Capítulo 5

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SE ENCONTRARON EN EL SALÓN DE LOS ESPEJOS. Él había llegado primero y portaba en su costado un extraño sable de hierro oxidado que Alejandra nunca antes había visto.

—¿Qué es ese sable? —preguntó con curiosidad.

—Pertenece a mi familia —contestó el rubio—. Mi padre lo utilizó para luchar contra los havors en el pasado. El hierro oxidado es lo único que puede matarlos, por alguna razón, además de Stumik, por supuesto.

Alejandra asintió, aliviada porque Juliann tenía un arma propia con qué luchar. Después de todo, las hadas no eran conocidas por sus habilidades ofensivas; era en la defensa en lo que se destacaban y generalmente no dañaban a ninguna criatura, a no ser que se las atacase primero.

—¿Y qué hacía tu viejo luchando contra esos monstruos? —quiso saber— Hasta donde yo sé, nunca han tenido guerras contra ellos. O al menos nunca las he oído nombrar.

—Pues allí hay un mineral verde que no se consigue en ninguna otra parte. Las hadas que pueden crear pociones lo requieren y, si vas al plano de los havors, debes saber defenderte contra ellos.

—¿Tu viejo puede crear pociones?

—Podía —replicó Juliann, dándole énfasis a esa palabra.

—Lo... lo siento —se disculpó ella. No tenía idea de que su padre ya no estuviese en ese plano.

—No te preocupes —contestó él. Ella no se atrevió a indagar más respecto a cómo ocurrió el deceso.

—¿Vos fuiste ahí alguna vez? —preguntó ella.

—No. Nunca.

—¿Cómo hacemos para llegar a ese lugar? ¿Cuál es el plan? —preguntó, esperando que él ya hubiese planeado alguna estrategia.

—Localizaremos a Nikolav utilizando el espejo y dibujaremos un mapa para no perdernos una vez que estemos allí. Luego, iremos al portal que nos lleva donde se luchó la batalla contra los vampiros. Allí podremos encontrar el portal que lleva a la tierra de los havors. Lo reconoceremos porque está formado por un montón enorme de piedras verdes.

—Bien, parece un buen plan —replicó ella. No parecía difícil, aunque había un detalle a tener en cuenta—. Pero el portal está al lado de Crísalis y hay cientos de hadas allí todo el tiempo. Nos van a ver y le dirán a Lilum que nos fuimos ni bien ella vuelva.

—No te preocupes por eso —la tranquilizó él—. No nos notarán. Yo puedo volvernos invisibles, así nadie nos verá salir del palacio. —Alejandra sonrió complacida.

—Muy buena idea, Juliann. Ahora, supongo que yo soy la encargada de dibujar el mapa.

—Por supuesto, señorita. Yo no puedo siquiera levantar un lápiz. Nunca pude. —Ella comenzó a reír. Se había olvidado de que Juliann tenía un buen sentido del humor y que no sabía dibujar ni un cuadrado para representar una casa.

—Perfecto —dijo, tomando un lápiz y un pedazo de papel que él le había traído, dispuesta a hacer lo suyo—. Pongámonos a trabajar.

Él levantó el paño en uno de los espejos y se enfrentó a él mientras Alejandra miraba lo que hacía. Pronto allí se mostraba el oscuro reino de los havors. El cielo era negro y no había estrellas, era tal como ella lo había visto desde la ventana en la celda de Nikolav. La tierra también era completamente negra, al igual que los edificios que allí había, a excepción de algunas piedras verdes que brillaban en el medio de la nada. La vegetación era nula. Sin embargo, los caminos se veían con un brillo verdoso, seguramente porque estarían empedrados con ese material fosforescente que Juliann había mencionado, lo que facilitaba el reconocimiento de los mismos.

En los edificios se veía una tenue luz en las ventanas, después de todo, parecía que los havors necesitaban luz para poder ver bien. Alejandra estaba aliviada porque no necesitarían llevar antorchas para iluminar el camino y los lugares donde entrasen. Eso les impediría pasar inadvertidos.

Comenzó a dibujar el mapa, partiendo desde el portal, la entrada al reino. Todo ese mundo horrible parecía un enorme y oscuro laberinto desolado, pero gracias a su mapa, no tendrían problemas para hallar a Nikolav, quien se encontraba dentro de una ciudad a la entrada del reino, que continuaba mucho más allá de lo que se podía ver a través del espejo.

La mayoría de los edificios eran pequeños y todos estaban alrededor de una edificación de forma cuadrada que tenía unos nueve pisos de altura, según los cálculos de Alejandra. Ella pensó que aquella debía ser la prisión donde su amado se encontraba.

—¿Podés hacer que se vea dentro del edificio alto? —pidió luego de finalizar el mapa. Quería asegurarse de que ese era el lugar donde se encontraba Nikolav y quería saber dónde exactamente lo tenían.

—Por supuesto —contestó Juliann y, casi al instante, estaban viendo el interior del edificio. Se notaba que tenía bastante práctica en eso de andar mirando en otros mundos. Alejandra se preguntó cuántas veces la habrían espiado desde allí, y sintió que jamás había tenido privacidad en su vida. Eso en una época le hubiera molestado bastante, pero ahora ya no le preocupaba.

Realizó un pequeño croquis de cada uno de los pisos, sus habitaciones, pasillos y celdas con el mayor detalle posible. Nikolav se encontraba en el noveno piso; Alejandra marcó con una cruz la localización de su celda y corroboró que no hubiera pasado por alto ningún detalle.

—Listo —le dijo a su aliado cuando terminó, dobló el papel donde había dibujado el mapa de un lado y el croquis del edificio en el otro y lo guardó en un pequeño bolsillo que tenía en su simple vestido negro. No solía usar negro desde que estaba allí, sino celeste pálido, verde, violeta o algún otro color similar a los vestidos que las demás hadas usaban, pero suponía que un color oscuro la ayudaría a pasar inadvertida en esa dimensión tan lóbrega.

—Bueno, entonces podemos ir saliendo —anunció Juliann con una sonrisa en los labios—. Deberás darme la mano todo el tiempo para mantenerte invisible junto a mí. Espero que eso no sea un problema para ti.

Sí, era un problema para ella mantener contacto físico con él, pero no opondría resistencia. Después de todo, esa era la única manera posible de recuperar a Nikolav. Lo soportaría durante el tiempo que fuera necesario.

—No hay problema —contestó, devolviéndole la sonrisa de manera genuina.

A pesar de todo lo que había sufrido por culpa de él, estaba agradecida de que él hiciera esto por ella y por Nikolav, aun sabiendo que habría consecuencias a las que enfrentarse más tarde. Alejandra prefería no pensar en ellas. No le importaba nada, siempre y cuando pudiese recuperar a su vampiro. Más tarde idearía la manera de mantenerlo y que los guardianes no se lo quitasen. Debería haber una forma de convencerlos de que él merecía una segunda oportunidad al igual que ella.

Juliann le tomó la mano con delicadeza y juntos comenzaron a caminar silenciosamente rumbo a la entrada del palacio. Varias hadas los cruzaron en el camino, sin siquiera percatarse de su presencia. ¡Realmente eso funcionaba de maravilla! Ella se preguntó por qué había podido ver al hada oscura que trabajaba para Siron aunque estuviera invisible, pero supuso que sería una especie de invisibilidad diferente a la de Juliann, una que no impedía que los de su especie lo vieran. Si algo había aprendido en ese corto tiempo que había pasado en ese plano, era que las habilidades de las hadas podían ser similares, o tener la misma base, pero se manifestaban de maneras diferentes en cada una.

Cuando llegaron a la entrada, Alejandra pudo ver a Lilum acercándose por el caminito de piedras celestes. «¡Maldición!» pensó, sabiendo que deberían apresurarse. Lilum pronto se percataría de la ausencia de ambos.

Siguieron caminando en dirección al portal. Juliann esperó a que la pelirroja hubiese entrado al palacio antes de hablar con voz muy baja a Alejandra.

—Abre ahora el portal con tu llave. Deberemos cruzar rápido, antes de que se percaten de que el portal se ha abierto. La mayoría ahora está esperando que Lilum anuncie algo y por eso miran hacia el palacio, no están mirando hacia nosotros.

Ella asintió y tomó su llave con una mano, sosteniendo a su acompañante con la otra para continuar evitando que la vieran, no podía permitirse eso. Luego, abrió el portal, lo cruzó junto a Juliann y lo cerró de inmediato. Esperaba que nadie hubiese visto nada.

El cuerpo del vampiro que él había matado para defenderla todavía yacía en el mismo sitio. Alejandra pensó que posiblemente nadie lo descubriría, teniendo en cuenta que los vampiros ya no podían acceder a ese lugar, a no ser que encontrasen la llave de Nikolav. Ella comenzó a mirar a su alrededor para buscar el portal al reino de los havors. Consideró soltarle la mano a Juliann, pero luego se dio cuenta de que era mejor no hacerlo. Su prima podría descubrirlos si se le ocurría ir al cuarto de los espejos para intentar ubicarlos. Debería mantenerse junto a Juliann todo el tiempo, aunque eso no le gustara.

—¡Allí está el portal! —prorrumpió Juliann, señalando un enorme montón de piedras verdes a varios pasos de distancia.

Alejandra respiró profundamente. Estaba un poco nerviosa debido a que estaba a punto de adentrarse en un reino desconocido y peligroso, cuyas criaturas se decía que podrían devorarlos en un instante si los descubrían. Sin embargo, estaba segura de que Juliann no permitiría que nada le ocurriese mientras estuvieran allí.

Se acercaron al portal. Algo le decía que este no había sido utilizado en un buen tiempo. Al parecer, ahora solo los guardianes se aventuraban allí, pero no necesitaban portales para llegar al lugar que deseasen. Alejandra se preguntaba si ellos podrían verlos por más que fueran invisibles, pero no valía la pena preocuparse, así que decidió no pensar en ello y abrió el portal sin más reparos.

—Crucemos rápido —susurró Juliann.

Ella obedeció. Quitó la llave de la abertura donde la había insertado usando la mano que tenía libre y, una vez que el portal se cerró, se animó a mirar lo que tenían por delante: era más horrible de lo que había alcanzado a ver a través del espejo. Todo era oscuro, excepto por el camino, que era bastante sinuoso y estaba iluminado con verde. Se oía el rugido del mar bastante cerca y ella se dio cuenta de que este debía encontrarse varios metros a la derecha, aunque no podían verlo.

Lo más posible era que hubiera un precipicio antes de llegar a él, pero mientras se mantuvieran en el camino, estarían a salvo de caer. Ella pensó que, por más que las hadas resistiesen el agua, sería complicado volver a subir si caían y, además, deberían soltarse de las manos, produciendo que cualquier havor cercano tuviese la posibilidad de descubrirlos. No podían permitirse eso. Deberían andar con mucho cuidado.

—¿Qué sabés de estas criaturas? —preguntó susurrando.

—No mucho. Solo lo que me ha contado mi padre. Hace miles de años que los havors no salen de aquí, aunque se envíe a este lugar a las almas que deben ser castigadas. Me han dicho que no hay sentencia peor que ser devorado por un havor... ya que el alma no vuelve a subir a los reinos superiores y no vuelve a encarnarse nunca más. Se pierde para siempre. No se sabe adónde va, aunque hay algunas teorías. Nunca vuelve a este planeta.

—¡Qué horrible! —opinó ella—. No creo que nadie se merezca eso.

—Yo creo que algunos sí lo merecen, Ale..., pero dejemos ese debate para otro momento, ¿sí? —dijo Juliann tras dar un largo suspiro.

—Está bien —accedió ella, tratando de ver algo, pero lo único que se veía eran metros y metros del camino resplandeciente. No se podía visualizar ninguna criatura ni nada por el estilo. Alejandra pensó que comenzar a caminar sería lo mejor. Tendrían un buen trayecto por recorrer hasta llegar al cruce de caminos, donde deberían doblar a la izquierda, a fin de dirigirse al edificio donde su amado estaba cautivo.

Caminaron en silencio por varios metros. Ella estaba siempre atenta, por si escuchaba algo que indicase la cercanía de un havor.

—¿Cómo hacen para ver en la oscuridad? —preguntó.

—No sé —contestó Juliann—, creo que con el resplandor de sus piedras verdes ya es suficiente para que vean. Tal vez anden con lámparas o con piedras de mayor tamaño para poder ver en la oscuridad si deben adentrarse en territorio no iluminado.

—Hmm... veo. Entonces no podríamos ocultarnos de ellos en la oscuridad, ¿cierto?

—No —contestó él—. Nos verían de inmediato a no ser que nos cubriera algún objeto... o que estuviéramos invisibles como ahora. Pero oír pueden oírnos, por más invisibles que estemos. Debemos intentar hablar lo menos y lo más bajo posible, más si vemos a alguno cerca.

Alejandra asintió, aunque él posiblemente no podía verla de tan oscuro que estaba. Ella no lograba advertir a su acompañante, por más que él permaneciese visible para ella al tenerla tomada de la mano. Tan solo podía sentir su mano, que la sujetaba. Y de sí misma, solamente distinguía una silueta. La luz verde del camino no era suficiente para iluminar a nadie. Si algún havor se acercaba, no sabía si lo notaría, por más que ellos posiblemente sí los verían si dejaban de ser invisibles.

Tras caminar un poco más, Juliann se detuvo.

—Quieta... —susurró lo más bajo que pudo, empujándola suavemente hacia el costado del camino.

Alejandra no se había percatado hasta ahora, pero se podía oír unos pasos pesados, caminando en dirección a ellos. Uno... dos... tres... sí, tres havors se acercaban, caminando con aplomo. Se imaginó que debían ser enormes, pero nunca había visto a ninguno. Pensaba que debían ser unos monstruos extremadamente horribles.

Miró en la dirección de donde provenía el sonido de los pasos y pudo ver unas siluetas con una luminiscencia verde a su alrededor. Las formas eran grotescas, aunque ella no podía alcanzar a detallar mucho. Los tres caminaban uno detrás del otro y pronto pasaron caminando delante de donde se habían quedado parados. Alejandra podía sentir su corazón palpitar a mil por hora a causa de los nervios que le daba estar tan cerca de los havors, quienes despedían un hedor nauseabundo al moverse.

De pronto, cuando habían pasado delante de ellos y ella comenzaba a tranquilizarse, uno de los monstruos se detuvo y comenzó a proferir unos sonidos guturales que se asemejaban a algún tipo de palabras. Ese debía ser el idioma que ellos hablaban.

Los otros dos también se detuvieron y miraron a su alrededor. ¿Los habrían descubierto? El primer instinto de Alejandra fue salir corriendo, pero antes que pudiese hacerlo, Juliann le sostuvo la mano bien fuerte, como diciéndole que se quedase quieta en el lugar donde estaba. Él tenía fe en que todo saldría bien.

El corazón le latía cada vez más con mayor impulso. El horrible olor de estos monstruos hacía que se mareara hasta el punto de casi desplomarse, pero Juliann la sostuvo antes de que llegase a hacerlo.

Eventualmente, los havors siguieron su camino. Seguramente habían percibido algo fuera de lugar, pero, al no poder ver nada, decidieron seguir adelante. Alejandra y Juliann esperaron unos minutos antes de seguir caminando. Por suerte, el hedor ya se había dispersado.

Anduvieron un tiempo más, alrededor de una hora, sin ver más havors, hasta que llegaron a unos metros del cruce de caminos que Alejandra había marcado en su mapa. Era allí donde deberían doblar a la izquierda si deseaban hallar al vampiro. Ella observó el cruce, pero de pronto, su corazón dio un vuelco, puesto que pudo ver, en el sendero que debían tomar, una docena de figuras bloqueando el paso. «No, no puede ser...», pensó, de a poco comenzando a perder las esperanzas.

¿Cómo harían para que las criaturas despejasen el camino? ¿Cómo? Cualquier cantidad de tiempo que perdiesen podría resultar costosa. Tenían que llegar hasta Nikolav lo antes posible. ¿Pero, cómo?

Mientras ella todavía estaba tratando de ingeniarse la mejor forma de reaccionar, Juliann le apretó más fuertemente la mano y caminó hacia adelante hasta llegar al cruce de caminos para tomar luego el sentido contrario al indicado. La joven quiso quejarse, pero no pronunció palabra hasta estar segura de que estaban lo suficientemente lejos de los hediondos havors.

—¡¿Estás loco?! —exclamó— ¿Cómo puta se te ocurre llevarme en sentido contrario? Este camino solo conduce al mar, que está más lejos que el sitio desde donde comenzamos a caminar... pero ese es el rumbo de este camino. —Realmente estaba enojada.

—Ale, no había forma de atravesar esa barrera de havors. Yo hubiese podido hipnotizar a cuatro o cinco. ¡Pero eran una docena! Y obviamente estaban custodiando el camino a la prisión. No estaban allí por otra cosa.

—Oh... —pronunció ella— Tienen que haber comenzado a custodiarlo más desde que se dieron cuenta de mi presencia en su celda.

—¡¿Que hicieron qué?! —preguntó Juliann, controlándose para no hablar alto— ¡¿Y nunca se te ocurrió contarme ese pequeño detalle?!

—No pensé que tuviera importancia. La verdad que ni sé si alcanzaron a verme.

—¿Qué sucedió? —indagó él.

—Pues, como no podía contar con un cuadro para visitarlo, me imaginé el lugar donde él estaba para ir a verlo. A principio me costó, pero lo logré. Creo que el cuadro lo que hace es ayudarme a enfocar mi atención en el lugar a donde quiero ir.

—Sí —contestó Juliann—. Eso es lo que hace... ¿Qué más pasó?

—Bueno, mientras estaba allí, los guardias descubrieron mi presencia y entraron a la celda. Justo alcancé a irme, pero no podía concentrarme en el lugar donde estaba mi cuerpo, sino en la habitación que tenía en el mundo de los vampiros. Por eso solamente es que terminé allí. ¿Cuándo fue que pudiste verme por el espejo?

—Recién cuando estabas corriendo hacia el portal y los vampiros te perseguían. De inmediato supe que necesitabas ayuda, tomé la llave y fui en tu rescate.

Alejandra ahora estaba un poco más tranquila y menos enojada con Juliann. ¿Pero cómo harían para llegar a Nikolav ahora que habían desviado su curso?

—¿Qué hacemos? —preguntó. Juliann suspiró.

—Supongo que debe haber un desvío. Deberíamos poder llegar al edificio rodeándolo. ¿No te parece?

—Tal vez sí —contestó ella, tratando de idear un plan mejor—. Pero fijate que no son muchas las calles acá, y justo hemos dejado la calle principal. Miremos en el mapa.

—Hmm... ¿Cómo? No hay luz aquí. Y no tenemos ojos biónicos. Al menos no ninguno de nosotros dos.

—Entremos en alguna de esas casas que tienen iluminación —sugirió ella.

—Puede que esté habitada —contestó él, dubitativo.

—¿Qué otra cosa me sugerís? No recuerdo el mapa de memoria. No hay forma de que podamos encontrar otro camino a no ser que logremos verlo.

—Está bien, pero busquemos una casa con pocos havors adentro, en caso de que tenga que hipnotizar a alguno.

—Busquemos una que esté más aislada del resto —sugirió ella.

—Buena idea. Las casas parecen estar más dispersas a medida que nos alejamos del centro de la ciudad. Si caminamos un poco más, tendremos suerte.

—Bien. —Alejandra guardó nuevamente el mapa en su pequeño bolsillo. Tendrían que alejarse un buen trecho más, pero si no podían consultarlo, no había manera alguna de encontrar un buen camino alternativo.

Deseaba tener el poder de congelar el tiempo para evitar que los guardianes actuasen mientras ella iba al rescate de Nikolav. ¿Qué haría si él era llevado a juicio antes que ella lo alcanzase? ¿Qué sucedería con él? ¿Cuál sería su castigo? Prefería no pensar en ello ya que la sola idea de que él fuera castigado en mayor medida hacía que se le carcomieran las entrañas.

—Tendríamos que aprovechar también para comer —sugirió Juliann mientras caminaban, alejándose más y más.

—Completamente de acuerdo, me está dando hambre... y un poco de cansancio también. Pero puedo seguir un tiempo más.

—Tal vez sería buena idea descansar un poco, si podemos. No sabemos cuánto tiempo aguantaremos despiertos sin descansar en esta dimensión extraña. Lo mejor será dormir al menos un poco antes de seguir adelante.

—Tenés razón —estuvo de acuerdo ella, avistando una pequeña casa separada considerablemente de las demás—. Mirá, allá hay una casa bastante alejada.

—Vayamos hasta allí entonces. Puede ser una buena opción.

Siguieron el camino hasta encontrarse frente a la casa, luego tuvieron que caminar sobre terreno oscuro hasta llegar a ella. Al menos esta estaba iluminada y la luz proveniente de su interior los guiaba.

Se quedaron parados en silencio al costado de la ventana, la cual era diminuta y solo servía como ventilación, tratando de ver si había alguien adentro.

Dos havors estaban recostados en el suelo de la pequeña habitación, que solo contaba con una mesa en el medio de la misma, dos sillas y una lámpara. Alejandra ahora podía verlos mejor con la tenue luz de la lámpara que se encontraba colgada de la pared.

Eran más horripilantes de lo que imaginaba. Los cuerpos, que eran similares a los de un humano solo porque contaban con cuerpo, cabeza y extremidades, eran más altos y robustos, parecían más bien formados de piedra que de carne, ya que eran grises y se veían muy duros, pero estaban cubiertos de unas llagas verdes supurantes, que seguramente eran las que liberaban ese hedor horrible que se podía oler a metros de distancia. Por lo demás, no tenían nada de cabello en su cuerpo ni vestimentas que los cubriesen. Eran simplemente unos monstruos de piedra, que no tenían nada de bello o estético.

Se guardó su opinión, por temor a que estas criaturas pudieran escucharla, pero Juliann no se quedó en silencio por mucho tiempo, sino que empezó a cantar con su dulce y melodiosa voz. Alejandra se mantuvo atenta a lo que sucedía en el interior de la casa. Al oír el canto, las bestias se levantaron y abrieron la puerta, luego salieron de allí y quedaron paradas cerca del camino, como estatuas.

Juliann dejó de cantar, pero los monstruos quedaron en la posición que habían tomado.

—Perfecto —dijo él mientras entraban a la casa—. Funciona.

—¿Cómo sabés que no volverán a entrar?

—Los programé para que se queden allí afuera y eviten la entrada de cualquier otro havor. Podremos quedarnos aquí con tranquilidad por unas horas hasta que hayamos descansado y tengamos un plan a seguir.

—Muy bien —dijo Alejandra, complacida.

Luego, él le soltó la mano y cerró la puerta de la casa. Ella se quedó mirándolo sorprendida.

—No te preocupes —le dijo él—. Aquí no pasa nada. Podemos darnos un respiro por un rato.

—Qué bien. Me pregunto por qué estas criaturas que pueden comerse a sí mismas tienen casas y conviven entre sí. ¿Sabes la respuesta a ello?

—Creo que, para empezar, necesitan un lugar iluminado para poder dormir. Y después, forman alianzas para protegerse entre sí, para no convertirse en la cena de otros. Aunque esas alianzas pueden no durar mucho tiempo.

—¿Se comen esos cuerpos? Parecen muy duros para ser masticados —comentó ella. Juliann rio.

—No, Ale. Es la energía que consumen y en los seres con alma, el alma de ellos, los cuerpos de los que se alimentan luego se hacen polvo.

—Veo... Bueno. Basta de preguntas sobre los monstruos de piedra. Miremos el mapa y comamos algo. —Estaba bastante apresurada. Necesitaba llegar a Nikolav lo más pronto posible.

Dicho esto, abrió el mapa sobre la mesa de piedra y comenzó a estudiarlo, tratando de discernir en qué lugar se encontraban en esos momentos. Supuso que en el lado derecho del mapa, donde se veía un pequeño punto que representaba una casa, el más alejado y cercano al borde, donde se llegaba al mar, allí debía de ser.

—Bueno —dijo luego de unos instantes—, estamos muy cerca del mar. El camino termina a unos cien metros de acá. De ahí, posiblemente esté directamente el mar o bien un precipicio por el que podríamos caernos si no ponemos cuidado. Todo estaba oscuro en el espejo así que no pude verlo y solo dibujé lo que estaba iluminado. A unos doscientos metros frente a nosotros, hacia el norte, hay un camino paralelo, pero para llegar a él debemos caminar entre terreno oscuro y no sabemos qué puede haber allí. Ese camino luego da un giro en «ele» y lleva a la parte trasera de la prisión. No empalma con ninguno de los otros caminos así que no era posible llegar a él desde donde entramos a no ser que atravesáramos alguna zona negra. Es la única forma de llegar sin encontrarnos con los havors.

Juliann miró el mapa por unos instantes, luego suspiró y asintió.

—Puede ser peligroso..., pero no encuentro otra manera. Es eso o volver a casa. ¿Estás segura de que no quieres volver? —preguntó Juliann. No quería que ella tuviese que correr más riegos y en parte se arrepentía de haber accedido a hacer esto ya que habría consecuencias que pagar. Difícilmente podrían escaparse de la ira de los guardianes. Quizás el castigo no sería tan grave, pero sería un castigo que dolería pagar. Los guardianes siempre buscaban el castigo indicado según el caso específico. Si hubiera sido por él, la habría forzado a quedarse en casa, pero sabía que ella seguiría intentándolo... y él le debía demasiado. Tenía que ayudarla.

—No, no pienso volver —respondió ella, preguntándose si Juliann le hablaba seriamente—. Mucho menos ahora.

—Bueno. En ese caso, descansa un par de horas y yo te despertaré. Luego dormiré un poco yo. Alguien debe quedarse en guardia. Por las dudas. —Juliann no dejaba de sorprenderse ante el valor que ella demostraba. No cualquiera se animaría a atravesar tierras oscuras, mucho menos en esa dimensión aterradora.

—¿Cuánto tiempo les durará el efecto a los havors?

—Lo suficiente como para que podamos salir de aquí sin que se percaten de nada. No te preocupes. Y si se les va el efecto, los puedo volver a hipnotizar antes de que nos hagan daño alguno. Alejandra confiaba en Juliann. Así que, comió dos miristas, las frutas sagradas de las hadas, aquellas frutas similares a las ciruelas, pero de mayor tamaño y de color violeta fosforescente, que jamás se echaban a perder, y luego se recostó en el suelo. Se durmió casi de inmediato, aunque no era el lugar más cómodo donde estar. Y allí también comenzó a soñar, como todas las hadas cuando se acuestan a dormir.



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