Corazones en silencio

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El olor a madera antigua y comida recalentada me acompañaba a todas partes en "La Esperanza". Las paredes, estaban pintadas de un amarillo descolorido, el cual parecían absorber el silencio que reinaba en el pasillo. Caminaba con paso lento, mis ojos grises reflejaban la melancolía que habitaba en este lugar.

Las habitaciones, eran pequeñas y bastante austeras, en ellas se albergaba a los niños que habían sido abandonados por el mundo. Cada uno de ellos llevaba consigo un peso invisible, un vacío que solo ellos podían sentir. Yo, al ser la mayor del grupo, me encargaba de cuidar de los más pequeños, de consolarlos en sus pesadillas y de compartir con ellos los pocos momentos de alegría que la vida en el orfanato nos permitía.

En la habitación más alejada, Mateo, de 16 años, se sentaba frente a un viejo piano, sus dedos recorriendo las teclas con una melancolía que se transmitía a través de la música. Sus oscuros ojos llenos de melancolía, parecían reflejar la tristeza que lo acompañaba desde que era un niño.

Me detuve en la puerta, observándolo. Mi corazón se llenó de una mezcla de amor y tristeza. Desde pequeños, habíamos compartido un vínculo especial que se había convertido en una complicidad que se había ido transformando en un amor silencioso, pero intenso.

Un amor prohibido. Las reglas del orfanato lo impedían. La Hermana Clara, la directora, una mujer de mirada fría, no toleraba ningún tipo de relación romántica entre los niños.

Me acerqué a Mateo, mi cuerpo temblando ligeramente.

- ¿Qué tocas? - le pregunté con voz suave.

Mateo dejó de tocar el piano y me miró con sus ojos oscuros.

- Un vals - respondió con voz baja.

Sus palabras resonaron en mi interior, como un eco de la tristeza que ambos llevábamos dentro.

- ¿Te importa si me quedo a escucharte? - pregunté.

Mateo asintió con la cabeza, sin apartar la mirada de mis ojos.

Me senté en una vieja silla que estaba junto al piano, y él volvió a tocar. La música se extendió por la habitación, llenando el silencio con una melodía melancólica que parecía reflejar la tristeza que ambos sentíamos.

En ese momento, el mundo exterior desapareció. Y soolo existía el silencio de las paredes, la música de Mateo y el amor que nos unía, un amor prohibido, un amor que solo nosotros podíamos sentir.

El sonido del vals se desvaneció lentamente, dejando un vacío en la habitación que solo la presencia del otro podía llenar. Me quedé sentada en la silla, observándolo, sintiendo la intensidad de su mirada, la profundidad de su tristeza.

- ¿Sabes? - dije con voz suave, rompiendo el silencio. - La música que tocas me recuerda a la canción que siempre cantaba mi mamá.

Mateo frunció el ceño, sus ojos oscuros llenos de curiosidad.

- ¿Tu mamá? - preguntó. - ¿Tenías una mamá?

Asentí con la cabeza, un nudo en la garganta.

- Sí, pero no la recuerdo. Solo tengo algunos vagos recuerdos, como aquella melodía...

Mateo me miró con compasión, comprendiendo el dolor que se escondía detrás de mis palabras.

- Yo tampoco recuerdo a mis padres - dijo con voz baja. - Solo sé que me dejaron en el orfanato cuando era muy pequeño.

Un incómodo silencio se instaló entre nosotros. La tristeza que ambos llevábamos dentro parecía tangible, como una neblina que se extendía por la habitación.

De pronto, un ruido nos interrumpió. Era la Hermana Clara, que caminaba por el pasillo con paso firme y decidido.

- Elena, necesito hablar contigo - dijo con voz seca. - Ven a mi oficina.

Me levanté de la silla, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo. La Hermana Clara siempre me inspiraba una mezcla de respeto y miedo. Su mirada fría y su misteriodo pasado me mantenían en alerta constante.

- Voy enseguida, Hermana - respondí con voz temblorosa.

Miré a Mateo, que seguía sentado frente al piano, sus oscuros ojos fijos en mí.

- Te veo luego - le dije con una sonrisa forzada.

Salí de la habitación, sintiendo la mirada de Mateo sobre mi espalda. Caminé por el pasillo, hacia la oficina de la Hermana, con el corazón latiéndome con fuerza.

Al entrar en la oficina, la Hermana me indicó que me sentara frente a su escritorio. Su mirada era penetrante, como si pudiera leer mis pensamientos.

- Elena - dijo con voz grave. - He encontrado algo que me preocupa.

Sacó un libro antiguo de un cajón y lo colocó sobre el escritorio. Era un diario encuadernado en cuero, con las páginas amarillentas por el paso del tiempo.

- Este diario pertenecía a mi madre - dijo la Hermana Clara, su voz llena de una tristeza que nunca había mostrado antes. - Lo encontré en un viejo baúl que estaba en el ático.

Me quedé mirando el diario, sintiendo una mezcla de curiosidad con temor.

- ¿Qué dice? - pregunté con voz suave.

La Hermana abrió el diario y comenzó a leer en voz alta. Las palabras que pronunciaba eran como un viaje al pasado, revelando un secreto que había permanecido oculto durante años.

- Mi madre era una mujer joven cuando llegó a este orfanato. Estaba embarazada y huía de un pasado oscuro. No quería que su hijo naciera en este lugar, pero no tenía a dónde ir.

La Hermana Clara hizo una pausa, como si le costara continuar leyendo.

- Al final, decidió entregar a su hijo en adopción. Pero antes de hacerlo, escribió este diario, donde contaba su historia y sus miedos.

Me quedé absorta en las palabras de la Hermana, sintiendo que un misterio se estaba desentrañando ante mis ojos.

- ¿Y quién era el padre del niño? - pregunté con voz temblorosa.

La Hermana Clara cerró el diario y me miró con sus ojos llenos de dolor.

- No lo sé - respondió con voz baja. - Mi madre nunca reveló el nombre del padre de su hijo. Pero creo que este diario puede ayudarnos a encontrar la verdad.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La historia de la Hermana Clara, el misterio del padre de aquel niño, el secreto que se escondía en el orfanato... Todo se estaba conectando de una forma que no podía comprender.

- ¿Y qué haremos con este diario? - pregunté con la voz insegura.

La Hermana me miró con una mirada llena de determinación.

- Lo leeremos juntas - dijo con voz firme. - Y juntos, descubriremos la verdad.

La Hermana Clara me entregó el diario de su madre con un gesto solemne. Sus manos, ásperas por el trabajo y la edad, parecían temblar ligeramente mientras lo hacía.

- Elena - dijo con voz grave. - Te necesito. Necesito que me ayudes a descifrar este secreto.

Asentí con la cabeza, sintiendo un peso de responsabilidad sobre mis hombros. El diario, encuadernado en cuero marrón y con las páginas amarillentas por el paso del tiempo, emanaba un aura de misterio que me atraía y me aterraba al mismo tiempo.

- ¿De dónde crees que vino mi madre? - preguntó la Hermana, su voz estaba llena de nostalgia.

- No lo sé, Hermana - respondí con sinceridad. - No hay ningún registro de su llegada a este orfanato. Es como si hubiera aparecido de la nada.

La Hermana Clara suspiró, con sus ojos oscuros llenos de tristeza.

- Mi madre nunca habló de su pasado. Siempre decía que era mejor olvidar lo que había dejado atrás. Pero yo creo que hay algo más. Algo que ella no quería contar.

Me senté en una silla junto a la mesa, con el diario abierto sobre mis piernas. Las palabras de la madre de la Hermana Clara, escritas con una caligrafía elegante y un poco temblorosa, parecían susurrarme desde el pasado.

"Mi nombre es Clara, y mi corazón está lleno de dolor. He llegado a este lugar con la esperanza de encontrar un refugio para mi hijo, pero también con el miedo de que mi pasado me alcance. No puedo revelar quién es el padre de mi hijo, porque su nombre es un secreto que me atormenta. Solo puedo decir que lo amo con todo mi corazón, y que haría cualquier cosa por protegerlo."

Las palabras de la madre de la Hermana me conmovieron profundamente. Su dolor, miedo, amor maternal... Todo se reflejaba en sus palabras, como un eco del pasado que resonaba en mi interior.

- ¿Cree que su hijo fue adoptado? - pregunté, con la curiosidad.

La Hermana Clara me miró con sus ojos llenos de incertidumbre.

- No lo sé, Elena. No hay ningún registro de la adopción de ningún niño en esa época. Es como si su hijo se hubiera esfumado.

Un silencio incómodo se instaló en la habitación. El pasado se extendía como una sombra sobre nosotros, llenando el aire de misterio y de preguntas sin respuesta.

- Quizá deberíamos buscar en los archivos del orfanato - dije, con la esperanza de encontrar alguna pista que nos llevara a la verdad.

La Hermana Clara asintió con la cabeza, su mirada estaba llena de determinación.

- Sí, Elena. Tenemos que encontrar la verdad. Por mi madre, por su hijo y por todos los niños que han pasado por este lugar.

Juntas, nos levantamos de la silla y salimos de la oficina. El diario de la madre de la Hermana se convirtió en nuestra guía, guiándonos hacia un pasado oscuro y lleno de secretos.

Caminamos por el pasillo, con el peso del misterio sobre nuestros hombros. El silencio de las paredes del orfanato parecía resonar con el eco del pasado, con la historia de una madre que había luchado por proteger a su hijo, con el secreto que se escondía en el corazón de este lugar.

Sabíamos que el camino que nos esperaba sería difícil, lleno de obstáculos y de preguntas sin respuesta. Pero también sabíamos que teníamos que seguir adelante, por la verdad, por la memoria de una madre y por el misterio que se escondía en el corazón del orfanato "La Esperanza".

El olor a polvo y a papel viejo me envolvió al entrar en el archivo del orfanato. Las estanterías, repletas de cajas y carpetas, parecían guardar los secretos de cientos de niños que habían pasado por "La Esperanza".

La Hermana Clara, con una expresión seria en su rostro, me guiaba por el laberíntico espacio, sus pasos firmes y decididos.

- Aquí están los registros de los años en los que mi madre estuvo en el orfanato - dijo, señalando una sección de estanterías con un gesto cansado. - Pero no hay ningún registro de la adopción de ningún niño. Es como si su hijo se hubiera esfumado.

Me quedé mirando las estanterías, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo. El silencio del archivo, roto solo por el crujido de las viejas tablas del suelo, parecía amplificar la sensación de misterio que impregnaba el lugar.

- ¿Y si buscamos en los registros de los niños que nacieron en el orfanato? - sugerí, con la esperanza de encontrar alguna pista que nos llevara a la verdad.

La Hermana Clara me miró con una expresión de duda.

- No sé si es una buena idea, Elena. Esos registros son confidenciales. No podemos acceder a ellos sin autorización.

- Pero, Hermana, necesitamos encontrar la verdad. Tenemos que saber qué pasó con el hijo de su madre.

La Hermana Clara suspiró, sus ojos oscuros llenos de tristeza.

- Tienes razón, Elena. No podemos quedarnos con las manos cruzadas. Tenemos que encontrar la verdad, aunque sea a riesgo de romper algunas reglas.

Con un gesto lento y decidido, la Hermana Clara se dirigió a un armario que se encontraba en una esquina del archivo. Sacó una llave de un cajón y la introdujo en la cerradura.

- Estos son los registros de los niños que nacieron en el orfanato - dijo, abriendo el armario y mostrando una serie de carpetas amarillentas.

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