XXII. Ceremonias

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Noscere iba a incinerar el cuerpo de Seteh, pero Fei Long se lo impidió. Le dijo que él se merecía que lo enterraran junto a los demás Dioses Rojos en su Territorio, ya que incluso Carmine estaba allí. La Diosa Naranja no estaba muy de acuerdo, sin embargo accedió con la condición de que él se encargara de trasladar el cuerpo hasta el Territorio Rojo. Selba se mordió los labios y no emitió opinión, dirigiéndose donde yacía el cuerpo de Rhodon. Se puso en cuclillas y le arregló el cabello que tenía pegado a la cara con sangre, mientras dejaba escapar un par de lágrimas. Últimamente estaba muy sensible, pensó.

El Dios Azul le acarició los hombros y la instó a levantarse. Dana se acercó y le dio la mano a su hermana verde, apretándosela para darle fuerzas.

—Yo me encargo —dijo Noscere casi sin voz.

Llevó a todos al castillo, donde les permitió que descansaran y se cambiaran de ropa antes de partir al Territorio Rosa. Como era costumbre del Consejo de Dioses, deberían ir todos a mostrarle sus respetos a la nueva Diosa Magenta para luego acudir, en tres días, a la ceremonia de despedida del Dios en el Jardín de los Recuerdos.

No demoraron en estar listos y partir a la capital rosa, Osson. El Ancestro Alí los recibió en la frontera así que los sintió llegar, y se mostró profundamente dolido con la muerte de su Dios, mas no dijo nada. Los transportó de inmediato hasta el Salón de conferencias, donde la pequeña Magenta los esperaba vestida con un pijama con diseño de patitos y su conejo de peluche Imael aferrado bajo el brazo.

—No todo salió bien, ¿verdad? —indagó la pequeña con un puchero. Sabía que si estaban todos allí menos Rhodon, era porque él ya no iba a volver—. ¿Seteh también murió?

Dana se acercó veloz y se inclinó para quedar a la altura de Magenta. Suspiró antes de hablar.

—Sí. —No pudo agregar nada más.

Sin embargo, aunque los ojos se le llenaron de lágrimas, Magenta no lloró, sino que se dirigió hacia Alí.

—Dile a la gente lo que ocurrió, yo hablaré con mis hermanos.

El Ancestro asintió, pero se le notaba un poco molesto. Selba se dejó caer sobre uno de los cojines, Fei Long se mantuvo a su lado y Noscere permaneció de pie con los brazos cruzados. Dana no se apartó de la pequeña.

—Lamentamos lo que pasó —le dijo, tomándole la mano para dejarle el pendiente con el Cubo Rosa en la palma. La niña lo miró con extremo terror, e hizo un ademán para alejarse, mas se arrepintió—. Sé que eres pequeña, pero eres fuerte y tienes el apoyo de los Ancestros de Rhodon y a nosotros para lo que necesites. Recuerda que Calom también tuvo que enfrentarse a esta responsabilidad siendo casi tan joven como tú.

Magenta sonrió sin humor.

—Y también murió —le rebatió.

Noscere soltó una risa que no pudo contener. Selba le lanzó una mirada de reproche y Dana balanceó la cabeza, negando.

—Pero ya no hay amenaza.

La niña asintió.

—Lo sé. Ahora podemos estar tranquilos.

El silencio en la habitación corroboró sus palabras.

Loy sintió la presencia de Dana entrando al Territorio por la frontera del Azul y en menos de un segundo ya estaba a su lado, estrechándola en un abrazo que la hizo quejarse de dolor. Suspirando, el Ancestro hundió su rostro en la curva del cuello de su esposa, aspiró su olor como asegurándose que era ella en verdad y le besó la clavícula.

—Me tenías muerto de preocupación —le dijo, soltándola y acunándole el rostro con ambas manos. Ella esbozó una sonrisa cansina.

—Perdón, pero esto tenía que resolverlo sola.

«En realidad no. Eres tú la terca y la que hace las cosas sin pensar... Como siempre», murmuró el Cubo con voz molesta, y Dana hasta podía imaginarse que —si los tuviera— pondría los ojos en blanco con fastidio. Sin consultarles, los llevó al dormitorio principal del castillo y Dana se dejó caer en la cama con cansancio, a pesar de que el Cubo había curado sus heridas y repuesto sus energías. El agotamiento mental no lo curaba la magia.

Sintió la presencia del pequeño nuevo Dios Violeta en el castillo, siendo cuidado por Clay, y sonrió agradecida mientras dejaba que el sueño la venciera al fin. Loy la descalzó y dejó que durmiera. Al fin y al cabo, si el problema principal se había solucionado, tenían tiempo para resolver los demás pormenores.

La mesa vacía le recordó a Violett lo sola que estaba. A su padre no lo conocía y su madre había muerto, sin tener la oportunidad de despedirse debidamente. Y aunque no quisiera admitirlo, muy en el fondo sabía que la culpa había sido suya. A pesar de llevarse mal con Selba, de una forma u otra había sido su mentora y la había traicionado, por lo que debía odiarla en ese momento.

Tomó la taza de café con ambas manos y se quedó con la mirada clavada en el vacío. Había logrado lo que más quería, era Diosa al fin, sin embargo no tenía a nadie con quien compartir su alegría. Soltó un suspiro de resignación y tomó un sorbo de su bebida, pero la alerta del Cubo casi la hace escupir. No estaba acostumbrada a tales subidones de magia.

Le estaba avisando que Fei Long estaba entrando por la frontera del Territorio Verde y sin pensarlo demasiado se trasladó hasta allí. Lo que no esperaba encontrar era con el cuerpo inerte y sin vida de Seteh. Ahogó un grito, sin poder gesticular palabra, y quitó los ojos de la carreta donde yacía su antecesor para mirar al Dios Azul.

—¿Lo mataron? —preguntó, sin saber qué más decir.

—No, lo hizo él mismo.

La muchacha se restregó las manos sudadas.

—¿Y por qué lo trajiste?

—Él fue un Dios Rojo, merece ser enterrado junto a los demás en el Jardín de los Recuerdos. No importa si sus acciones han sido buenas o malas. —La muchacha iba a replicar, pero Fei Long continuó—: Incluso Carmine está allí, y ella también asesinó a un hermano Dios.

Ella frunció la boca, no muy de acuerdo con ello, hasta que se percató que él había dicho también. Por alguna razón supo que Calom no había sido la única víctima del Dios Rojo.

—¿Quién...?

—Rhodon.

Se tapó la boca con ambas manos y volvió a suspirar. Le echó otra veloz mirada a Seteh y, con un escalofrío, lo trasladó directamente a la antesala del Jardín de los Recuerdos. Accedería a enterrarlo allí, pero no tendría ninguna ceremonia ni nada. No lo merecía. Fei Long estuvo de acuerdo, mas le avisó que igualmente iba a venir a presentar sus respetos. Cuando Violett le preguntó por qué, él se limitó a dedicarle una media sonrisa y dar media vuelta para volver al Territorio Verde. Así que cruzó la frontera, desapareció.

La despedida de un Dios se celebraba en una ceremonia a los tres días del receso, y continuaba por tres días más de duelo. Como le habían prometido a Magenta, los demás Dioses fueron a mostrarles sus respetos, incluso Anubis hizo acto de presencia. Acompañaron a pie el ascenso del féretro por la colina que llevaba al Jardín de los Recuerdos, el lugar donde descansaban todos los Dioses anteriores.

Una vez allí, sus Ancestros le dedicaban unas palabras a modo de despedida y enterraban el cuerpo frente a una estatua de mármol con su imagen. Noscere no pudo dejar de reír al ver que la de Rhodon era la única que sonreía con todos los dientes. Luego, se cubría el ataúd con tierra fértil, siendo plantado allí por la siguiente generación un árbol de melocotón, cuyas flores rosadas eran el símbolo del Territorio. A la pequeña Magenta le temblaban las manos mientras enterraba el brote en la tierra fresca, pero no mostró ninguna expresión de miedo o duda. Tampoco dejó que la ayudaran.

Luego de unos minutos de silencio, roto solamente por el susurro de la brisa, todos volvieron sobre sus pasos hasta el Castillo, que estaría abierto a recibir a su pueblo en un banquete en honor al Dios caído hasta el anochecer.

Sin embargo, solo Dana y Noscere se quedaron hasta el final. Fei Long y Selba se fueron luego de la ceremonia en el Jardín, con la excusa del embarazo, aunque todos sabían el verdadero motivo de su temprana partida.

Una vez en el Territorio Verde, la Diosa Verde manifestó que no iba a acompañar al Azul. Sin palabras, ambos sabían que ella no quería volver a Violett sin poder decirle lo mucho que la odiaba y contener sus ganas de asesinarla. O también porque no quería ver el triste final que su amigo Set había elegido para sí mismo. A pesar de las diferencias que habían tenido en los últimos años, la amistad que los tres habían forjado seguía allí, latente y dolorosa.

—Devuélvele esto —le dijo Selba, entregándole una delicada cadena de plata, cuyos eslabones eran ornamentadas flores que se intrincaban entre sí.

Fei Long lo reconoció al instante, pero no dijo nada. No sabía que ella aún conservaba aquel regalo.

—Lo haré —dijo, sin más, y ella simplemente hizo un gesto para llevarlo con la magia del Cubo hasta la frontera.

Al otro lado, Violett ya lo esperaba. Llevaba un vestido de gala, y era la primera vez que él la veía con algo que no fuera pantalones o chaquetas de mezclilla. No dijeron nada y ella lo llevó directamente al Jardín ocupado por algunos soldados rojos, seguramente acompañando a la Diosa y no por la ceremonia en sí. Nadie había ido a presentarle sus respetos al Dios Rojo Seteh, sin embargo, la muchacha se había encargado de realizar la ceremonia a pie de la letra. El ceibo que ella había plantado frente a la estatua de Seteh lucía pequeño, pero fuerte y vigoroso.

Fei Long estiró la mano y pasó la cadena que le había entregado Selba por el cuello de la escultura de mármol, descansando sobre el pecho de Seteh destacando sobre la que estaba tallada. Violett no preguntó nada, mientras observaba al Dios Azul retroceder para hacerle una reverencia al antiguo Dios y murmurar un "adiós".

Luego, Violett lo llevó nuevamente hasta la frontera, y ella se mordió el labio antes de hablar.

—Selba... ¿me perdonará alguna vez? —Fei Long la contempló con su característico mutismo y ella hizo una mueca comprendiendo la respuesta obvia—. ¿Y el Consejo? ¿Podré ser parte de la Asamblea?

—Eso dependerá de cómo manejes tus nuevas responsabilidades. Ser Diosa no es fácil, y menos aún cuando tu antecesor casi destruye su Territorio y el de los demás.

Violett asintió y apenas levantó la mano para despedirse mientras él atravesaba la frontera hacia el Territorio Verde. Una vez del otro lado, Selba lo trasladó directamente a su dormitorio, donde lo esperaba acostada en la cama con una expresión de agotamiento.

—Quédate conmigo hoy, Fei.

Él no se negó, también se sentía cansado, y se quitó el kimono para acomodarse a su lado en la cama.

Azahar apretó en su mano a Wit, observando desde la distancia las dos dispares ceremonias. No asistió a ninguna, no le importaba en absoluto, pero siempre le había gustado estar al tanto de todo lo que ocurría en el continente. Lo que no esperaba era ver a Anubis allí. Siempre había pensado que ambos, al ser superiores que los demás, no deberían estar en contacto con ellos como viejos amigos, pero los últimos acontecimientos habían afectado a la joven Diosa Negra.

Estaba tan sumergido en sus pensamientos que no percibió que la chica que invadía su mente estaba justamente a su lado. Dio un brinco cuando ella le tocó el hombro.

—Azahar.

—¡Anubis! —Le sonrió para no mostrar lo sorprendido que estaba—. No te sentí llegar —agregó, soltando a Wit y levantándose del tronco donde estaba sentado. Había estado allí, al lado del estanque donde el Cubo Blanco solía estar, que no se había dado cuenta que tenía el trasero duro y dolorido.

—Pensé que irías a la ceremonia de Rhodon. Al fin y al cabo, le diste parte de tu poder.

Azahar hizo una mueca que pareció una media sonrisa y se rascó la cabeza, ladeándola para contemplar a la joven Diosa Negra.

—Sabes que no soy de esas cosas. Además, no es que me haya hecho amigos de los demás ni nada.

Anubis se frotó los brazos. Estar allí siempre le causaba escalofríos, incluso cuando Wit no estaba en su forma natural. Miró el colgante en el cuello de Azahar y suspiró.

—Eres tan ermitaño... A veces es bueno salir de la cueva de vez en cuando —le dijo ella en un murmullo.

No le gustaba discutir con él, pero haber salido —o en su caso, ser sacada a la fuerza— de su Territorio la había hecho ver que el mundo era mucho más que su pequeña isla, y que no era malo relacionarse con los demás Dioses. Sólo había que tener cuidado con los que se querían aprovechar de su poder.

—¿Eso crees? ¿Que no es tan malo? —indagó él leyendo sus pensamientos.

—No. No lo es. Incluso me invitaron a ser parte del Consejo.

Azahar chasqueó la lengua.

—¿Aceptarás?

Anubis huyó de su mirada.

—Lo pensaré.

Él soltó una risita.

—Lo harás.

No respondió. Volvió a echar un vistazo al Cubo Blanco en el cuello del Dios Blanco y desapareció apenas saludando con la mano. Azahar se quedó mirando el lugar donde ella había estado y suspiró, pensando en quién tenía la razón e ignorando las malas vibras que intentaba transmitirle Wit.

—Quieto, Cubo malo —dijo, con una sonrisa desdeñosa, dándose media vuelta para irse.

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