XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Entro en el despacho de Gestalt, medio dormido. Hoy es viernes y de nuevo he perdido el autobús; últimamente no logro conciliar el sueño hasta las tantas de la madrugada, y se me acaban pegando las sábanas por la mañana. Mi padre me ha llevado al Gymnasium en coche, mientras me reñía porque es la tercera vez en dos semanas que me sucede esto y, por mi culpa, ha llegado tarde al trabajo. La idea de que yo coja otro autobús y pierda la primera hora de clases le resulta inconcebible. La puntualidad, para él, es una virtud indispensable. 

En resumen: que hoy me he levantado otra vez con el pie izquierdo, y por momentos creo que mi mala suerte durará todo el día.

—Buenos días —saludo a la psicóloga con la voz ronca. 

Toso para aclarar la garganta y tomo asiento. Ella levanta la vista de sus papeles y me inspecciona, curiosa. Llevaba más de una semana sin hacerle una visita.

—Buenos días. ¡Wow! Otra vez me traes unas ojeras enormes. Se va a convertir en una costumbre verte con ellas. ¿Es que ahora estudias de noche? 

—No, en realidad. 

—¿Entonces? No me digas que estás saliendo de fiesta entre semana, porque tendré que echarte una bronca en plan madre —me comenta con un tono bromista, y yo niego con la cabeza porque ambos sabemos que no es así—. ¿Hay algo que te preocupe hasta el punto de quitarte el sueño? 

—No. Bueno, en realidad sí. Es el día a día el que me quita el sueño. La verdad es que últimamente pienso demasiado en lo que hago. 

—¿Crees que se debe a algún motivo en especial? Como por ejemplo, no sé, ¿sientes demasiada presión en tu casa?

—No, todo va como siempre. —Me empieza a agobiar un poco este interrogatorio al que no le encuentro mucho sentido. ¿Qué importa mi repentino insomnio? Son cosas que pasan—. Pero da igual, esto será algo esporádico, no es que tenga que tomar pastillas para dormir ni nada por el estilo, en serio. 

—¿Sigues pensando en Annie? 

Esa pregunta me incordia. Hice el máximo esfuerzo para sacar a Annie de mi mente. Pero si Gestalt me pronuncia su nombre, provoca que vuelva a ocupar una parte importante de mis pensamientos en ella. Y eso es algo que detesto, porque siento que de esa manera estoy tirando todos mis avances a la basura.

—No es eso, en serio. Me esforcé en dejar de pensar en Annie y seguí tus consejos —suelto, notablemente irritado—, o sea, ocupé mi mente en otros asuntos y, gracias a eso, las cosas me han ido bien. Incluso puedo afirmar que he dejado de tener algún tipo de sentimiento amoroso por ella. Estamos a punto de terminar noviembre, en nada se cumplirán tres meses desde que dejamos de hablarnos y dos desde que rompimos. El tiempo pasa rápido y me está curando. Así que no, estoy seguro de que no me siento mal por ella.

—Perdona. —Asiento con la cabeza y agacho la mirada, cansado—. Ningún cambio en casa, ¿no?

¿Por qué sigue insistiendo en lo mismo? Es molesto.

—No. 

—¿Alguna chica que te haya llamado la atención? 

¿Eh?

—Claro que no. 

—Uhm... ¿Qué tal con tus amistades? ¿Bien? ¿Alguna nueva desde que empezaste este curso? 

—Creo que sí. —Me llevo una mano al pelo y comienzo a pensar. Demonios, no me había dado cuenta de algo: a estas alturas, ¿puedo considerar a Wolf como un amigo?—. O sea, ahora me llevo bastante bien con el chico nuevo.

—¡Ah! Con Rainer Wolf, ¿ese que dijiste una vez que era insoportable y parecía que solo le interesaba superarte en todo? 

Oh, joder, se me había olvidado que le había comentado eso. Ahora me siento mal por la forma en la que lo juzgué. 

—No, no es insoportable, lo siento. 

—¿Lo sientes por qué? Fue lo que opinaste en ese momento y a mí no me molestó.

—Quiero decir que lo siento por él. No se mereció que simplificase su forma de ser de una manera tan dura. Simplemente, lo malinterpreté. En realidad es un chico bastante simpático. 

—¿Ah, sí? —me pregunta, mientras anota algo en su libreta. Deduzco que es una palabra corta por lo poco que dura haciéndolo. De pronto siento esas irrefrenables ganas de levantar más la cabeza para leer sus anotaciones. 

—Sí, tiene una forma bastante interesante de ver la vida. Me parece una persona muy humilde, sincera y de buenas intenciones. Además, me trata genial y me gusta mucho estar con él. Por eso me he disculpado. 

—Oh, qué forma tan curiosa de describir a un amigo. No describiste a los demás de esa forma. 

—Eh... —dudo en qué responder, nervioso. ¿Qué hay de raro en esa forma de describirlo? De pronto noto la imperante necesidad de explicarme—: a ver, tiene las ideas bastante claras, y es muy optimista. Piensa mucho en los demás. No sé, pero me ha hablado de su vida y me sorprende que, aún así, se comporte tan bien. Es solo eso.

—Wow, ¿solo eso? A mí me parece bastante. ¿Os lleváis muy bien ahora?

—Yo al menos lo siento así.

—¿Desde hace cuánto?

—¿Un mes? —dudo, y entonces pienso que sí, que ha pasado más de un mes desde que hablamos en el trastero del gimnasio. Vaya, qué rápido avanza el tiempo, juraría que fue ayer. 

Pienso en la relación que tenemos Rainer y yo y, por un momento, siento una especie de alegría dominar mi pecho. Mi forma de ver el mundo cambió mucho desde que los conocí tanto a él como a Gestalt. Ambos me han ayudado a acercarme a personas que veía inalcanzables, o han logrado que me diera cuenta de que tengo la capacidad de solucionar problemas que antes creía irreparables. Ejemplo de esto último sería el hermano de Annie; nunca pensé que podría ayudarlo hasta que escuché lo mucho que sufrió la hermana de Rainer. Es curioso, pero desde que me llevo bien con él, me siento con más fuerza a la hora de tratar con los demás. 

Me percato de que he dejado de prestarle atención a la psicóloga, que estoy divagando y ni siquiera la miro. Entonces, sus palabras me traen de vuelta a la realidad debido a su incómodo tono de voz. 

—Un mes... Curiosa coincidencia. —No he entendido lo que ha querido decir con eso, pero de pronto me siento demasiado expuesto ante ella—. ¿Has desayunado hoy? —Niego con la cabeza—. Otra vez. Ya no desayunas todos los días, ¿verdad? 

—No.

—¿Por qué? Eres un chico muy atado a la rutina.

—No me apetece. 

—Hay que desayunar, Samuel. ¿Sientes pérdida de apetito o simplemente estás descuidando ese hábito?

—Creo que lo primero —respondo, sincero. La verdad es que la mayor parte de las veces, cuando como, me siento sin ganas de hacerlo, hecho que he asociado al desánimo. 

—¿Hay algo que te preocupe acerca de ese chico? —me pregunta y yo la miro, confuso. ¿A qué se refiere? ¿A nuestra amistad? No hay nada que me preocupe en ese sentido, nos llevamos bien. ¿Se refiere a cómo se encuentra él? Siempre parece contento. Tiene sus problemas, pero no transmite una tristeza digna de mi preocupación. Así que, ¿a qué viene eso?—. Lo digo porque, desde que hemos empezado a hablar de él, te he notado inquieto. Y nervioso, la verdad. Voy a serte sincera, ¿sí? —Apoya los brazos en el escritorio y se echa hacia delante, con un gesto sereno que por momentos creo que usa para transmitirme confianza. ¿Por qué?—. Te he visto con él varias veces en los descansos. Parecéis muy unidos. ¿Hay algo que quieras contarme?

—No —digo al momento, casi encima de sus palabras. Ella enarca una ceja y después se echa sobre el respaldo de su asiento. ¿A qué se refiere con que me ha visto con él? También me ha visto con Adam, Klaus y el resto de chicos de mi clase. ¿Por qué tiene que remarcar a Wolf? 

—¿Hay algún aspecto relacionado con Rainer que te preocupe o te quite el sueño? A veces, cuando conocemos a alguien, solemos actuar diferente, acorde al grado de cambio que ha implantado esa persona en nuestras vidas. 

—Ah, interesante —suelto, con un tono defensivo un tanto antipático del que me arrepiento al momento—. Pero no, no hay nada.

—Te creo —remata ella, o eso creo. Se lleva la mano a la frente, mira a su cuaderno y resopla—. Oye, Samuel, cambiando de tema: últimamente actúas de una forma un tanto inusual. Me has cancelado las dos últimas sesiones y estás muy poco hablador conmigo. Pero cuando te veo fuera de este despacho, pareces el mismo chico alegre de siempre. Corrígeme si que me equivoco, pero dudo que tengas algún problema conmigo o que ya no te transmita la misma confianza de antes. Lo que sí siento es que te da miedo hablarme, no sé por qué. ¿Crees que voy a ahondar en algo que no te gusta? ¿En algo que te asusta? Ya te expliqué hace tiempo que no te voy a forzar a tratar ciertos temas, que eso lo harás tú cuando estés preparado. Además, durante el último mes has venido a este despacho solo para quedarte callado, responder un par de mis preguntas e irte. Pero las sesiones con un psicólogo no funcionan así. Es importante que entiendas que puedes sentirte seguro conmigo, que este, quizás, es el mejor lugar que tienes para desahogarte. Nada de lo que hablemos saldrá de estas cuatro paredes. ¿De acuerdo? 

—De acuerdo, lo siento.

—No te disculpes, pero tienes que entender que guardarte las cosas para ti mismo no te va a ayudar. Puedes confiar en mí. ¿Por qué no retomamos el tema y pruebas a hablarme de lo que te quita el sueño? Tú mismo me has dicho que en otras ocasiones te he ayudado mucho, quizás en esta también pueda. 

Acepto, ante todo por ella. Empiezo a repasar mentalmente todo lo que me agobia de noche, todo lo que ocupa mi mente. Demasiadas cosas. Me pregunto constantemente si Sylvia estará mejor después de su ruptura con Juud, si mi hermano y mi tía Erika lo pasan bien juntos, si ella y Nadja llevan una buena relación, si mis padres están cansados por trabajar hasta tan tarde, si Axel está contento con sus nuevos amigos, si Annie está más animada, si le sigue molestando su padre, si Klaus lleva mejor el hecho de visitar a su hermanastra, si Tanja sigue molesta conmigo, si mis amigos son tan felices como aparentan o en realidad no me cuentan las cosas. Pero también pienso en qué quiero hacer de mi vida, si la medicina me apasiona de verdad o simplemente soy sumiso a los deseos de mis padres, si sirve de algo sacar la nota más alta en cada examen o solo sigo cumpliendo caprichos, si en verdad ese es mi deseo o le estoy arrebatando el deseo a alguien más, a un chico que en verdad parece estar persiguiendo un sueño, con unos propósitos tan valiosos. No quiere complacer a nadie, solo busca ayudar, salvar. ¿Qué tipo de persona soy si lo aparto de su camino, uno que compartimos? Sus deseos son más nobles que los míos. A mí me obligan a soñar, él sueña solo. Lo he envidiado antes de conocerlo, he tenido celos de sus facilidades de forma injusta, porque el que no se esfuerza no tiene derecho ninguno a envidiar al que sí lo hace. Y entonces, llegado a ese punto de mis pensamientos, cuando entra la noche cerrada, empiezo a pensar en él, en su vida, en cuando le abracé, en lo que me escribió en el brazo y tengo anotado en un folio que cuelga de la pared de mi habitación. Demonios, ¿qué significa eso? Y pienso en lo mucho que él me agrada, en lo alegre que se vuelve todo cuando está a mi lado, en cómo entonces olvido todos mis problemas, en lo cercanos que nos hemos hecho tan rápido, que su forma de ver la vida me gusta.

Levanto la vista; Gestalt me escruta con el ceño fruncido y la boca ligeramente abierta. Parece confusa por mi silencio. Por eso mismo, vuelvo a hablar:

—No pasa nada especial con Rainer —digo, y me llamo mentiroso a mí mismo. Traiciono mi confianza con ella, ¿por qué lo hago? Ni siquiera me cree, estoy seguro de eso—. Quizás sí pasa algo. Es que siento que nunca había conocido a alguien así. —Su mirada interrogativa me pone aún más nervioso, tanto que necesito excusarme—. Quiero decir, no me malinterpretes, es que me siento muy cómodo a su lado, y su forma de pensar es tan contagiosa... —¿Eh? ¿Qué estoy diciendo?—. Y a veces él me confunde. 

—¿Cómo que te confunde? Habla más pausado.

¿Confundir? Dios, esa frase se puede interpretar de tantas formas. Y tiene razón, no me había dado cuenta de que estoy hablando demasiado rápido. 

—O sea, no me malinterpretes...

—Es la segunda vez en un minuto que me lo pides —me interrumpe de pronto—. Y no lo hago, solo te estoy escuchando. ¿Por qué te preocupa tanto que te malinterprete? Puedes estar tranquilo conmigo, en serio. ¿Por qué te confunde, Samuel? 

—Oh, perdón. 

—No pasa nada. Sigue. 

Socorro, ¿por qué me siento tan inquieto? ¿Por qué quiero huir de aquí? 

—Porque no nos tratamos como yo trato al resto de mis amigos... —titubeo. Ella suelta su bolígrafo. Yo me llevo ambas manos al pelo. ¿Por qué sigo hablando?—. Porque nos volvimos muy cercanos en poco tiempo. Pero no es raro, ¿verdad? Es decir, las relaciones, cada una es un mundo.

—Exacto. La rareza de esta relación está en lo que tú consideres raro. ¿Qué se sale de lo normal? 

—Nada. 

Ella se ajusta las gafas. Me percato del tembleque de mi pierna izquierda y paro.

—Entonces, ¿cuál es el problema, Samuel?

Tú eres Samuel Müller, hacías atletismo y eres el mejor estudiante del centro. ¿Cómo no saberlo?   

—Bueno, en realidad sí hay muchas cosas que se salen fuera de lo normal. Aunque, no sé, es posible que sean imaginaciones mías. Pero verás, ese chico, es como si supiese siempre la forma exacta en la que hablarme, y eso no es algo que logre cualquiera. Además, a veces siento sus palabras me afectan más que las del resto. 

El gran Samuel Müller me resulta decepcionante.   

—¿Más que las del resto? Explícate. 

Me haces daño.   

—Quizás sea una tontería. 

No tienes que abrazarme por pena.

—Nada es una tontería si te afecta.

Creo que te admiro.

—Lo sé, es que desde que lo conozco he tomado demasiado en cuenta cada una de sus palabras, y me han afectado aunque no quisiera. Pero ahora que nos llevamos bien, es como si estuviese atento a cada una de ellas. Es raro, ¿verdad? Supongo que es tan raro como que, a veces, nos acercamos tanto que pienso cosas que no son, que me agobio, que empiezo a tenerlo en cuenta de una forma que siento que está mal. Y luego me recrimino a mí mismo por eso, porque centro mi mente en temas que no deben ser. E intento no prestarles atención, pero a veces aparecen de pronto en mi mente y no puedo ignorarlos. Quizás estoy mal, quizás la ruptura me afectó más de lo que pensaba. Sí, quizás sea eso.

¿Qué sucede? 

¿Nada?

—¿Qué temas no deben ser, Samuel?

Deberías de empezar a admirarte también a ti mismo. 

—No... No lo sé. 

Puede que le hayas ahorrado mucho dolor a alguien en un momento clave de su vida.

  —¿Qué problema hay?

Desde ese día estoy mucho mejor, y todo gracias a ti. 

—Que no quiero decirlo. 

No sabes lo mucho que puedes ayudar a una persona con un simple gesto altruista. Y cuando lo consigues, esa persona ya no te olvida.  

—Samuel, ¿te gusta ese chico?

Me gusta como eres, Samuel.

—¿Qué?

Silencio.

¿Por qué me ha preguntado eso? ¿Por qué piensa de esa forma? ¿Por qué no le encuentro respuesta a una pregunta que es tan fácil de responder? ¿Por qué no me río de ella? ¿Por qué me late tan rápido el corazón? 

Gestalt se acomoda en su asiento, sin apartar su mirada interrogativa de la mía medrosa. Lo que acaba de insinuar me resulta inesperado. Ella sabe que está tocando un tema realmente delicado, porque lo que me ha insinuado no es algo fácil de digerir. 

—Es que me describes tu relación con Rainer de una forma un tanto curiosa. No sé cómo definirla, pero es una amistad con unos ligeros toques románticos, ¿no crees?

Espera atenta a ver mi reacción, y mientras una parte de mi mente entra en caos, la otra se siente aliviada de darle forma a una idea que rondaba en lo más profundo de mi ser, deseando salir al exterior. Pero eso está mal, eso está demasiado mal. 

—A mí no me gusta Rainer. 

Eso no se dice.

—Pero Samuel...

De eso no se habla.

—Te confundes. Yo soy un chico. Él es un chico. Está mal, es enfermo. 

Y eso es asqueroso.  

Me levanto de mi asiento, tan alarmado como ella. Me mira con el rostro desencajado, sin poder creerse lo que acabo de decir. No me entiendo.

—¡No es enfermo! ¿Desde cuándo tienes esa mentalidad? —inquiere. Me desespera el deje de decepción que percibo en su voz—. ¿Por qué te estás comportando así? ¿Por qué estás tan alterado? No te he preguntado nada malo, Samuel. 

—Sí lo has hecho, me has malinterpretado.

—Eso no es verdad, solo he sacado una conclusión de tus propias confesiones —me recrimina. Está muy nerviosa, como si mi actitud defensiva la hubiese tomado por sorpresa, como si no estuviese acostumbrada a los sobresaltos repentinos, como si le desestabilizase no llevar las riendas de las situaciones—. Entiendo que mi pregunta te haya pillado por sorpresa, que no te guste. —Me echo hacia atrás, acercándome más a la puerta. Ahora es ella quien se levanta y alza las manos, buscando tranquilizarme—. Vale, quizás no te gusta ese chico, quizás solo estás teniendo sentimientos románticos por él porque estás confundido, porque la ruptura te dejó mal, así que no eres bisexual. —¿Qué? ¿Bisexual?—. Nunca antes tuviste contacto con este tipo de temas, ¿verdad?

En ese momento, varios recuerdos cruzan mi mente: cuando tenía cinco años y paseaba por un parque con mi padre, vimos a dos chicos dándose un beso en los labios. En ese momento, lo único que entendí por la cara de asco que puso ella, es que aquellas personas se estaban portando mal. También pienso en todas las veces en las que mi padre cambiaba de canal si hablaban de la homosexualidad en la televisión, en lo mucho en que nos insistían a Sylvia y a mí en la idea de que debíamos casarnos con una persona trabajadora y valiosa del sexo opuesto, en aquellas dos chicas que fueron expulsadas tres días del colegio religioso en el que estudié varios años, porque las descubrieron juntas en un baño. En el miedo que sentí cuando, con catorce años, Hannes me besó sin previo aviso en un aula vacía del conservatorio. O, si me remonto a un recuerdo más cercano, en el día en el que descubrí que Erika era lesbiana y yo solo pensaba en que, si mi madre se enteraba, montaría en cólera. Y ahora, de pronto, mi psicóloga insinúa que tengo sentimientos por un chico. Por alguien del mismo sexo que yo. 

No puedo soportar más esto, ni seguir viendo a Gestalt. Por eso mismo, doy media vuelta y salgo de su despacho dando un portazo. El silencio vuelve a inundar mis sentidos, pero mi mente es un completo caos. Me apoyo en la madera de la puerta, miro al techo y suspiro. Cuando bajo mi vista al frente, me percato de que hay alguien a varios metros de distancia, apoyado en la pared. Una figura medio oculta por la oscuridad de un pasillo mal iluminado, que teclea a toda velocidad en un teléfono cuya luz le alumbra el rostro. 

Doy un paso a la izquierda, buscando por dónde huir porque no quiero enfrentarme a Wolf. Demasiado tarde. Él se percata de mi presencia, apaga el móvil y me saluda moviendo la mano. Yo solo quiero que la tierra me trague. 

—Llevo un buen rato esperándote, Müller —me recrimina, en un tono jocoso que me resulta muy propio de su persona.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ya han colgado las notas de Química, y no pienso verlas sin ti —me explica. Yo permanezco estático, sin tener la más remota idea de qué decir ni qué hacer. ¿Por qué es tan amable? ¿Por qué me tiene tanta consideración? Rainer me agarra de la muñeca con suavidad, como pidiéndome permiso, y tira de mí para que nos vayamos de ese pasillo tan mortecino. Subimos las escaleras a nuestro piso en silencio hasta que él decide resolver mi duda—. Te estuve esperando porque quiero felicitarte si me superas, y que tú me felicites a mí si te supero —me dice, moviendo las cejas, ladino. Acto seguido me suelta y mete las manos el los bolsillos de su pantalón—. Vamos, no te quedes ahí quieto, muévete. 

Le hago caso y caminamos juntos hasta el aula. Al entrar, mis ojos se mantienen fijos en cualquier sitio que no sea el corcho donde están colgadas las notas. Empiezo a meditar sobre el motivo verdadero por el que quiero ver ese papel: ¿es porque deseo ser el mejor de la clase? Pero, ¿para qué me vale serlo? ¿Para que mis padres no me riñan? Entonces, ¿mi única motivación es tenerlos contentos? ¿O cuál es?

—Oh —murmura Rainer. Es lo único que dice cuando nos encontramos frente al corcho. Él ya sabe su nota, yo no. 

Poco a poco, voy revisando las calificaciones de mis compañeros, una por una, desde la peor hasta la mejor. Mi nombre sigue sin aparecer, tampoco el de Rainer. Pero, de pronto, lo veo:

Müller, Samuel: 1,25. 

Wolf, Rainer: 1. 

Giro la cabeza para observarlo. Mi compañero contiene una sonrisa de satisfacción que se complementa con su mirada serena. Intento comprender qué es lo que siento viéndolo. Por un momento creo que una oleada de decepción asolará mi cuerpo, y la rabia me dominará un rato porque, como decía a comienzo de curso, no puedo creer que el nuevo me supere cuando yo siempre fui el mejor estudiante. Pero no, ninguno de esos sentimientos negativos me domina. Estoy contento, contento por él, porque se ha esforzado en superarme después de una mala racha, como me prometió, porque es quien más se merece esa dichosa beca; es él quien tiene un sueño por cumplir, no yo. 

—Felicidades —le digo, y él se ríe como un niño, emocionado. Porque lo ha logrado, porque ha vuelto a ser el mejor—. Me alegra que seas el primero. 

—Gracias, y felicidades para ti también, has sacado una notaza, ¿verdad? 

Me mira a los ojos y se cruza de brazos, esperando una respuesta. Parece que hoy todos la esperan. Y yo bajo la mirada cohibido, recordando la pregunta que me hizo Gestalt hace un rato, ese momento en el que quiso saber si me gusta mi compañero, si siento algo por Rainer. 

Me río para mis adentros. Qué pregunta más absurda. 

—Joder, otro tres —bufa Klaus a nuestra espalda, provocando que demos un respingo del susto. Cuando nos giramos nos encontramos con todos los chicos de clase salvo Adler—. El profesor de física no viene hoy, así que nuestro descanso se ha alargado. ¡Vamos al patio!

Caminamos en grupo hasta llegar a un banco que hay cerca. En él están sentadas Annie y Tanja. La primera le explica a su amiga la trama de una serie que ha visto ayer a la noche, y parece bastante emocionada. Nosotros comenzamos a hablar de nuestras cosas, pero no nos da tiempo a asentar la conversación porque, de pronto, una chica un curso menor aparece ante nosotros, visiblemente nerviosa. Yo la reconozco al momento: es Viveka.

—Hola, ¿qué tal? —le dice Rainer, pero ella no le devuelve el saludo, solo mantiene su mirada fija en mí.

Avanza con cierta reticencia hasta donde yo me encuentro. Cuando llega a mi posición, busca con las manos temblorosas algo en el bolsillo pequeño de su mochila. Y, de pronto, me entrega una carta en forma de corazón. No tengo ni la más remota idea de qué hacer, si cogerla, no cogerla, salir corriendo o preguntarle si esto es una broma. ¿Es en serio? ¿Esta chica me está dando una carta rosa llena de corazones y con forma de corazón delante de todo el mundo? Al momento levanto mi vista hacia el banco; Annie me observa con la boca ligeramente abierta, el gesto serio, sujetando por el brazo a Tanja para que ella también preste atención a lo que sucede. Entonces, busca sin mirar su mochila y, cuando logra palparla, la agarra, se levanta del banco y se va al baño. Su amiga la sigue.

Yo estoy a punto de seguirla también, pero Klaus me agarra del brazo para impedírmelo. Aunque no solo eso me lo impide, sino una combinación de varios elementos: el timbre que suena avisando al resto de alumnos que tienen clases y que abandonen el patio, la mirada severa que me dedica Tanja mientras niega con la cabeza, como advirtiéndome que no me acerque a ellas; el hecho de que todos mis amigos me observan y, por último, la voz nerviosa de la muchacha.

—Esto... —titubea ella, jugando con sus manos, que están a la altura de su pecho—. Por favor, ten en cuenta lo que pone en la carta.

—¿Qué? —pregunto, extrañado por esa petición. No me lo puedo creer, esto va en serio.

—Que la leas. ¡Adiós! —se despide de mí y se lleva las manos al rostro, ocultando lo sonrojada que está. Acto seguido se aleja a toda velocidad de nosotros y se mete en su aula.

Oh, Dios mío, ¿Cupido me está vacilando o esto es una cámara oculta? Que la tierra me trague ahora mismo.

En un abrir y cerrar de ojos, la carta que tengo en la mano desaparece de mi vista. ¿Qué demonios?

—Vaya, vaya, una carta de amor —murmura Klaus con cierta burla mientras le da vueltas al papel. Acto seguido, se lo pasa a Adam.

—Oh, ¡esto es tan romántico! —se ríe, dándoselo a Adolf.

—Bueno, no es que le quedasen muy bonitos los corazones, pero le puso empeño —concluye, pasándole la carta a Dustin.

—¡Uy, a mí no me deis esto! —exclama él, dándole la carta a Reinhardt, quien se la entrega al momento a Rainer, que la recibe con una mirada tan vivaz como curiosa.

—Oh, por favor, pero qué tengo entre mis manos —se burla, tomando la carta y abriéndola. Ahí entro en pánico. ¿Qué mierda está haciendo? ¿Va a leer lo que me ha escrito esa chica? Eso es privado—. Vamos a ver lo que hay aquí.

Doy un paso hacia delante para encararlo, pero Klaus me vuelve a agarrar entre risas. No me puedo creer la actitud que están teniendo. Pero quien más me decepciona ahora mismo es Rainer, quien está mostrando una falta de consideración enorme hacia la chica que le confió sus sentimientos y con la que compartió varias conversaciones. ¡Diablos! Esto no me hace ninguna gracia.

—¡Dame esa maldita carta, Wolf! —le espeto, sin lograr mostrarme tan molesto como en realidad me siento, porque ellos me ignoran. Todos rodean a mi compañero para leer lo que Viveka me ha escrito. No, no puedo dejar que expongan de esa forma sus pensamientos, esto ya me lo estoy tomando como algo personal. Los sentimientos de alguien no merecen jamás ser objeto de burla—. Te estoy hablando en serio.

—Oh, vamos, deja que lo leamos nosotros primero. —No, ¿qué está haciendo? Va a leer. ¿Por qué se comporta así?—. Hola, Samuel —comienza, y yo dejo de forcejear con Klaus y me doy por vencido—. Es posible que no me conozcas, pero yo a ti sí. Después de tanto tiempo y tras las insistencias de una amiga he reunido el valor suficiente para escribirte y dejar de callar lo que siento. Esto me da tanta vergüenza que creo que muero, aunque no tanto como cuando te dé la carta y sepa que vas a leer lo que estoy escribiendo, pero quiero decirte que me gustas, me gustas desde hace tiempo. Y no dejo de verte cada día, cuando... —titubea, y en verdad su voz ha empezado a sonar más apagada a mitad de la lectura. La sonrisa le desaparece, cierra los ojos, niega con la cabeza y dobla la carta—. Esto es demasiado personal —me dice, con pesar—. Lo siento. No sé en qué estaba pensando, toma. Es tuyo.

Me entrega la carta y yo se la quito de las manos sin cuidado. La guardo en el bolsillo del pantalón y los miro con los brazos cruzados y mi mayor cara de cabreo. Ellos dejan de reírse y agachan la cabeza, arrepentidos. 

—Samuel, era broma, no te molestes —me pide Adam, mientras se frota el pelo y deshace su peinado en punta—. Creímos que la chica te estaba gastando una broma.

—Lo que vosotros digáis.

—Vamos, siempre nos reímos de estas cosas. Y reconoce que la carta ha sido algo demasiado absurdo. ¿En qué año estamos? —continua Klaus, excusándose. Esa no es, ni de broma, una buena forma de disculparse.

Miro a Adolf, Reinhardt y Dustin; con ellos no estoy tan molesto porque, de alguna forma, los han forzado a participar en esta broma. Sin embargo, no puedo evitar sentir una gran decepción por Wolf, no me esperaba que se comportase de una forma tan capulla. Lo miro y él se sienta en el banco donde antes estaba Annie, tira su mochila y se lleva una mano a la frente, decaído. Ahí detengo mi enfado: es posible que mis amigos estén arrepentidos de verdad y yo haya dramatizado. Puede que esta situación me afecte demasiado por lo que sucedió hace un rato con Gestalt. Por lo vulnerable que me sentí cuando expuso los supuestos sentimientos que tengo por mi compañero.

—Perdona —insiste Wolf, de nuevo—. No sé por qué lo hice. No lo pensé. —No, no le creo, pero sé que se siente tan mal por lo que ha hecho que decido restarle importancia, o mejor dicho, olvidarlo—. Pero lee la carta, no la dejes en el bolsillo abandonada.

—¡Eso! Perdónanos —exclaman el resto al unísono, mirándome con cara de pena.

Yo no puedo evitar reírme, me siento en el suelo, abro de nuevo la carta y comienzo a leerla. La chica dice que le gusto, que lleva un tiempo pensando mandarme esto, que quiere hablar conmigo en el próximo descanso en las escaleras que están al lado del acceso a la cafetería y, por último, me pide por favor que no la ignore y que tome esto con la máxima discreción posible. Doblo la carta y suspiro, sin tener ni la más remota idea de qué hacer. Joder, qué vergüenza, ¿de verdad que tengo que ir a hablar con ella?

Y, de pronto, siento dos cabezas apoyadas en cada uno de mis hombros.

—Acéptala y acuéstate con ella, Samuel, los dos saldréis ganando —me susurra Klaus, a mi espalda.

—No le hagas caso, explícale cómo te sientes y recházala de forma elegante —me dice Rainer. Madre mía, es como si tuviese a un demonio y a un ángel a cada lado hablándome.

—Pero ¿qué dices, Rainer? ¿Por qué va a rechazarla? —le encara a nuestro compañero—. Ella quiere un poco de dosis de amor Mülleriano, ¿qué pasa si él quiere dárselo? ¿Por qué iba a rechazarla?

—Oh, vamos, ¿le estás diciendo que utilice a una chica que está interesada en él?

—¿Utilizar? Qué palabra tan fea, ¿quién ha dicho eso? —pregunta Klaus, fingiendo estar ofendido. Yo decido alejarme de ellos. ¿En algún momento va a dejar de discutir con él por todo?—. Si ambos quieren desafogarse juntos, que lo hagan. Además, ¿quién sabe? Quizás encuentre entre sus brazos a su verdadero amor —se mofa, llevándose una mano a la boca y simulando una risita.

—Bah —concluye Wolf con hastío, volviendo al banco y sentándose en él con los brazos cruzados y un gesto de molestia bastante infantil. Qué demonios.

—La oposición ha sido derrocada —concluye Adolf con seriedad.

—¡Sí! Samuel, vete a por ella. ¡Sé un galán seductor y hazla caer en las redes del amor! —prosigue Klaus.

—No entiendo, ¿no se suponía que ya había caído en esas redes? —pregunta Dustin, lo ignoramos.

—¡Por supuesto que la hará caer! Eso no se duda. Ahora practica con nosotros el grito de guerra del macho seductor —suelta de pronto Adam, gruñendo como un orangután. ¿Pero estos qué han esnifado hoy?—. Vamos, Samuel, practícalo.

—Ni de coña.

—¿Ni siquiera vas a hacerlo por Viveka, tu único y verdadero amor?

—Sois unos babosos inmaduros —les recrimino, harto de sus bromas.

—Si no lo haces tú lo haremos nosotros —concluye, se acerca a Klaus y comienzan a fingir ser orangutanes. Yo ya no sé en qué momento decidí ser amigo de ellos—. Y si no vas ahora mismo a por ella, ¡vamos nosotros!

Se miran y, acto seguido, comienzan a correr en dirección al aula donde se encuentran tanto Viveka como sus compañeros. Por un momento me asusto, para después recordar que no serían capaces de entrar en un aula estando el profesor dentro. O eso creo. A ver, no están tan locos.

Los miro con atención. Corren y ríen tanto que, cuando se acercan a la puerta de clases, se olvidan de frenar y chocan contra ella. Menudo par de idiotas. La profesora Ratzinger sale del aula y los mira negando con la cabeza. Acto seguido, les dibuja una cruz en la frente con tiza y cierra la puerta. Bien, esto ha sido demasiado absurdo.

Vuelvo la vista hacia donde se encuentra Wolf. Está inmerso en su libreta, evitándonos. Entiendo por qué, parecemos bastante idiotas. En un momento dado, me mira por el rabillo del ojo y sonríe. Yo me doy la vuelta e intento concentrar mi mente en lo que va a pasar en un rato: hablaré con Viveka, solo eso. Hoy no va a pasar nada más.

No, no pasará nada más.

°°°  

La clase que tengo antes del segundo descanso es Matemáticas. Me aburre esta asignatura, aunque sea muy bueno en ella. ¿Motivo? Lo siento, pero el profesor Endler me trasmite demasiada poca carisma. Es seco y anodino. Aunque casi todas mis compañeras opinan lo contrario. Dagna, Maud, Heidi y las gemelas lo miran con auténtica devoción. Annie está más concentrada en tomar apuntes que en babear por un hombre diez años mayor que nosotros. Tanja, sin embargo, atiende al profesor con una actitud regia que me inquieta. No despega su vista de Endler excepto para hacer alguna anotación en el cuaderno, asiente con la cabeza cada vez que él termina una frase e intenta ser siempre la primera en responder a sus preguntas. Qué aplicada es esta chica. 

Y aquí estoy yo, con la carta de Viveka en el bolsillo, nervioso por culpa del encuentro que se efectuará en breves. Es curioso que sea este tema el que haya ocupado mi mente, cuando estaba más que seguro de que mi cerebro me martirizaría todo el tiempo con la conversación que mantuve con Gestalt. Pero no.

¿Que no? Eso te lo has creído tú. 

Oh, Dios, ¿qué he hecho?

Gestalt te ha preguntado si te gusta Wolf. ¿Recuerdas lo que le has contestado? Lo mal que le has hablado. ¿Cómo vas a volver a mirarla a la cara después de todo lo que le has dicho? No se lo merecía. Ella, que busca ayudarte, y la tratas así porque no eres sincero contigo mismo, porque tienes miedo.

Me froto la frente y cierro los ojos, intentando concentrarme en algo que no sea la charla con mi psicóloga. ¿Gustarme? ¿Él? No, nunca me ha gustado un chico, no entiendo por qué ha malinterpretado mis palabras. Odio cuando lo hacen. No siento la más mínima atracción hacia Wolf, solo respeto. Porque él es una buena persona, porque tiene una forma de ser que admiro. Simple, sencillo. La ruptura con Annie me ha debilitado, por eso a veces sus palabras me afectan demasiado, por eso sus muestras de afecto me ponen nervioso. Por eso aquella vez que se acercó tanto a mí entré en pánico; él no iba a besarme, estaba borracho, yo me imaginé demasiadas cosas. No puedo pedir que no me malinterpreten a mí y malinterpretarlo yo a él. No es justo.

Me recuesto más en el pupitre y suspiro. Entonces, me percato de que Rainer también lo ha hecho. Lo miro y hacemos contacto visual. Sus ojeras están muy marcadas, detalle del que no me había percatado hasta ahora. Parece igual de ajeno a la clase de Matemáticas, como si su mente estuviese en otro lugar. Entonces, noto como su mirada le da calor a mi pecho. Siento agobio y ansias, así que vuelvo a centrar mi atención en Endler. Esto me afecta demasiado. Joder, ¿por qué estoy actuando así? 

En ese justo momento toca el timbre. Sin pensármelo dos veces, me levanto y salgo el primero del aula, sin esperar por nadie. Me dirijo al hall y camino hacia las escaleras donde me citó Viveka. Entonces, la veo allí: sentada en un escalón, abrazada a su mochila. Se mesa un mechón de pelo castaño que le cae cerca de la mejilla. Está nerviosa, al igual que yo. Por suerte, todavía no se ha percatado de mi presencia, así que no ha visto cómo he retrocedido y me he escondido detrás de un panel de noticias que hay en el centro del hall.

Mis amigos bajan las escaleras y me localizan con la mirada. Antes de que ninguno de ellos diga nada, Klaus toma la iniciativa, coloca sus manos alrededor de la boca en modo altavoz y exclama:

—¡Recítale un poema! Oh, Viveka, menudo par de tetas. Oh, Viveka, ven aquí para que te la met... —No termina esa grosería porque Rainer le ha tapado la boca con una mano.

No me da tiempo a escuchar como le recrimina, porque yo doy media vuelta de nuevo, en dirección hacia donde se encuentra la chica. Entonces, otra duda comienza a surgir en mí: dice que le gusto, ¿por qué? Nunca hemos mantenido una conversación, no me conoce más allá de lo que dice la gente de mí, ¿por qué le gusta un desconocido? ¿Qué tengo yo para, ante sus ojos, ser mejor que los demás?

Freno. No entiendo por qué de pronto dudo tanto. ¿Por qué me domina el miedo?

Suspiro otra vez y avanzo hasta donde se encuentra la chica. Cuando estoy a un metro de ella, levanta la cabeza y me mira, asombrada. Quizás pensó que yo no aparecería. Ahí siento que incluso mi rostro palidece. ¿Y si no soy como ella espera? ¿Y si la decepciono? Es que solo me conoce por las descripciones exageradas pero simples que hacen sobre mi persona. 

Alejo esos pensamientos y me siento a su lado. Ella permanece inmóvil. Las manos le tiemblan.

—Hola —le digo con una sonrisa para intentar transmitirle tranquilidad. Parece que funciona porque parpadea, como de vuelta a este mundo—. Ya leí tu carta, por eso estoy aquí.

—Oh. —Es lo único que dice. Me mira tan nerviosa que no logra impedir que se le sonrojen las mejillas. Estoy apunto de volver a hablar para acabar con este mutismo, pero ella se adelanta—. Está bien, seré sincera. ¡Yo no soy la chica a la que le gustas!

—Espera, ¿qué?

—¡Le gustas a mi amiga Angela!

Pero por favor, ¿quién es Angela?

—¿Y por qué no está ella aquí?

—Porque es tonta, y porque se ha enfadado conmigo —me confiesa, abrazándose a sus piernas. Yo no estoy entendiendo nada—. Lleva desde el año pasado colada por ti y siempre me pide consejos para gustarte. ¿Por qué? ¡Si yo no te conocía de nada! El caso es que, cuando se enteró de que rompiste con tu ex novia, quiso invitarte a salir, pero no se atrevió porque es muy vergonzosa, así que me obligó a hablar con alguno de tus amigos para averiguar tus gustos. Y yo acepté porque soy una idiota.

Se calla un momento y detiene un hipo repentino.

—Eh, tranquila —le pido con la voz pausada, frotándole el brazo porque creo que está a punto de echarse a llorar. 

Reconozco que sigo sin entender muy bien la historia que me ha contado Viveka. Aunque el nombre de Angela me suena de algo.

¿Estará hablando de tu amada canciller?

—Ella pensó que era buena idea confesársete hoy, así que me pidió, con toda la cara del mundo, que te escribiese y te diese una carta de su parte. ¿Yo? ¿A ti? ¿Le encuentras algún sentido? —me pregunta, apretando los puños. Sus ojos llorosos rebosan furia—. Me harté de cumplirle sus caprichos, y le dije que era imposible que quisieses salir con ella porque, como es obvio, no le ibas a perdonar que se burlase de Annie.

Se calla para sorber la nariz y limpiarse una lágrima. Yo agradezco que haya parado porque mi mente está ocupada analizando esa última confesión. Ahora entiendo de qué me sonaba el nombre de Angela: esa es la chica que le escribió «puta» a Annie en su taquilla, la misma a la que Rainer sermoneó. Viveka hizo bien diciéndole que no tenía ninguna oportunidad de salir conmigo.

—Entiendo. Entonces esa carta que he leído no contiene tus sentimientos, sino los de Angela, ¿verdad?

—No, son los míos —responde, tan acelerada como resolutiva. Esto no me lo esperaba—. Tú también me pareces muy guapo —confiesa, y otra vez la vergüenza se hace visible con un leve rubor en sus mejillas—. Pero yo me quedaba callada porque me importaba más Angela. Cuando hablé con tu amigo, cambié de opinión. Empecé a preguntarle por ti y, aunque él se extrañó al principio, terminó aceptando porque le hacía gracia la situación y... No sé, fue tan amable. Me respondía a cada pregunta, me habló muy bien de ti, me contó cosas que me encantaron. Y entonces supe seguro que me gustas de verdad. Así que, sé que no estás interesado en mí, pero por favor, ¡me encantaría conocerte! —Me sujeta de las manos, ansiosa—. Me gustaría ser tu amiga. ¿Me darías tu teléfono? Creo que sería genial que hablásemos de vez en cuando, ¿verdad?

—Pero Viveka, yo...

—Por favor, no te preocupes por herir mis sentimientos. Solo sé sincero conmigo. Si no te intereso, lo asumo y busco cómo olvidarte. Y si te intereso... —Niega con la cabeza y suelta una risa tímida—. Bueno, da igual, sé que eso es imposible. Dios, no sé por qué me declaré, qué vergüenza. Ya me voy, ¿vale? No quiero molest...

—Seamos amigos —la interrumpo, y ella me mira con los ojos muy abiertos. 

—¿En serio?

—Claro, me pareces bastante simpática.

Le pido su móvil para anotarle mi número. No puedo negarle mi amistad, esta chica me ha agradado, tanto por su personalidad como por su valentía para decir sus sentimientos, hecho que me ha sorprendido. Sí, me gustaría conocerla, creo que nos llevaríamos bien.

—Pues ahí tienes mi teléfono.

—¡Genial, muchas gracias! Y, oye, esto... Si te apetece que seamos cercanos de vez en cuando, ya sabes, también estaría dispuesta —me confiesa con una voz baja que mezcla un tono sugerente y vergonzoso—. Pero solo cuando hayas superado tu anterior relación y estés bien.

Oh, espera, está insinuando que seamos amigos... Espera, espera, ¿amigos con derechos?

Niego con la cabeza y me echo a reír. Ella acepta al momento mi negativa y acompaña mi risa. Qué chica tan sincera, está claro que no quiere desaprovechar ninguna oportunidad. Puede que parezca una tontería pero, en cierta forma, me halaga que se haya fijado en mí.

Suena el timbre que anuncia el fin del descanso y caminamos hacia mi aula. Antes de despedirnos, me da un abrazo y me dice que, si quiero, cuando terminen las clases, me esperará en la salida del Gymnasium para poder hablar un rato. Yo acepto y me dirijo a mi mesa ante la mirada interrogativa de todos mis compañeros.

Durante las siguientes horas, me mantengo absorto en mi mundo, pensando en todo lo sucedido. He llegado a admirar la valentía de Viveka, la claridad con la que hablaba de sus sentimientos, la seguridad con la que me los había confesado. Ni siquiera pareció preocuparle mucho lo que pensaría de ella, o lo que pensarían terceras personas. Porque sus sentimientos son solo suyos y nadie tiene derecho a juzgarlos.

Cuando termina el día lectivo, salgo del aula solo, con la intención de ir a mi punto de encuentro con Viveka. Entonces, mis amigos me rodean.

—¿Qué tal te ha ido con esa chica? —pregunta Klaus más sosegado, consciente de que sus bromas hoy no me han hecho gracia.

—Bien, bastante bien. Le he pedido que seamos amigos y le he dado mi teléfono.

—Oh, qué amable —desliza Wolf, mientras Klaus me mira como un padre orgulloso, fingiendo limpiarse una lagrimita.

—¿Y qué tal? Ha sido incómodo, ¿verdad? —Ahora es Adam el que me pregunta.

—Un poco, pero más por mí que por ella. La verdad es que al principio me preocupó no agradarle porque, yo qué sé, por mucho que le guste, no me conoce en absoluto. Pero en fin, quedamos en que intentaríamos ser amigos, si es que puede ser.

—Ay, Samuel, qué mal te he enseñado —me reprocha Klaus—. Quizás estabas ante la mujer de tu vida. Luego, cuando la tenga otro, te arrepentirás, te llamarás idiota. Y tú querido amigo Klaus te consolará.

—Ni caso, Müller —dice de pronto Wolf. Acto seguido posa una mano en mi cabeza y acerca su rostro al mío, risueño. Los nervios me dominan. Yo solo quiero que se aleje, que deje de provocar este sentimiento de ahogo tan repentino. ¿Por qué? ¿Por qué cada día que pasa esta sensación se hace más fuerte? ¿Por qué la temo tanto y a la vez me gusta? ¿Por qué tengo estos sentimientos tan extremos?—. Y no dudes tanto de ti: eres genial.

Me bloqueo ante sus palabras, no sé por qué. Es como si hubiese llegado al límite de mi aguante. Ellos se me quedan mirando, esperando a que avance, pero yo no soy capaz. El pecho me duele, me siento liviano. Empiezo a agobiarme. ¿Qué es lo que ha dicho? Nada, solo dijo que soy genial, una frase simple y espontánea, que no ha sido pensada, que cualquier otra persona diría. No importa, no tiene por qué afectarme. Entonces, ¿por qué me detengo? ¿Por qué he notado un escalofrío al escucharlo? ¿Por qué las palabras de Gestalt vuelven a repetirse en mi cabeza? No, esto es una tontería, lo que ella dice no es verdad. No puede ser posible porque, si lo es, me muero.

Miedo.

Eso es lo que siento de pronto: miedo. Y mis ojos se cruzan con los de Viveka, que baja las escaleras que están frente a nosotros y nos saluda. Yo la abordo, en un momento de desesperación, sujeto su mano y le pido algo que deja a todos mis acompañantes asombrados:

—Te acompaño a casa.

—¿Qué? —preguntan a la vez Adam, Dustin, Rainer y Viveka, incrédulos. Klaus alza el puño en señal de victoria, Adolf y Reinhardt niegan con la cabeza.

¿Qué es lo que intentas demostrarte a ti mismo, Samuel?

—O sea, quieres ir a mi casa —murmura ella, entre avergonzada y emocionada—. Creo... Creo que he entendido.

Y yo creo que, en realidad, todos hemos entendido lo que he querido decir con eso.

—Exacto.

—Vale, te espero afuera, voy a despedir a una amiga.

Ella se aleja. Yo no sé dónde refugiarme de las miradas interrogativas que tengo encima.

—Esto no me lo esperaba —concluye Adam, quien estoy seguro de que tomaba el tema de Viveka como una broma para molestarme y nada más. 

Tras un momento de silencio, todos deciden irse porque no quieren perder el bus y la situación es demasiado incómoda. Todos salvo Wolf, que sigue conmigo. Me llevo las manos a la cabeza y suspiro, agobiado. Él me escruta con la mirada, algo molesto. Diablos, no necesito a alguien más juzgándome, ya lo hago yo solo.  

—¿Qué quieres tú ahora, Wolf?

—No está bien que le hagas eso a Viveka si no te interesa. Os haréis daño mutuamente, Samuel.

¿Por qué diablos tienes que ser tú el que me diga algo que yo ya sé, cuando eres el culpable de que actúe de esta forma? ¿Por qué finges entenderlo todo y no entiendes lo que me sucede?

—Deja ya de darme lecciones de moral, joder, no me vas a moldear a tu gusto.

No sé por qué he dicho eso, estoy casi tan sorprendido de mis palabras como lo está Rainer. Me observa con los ojos muy abiertos, sin saber qué decir. Después, su mirada se endurece, aprieta los puños, da media vuelta y me espeta:

—Lo que tú digas. Pásalo bien con ella. 

Se va, dejándome solo. Toso para desenredar el nudo de agobio que cierra mi garganta, y me llevo las manos al pelo. No debí hablarle así, no a él, no cuando me confió sus más íntimas tristezas y yo le permití sentir plena confianza a mi lado.

Me he pasado de la raya.

Salgo del edificio con la única intención de respirar un poco de aire fresco. Noto como se me nubla la vista y creo que me echaré a llorar en cualquier momento. Me asola la terrible sensación de saber que no tengo un problema con el mundo, sino conmigo mismo. Me odio porque todavía soy torpe, porque todavía no sé enfrentar muchos problemas. Porque sigo siendo simple. 

—¿Samuel?

La voz de Viveka impide que entre en pánico. Asiento con la cabeza para darle a entender que todo está bien y nos iremos a su casa, juntos. Ella se mantiene en silencio. Su andar es reticente. Pasados unos cuantos segundos, se detiene.

¿Por qué? ¿Acaso ella también quiere remarcarme mis errores?

—Oye, Samuel, no creo que estés siendo sincero contigo mismo —murmura de pronto. Yo la miro sin entender el por qué de sus palabras—. Yo sí lo he sido.

—¿Qué quieres decir?

—No soy boba, sé que no quieres acompañarme a casa para, no sé, ¿liarnos? Y me resultaría doloroso compartir mi tiempo con alguien que, en el fondo, solo desea huir de mí. Lo siento, pero aún no estás bien por lo de Annie, ¿verdad? O no sé qué te sucede, pero estás actuando extraño. 

—¿Qué? ¿Extraño? Eso es absurdo —la interrumpo, hastiado. Ella tuerce la boca y se frota las manos—. No puedes sacar esas conclusiones porque ni siquiera me conoces. 

—Pero no actúas acorde a cómo te describió tu amigo. 

—Claro que sí, esta es mi forma de ser —le rebato, señalándome—. Yo soy así: simple.

Me arrepiento al instante de mis últimas palabras y de la debilidad que he mostrado en ellas. Por suerte, Viveka decide pasarlas por alto y, tras permitirse unos segundos para pensar, me responde:

—Fui sincera contigo y pensé que tú lo habías sido conmigo. Creo que necesitas aclarar tus pensamientos. Es mejor que cojas el bus antes de que lo pierdas. Nos vemos el lunes, ¿vale?

Se despide con la mano y se gira con la intención de irse. Durante un momento me dedico mil insultos. No me puedo creer que sea tan idiota. Acabo de asustar a la chica y le he mostrado mi faceta más débil y egoísta. Soy mucho peor que sus más bajas expectativas. Ella fue sincera conmigo, yo no dejo de mentirme, por eso solo hago el estúpido.

Doy un paso hacia delante y, en un intento de castigarme más a mí mismo y de conocer hasta qué punto he decepcionado a los demás, llamo a Viveka para formularle una pregunta que lleva días rondando mi mente:

—Viveka, espera —la llamo—. Cuando Rainer me describía, ¿qué decía de mí? 

Se da la vuelta y me mira a los ojos. Una suave brisa mece su falda y su cabello. Antes de responder, me dedica una sonrisa clara y sincera que me provoca el mismo efecto que un soplo de aire fresco.

—Que eres genial.

Sin poder evitarlo, sonrío como un niño ante esa respuesta. La calidez con la que mi corazón recibe esas tres palabras es más que suficiente para despejar mis dudas y derribar los obstáculos que me ponía a mí mismo. Así que, por fin, decido asumir mis errores y enfrentar mis propios miedos.

Porque me estoy engañando a mí mismo.

Camino de nuevo hacia el Gymnasium, temblando y con la mirada puesta en ningún sitio. Me dirijo al despacho de Gestalt; ella aún está allí. Al entrar, me mira sin comprender el motivo de mi repentina visita. Yo al fin lo hago, al fin lo entiendo.

—Lo siento, siento mucho mi actitud —le digo, y de pronto noto que me quiebro: se me nublan los ojos, mi respiración se agita, el miedo me domina. No, no puedo creer lo que estoy aceptando.

—Samuel, ¿qué sucede? —me pregunta, corriendo a mi lado para sujetarme de un brazo. Me guía para que me siente en la silla que está en frente a su escritorio y yo me dejo caer en ella, derrotado—. No importa, de verdad, no pasa nada.

—Sí pasa algo: estoy mal. Mis padres me van a odiar.

—¿Qué? Tus padres jamás te odiarían. No lo entiendo. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué dices eso?

—Por lo que siento —balbuceo. Joder, soy ridículo, soy frágil—. Tengo miedo de lo que siento, creo que no lo entiendo.

—¿Y qué sientes?

—Que es verdad, que me gusta ese chico.

Ya está. Lo he hecho, lo he dicho. Sin embargo, eso no me alivia. Todo lo contrario; jamás había notado tal cúmulo de sentimientos de toda clase arremolinándose en mi pecho, agobiándome.

—Samuel, no estás mal por eso. ¿Por qué lo crees?

—Estoy mal porque lo que siento está mal.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Mis padres, la sociedad.

—No, cariño, no. La sociedad no, sino la parte que han buscado que tú veas de ella. Lo que sientes no es incorrecto, lo que pasa es que no lo entiendes porque aún no lo aceptas, así que deja que fluya. No está mal sentirse atraído por alguien de tu mismo sexo, son cosas que pasan. No puedes evitar que tú corazón lata por otro, porque no puedes censurarlo ni cohibirlo. ¿Lo entiendes? —Yo asiento con la cabeza, indeciso—. Y quien te diga lo contrario, lo mandas a la mierda, porque lo que sientes es tuyo y nadie más tiene derecho a juzgarlo.

—Pero mis padres me odiarían si lo supiesen, no quiero disgustarlos más de lo que ya lo hago —confieso, llevándome las manos al rostro para ocultar mis lágrimas.

—Tus padres no te odiarán, y si lo hacen, pues siente pena por ellos porque tú eres capaz de querer sin barreras y ellos no —me dice, realmente molesta ahora con ellos—. Y de paso, que se jodan. Esto ya no te lo digo como psicóloga, sino como persona. Te has pasado toda tu vida reprimiéndote por culpa de ellos. Mira como te has puesto hoy por culpa del miedo que tenías a aceptar tus sentimientos. Dime: ¿cuánto tiempo llevas negándotelos por culpa de ellos? Y dime también: ¿cómo te ha afectado? Negativamente, ¿verdad? Pues que se jodan, porque ya no pasará más. Samuel, tú no estás mal, lo que sientes no está mal. Son ellos los que están mal, ¿de acuerdo?

Me limpio el rostro húmedo con las mangas de la camisa y asiento con la cabeza.

—De acuerdo, perdona.

—Samuel, deja de disculparte por sentir.

Y me abraza, como hizo la última vez que me quebré en su despacho. Yo le devuelvo el abrazo asustado como un niño, como un niño que ha hablado de algo malo, que ha dicho algo que no debía, que ha hecho algo asqueroso, pero que asume poco a poco que el problema es de los demás, no suyo. Y, mientras me tranquilizo en sus brazos, voy asimilando poco a poco un hecho que lleva demasiado tiempo latente en mí, que he ignorado, que he evadido por miedo y ahora acepto por vergüenza, porque me he percatado de que no puedo seguir ocultándome a mí mismo lo que siento, que esto crece y negarlo me estaba debilitando y dañando.

Me gusta Rainer Wolf.

°°°

Holi :)

Otra vez publicando a las tantas de la madrugada lol

Bueno, en estos momentos el cerebro de Samuel y muchos lectores están en plan: joder, Samuel, al fin, carajo. QUE ALGUIEN LE LANCE UN NOKIA.

En fin.

Contadme qué os ha parecido el capítulo, dejadme vuestras impresiones y... ¡Nos vemos en la próxima actualización! :D

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro