Capítulo I: Génesis

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1966, Treacy Village
Sábado de Pasión, 3 de Abril.

Faltaban diez minutos para las once de la mañana, y Audrey andaba aprisa por las calles adoquinadas, siguiendo el camino hacia la iglesia que había memorizado ya hacía tantos años.

La brisa cálida llevó consigo el olor de las azucenas y las dalias.Avistó la iglesia de madera entre el prado, el viento hacía cantar a la hierba y al otro lado se escuchaba el mar, más allá del acantilado. Addy subió los peldaños de la entrada, y se santiguó antes de entrar en silencio, pues la misa ya había empezado.

Todo el pueblo se encontraba escuchando el sermón del padre Matthew. Tenía la biblia abierta en una mano, con un rosario como punto de libro.

Audrey se relamió los labios, algo nerviosa por la manera en la que su pierna temblaba constantemente.

—¿Estás bien?

Giró la cabeza hacia Natalia, la rubia de vaqueros acampanados y blusas de colores vivos.

—Sí. —Le susurró de vuelta—.

Natalia esbozó una sonrisa y esperó a que hablara.

—Bueno tú... —Carraspeó entonces—. Eres mayor que yo.

—Tampoco tan mayor. 

—¿No tenías treinta y...?

—Bueno, como sea. —La interrumpió, palmeando la mano de Addy y llevándosela a su regazo—.

Audrey parpadeó lentamente, dándole la atención que merecían a cada uno de sus ojos verdes. O quizá azules. Todo dependía de la iluminación. Se acercó un poco más aunque sus brazos se tocaban, y ladeó la cabeza para susurrarle.

—¿Tú...? ¿Podrías ayudarme a saber si estoy embarazada?

—¿Qué? Vaya. Vaya...

Addy se quedó mirando su reacción, y bajó la cabeza.

—Perdona, perdona. —Sonrió Natalia, mostrando su dentadura—. Se me hace raro admitir que... Bueno, que Roger te ha dejado embarazada.

Su silencio no le contestó.

—¿Por qué...? —Natalia endureció el tono—. ¿Es de Roger, verdad?

—¡Por dios!

Addy observó a su alrededor con los labios entreabiertos, viendo que todos la miraban en silencio. Carraspeó y observó al padre Matthew, el cual también la miraba.

—Lo siento.

Él la reprendió y retomó el hilo del sermón. Addy tragó saliva, volviendo a la conversación.

—Claro que es de él, Natalia. ¿Cómo puedes pensar eso de mi?

—¿De-?

—Cállate, por favor. Olvídate de lo que he dicho.

Addy suspiró por la nariz, y se secó el sudor de sus manos contra la falda.

Cuando terminó la misa salió al prado y se encontró con los niños jugando, a algunos padres hablando entre ellos y el ruido del mar al otro lado del acantilado. Esa mañana verdaderamente se respiraba paz, y los rayos de sol calentaban la piel.

—Adiós, Addy. —Se despidió su vecina rubia, acercándose a ella para besarla en las mejillas—.

—Adiós, Natalia.

Ella le sonrió por última vez y se fue con su familia, cogiendo a su hijo en brazos. Addy evitó tocarse el vientre con un escalofrío en los hombros.

—¿Todo bien, Addy?

Se giró al escuchar aquella voz, encontrándose con el padre Matthew. Asintió con la cabeza, sonriéndole suavemente.

—¿Cómo te ha ido la semana?

Él se acercó, dejando una mano en su hombro.

—Bien. —Respondió, asintiendo con la cabeza—. Bien, gracias por preguntar.

—Pareces preocupada por algo.

Addy suspiró.

—¿Tanto se me nota?

—Tus ojos te traicionan. ¿Puedo ayudarte en algo?

Addy volvió a suspirar, permitiéndose relajarse frente a sus palabras amables. Pestañeó, descansando su mirada en el alzacuellos blanco de la camisa. No supo qué contestarle.

La gente fue esparciéndose entre el prado, esperando por la donación de alimentos que había organizado la iglesia.

—¿Vas a quedarte al almuerzo benéfico? —Le preguntó, llevándose las manos a la espalda—. 

—No. Volveré a casa.

Matthew la miró a los ojos, buscando esa magia que antes irradiaban sus orbes verdes, encontrándose con las migajas de esa luz que un día la hizo ver etérea e inalcanzable. Del puente de su nariz se separaban dos líneas, exclamando el cansancio de su rostro aún estando maquillada.

Y sus labios, perpetuos en una sonrisa educada. El padre Matthew evitó suspirar, tomando una respiración profunda.

—¿Ha vuelto a pasar?

Addy negó, observando la hierba verde bajo sus bailarinas.

—No, Matthew. ¿Por qué piensas eso?

—No te estoy dando un sermón, Addy. Mírame. 

Ella lo hizo, levantando la cabeza para corresponderle. Se le revolvió el estómago.

—Quiero que estés bien. —Repitió, como tantas otras veces le había dicho—. Créeme, quiero que estés bien.

—Lo sé. —Musitó, mordiéndose el interior de las mejillas—.

Cuánto odiaba esas charlas... Por eso estuvo evitando acudir a la iglesia el último mes. Y Matthew había notado su ausencia.

—No mereces esto.

—Matt... —Intentó disuadirlo, frunciendo el ceño y cerrando los ojos—.

—Sé que odias que te diga estas cosas. Tanto como yo odio tener que decírtelas.

Ella se censuró a sí misma para no contestarle. Ese último año había aprendido a hacerlo; a no responder, a desechar pensamientos por el simple hecho de aparecer. O al menos eso pensaba al principio. Luego se fue consumiendo, poco a poco, o quizá fue un gran incendio; como Nerón cuando prendió fuego a Roma. Y de Audrey, solo quedaban cenizas.

Lo miró de nuevo a los ojos, cansada de esas conversaciones sin salida.

—Está acudiendo a terapia... —Lo susurró sin darse cuenta—. Roger no es un mal hombre, Matt. Ya lo sabes. Solo necesita a alguien que lo ayude, y lo está consiguiendo.

—La primera vez pensaste que te había roto los huesos de la cara, Addy.

Ella hizo un ligero puchero, arqueando su labio inferior hacia abajo, pero rápido se recompuso. A su alrededor se acumulaba gente con cajas de comida, riendo y charlando.

—Solo necesita ayuda. —Se encogió de hombros, articulando las palabras con un hilo de voz—. ¿Por qué insiste tanto, padre? Ya lo sabe. Lo quiero. Con todo lo bueno y todo lo malo.

Susurró.

—Quiero a mi esposo. 

Desgraciadamente lo haces. —pensó él.

Vagó sus ojos azules por el rostro demacrado de Addy en silencio, y ella asintió con la cabeza al ver que la conversación había acabado.

—Gracias.

—¿Te apetece un café? —Le sugirió, tocándole el hombro para invitarla a pasar a la iglesia—.

Pero Addy pensó que iba a abrazarla, y dio un paso hacia él, abriendo ligeramente los brazos para corresponderle. Intentando no desmoronarse de pura desesperación cuando respiró su aroma a incienso y mirra, casi rogándole que no le preguntara por qué lo hacía.

Y el sacerdote no lo hizo, solo le frotó la espalda.

—Gracias. —Suspiró—.

—Nada de esto es por tu culpa, Addy. 

—No lo sé. —Negó, castigándose al pensar lo mucho que odiaba a ese niño que quizá ni existía dentro de ella—. Estoy tan cansada...

—Veo que sí necesitas ese café. —La apartó, tomándola de los brazos—.

—No creo que...—Vamos, la hermana Grace se alegrará de verte.

Matthew la acompañó hacia la iglesia, y Addy le sonrió con lágrimas en los ojos sin que él la viera.

Si intentase irme Roger me mataría—pensó—. Si lo dejo me encontrará y me matará.

—¡Addy!

Ella se giró hacia la mujer que gritó su nombre, y la vio levantando la mano para llamar su atención entre la multitud que se había formado.

Notó el corazón en la garganta, palpitando cada vez más fuerte.

—Sharon...

—¡Hola! ¿Te acuerdas de mi? La hija de Amanda.

—Claro que me acuerdo de ti, Sharon. 

Le sonrió incrédula, y ella se lanzó a sus brazos. Addy escuchó su risa al lado de la oreja, el perfume cítrico de su pelo, y el colgante que llevaba se le clavaba en el pecho por cómo la estaba apretando.

—Cuánto tiempo... Dios mío. 

Addy asintió profundamente con la cabeza, examinando a la mujer rubia que conoció como pelirroja natural en la escuela de Treacy Village.

—Wow... —Balbuceó Addy—. Qué cambio has dado en estos años, estás preciosa. Y más fuerte.

—Bueno, puedo decir lo mismo de ti. 

Tomó sus manos, sonriéndole, y algo se movió detrás de Sharon. Una sombra que Addy vio de reojo, pero al girar la cabeza ya no estaba.

—No esperaba verte de nuevo. —Le apretó las manos—. Cuando te graduaste dijiste que no volverías aquí ni aunque te pagasen. ¿Por qué has vuelto?

—Uf... Tengo muchas cosas que contarte. Estaba pensando en llamarte si no te encontraba aquí. Porque no me dirás que no a un paseo por la playa, ¿verdad? —Le respondió Sharon, alejándose para acudir a su turno—. ¡Te llamaré esta noche! No te despegues del teléfono, ¿de acuerdo?

La amenazó, y Addy despidió a su vieja amiga con una sonrisa. Después buscó al padre Matthew entre la gente, pues lo había dejado colgado, y lo encontró apuntando algo en el albarán de recogida.

—¿La has visto? —Le dijo Addy—. Era Sharon, la que iba conmigo en el instituto, ¿te acuerdas de ella? ¿Tú la conociste?

—Sí.

El sacerdote pasó los informes al voluntario de la mesa.

—Volvió ayer. Su madre la ha obligado a hacer esto.

—¿Cómo lo sabes?

—Pensaba que íbamos a por un café. —Frunció el ceño—.

Ella le sonrió.

—Tienes razón, siento haberme distraído cuando me ha llamado, ¿pero sabes quién es Sharon? ¡Se fue hace cinco años y aún se acuerda de mi!

—¿Si érais tan amigas por que no te llamaba? ¿O te escribía cartas?

—No tenía tiempo. Entró en la academia de policía con la mejor puntuación, ¡y la publicaron en el periódico! Ni siquiera sabía que la policía acepta mujeres.

Entraron en la iglesia, donde el calor era asfixiante, y mientras Addy hablaba sobre Sharon, lo escuchó carraspear a su espalda.

Se giró hacia él al ver que no la seguía.

—No quiero avergonzarte. —Se acercó, cabizbajo—. Pero te has manchado el vestido.

Addy ahogó un grito cuando entendió sus palabras. Se llevó las manos a la espalda, bajando, y casi se puso a gritar cuando encontró un líquido carmesí en sus yemas.

Sonrió con una esperanza que vibró en su pecho, mostrando su dentadura blanca mientras soltaba una risa esporádica. Se encogió de hombros mientras reía en voz baja, con una tranquilidad repentina.

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