Final

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Era la primera vez que Violett iba a salir del Territorio Rojo a una asamblea de reconciliación. Le había costado cinco años convencer a los demás del Consejo a que accedieran, pero al ver sus progresos con el pueblo rojo le dieron una oportunidad.

Le había llevado tiempo y sudor, pero había erradicado a los comerciantes que tenían negocios turbios con Seteh, bajo protestas y reclamos de la gente que los apoyaba. Hubieron riñas entre una opinión y otra, mas con el tiempo el polvo fue bajando y la situación mejorando. Sólo quedó una pequeña minoría que estaba a la espera de que en algún momento dejara de ser Diosa, o que el sucesor apareciera pronto, cosa que aún no había ocurrido.

El leve golpeteo en la puerta le indicó que ya la habían venido a buscar y no necesitó explorar en la información del Cubo para saber que era Charl. Él se había acostumbrado a tocar con un patrón que ella reconocía al instante.

—¿Estás lista? —le preguntó a través de la puerta.

La Diosa Roja se echó un último vistazo en el espejo, se acomodó el cabello rebelde en un moño alto y dejó el mechón blanco suelto, a un lado del rostro. Que no apareciera aún un sucesor le daba seguridad respecto a lo que estaba haciendo con su pueblo, con su gente, por eso no se avergonzaba de tener ese cabello albo.

Se tanteó el fragmento de Cubo que pendía de su cuello y sonrió con la esperanza de que en cualquier momento Azahar le devolviera el trozo que faltaba. Sin embargo, el Dios Blanco no había dado señales de querer salir de su Isla, y menos aún ser parte del Consejo.

Como si lo hubiera llamado con el pensamiento, Azahar se apareció frente a ella con un estallido, sonriendo con cara de feliz cumpleaños y sacudiendo los hombros como si bailara al son de una música que sólo él podía escuchar. Al verla se detuvo y la saludó efusivamente con la mano.

—Oh, Violett, ¡felicidades! —le dijo rápido sin darle tiempo a reaccionar—. Ahora eres parte de la fiesta de Dioses, ¡yey! —Cerró los puños y alzó los brazos mostrando todos los dientes—. Como regalo, te devuelvo tu Cubo. Estaba muy molesto por estar fuera de su Territorio, pero supongo que ahora se calmará.

Violett boqueó un par de veces sin saber qué contestar.

—¿Molesto? —preguntó al fin—. ¿Mi Cubo estaba... molesto?

Azahar asintió con la cabeza.

—Sí, es muy cascarrabias. Toma. —Extendió la mano y la otra parte del Cubo Rojo salió disparado hacia el trozo en pendiendo en el collar de la muchacha.

Un brillo carmesí iluminó la habitación, llenando a la Diosa Roja de magia y vitalidad. Cuando la luz cedió, Azahar ya no estaba allí.

—Quién te entiende —le murmuró al aire, sacudiendo la cabeza.

Tomó aire y le abrió la puerta a Charl, quién la esperaba con su uniforme rojo para acompañarla a la asamblea. Al parecer no se había enterado de nada.

Desde que los hermanos habían vuelto del Territorio Violeta, el menor se había transformado en su mano derecha, mientras el mayor se hacía cargo del comercio con los demás Territorios, siendo una especie de embajador. También, como una forma de compensar lo que había ocurrido, le había dado la tercer vacante de Ancestra a Litimel, cuñada de los hermanos y una de las únicas supervivientes del ataque de Seteh contra la familia Eccho. Las niñas, Aghana y Milah, vivían con ellos en el castillo, lo que hacía que la vida de Violett no fuera tan solitaria.

—Estoy lista —le dijo a su Ancestro, y ambos se trasladaron hasta la frontera del Territorio Violeta.

—¡Papá, papá, papá! —Fei Long sintió que alguien saltó sobre su abdomen y le quitó el aliento, despertándolo de inmediato. Cuando abrió los ojos se encontró con un par de orbes azules idénticos a los suyos que brillaban de alegría.

La pequeña saltó una vez más y el Dios Azul la tomó por la cintura para quitársela de encima y no quedarse sin pulmones.

—¡Hoy es día de Asamblea! ¡Hoy vamos a ver a mamá y a Júniper!

Fei Long se sentó en la cama, bostezando, y se recogió el cabello en una media cola alta.

—Lo sé, Cian —murmuró él observándola inquisitivamente. Se había puesto un vestido negro con medias rosadas que le llegaban hasta las rodillas, y el pelo azul se lo había recogido en un moño desarreglado—. ¿Vas a ir así?

La niña asintió con vehemencia.

—Juni dijo que debería vestirme defentemente para las asambleas...

Fei Long contuvo una sonrisa, pero no dijo nada. Se cambió el kimono con un chasquido de los dedos y le tomó la mano a su hija, quien no dejaba de dar saltitos de emoción, para trasladarse hasta la frontera. Del otro lado, los esperaba Dylan, el Ancestro de Dana, para llevarlos hasta el castillo.

—¡Por todos los Cubos, William, vete de aquí! ¡Pervertido!

Clay se tapó el pecho desnudo con la camisa que pretendía colocarse y cerró de un portazo en las narices del Ancestro Rojo, enojada y sonrojada hasta las orejas. El maldito siempre le encantaba entrar a su dormitorio sin tocar, y siempre coincidía con las veces que ella se estaba cambiando o vistiendo. Desde que Violett había asumido el poder, William había pasado a ser el encargado de las relaciones exteriores, y le encantaba pasar su tiempo en el Territorio Violeta más que en cualquier otro lugar. Sospechaba que era sólo para molestar tanto a ella como a su hermano Loy.

—Oye, preciosa, no tienes porqué avergonzarte si querías esperarme desnuda...

El Ancestro Rojo esbozó una sonrisa enorme. Las pecosas mejillas de Clay sonrojadas era lo más hermoso que había visto en su vida, y por alguna razón ella siempre se ponía así al verlo. Aunque quizá tuviera que ver con que todas las veces que se encontraban ella estaba en una situación bochornosa, como esa vez en la que se vieron por primera vez en la que la muchacha estaba toda vomitada por un pequeño y berrinchudo Dios Violeta. Él acababa de bajar a desayunar, luego de la terrible noche en la que habían asesinado a su familia, y ella estaba dando vueltas en el comedor agitando a un bebé de cabello violeta como si preparara un cóctel.

—¿Qué carajos estás haciendo acá? —le dijo ella en cambio, a los gritos desde el interior del dormitorio y sacándolo de sus pensamientos.

William ensanchó su sonrisa aún más si era posible.

—Pues hoy hay Asamblea, y mi Diosa va a asistir por primera vez desde la Guerra Roja. Debo esperarla...

Clay abrió la puerta echa una furia, ya vestida.

—¿Y pensaste que Violett estaba esperándote en mi cuarto? —exclamó, con las cejas fruncidas. El Ancestro se encogió de hombros y levantó las manos en un ademán de que podía ser posible.

La muchacha bufó y pasó de él. Tenía muchas cosas que organizar para la Asamblea y William servía sólo para hacerle perder el tiempo. Se dirigió al salón de reuniones, con el rubio pisándole los talones, y se encontró allí con Dana. Estaba con el cabello despeinado e intentaba que Azafrah, el pequeño Dios Violeta, y Daraley, su hija, dejaran de corretear.

—¿Esos mocosos te siguen dando problemas? —soltó William entrando detrás de Clay.

La Diosa Violeta soltó un suspiro mientras upaba a la pequeña de tres años. Ambas eran idénticas en apariencia, con la piel pálida y el cabello con flequillo, pero Daraley había heredado los ojos verdes de su padre Loy y tenía el cabello oscuro, más incluso que la familia Sturluson. Seguramente esa genética era de la familia de Dana, pero ella nunca quiso indagar sobre ello aunque el Cubo se moría de ganas por contárselo.

—Will —le dedicó una sonrisa cansina—. Violett ya está llegando, ¿te animas a recibirla? ¿Por favor? —le pidió haciendo un mohín. Él asintió sin poder negarse a aquel gesto tan infantil y besó la mejilla de Clay antes de desaparecer, quien se quedó con las ganas de golpearlo.

—¡Te juro que me tiene harta!

—Lo sé, por eso lo corrí —rio la Diosa, sosteniendo con la mano libre el hombro de Azafrah—. Vamos, que Selba y Magenta ya llegaron.

Los cuatro salieron en dirección al Salón de Asambleas. Daraley se sacudió para que su madre la soltara y pudiera correr por los pasillos detrás de Azafrah, quien comenzó a esbozar una sonrisa traviesa en una muda invitación para perseguirlo. Dana los dejó, mientras fueran niños, que disfrutaran. Cuando creciera, el Dios Violeta tendría demasiadas responsabilidades con que lidiar.

Los niños fueron los primeros en llegar y abrieron la puerta en un torbellino. Ya en el salón estaba Selba conversando con Magenta. La Diosa Rosa apenas había cumpido los diez años, pero en su expresión se podía ver la madurez de quien tuvo que asumir el Cubo a tan temprana edad, así como la había tenido Calom en su momento.

Júniper estaba sentado sobre el borde de la mesa redonda y blanca. Estaba metido en un traje verde oscuro que seguramente su madre lo había obligado a vestir, con una expresión enfurruñada y los brazos cruzados. Sin embargo, esbozó una sonrisa carente de dientes frontales cuando vio a Azafrah.

Pronto llegó Dijon, el pequeño Dios Amarillo, con sus padres, que habían sido designados Ancestros de forma temporal hasta que él tuviera la edad suficiente para elegirlos. El Cubo había quedado en manos de Henmin, su madre, con la supervisión de Anubis. Ante cualquier irregularidad, se lo quitarían hasta que Dijon fuera mayor. Sin embargo, no había sido necesario, ya que eran personas humildes y de buen corazón.

Cuando llegó Dylan junto a Fei Long y Cian, el salón parecía más una guardería que una reunión seria entre Dioses. La joven Diosa Azul se había colgado del cuello de su hermano y lo jalaba de un lado a otro, mientras Azafrah volvía a corretear con Daraley e invitaba a los gritos a Dijon que se les uniera.

Pero todos quedaron en silencio cuando William entró junto a Violett y Charl. Nadie se movió, incluso los niños se habían dado cuenta del clima tenso que se había formado en el salón, y volvieron con sus padres.

—Hola, tanto tiempo —dijo la Diosa Roja, sintiéndose repentinamente cohibida.

Selba fue la primera en moverse y dio dos paso amenazantes hacia ella.

—¿Qué hace esa traidora acá? —exclamó con los dientes apretados. Fei Long se acercó y la tomó por los hombros.

—Sel, tranquila. Todos estuvimos de acuerdo que ella ahora podía ser parte del Consejo.

La Diosa Verde se giró hacia el Azul de forma brusca.

—¡Ustedes! —aclaró, apuntándolo con un dedo—. Yo nunca estuve de acuerdo.

Violett se movió inquieta, y William la tomó del brazo, pensando que iba a escaparse. Sabía que Selba aún le aterraba un poco, por lo que no podía permitir que se le notara. La muchacha se soltó, notando sus intenciones, pero no se movió del lugar y de cierta forma le agradecía en silencio.

—Perdona, ¿sí? —dijo la Diosa Roja y todos se quedaron callados mirándola. Selba abrió la boca para protestar, pero Violett continuó—: Fui estúpida, desleal e hice cosas de las que me arrepiento, como robar tu Cubo. Eso me costó la muerte de mi madre, y siento que el castigo estuvo a la altura... —Soltó un suspiro y pasó el peso del cuerpo de un pie a otro—. Entiendo que no quieras verme o hablarme, pero creo que ya es hora de dejar eso atrás y comenzar de nuevo.

La Diosa Verde estrechó los ojos y frunció los labios. No dijo nada por unos segundos y chasqueó la lengua.

—No me hables, no me mires —exclamó en tono amenazante. Se dio media vuelta y se sentó en su trono con los brazos cruzados.

Júniper, sabiendo que no era bueno molestar a su madre cuando estaba enojada, se apuró en colocarse de pie a su lado, con una expresión mortificada.

Todos tomaron sus lugares correspondientes, tranquilos de que ya no había qué temer. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro