te gusta?

—¿Qué es? ¿Del ejército o...?

—Mira, ¡tiene muchos bolsillos! —Natasha se ríe mientras Yelena se defiende con una voz aguda—. Los uso continuamente y he hecho algunas modificaciones por mi cuenta...

—¿Ah, sí?

—Da igual —cruza los brazos sobre el pecho y pone mala cara, mirando por la ventana.

Natasha sigue riendo.

¡Cállate! —Yelena suelta un gemido, actuando como si hubiera terminado de intentar defenderse antes de seguir—. La cuestión es que nunca... había tenido yo el control de mi vida, y ahora lo tengo. Quiero hacer cosas.

La pelirroja se ablanda ante eso. Vuelve a mirar el chaleco.

—Hmm... —Natasha asiente un poco, con una sonrisa en su voz cuando dice—: Me gusta tu chaleco.

—¡Gah, sabía que te gustaría! —Yelena agita el puño, susurrando ferozmente—. Mola mucho, ¿verdad?

—Está genial —concede Natasha con una sonrisa—. Sí. Me gusta.

—Y puedes meter un montón de cosas en él. Ni te lo imaginas —su voz emocionada cambia un poco, su expresión se tuerce maliciosamente—. Así que, tú y el Soldado de Invierno...

—No, no —Natasha sacude la cabeza con severidad, agarrando con más fuerza el volante—. No hablaremos de eso.

—¿Por qué no? —Yelena gime, sonando como debería hacerlo una hermana pequeña—. Nunca tuvimos la edad para tener una 'charla de chicas', así que vamos, háblame. Como una chica.

—No sabes lo que es una charla de chicas.

—¡Pues claro que sí! —la rubia insiste—. Te lo demuestro: dime, tú y el soldat, cuánto tiempo estuvisteis, eh...

—¡No! —los ojos de Natasha se abren de par en par, sintiéndose incómoda con este tema por primera vez desde que tenía once años—. Ni de broma. No vamos a discutirlo, y menos cuando mi hija está en el asiento trasero.

—¡Vale! —Yelena refunfuña—. Qué aguafiestas —después de un momento, dice en voz baja—: No sé donde está la Habitación Roja. Lo siento.

—Lo sé. Pero conozco a alguien que sí lo sabe.

—¿Ah, sí? ¿Quién?

En el espejo retrovisor, Natasha se encuentra con la mirada de Svet, de alguna manera ya sabiendo que está despierta, y entonces dice:

—Necesitamos un jet.

Resulta que la mamulya de Svetlana tiene muchas más conexiones de las que podría haber imaginado. En las afueras de la ciudad hay un helicóptero de muy mal aspecto que les espera en un amplio prado verde y un hombre con ropas oscuras que sale de él. El helicóptero es uno de los peores que ha visto Svet, viejo y decrépito, con la pintura desprendida de los laterales.

Es vergonzoso. Svet piensa para sí misma. Incluso HYDRA tenía algo mejor.

—Te dije un jet —le dice Natasha al hombre.

—Ya, ¿pero sabes lo que no me diste? —su cara se tuerce en señal de ofensa cuando pisa la hierba—. Ni tiempo ni dinero. No estoy hecho de jets.

Svet ladea la cabeza. ¿Cómo puede una persona estar hecha de jets? A veces, no entiende nada de inglés. Es en momentos como éste cuando echa de menos los comentarios del tío Sam. Él se lo habría explicado.

Yelena tampoco se deja impresionar.

—Creía que estabas considerado como el mejor profesional.

—Usted perdone, zarina —el hombre se indigna y le contesta—: ¿El piso gratis y comer Kissel de por vida no eran de su agrado?

¡Ja!

—Hmm. ¿Señor? Es usted bastante sensible —le dice Svet, pensativa.

El hombre gira para señalarla, haciendo una mueca.

—¿Quién es?

—Mi hija —Natasha no le da tiempo a adaptarse a esta enorme revelación antes de decir—: No entréis al trapo.

A Svet parece gustarle hacer eso. Parece muy divertido.

El hombre, sea cual sea su nombre, se limita a poner cara de indignación (lo cual es aún más gracioso).

—Es que me ofende que se ponga en duda mi profesionalidad.

Yelena y Svet levantan las cejas hacia Natasha, que se pasea lentamente por el ancho del helicóptero.

—Bueno, tú me instalaste un generador que se rompió a las seis horas —señala su madre con la nariz arrugada y el hombro encogido.

El hombre se burla.

—¿Y ahora tú? ¿Hacéis equipo?

—Aw, Svetochka tiene razón, qué sensible —murmura Yelena antes de mirar a Natasha—. Ya sé por qué sigues con él.

El pobre hombre se siente ofendido e incrédulo.

Todos siguen a lo suyo; Svet se ríe y Yelena sopla aliento caliente en las ventanas de cristal de la cabina y Natasha inspecciona el rotor trasero.

—¿Dónde está el resto?

Al sacar una enorme bolsa marrón del interior, el hombre exhala:

—Voilà.

Svet se sienta a abrir la bolsa y clasifica los diversos artículos con una expresión pensativa. Es en medio de todo este lío de bolsa que Yelena encuentra algo que le gusta.

—¡Ooh! —tararea en señal de agradecimiento, abriendo el pequeño paquete rectangular.

Yelena comienza a masticar una barra nutricional de algún tipo, la granola se derrama de su boca por lo que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para mantenerla. Svet se ríe y lleva las manos a la barbilla, dispuesta a recoger todo lo que caiga.

—Eso lo guardé hará cinco años —Natasha interviene un poco tarde—. ¿Cómo está?

—Está seco —Yelena decide, mordiendo con la boca abierta—. Está muy seco...

Svet se ríe a carcajadas mientras echa la cabeza hacia atrás para intentar meterse en la boca toda la granola deshecha. La rubia le devuelve el guiño a su sobrina, rodeando sus frágiles hombros con un brazo y tirando de ella hacia la puerta lateral del helicóptero.

—Vamos, pequeña—murmura Yelena—. Siéntate delante con la tía Yelena.

Svet se alegra.


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POR DESGRACIA, Svetlana no se sienta delante con la tía Yelena. Parece que hay que pilotar un helicóptero para sentarse delante, y como no puede hacerlo, deja que Natasha se siente. Después de unas tres horas y media de vuelo, parece que están cerca de su objetivo, así que Svetlana se cuela fácilmente por el fuselaje del helicóptero para asomarse entre las dos pilotos.

—Eh, ¿a quién íbamos a rescatar?

—A tu abuelo —responde Yelena sobre el hombro.

—¿Abuelo? —los ojos de Svet se iluminan, jadeando en una especie de shock vertiginoso.

No es tu abuelo —corrige Natasha, regañando a la rubia—. Deja de decirle esas cosas.

Rodando los ojos, Yelena se vuelve hacia Svet con un susurro conspirador:

Abuelo, sin duda.

Natasha lanza un suspiro y luego anuncia en su comunicador:

—Hoy es tu día de suerte, Alexei.

Svetlana se agacha en la cabina y sostiene una tableta entre las dos mujeres, señalando los planos de la prisión no muy lejos. Natasha sigue el dedo de Svet mientras toca ligeramente el lugar en el que se acaba de activar el indicador del GPS, en lo que sabe que es la sala de correo de la prisión.

Svet ha estado estudiando los planos de la prisión desde que comenzaron este viaje por el continente y el desierto nevado a lo que se llama la Prisión del Séptimo Círculo. Aparentemente, su objetivo lleva encarcelado allí durante unas cuantas décadas, escondido en medio de las montañas rusas cubiertas de nieve.

—Ve hasta la puerta sur —le dice Natasha al hombre al otro extremo del comunicador.

Svet observa con ojos concentrados cómo el icono verde comienza a moverse por el recinto, dando algunos rodeos pero siguiendo más o menos las instrucciones de su madre.

—A la izquierda —dice Natasha con severidad—, sin numeritos.

Svet frunce ante el jaleo que resuena en su comunicador, una fuerte combinación de ruso enfadado, muchos gritos y lo que parece un motín en la cárcel.

Natasha suspira irritada.

—Has montado el numerito.

De repente, las puertas del patio se salen de sus bisagras. Svet se asoma enseguida a la ventana para ver por primera vez a su abuelo. No es lo que esperaba. Su abuelo, Alexei, es un hombre grande con una sucia camiseta de tirantes y una tupida barba que emerge de las luces rojas parpadeantes de atrás. El hombre corre entre las altas vallas metálicas oxidadas del patio, jadeando mientras derrapa hasta detenerse en el nevado cemento.

¡¿Y ahora qué?! —grita el hombre grande.

—Vamos a sacarte de ahí.

Inclina la cabeza hacia atrás para ver cómo su helicóptero vuela en lo alto.

Parece que todo va según lo previsto hasta que se descubre que no es el único prisionero que se ha escapado. Hordas de presos corren desde las puertas interiores, gritando y luchando por escapar. Los guardias de repente se precipitan desde sus torres y hacia los puentes de metal, con armas en mano y lanzando bombas de humo a la multitud amotinada. Alexei esquiva las bengalas, atravesando las puertas y empujando a otros disidentes.

—Ve al nivel superior —Natasha ordena—. Mueve el culo, supersoldado.

Alexei obedece de inmediato, corriendo a través de las vallas y luego saltando sobre la pared más cercana para comenzar a escalarla.

—¿Supersoldado? —cuestiona Svet con los ojos muy abiertos, mirando a su alrededor—. ¿Es un supersoldado?

—Ah, sí —Yelena se ríe—. Ese hombre de ahí abajo, lo creas o no, Svetochka, es el Guardián Rojo.

Svetlana jadea y se endereza, con los ojos muy abiertos. Entonces exhala con asombro:

—¡¿Mi dedushka es el Guardián Rojo...?!

—Svet —Natasha le devuelve la mirada—. Has conocido a los Vengadores, y ¿este es el que te emociona?

—¡Es el héroe de la patria, mamulya!

Justo en ese momento, dicho héroe de la patria cae de espaldas sobre el patio.

Ooo — sisea Svetlana.

El labio de Yelena se curva.

—No lo va a conseguir.

—Acércame más —ante su mirada incrédula, Natasha se encoge de hombros—. ¿Tienes una idea mejor?

Entonces, sin decir nada más, su madre se quita los auriculares y el cinturón de seguridad, rodea a Svetlana y se pone en posición.

Las palabras quedan atrapadas en la garganta de Svet hasta que todo lo que puede decir es un estrangulado:

—¡Mamulya!

Natasha se detiene y le devuelve la mirada, repentinamente muy quieta.

Svetlana se tambalea por un momento, sin saber qué decir, ni siquiera cómo decirlo. El corazón le late con fuerza y las palmas de las manos le sudan de repente. El tiempo que no tienen se les escapa, y finalmente Svet tiene que conformarse con un tranquilo:

—Ten cuidado, ¿sí?

Algo que Svet no puede leer aparece en la expresión de Natasha justo antes de que asienta.

Su madre abre de un tirón la puerta lateral, se agarra al cable y salta. Svet se asoma al aire libre para ver cómo su madre se lanza en caída libre y aterriza en su posición perfecta en el saliente metálico.

De vuelta a la cabina, Yelena gira los ojos.

Anda que no posa.

Svet se ríe.

Observa cómo su madre se pone a trabajar para eliminar a los diversos guardias que cargan contra ella, utilizando la cuerda y el gancho para eliminar a cualquiera que se encuentre en su camino. De repente, las balas chocan contra el revestimiento metálico del helicóptero y Svet grita mientras se tambalea hacia atrás cuando el vehículo cae y se desvía bruscamente hacia un lado.

Mientras las alarmas empiezan a sonar y las balas siguen volando, Yelena grita:

—¡Eh, pequeña! ¿Seguro que no sabes pilotar un helicóptero?

—¡Oh! —los ojos de Svetlana se abren como platos—. ¿Eh, sí...?

—Pues esta es la primera lección de la tía Yelena —la rubia le hace un gesto para que se acerque—. Ven, agarra los mandos.

Svetlana se levanta de un salto y ocupa rápidamente el segundo asiento de la cabina. Se retuerce un poco en su asiento y deja escapar un suspiro cuando sus manos se posan en los controles, con una sonrisa tan amplia que le duele en las mejillas.

—¡Oh, papa estará tan orgulloso!

Por supuesto, la emoción sólo puede durar un tiempo porque los disparos empeoran. Yelena y Svet gritan cuando la aeronave desciende repentinamente y corta violentamente el aire y atraviesa el alto puente. Los guardias caen por la barandilla y Natasha se pone a cubierto, agachándose desesperadamente bajo la cola del helicóptero.

—¡Ay, no, ay no! —Svet jadea y da un tirón a la palanca de control, tirando del aeroplano en dirección contraria—. ¡No hay que decapitar a mi madre!

¡¿En serio?! —Natasha grita desde abajo, haciendo que Svet se sienta aliviada de que aún tenga todas las partes de su cuerpo.

—¡Whoo! —Yelena grita y pisa los pedales, sonando con algo de pánico—. ¡Perdón!

—¿Pero qué hacéis? ¿Me tomáis el pelo? —Natasha les devuelve el gesto, con las manos en las caderas, mientras exige—: ¡Volved a subir!

Yelena le lanza un gran pulgar hacia arriba.

—¡Las tres lo estamos haciendo muy bien!

Svet se ríe como loca.

—¡Qué divertido es esto!

Pero el tiroteo no hace más que empeorar, una ametralladora que atraviesa la prisión las acribilla con una avalancha incesante de balas hasta que finalmente Yelena se harta.

—Vale. Ya estoy harta —se quita los auriculares y se levanta de su asiento—. Toma el mando.

Los ojos de Svet se abren mientras toma el control total del helicóptero y Yelena vuelve a abrir la puerta lateral. Armada con uno de los lanzagranadas más enormes que jamás haya visto, Svet observa cómo la mujer mayor entrecierra los ojos, apunta y derriba la torre de vigilancia que está al otro lado de la prisión.

¡Ja! —grita Yelena cuando el lugar estalla en ráfagas de rojo y naranja.

—¡Wow! —el fuego se refleja en los ojos azules de Svet mientras sonríe lentamente.

Un ruido sordo resuena en la distancia y la mandíbula de Svet cae lentamente al ver una avalancha de nieve blanca y rocas cayendo en picado por la ladera de la montaña, dirigiéndose directamente a la prisión.

—Whoa —murmura Yelena, riéndose—, una forma muy guay de morir.

—Pero también muy dolorosa —comenta Svet, pensativa.

Ninguna de las dos chicas parece demasiado preocupada por esa forma tan fría y dolorosa de morir, por supuesto.

Mientras el estruendo continúa, Alexei le grita a Natasha:

—¡Dime que eso es una buena señal para nosotros!

—¡Mueve el culo! —su madre ordena.

Tanto Natasha como Alexei corren hacia el puente principal, mientras los demás prisioneros y los guardias huyen para ponerse a salvo.

A medida que el estruendo de la avalancha se hace más fuerte, Natasha se coloca las manos sobre la boca.

¡Sacadnos de aquí!

Yelena y Svetlana trabajan juntas para desplazar el helicóptero hacia atrás, moviendo la cuerda justo a tiempo para que Natasha pueda saltar desde el puente y se enganche. Svet se concentra en la dirección y Yelena se asegura de que su madre no se estrelle contra ningún edificio o valla. Svet aprieta los dientes mientras el helicóptero evita las explosiones y la torre de vigilancia en ruinas, alejándose a toda velocidad del muro de nieve que se aproxima.

Cuando giran de nuevo, Alexei les espera en el puente superior, agitando los brazos con fuerza, tratando de guiarles más cerca.

Pero entonces vuelan justo sobre él.

Los ojos del hombre se abren de par en par, baja los brazos y grita:

¡Esperad!

Pero vuelven hacia el puente, Natasha se lanza en picado con un brazo extendido, y se pierden en la avalancha. Con gruñidos parejos, Yelena y Svet tiran del palo cíclico hacia atrás tan fuerte como pueden. A través del caos de niebla blanca y nieve, comienzan a subir más y más alto para salir de la tempestad.

Libre del muro blanco, Svet pone todo su peso en los mandos y empuja la mecánica hacia delante. El morro se inclina hacia abajo, lo que parece hacerles perder altitud pero aumentar la velocidad del aire. Yelena trabaja por su cuenta, utilizando los pedales para mantener el equilibrio. Compiten contra la avalancha, dejando atrás la montaña de nieve que se estrella.

Svetlana entra en pánico.

—Oni v bezopasnosti? ¿Los tenemos? —¿están a salvo?

Yelena se asoma a la ventanilla y pega un grito, con una sonrisa de oreja a oreja.

Svet lo toma como una buena señal.

Mientras las dos chicas chocan los cinco, la cuerda del motor devuelve a Natasha y a Alexei a la bodega del avión. Los dos gimen en silencio a medida que se levantan y se apresuran a entrar, cubiertos de nieve y agotados.

Natasha gruñe, tratando de ponerse de pie.

—¿Necesitáis ayuda?

—¡No! —Yelena se ríe, empujando ligeramente el hombro de Svet—. ¡No, Svetochka y yo lo tenemos controlado!

Asomándose por la puerta lateral, Alexei grita hacia lo que una vez fue la prisión:

—Proshchay, dashbegi! —¡hasta la vista, imbéciles!

Svetlana pestañea con los ojos muy abiertos.

Natasha lo ignora, se pone los auriculares y se sienta en uno de los bancos laterales con una fuerte respiración.

—¡Oh! —el gran hombre se ríe y tropieza con la cabina, respirando con dificultad—. Oh, ha sido emocionante. Estoy tan orgulloso de vosotras —pero entonces se detiene, con los ojos puestos en la tercera chica sentada en el helicóptero—. Espera, ¿quién es ésta?

Sintiéndose repentinamente incómoda, Svet mira a su alrededor cuando ni Natasha ni Yelena responden.

Al darse cuenta de que llevan auriculares, el hombre habla en voz alta:

—No podéis oírme, ¿eh?

Definitivamente pueden oírlo.

—¡Oh, ah! —Alexei se ríe para sí mismo, poniéndose auriculares—. Pero bueno, wow...

De repente, Yelena lanza un puño hacia atrás y sus nudillos chocan con la nariz del hombre.

Svet se tapa la boca con una mano en señal de asombro e incluso Natasha salta un poco.

—¡Ah, oh, vale! —el hombre hace una mueca de dolor y gime, tocando con delicadeza su nariz sangrante,—. ¿A qué viene esa agresividad, eh? ¿Estás en esos días del mes?

Svet está absolutamente asombrada por la pregunta.

—A ninguna nos viene la regla, imbécil. No tenemos útero.

—Ni ovarios —añade Natasha.

Alexei mira entre ellas.

—No. Eso pasa cuando la Habitación Roja te regala una histerectomía involuntaria —le informa Yelena secamente, girándose en su asiento para explicarse mejor con gestos de la mano y ojos entrecerrados—. Ellos van y entran y te arrancan todos los órganos reproductores —el hombre parece más y más horrorizado con cada palabra mientras ella continúa—. Se meten ahí y te los extirpan todos. Todo fuera, para que no puedas tener hijos...

—¡Vale, vale! —grita Alexei, sentándose en el asiento lateral, con los ojos muy abiertos y asqueados—. No tienes que ser tan gráfica y tan asquerosa.

Los ojos verdes de Yelena se abren mientras se encoge de hombros.

—Pues ahora iba a hablarte de las trompas de Falopio, pero vale...

Natasha sonríe para sí misma.

—¿Y? —Alexei presiona, inclinando la cabeza no tan sutilmente hacia la chica más joven—. ¿Quién es la pelirroja, eh?

Natasha no responde.

Aprieta la mandíbula y mira hacia otro lado, con los dedos curvados alrededor del banco para impedir que se ponga instintivamente a proteger a su hija.

No es la vergüenza lo que la hace dudar en contestar, Natasha quiere que Svetlana lo sepa. No es vergüenza ni arrepentimiento. No es nada parecido. Es una cuestión de no querer darle a este hombre el derecho de conocer a su hija. Este hombre que jugó un papel. Que no se preocupó. Que las abandonó. No es alguien que quiera que su hija llame abuelo.

Svetlana se muerde el labio inferior con nerviosismo y mira rápidamente a su madre.

Yelena espera con los ojos muy abiertos.

El hombre llamado Alexei levanta la barbilla.

—¿Y bien?

Yelena finalmente levanta las manos.

—¡Oh, por favor, Natasha! Dile que Svetlana es tu hija.

Svetlana se congela.

Natasha le lanza la mirada más despiadada que Svet haya visto jamás.

Yelena se encoge de hombros, habiendo soltado la verdad a propósito.

Alexei, por su parte, se queda realmente sin palabras, lo que resulta sorprendente teniendo en cuenta lo mucho que ha hablado hasta ahora. Se sienta de nuevo en el banco del lado opuesto, observando a las dos pelirrojas, dándose cuenta de que se parecen mucho ahora que sabe la verdad. Se queda con la boca abierta como un pez varado y sus ojos oscuros se congelan por la incredulidad.

—Hija... —repite lentamente, con un acento muy marcado—. La pequeña Natasha tiene una hija.

La mandíbula de Natasha se tensa aún más, esos duros ojos verdes mirando fijamente a los suyos.

Svet vuelve a sentir ese miedo, el mismo que tuvo cuando Yelena se enteró. La expectativa de asco, de horror, de odio. Todo vuelve a aparecer hasta que Svet está casi enferma de ello. El hombre permanece sentado en silencio durante mucho. mucho tiempo. El aire parece difícil de respirar, el mundo exterior se desdibuja, todo el interior parece inmóvil.

Y entonces Alexei estalla:

—¡Mi primera y única vnuchka! —¡nieta!

Svet le devuelve la mirada, casi temblando de alegría.

—¡Qué guapa y pequeña! —Alexei le pellizca la mejilla y Natasha aprieta el puño, pero a Svet no le importa—. Pero también fuerte, ¿no?

Svet asiente rápidamente, con los ojos muy abiertos, casi demasiado asombrada por él para hablar.

—Sí. ¡Mi vnuchka tiene que ser fuerte! Dime, cuéntame todo, vnuchka, ¿cuántos hombres has matado? ¿Dónde has nacido? ¿Cuántos idiomas sabes hablar? ¿Quién es tu padre?

—Es... —Svet abre la boca.

Natasha la corta:

—No vamos a repetirlo otra vez.

Cediendo, Svetlana se vuelve hacia su dedushka.

—¿Pero tú? ¡Eres el Guardián Rojo! Da, incluso en HYDRA he oído hablar de ti —la adolescente sigue sonriendo como si no hubiera conocido a casi todos los Vengadores, y en cambio canta de repente—: Rise, you workers of salvation!

Alexei le devuelve la ovación, uniendo sus voces para cantar como uno solo:

"Rise, you freers of the earth!

For justice thunders condemnation

A better world is in birth..."

—¡Ya está, parad! —Natasha se apresura a poner fin a esto, estallando—. Nada de temas.

Svet se hunde abatida en su silla.

Yelena resopla.

Alexei parece ahogarse.

—Significa mucho para mí que hayas querido que tu hija me conozca.

—¡No, no! —Natasha no lo acepta—. Vas a decirnos como llegar a la Habitación Roja.

Svet hace una mueca de dolor. Incluso para alguien que está tan seriamente privada en situaciones sociales como ella, puede decir que esto es incómodo.

—Huh —Alexei resopla, parpadea y vuelve a parpadear—. Pues vaya, ¿eh? ¿Esto es solo por trabajo?

Su madre se burla.

—Y créeme que no por gusto.

Alexei canturrea en tono de burla:

—La pequeña Natasha, tan adoctrinada en las normas de occidente.

—Yo decidí irme para convertirme en una Vengadora —Natasha devuelve el golpe, entrecerrando los ojos por la ventana—. Me sentí como de la familia.

—¿En serio? ¿Familia? Ya, ¿y dónde están ahora? —el hombre reflexiona en voz baja—. ¿Dónde está esa familia ahora?

Svet mira torpemente a su madre, cuyos dientes ya han rechinado.

—¿Dónde está la Habitación Roja?

Sus ojos se dirigen a ellas durante un largo, largo momento antes de estallar:

—¡No tengo ni idea! ¿Vale?

Con los dientes apretados, Natasha se quita los auriculares y luego hace lo mismo con Alexei, arrojándolos al suelo de metal con un fuerte estruendo.

Alexei parpadea desconcertado, pero Natasha no le da tiempo a objetar.

—¡Vamos! Tú y Dreykov érais...

—¿Dreykov? El general Dreykov, mi amigo, ¿eh? —se deja caer de nuevo en su asiento, empezando a despotricar con fastidio—. Él me dio la gloria... El primer y único supersoldado de la Unión Soviética. Yo podría haber sido más famoso que el Capitán América.

Svet asiente con entusiasmo, con la cabeza girada hacia atrás para ver mejor.

—Y entonces me dejó en Ohio con esa estúpida misión —pero su tono se vuelve mezquino—. ¡Tres años! Tan tediosa que lloraba de aburrimiento...

Yelena se da la vuelta para mirarle fijamente.

Alexei se da cuenta con un ligero encogimiento de hombros.

—No os ofendáis, ¿eh?

Svet hace un gesto de dolor.

—Y luego me metió en la cárcel de vida. ¿Por qué, eh? ¿Por qué me metió?—la voz fuerte de Alexei continúa despotricando con amargura—. Porque quizá yo quería hablar con el de la desaparición del Estado. O tal vez no me gustaba su pelo y dije algo casual al respecto. O tal vez yo quería que el partido pareciera realmente un partido en vez de esta organización amargada...

Svet entrecierra los ojos y ladea la cabeza.

—¡Pero en vez de eso, no! ¡Me mete en la cárcel para el resto de mi vida! Y luego echa a correr y se esconde, ¿eh? Y yo ni siquiera soy quien... en fin... —Alexei tose y mira de reojo a Natasha—. Yo no soy quien mató a su hija.

El aire dentro del helicóptero se vuelve peligroso.

—Khvatit —Yelena gime—. ¿Podemos tirarlo por la ventana ya?

—Mejor esperamos a estar a más altura —replica Natasha con sorna.

Yelena se encoge de hombros en señal de acuerdo.

—Vale.

Svet esconde una risita detrás de su mano.

Alexei no mira a ninguna.

—Pochemu by ne sprosit' Melina, gde ona? —¿por qué no preguntáis a Melina dónde está?

Yelena mira hacia atrás para preguntar:

—Espera, ¿mamá Melina?

Svet jadea.

—¿También tengo una abuela?

—Sí —asiente Yelena.

—Desde luego —asiente Alexei.

—No —le dice Natasha con firmeza a su hija antes de hablarle a Alexei en voz más alta—. ¿No había muerto?

—Bah —Alexei se burla con complicidad—. No se puede matar a una gatita tan astuta.

Svet hace una mueca mientras Natasha hace arcadas.

—Ew.

—¿Qué? —Alexei se encoge antes de inclinarse hacia delante—. Ella era la científica, la estratega. Yo era el matón. Ella trabajaba directamente para Dreykov mucho más que yo.

Natasha se inclina más cerca, con los ojos entrecerrados.

—¿Me estás diciendo que Melina trabaja para la Habitación Roja hoy en día?

—Trabaja a distancia desde fuera de San Petersburgo.

Svet frunce cuando toca lo que supone que es el medidor de combustible, haciendo una mueca.

—No tiene muy buena pinta, tía Yelena.

—Eh... —está de acuerdo con una burla—, Svetochka y yo no creo que tengamos suficiente combustible para ir a San Petersburgo.

—No, tranquilas —Alexei no tiene motivos para estar tan seguro, aunque sigue insistiendo con un gesto de la mano—. Llegaremos.

Yelena sacude la cabeza y aprieta los labios.

—Vale.

De hecho, no lo consiguen.

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