Capítulo XIII - Presente

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Tras salir del despacho del rector, Ibai se dirigió a la comisaría. Sabía que ya no era becario allí y que no podría colaborar en el caso, pero no era eso lo que buscaba. No, ahora mismo solo quería hablar con alguien, y Yeri le parecía la mejor opción, siempre era la mejor opción.

Una vez llegó, vio como el inspector se sorprendía de verlo, y era normal, había dimitido de ser becario en el lugar el día anterior para que él no perdiese su puesto de trabajo remunerado.

—Pensé que habías dejado las prácticas aquí...

—Ya... no vengo como becario... si no como amigo... quiero compañía... no estoy muy bien...

—¿Quieres hablar de ello? —El joven negó a modo de respuesta y allí se zanjó la conversación sobre el tema.

Las horas pasaron lentas sin que Yerai avanzase y con Ibai en absoluto silencio, pero sobre la hora del café, cuando el inspector se acercó a su ex-becario con una taza de chocolate, nata montada y virutas de colores, habló un par de minutos.

—Han expulsado a tres chicos de la universidad por chivarme...

—¿Chivarte? ¿De qué hablas?

—Me pegaron... —Pasó la mano por su labio y su mejilla, corriéndose levemente el maquillaje, dejando a la vista las heridas y los moratones —, y fui a donde el vicerrector de la universidad porque ya estaba harto... no pensé que los fueran a expulsar...

—No los han expulsado por tu culpa... ellos son los causantes de la acción que les ha expulsado...

No obtuvo respuesta alguna, el chico volvió a sumirse en silencio en su mundo interior.

Cuando dieron las ocho, el inspector se dio por vencido en lo que llevaba de día. No había pistas nuevas, no encontraba enlaces y tenía el cerebro atrofiado de tanto pensar sin descanso.

—No es bueno mantener las penas dentro, Ibai... vamos, te invito a tomar algo en el Alaia para que, si no te desahogas, por lo menos comas y bebas algo.

—No es necesario, Yeri... —El inspector no le dio importancia esta vez, sabía que el chaval lo había pasado mal y que le había costado abrirse lo poco que se había abierto a él.

—No lo es, pero quiero hacerlo, así que levanta el culo y vamos —Con eso consiguió arrancar media sonrisa al chaval y se fueron hacia el bar —. Luego te llevo a casa, he aparcado en la puerta como quien dice.

Ambos entraron al bar y fueron directos a la barra, cuando Yerai pidió tuvo que reprimir una sonrisa al saber que su joven acompañante quería un batido de vainilla para acompañar su pincho de tortilla.

Ibai dio un vistazo rápido al bar, el más normal que podía encontrarse en mucho, con una barra con varias banquetas y poco más, con una decoración escasa y un gran televisor en el que se pondría el fútbol cada vez que jugase la Real. Después le dio un vistazo a su especie de jefe, eran casi tan amigos como si se conociesen de siempre, y tenía con él tanta o más confianza que con sus pocos amigos, pero era incapaz de decirle nada de lo que había pasado en la universidad porque implicaba sus sentimientos hacia él.

Pasaron juntos un rato agradable riéndose de cosas sin sentido, abstraídos del caso y de la realidad que les rodeaba, reprimiendo ambos unos sentimientos que creían no correspondidos.

Fue entonces cuando todo se torció, un hombre de unos cincuenta años entró por la puerta, no era nada del otro mundo respecto a fuerza, pero los ojos, pelo y facciones de la cara le dejaron claro a Ibai quien era, el padre de su abusón, del que le había atacado e insultado.

—Eh, tú eres el cabrón por el que han expulsado a mi hijo de la universidad —Ibai se agarró con fuerza a su vaso de batido, como si eso fuese a protegerle, y sintió un gran alivio cuando Yerai se puso entre ambos —. Apártate, tengo unas cuantas palabras con él.

—Si quieres hablar con él, hablas, pero vas con otras intenciones, bastante claras además.

—Oh, perdón, no sabía que era tu novia —En ese momento soltó una risotada que heló la sangre de Ibai—. No tengo ningún problema con enfrentarme a ti si es lo que prefieres.

—Ibai, espera en el coche. —Extendió las llaves hacia él, que las cogió y se fue, demasiado asustado como para rebatir nada.

Yerai sabía lo que esto le suponía, había dado el aviso de manera silenciosa y podía decir que era en defensa de una tercera persona a la que él había puesto a salvo, pero igualmente le traería problemas meterse en una pelea, era bien sabido que nadie lo quería en comisaría.

Fue una pelea de todo menos justa, por lo visto los comentarios de ese hombre habían sido suficiente para que otro par de homófobos se animasen a darle una paliza, y por muy policía que él fuese, no era capaz de ir en contra de tres personas a la vez, con el resto del bar vacío a excepción del barista, que estaba realizando un segundo aviso a la policía.

Cuando la policía llegó, Yerai tenía un aspecto bastante lamentable, tanto que lo dejaron ir sin decir nada al jefe, por pura pena.

Al salir fue directo al coche y lo único que logró sorprenderlo fue como encontró a Ibai. El universitario estaba llorando, hundido en el asiento del copiloto. Cuando el inspector montó en el coche no pudo hacer nada más que parar en seco las lagrimas y mirar al nuevo inquilino del coche.

—Yerai... Lo siento mucho... Esto es culpa mía, deberían haberme atacado a mí o deberíamos habernos ido los dos... Lo siento, estaba muy asustado y... —La única respuesta que recibió fue una sonrisa ladeada.

—A modo de disculpa... ¿Qué tal si haces de enfermero con lo que me han hecho? Tranquilo, lo más complicado será poner Betadine en una herida. —El copiloto asintió secándose las lágrimas y ambos se pusieron en marcha dirección a su próximo destino.

De camino, Ibai se dio cuenta de que no sabía apenas nada de su mentor más allá de lo poco que le contaba en comisaría, era un hombre reservado que hablaba poco de sí mismo, pero que daba lo que fuese por ayudar, como acababa de comprobar.

El coche fue reduciendo la velocidad al entrar al edificio, no se había dado cuenta del viaje, pero habían llegado a Gros y estaban ya aparcando en el garaje que tenía alquilado el mayor. Salieron del coche en completo silencio y subieron la cuesta que los sacaba del lugar, su destino no era en ese mismo bloque, así que salieron a la calle y torcieron a la derecha. Ibai sabía perfectamente donde se encontraba, había recorrido esas calles miles de veces cuando tenía que ir a clase, y, entre sus ánimos y la luz de la noche, le entró la nostalgia.

No tuvieron que caminar mucho, apenas cruzar de un lado a otro de la calle para cambiar de manzana y caminar unos pasos hacia el portal que había junto al supermercado. Ibai iba como un zombie tras su guía, que decidió usar el ascensor en contra de sus costumbres para poder estar junto a quien más deseaba. La cercanía del ascensor era tal que ambos podrían oler el perfume del otro si quisieran, aumentando el nerviosismo de ambos.

Salieron del ascensor el uno tras el otro, para nada más entrar en la casa dejar a Ibai embobado. Nunca se había imaginado que su superior tuviese un piso tan grande como el que estaba viendo. La primera vista era un amplio salón comedor, con una mesa demasiado grande para que comiese él solo a diario, dando paso a un salón con un sofá color crema y un mueble blanco frente al mismo para apoyar el televisor más grande que Ibai había visto jamás. Con una decoración minimalista y moderna el piso le parecía bastante frío, y cuando vio las luces de la cocina encenderse por acción de Yerai le dio la sensación de ver una morgue.

—Tengo aquí el botiquín, ve al salón que estarás más cómodo para hacerme de enfermero. —Eso fue lo único que necesitó Ibai para sentirse en esa casa mejor que en la suya misma.

Fue a sentarse en el sofá mientras se quitaba la chaqueta, dejándola en el respaldo de una de las sillas del comedor. La comodidad del sofá le hizo sentirse adormilado, habían pasado tantas cosas en los últimos días que no había descansado bien desde hacía mucho. Cuando estaba apunto de cerrar los ojos para echarse un rato, el sofá se hundió a su lado, recordándole a Ibai donde estaba.

—Solo vas a tener que poner Betadine, lo haría yo, pero no llego a mi espalda y me he clavado una esquina de la barra ahí —Al terminar estas palabras se quitó la camiseta y le dio la espalda al joven, que tuvo que juntar toda su fuerza de voluntad para no sonrojarse al máximo por ver sin camiseta a la persona con la que deseaba acostarse cada noche y despertar cada mañana—. ¿Te pasa algo, Ibai?

—N-no, nada. —Empezó a limpiar la herida y a poner el desinfectante con cuidado, oyendo los suspiros del contrario, cuando terminó no supo dónde poner las manos, ni como ponerse él, para que no se notase el bulto que su erección había creado en su pantalón.

—Espero que no te incomode que no me ponga la camiseta hasta que eso se absorba.

—Para nada, ¿Por qué iba a importarme? —Fue entonces cuando el rubor cubrió sus mejillas y fue suficiente para que el mayor sonriese enternecido.

—Haré algo de cenar, es tarde y vives lejos, hoy duermes en mi cama, yo duermo en el sofá —Se levantó nada más terminar la frase para ir a la cocina tal cual estaba, obligando a Ibai a respirar profundamente y pensar en otra cosa para poder levantarse e ir a la cocina a ayudar con lo que pudiese —. Sí —Escuchó antes de siquiera decir nada —, puedes ayudar poniendo la mesa.

Eso fue lo que hizo el joven, cuando estaba acabando Yerai le dijo que sirviese los fideos en los cuencos mientras él iba a por su camiseta. Cuando Ibai estaba sirviendo, el inspector no pudo evitar imaginarse abrazándolo por detrás para atraerlo hacia sí. Nunca había tenido sentimientos tan cariñosos hacia alguien en el ámbito sexual, normalmente habría fantaseado con follar ahí mismo, con romperle ese culo virgen contra la encimera de la cocina y obligarle a limpiar el semen que se quedase en su miembro al acabar. Pero no con él. Quería mimarlo, abrazarlo por la espalda y besarle suavemente el cuello para transmitirle cariño. Besarlo despacio durante horas y, por primera vez en la vida, no quería follar, quería hacerle el amor hasta que el alba los descubriese desnudos en su cama.

Apartó esas ideas de su cabeza lo más rápido que pudo para contener su excitación y fue a por su camiseta, aún no sabía porque no lo había llevado a su casa en vez de decirle que se quedase a dormir, podría haber hecho lo mismo que la última vez y apartar el coche para bajar su erección después de dejarlo, pero ahora no podría hacerlo.

Se sentó con él a cenar, escuchando la conversación, sin apartar la mirada de esos labios que habían sido atormentados por los compañeros del propietario para después hacer que se comiese un cigarrillo encendido. Deseando besarlos para librar cualquier mal recuerdo que quedase, queriendo limpiarlo de impurezas con su lengua.

Ibai por su parte había perdido toda esperanza de gustar al mayor más allá de en una amistad, una sonrisa tierna era todo lo que había conseguido causarle, pero él en cambio aún estaba peleando por esconder su erección.

—No... no quiero que duermas en el sofá por que yo duerma cómodo, soy el invitado, duermo yo en el sofá y listo... —Vio como el mayor se levantaba y se acercaba a él para recoger los platos sin darle ninguna respuesta.

Cuando volvió de la cocina vio que llevaba dos latas de cerveza, mucho alcohol a ojos de Ibai, poco a ojos de Yerai.

—Si quieres que yo no duerma en el sofá, compartimos un rato con las cervezas y la tele. —Ambos jóvenes temían hacer alguna estupidez por el alcohol, una cerveza no era nada, pero si lo suficiente como para soltar ese pequeño nudo que no hacía que el pequeño saliese corriendo o el mayor se lanzara a saborear los labios del menor.

Cuando el ex-becario asintió se levantó de la silla para adelantarse al salón, viendo una vez sentado como su anfitrión encendía la tele para tener ruido de fondo mientras bebían y charlaban.

Tras esas cervezas vinieron otro par, relajando a Ibai, al que dejó de importarle que de vez en cuando la excitación le hiciese sentir que la polla le iba a reventar el pantalón. Se giró en el sofá para apoyar su cabeza en las piernas del chico por el que estaba colado.

Las cervezas afectaron de manera distinta a Yerai. Veía al joven aun más guapo que antes y le costaba horrores aguantar las ganas de lanzarse a comer de esos perfectos labios que decoraban la pálida piel. De alguna manera estaba controlando su erección, aunque el dolor que sentía por no poder masturbarse y correrse soñando con el chaval le estaba haciendo perder los estribos.

Cuando este se reclinó sobre sus piernas Yerai no pudo más que echar la cabeza hacia atrás y apoyarse totalmente en el sofá, descontrolado en su interior sobre estirar del pelo del universitario y sentárselo sobre las piernas mientras se olvidaba de controlar sus instintos primarios para que notase lo que le causaba. Deseaba ver la cara de sorpresa del menor sonrojada por el bulto que sentiría en su culo mientras el mayor suplicaba porque no saliese corriendo.

Ibai cerró los ojos y se perdió en su imaginación con el rumor de la tele de fondo, una conversación banal entre dos personajes de una serie o película que le servían para soñar. Para soñar con esos labios que nunca había probado. Su ensoñación se tornaba más real y violenta de lo habitual, al no haber dado ni un beso todo lo que bailaba en su cabeza eran dulces besos y tiernas caricias, quiso despertar y al abrir los ojos se encontró con los ojos cerrados de su mentor, quien le besaba realmente y por eso había vuelto tan vívido el sueño.

La respiración de Ibai fue a más, acelerándose por los nervios, bloqueándole a la hora de seguir el beso, aunque era lo que llevaba deseando durante muchísimo tiempo. Dejó de sentir la presión sobre sus labios, pero la respiración de Yerai seguía solapando la suya, teniéndolo encorvado sobre su frágil cuerpo universitario, como si le fuese a atacar.

—Ibai... yo... —Los labios de ambos se rozaban cuando hablaba cualquiera de los dos, sintiendo los besos llenos de pasión que nunca llegaban quemar su interior.

—Yeri... —Su única reacción al no saber qué decir fue besar a su mentor, devolviéndole el beso que antes no había podido continuar.

—Joder... no sabes lo que ansiaba esto... —El mayor sentó sobre sus piernas a su nuevo amante, soltando un grave sonido al sentir su peso sobre su polla, que ya no intentaba controlar de ninguna de las maneras.

Los nervios del ex-becario iban a más, acababa de dar su primer beso como quien dice, pero su anfitrión no se iba a quedar contento con eso, lo que le aterraba y excitaba a partes iguales.

No tardaron más de dos segundos en volver a la boca del otro, fundiéndose en un húmedo beso, mientras el joven sentía como la excitación del mayor hacia latir su polla contra su culo primerizo. Sentía que el pantalón le iba a reventar, ni en las mañanas más calientes había tenido tantas ganas de masturbarse como las que le provocaba estar sentado sobre esas piernas mientras la lengua de quien deseaba y la suya jugaban de forma demasiado dulce para uno y demasiado agresiva para el otro, buscando un intermedio entre los deseos de ambos.

—Vamos a mi cama... —La única respuesta posible fue un sí, la excitación de ambos pasaba los límites imaginables.

Cuando Ibai estaba por levantarse Yerai lo levantó en brazos, para no separarse, obligando a que el primero se agarrara a los hombros del segundo, moviéndose instintivamente para frotar su miembro con el de él, aun teniendo la ropa de por medio.

Llegaron a la cama y no supo cómo reaccionar cuando se vio tumbado sobre las sábanas, con el mayor besando su cuello lentamente, para darle el cariño que nunca había dado a sus amantes, pero que tanto necesitaba el actual. El mayor se entretenía acariciando el cuerpo que tenía debajo como si fuese una escultura perfecta de la pureza y la inocencia, una pureza que él estaba a punto de quitarle en cuestión de minutos.

Fue bajando el recorrido de besos despacio, sintiendo cada músculo debajo de la ropa, deseando arrancarle todo lo que llevaba. Se quitó la camiseta, aumentando el rubor de las mejillas pálidas de su ex-becario, que no sabia que hacer con las manos, así que empezó a quitarse la camiseta de manera torpe. Aprovechó para lamer esos leves abdominales acercándose levemente a su pantalón, para después besar el bulto que se formaba en el mismo, sin saber el tamaño del miembro que se escondía debajo.

Ibai no pudo evitar un gemido al sentir esos labios sobre el pantalón, sus manos cálidas rodeándole la cintura. Cuando quiso darse cuenta tenía a ese adonis bajo su cuerpo, empujándole la cabeza hacia abajo suavemente, como una señal que no quería entender.

—Chupamela... solo un poco... —Ibai negó, mientras Yerai asentía para intentar convencerlo —. Si no lo haces te va a doler mas... Estará muy seca para entrar... —Ibai seguía negando, no quería hacerlo para no decepcionarlo, sabía que no iba a hacerlo bien.

No hubo más insistencia, así que su espalda y las sábanas pronto estuvieron juntas de nuevo. Pronto a ninguno de los dos les quedaba ropa puesta, sus pollas se rozaban cuando se besaban, haciendo que el experto quisiera meterla ya para que el joven se corriera cuanto antes y sintiese aún más placer hasta que él llegase al orgasmo.

El inspector no aguantó más y bajo para lamer despacio los huevos del menor, sacándole gemidos suaves y haciéndolo temblar de placer, para luego lamer su ano, tan estrecho y caliente que iba a costarle meterla, pero aún más sacarla después del orgasmo por el placer que sentiría al hacer el amor por primera vez.

La boca del joven emitió un quejido extraño al sentir como su jefe empezaba a meterle la polla mientras le siseaba de manera sosegada para relajarlo. Pronto entró la punta, junto a un gemido del menor, que suplicaba por sentir más de ese placer que le estaba provocando la pérdida de su virginidad.

Poco a poco Yerai fue aumentando el ritmo, sintiendo los temblores del menor por el placer que le provocaba, sintiendo esa polla contra sus abdominales, latiendo como latía la suya propia dentro del chaval al que estaba abriendo. La presión que él sentía en su polla era la misma que joven sentía en su apretado ano, pero en dirección opuesta, creándoles a ambos una sensación de placer que no pensaban que podría suceder jamás, era mejor que todos los polvos que Yerai jamás había tenido, y la mejor primera vez que Ibai podría haber imaginado.

Ambos suspiraban y gemían contra la boca del otro, dándose fugaces y húmedos besos, unidos por un fino hilo de saliva.

—Yeri... me voy a... —Antes de que acabase la frase, el mencionado notó como un líquido espeso y caliente manchaba su abdomen, excitándolo más, haciendo que el fuese más rápido.

El menor de los dos se retorcía de placer mientras el mayor le tapaba la boca, siempre paraba de masturbarse una vez se había corrido, así que nunca había sentido esta sensación de placer una vez su polla empezaba a estar flácida. Pronto sintió como su culo se llenaba con el mismo líquido que él había expulsado hacía escasos segundos y como unos brazos lo rodeaban desde atrás, sintiendo en cada movimiento un pequeño esfuerzo por no hacerle daño al sacar la polla.

—Nunca pensé que hacer el amor sería tan entretenido... —Eso solo consiguió hacer que Ibai se sonrojara y cerrase los ojos para dormir mejor que nunca.

Mientras tanto, un joven salía de la facultad de economía. Llevaba horas dentro y apreciaba el aire fresco de la noche de camino hacia la residencia de estudiantes en la que estaba mientras estudiaba.

Se estiraba mientras caminaba para intentar evitar el cansancio acumulado, al menos hasta después de ducharse y cenar algo aunque fuesen las tantas de la noche.

A la hora de cruzar la calle vio a una figura, suponía que de alguien joven, descargar unas cajas pesadas del maletero de un coche y, por muy cansado que estuviese, algo le hizo preguntarle si necesitaba ayuda. Cuando respondió afirmativamente no le quedó otra que ir a ayudarlo.

Mientras descargaba las cajas el cansancio le iba a más y, al ver que a quien ayudaba tenía una botella de agua, le pidió un sorbo para despejarse. Cuando continuo con el trabajo el sueño se le hacía cada vez mayor hasta que cayó al suelo desmayado.

Una macabra sonrisa se formó rápidamente en la figura junto al coche que admiraba a Javier tendido en el suelo. O este había sido demasiado fácil o ya le estaba cogiendo el tranquillo a las cosas... Supuso que sería lo siguiente y el ego se le subió por las nubes, iba a cometer un asesinato más, y esta vez iba a ser mucho más fácil que las veces anteriores.

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¡500 lecturas! Poco a poco somos cada vez más y en poco tiempo llegaremos a la mitad de la novela (el capítulo 15 será el que termine con la primera mitad de la historia).

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Andrea Marauri

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