Capítulo 8

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ALEJANDRA REALMENTE PENSÓ QUE MORIRÍA. Estaba nuevamente en aquel lugar donde había ido cuando había intentado o, mejor dicho, logrado suicidarse. La diferencia radicaba en que, esta vez, solo podía ver lo bueno de ese sitio no había ríos de sangre ni oscuridad, todo era un paisaje hermoso.

¿Qué había sucedido? No lo recordaba bien. Le había dado de su sangre a Nikolav y él no había podido controlarse. Eso le dolía un poco, deseaba que él hubiera podido luchar contra su condición como vampiro por su amor a ella, pero sabía entenderlo. Seguramente no habría podido hacerlo por más que hubiera querido, su raza funcionaba de esa forma. De todos modos, pensaba que, si había dado su vida para que él viviera, no le importaba ahora estar muerta.

Otra vez se encontraba sentada sobre un columpio, con la certeza de que se volvería a encontrar con su madre, quien se había convertido en ángel tras su muerte, y así fue como sucedió.

—Alejandra —dijo la dulce voz de Anja, materializándose delante de ella—, ¡qué sorpresa verte aquí!

—Veo que no me estabas esperando, madre —repuso ella, percatándose de la expresión del ángel.

—No, la verdad que no. Hoy no es tu día para morir, mi niña. Es más, tu corazón físico todavía está latiendo y todo está bien contigo. Vivirás.

—¿Entonces por qué estoy acá? —quiso saber.

—Estás inconsciente. Supongo que tu alma ha querido darme una visita. Muchas personas buscan a sus madres en momentos como este. No serías la primera en hacerlo.

—Comprendo... Pero Nikolav ha bebido mucha de mi sangre. ¿Estaré bien?

—Claro que sí —fue la respuesta de Anja—. Siempre y cuando no se te drene tu sangre por completo, estarás bien. Las hadas la renuevan con bastante rapidez. En unos minutos estarás bien, aunque un poco débil por unas horas, hasta que la recuperes toda.

—¡Qué alivio!

—Siempre es bueno verte, de todas formas, hija —dijo Anja con una suave sonrisa en los labios.

—Ya que estamos aquí, tal vez podemos hablar un poco. ¿Te molesta si te hago unas preguntas?

—Por supuesto que no. —Le gustaba la idea de poder mantener una conversación con su hija, una en la que no tuviesen que hablar de una muerte inminente ni nada sombrío.

—Primero que nada... ¿pueden los guardianes oír esta conversación? —Si era así, Alejandra no deseaba hablar con ella, al menos no del tema que tenía en mente. Anja sacudió la cabeza.

—No. Esto está pasando en tu interior, no en ningún lugar al que ellos tengan acceso. Solo tú y yo sabremos lo que suceda aquí.

—¿Entonces podemos hablar de cualquier cosa?

—Sí, de lo que sea —replicó el bello ángel—. ¿Qué quieres saber?

—¿Qué tan confiables son los mundos dentro de los cuadros que creaste? —preguntó, yendo directo al grano. Quería estar segura de que los tres podrían vivir una vida normal en el lugar al que irían.

—Son confiables. No falta nada en ellos, es como si fuera un mundo real, pero en menor tamaño. Hasta hay personas en algunos de ellos, u otras entidades, que solo son reales allí, que han sido creadas por mí y por lo tanto no tienen alma, aunque sí tienen consciencia. Algunos cuadros son paraísos, lugares que ideé para disfrutarlos, para irme de vacaciones a un lugar más bello que lo que cualquiera pudiera imaginar. Pero, cuidado, otros mundos fueron diseñados como cárceles, en la época que yo era joven y tuve que dedicarme a cazar demonios que rondaban la tierra. Como no podía matarlos, creaba cárceles para encerrarlos.

—Si entro en uno de ellos, cualquiera... ¿cómo hago para salir? —preguntó Alejandra. Debía conocer la vía de escape, en caso de necesitarla.

—Eso depende de si entras allí de manera física o astral.

—Física —replicó la joven sin dudarlo un instante. Ya sabía entrar y salir en forma astral. No necesitaba ayuda para aquello.

—En ese caso —respondió su madre, dudándolo un instante—, debes encontrar el portal dentro del cuadro. Sin embargo, por más que tengas una llave para salir, nadie más que tú o un miembro de mi familia pueden abrirlo. Lo he diseñado de esa manera para que los prisioneros no puedan huir. No hay forma alguna de que lo hagan, a no ser que nosotros los dejemos salir, queriendo o sin quererlo.

—¿Pintaste muchos cuadros? ¿Dónde están? —Anja sonrió, esa era una pregunta difícil de responder, eran demasiados como para recordar la ubicación de todos, y había muchos cuya ubicación desconocía por completo. Al menos quinientos de los que se encontraban en el plano de los humanos eran cárceles de demonios. Las hadas habían tenido que luchar contra ellos y sus poderes la habían convertido en la mejor cazadora de demonios existente en la época, llegando a acabar en poco tiempo con todos los demonios que significaban un verdadero peligro para la humanidad.

—Son realmente unos cuantos; se encuentran en todas partes del mundo y en otras dimensiones. Tanto los buenos como los malos. Algunos se encuentran en museos, confundidos con las pinturas de artistas como Van Gogh o Picasso. Fue mi forma de camuflarlos.

—¡Eso no lo creo! —exclamó Alejandra, hallándole gracia al comentario de su madre. No la creía capaz de pintar así de bien. Además, cada gran artista tenía su propio estilo, uno muy difícil de replicar.

—Pues créelo. He sido buena en ocultarlos y disfrazarlos. Además, mis cuadros tienen la cualidad de ser indestructibles. Esa es su ventaja principal.

—Muy bien, entonces —dijo Alejandra. Ahora sabía que, si se incendiaba el lugar donde su cuadro estaba guardado, sobreviviría. Incluso si los descubrían, no podrían aniquilarlos destrozando el cuadro.

—¿Piensas ocultarte en uno de ellos, hija? —Anja ya se había dado cuenta de sus intenciones, y ella no había sido demasiado buena ocultándolas.

—¿Cómo lo sabés?

—Porque te he estado observando y sé que debes tener un plan en mente para huir de los guardianes. Yo no lo recomendaría... huir. No son tan malos como tú crees... si haces las cosas bien.

—Pero... ¿por qué entonces condenarían a Nikolav a semejante tortura? —preguntó, poco convencida con las palabras de su madre. Los guardianes no podían ser tan benéficos si castigaban de esa forma.

—Porque son los responsables de que las leyes se cumplan. Si no hubiese leyes, todo el universo sería un caos. La ley del karma es una de las más importantes que hay. Tú tenías un karma muy pesado y Nikolav aceptó hacerse cargo de tu karma, sumándolo al suyo propio. Los guardianes ahora deberán decidir su destino luego de someterlo a juicio y evaluar qué castigo merece.

—Veo —dijo Alejandra, un poco decepcionada. Sabía que Nikolav tenía muy pocas posibilidades de salir airoso tras el juicio que los guardianes le darían—. ¿Hay alguna forma de quitarle a Nikolav ese horrible karma de encima?

—No —replicó Anja—, pero si ha hecho cosas buenas en su vida, estas cuentan a su favor, aunque no sé qué tanto le favorece. Ha matado mucha gente. Los vampiros no suelen pasarla bien cuando llegan a ser juzgados. Todas esas muertes pesan sobre su alma y terminan arrastrándolos hacia el fondo del abismo.

—¿Irás a los guardianes a contarles mis planes? —preguntó Alejandra, preocupada, sin saber qué tanto podía confiar en su madre para que le guardase sus secretos.

—No. No podría. Soy tu guía espiritual y lo que me digas en secreto debe quedar de ese modo. No puedo delatarte, aunque quisiera.

—Perfecto —dijo Alejandra, ahora más tranquila—. Me alegra que así sea. No he cambiado de opinión respecto a los guardianes y seguiré con mi cometido. ¿Cuándo voy a despertarme?

—Pronto, hija. Más ahora que lo mencionas. Te deseo mucha suerte —dijo Anja sonriente.

—Adiós —respondió su hija, sintiendo que ese mundo comenzaba a desvanecerse y ella, a despertar. Pronto estaba abriendo los ojos, descubriendo su cabeza apoyada en la falda de un preocupado Juliann y con la mano de un aún más ansioso Nikolav sobre su mejilla.

—Hola, chicos —los saludó ella con una sonrisa, contenta porque Nikolav se veía completamente recuperado, gracias al enorme riesgo que había tomado al dejarlo beber de ella—, ¿cómo han estado?

—Preocupados —respondió el vampiro, tomándola de inmediato entre sus brazos, dándole un beso desesperado que dejaba notar lo mucho que se había preocupado. Había estado tan perturbado que no le importó que Juliann presenciase esa escena. Alejandra se aferró a él lo más fuerte que pudo, no queriendo dejarlo ir ahora que otra vez estaban juntos. Se prometió nunca más separarse de él.

—He vivido momentos mejores —masculló el hada, una vez que los otros dos dejaron de besarse, escena que había odiado atestiguar.

—No deberías haberlo hecho, Ale —dijo Nikolav, abrazándola bien fuerte—. Podría haberte matado. Casi lo hice.

—Lo sé, pero no podía dejarte así como estabas —se defendió ella, sabiendo que lo volvería a hacer si no quedase otra opción para salvarle la vida o evitarle el sufrimiento.

—No tenía control sobre lo que hacía, los vampiros no podemos resistir la sangre de hada, princesa. Debes prometer que no volverás a ofrecérmela.

Alejandra tragó saliva. Nikolav y Juliann la miraban serios.

—Está bien —aceptó—. No lo volveré a hacer, a no ser que sea cuestión de vida o muerte.

—No —dijo Juliann, terminantemente—. No puedes volver a hacerlo, sea como sea, ni aunque se esté muriendo. Esta vez llegué a tiempo para separarlos, la próxima podría no lograrlo. No puedo estar siempre cuidándote las espaldas. Llegará el momento en que debas hacerlo sola.

—¿Vos fuiste quien nos separó? —Había pensado que tal vez el vampiro había podido controlarse cerca del final, pero sus esperanzas se desmoronaron en ese momento.

—Sí. Me demoré mucho con los havors. Nunca había tenido que hipnotizar a tantos juntos, ni siquiera lo había intentado. Por suerte no tardé medio minuto más... —No quería imaginarse lo que hubiera sucedido en caso de ocurrir dicha demora.

Alejandra asintió, solo en agradecimiento por salvarla una tercera vez, pero no quería reconocerlo. Odiaba darle la razón.

—¿Listos para irnos de acá? —preguntó, no quería quedarse a discutir más sobre lo que debería o no haber hecho con su sangre. ¿Qué más daba? Aún estaba viva y eso era lo que importaba. Si había una próxima vez, tomaría en dicha ocasión la decisión de compartirla o no.

Recorrieron los interminables pasillos hasta subir al techo del horrible edificio. Ella estaba feliz de estar a punto de salir de aquel lugar que no quería volver a ver jamás en su vida. Aun se sentía demasiado débil, como había predicho su madre, pero hacía lo posible para caminar rápidamente y sin quejarse, para no preocupar a los hombres. Nikolav se veía bastante bien, aunque estaba un poco más alejado de lo que ella esperaba, caminando por detrás de Juliann y de ella. No se habían molestado en hacerse invisibles ya que los havors no estarían en los pasillos que debían transitar.

Rápidamente llegaron hasta el techo, donde el dragón debía estar esperándolos. Pero... ¿dónde se encontraba? El sitio estaba desierto y no había señales de Ildwin.

—¡Mierda! —exclamó Alejandra, frustrada— ¡Se fue el muy desgraciado!

—Ya les dije yo que no se puede confiar en un dragón —señaló Nikolav, sacudiendo la cabeza.

Juliann suspiró:

—¿Y ahora? ¿Qué hacemos? Será imposible salir con la guardia que está allí abajo. Son muchísimos havors. No tenemos chance contra ellos.

—Veamos si hay algún punto débil —sugirió ella—. Quizás haya una parte del edificio que no tengan bien vigilada. Algún lugar por donde nos sea más fácil cruzar.

Juliann asintió y, junto a Nikolav, caminaron hasta un extremo del edificio; recorrieron luego cada uno los restantes.

—¡Mira esto! —dijo Juliann.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, esperando lo peor.

—¡Ven y mira!

Ella caminó hasta situarse al lado de los dos hombres. Se sorprendió al ver que no había un solo havor alrededor del edificio. A lo lejos, podía verse el lugar donde se hallaba el cruce de caminos. Tampoco había nadie allí: los monstruos se hallaban todos corriendo en dirección al mar.

—¡Mi Dios! —exclamó ella— ¿Por qué estarán haciendo eso? ¿Es obra tuya? —le preguntó a Juliann.

—No. Creo que lo están siguiendo, al dragón.

—¿Al dragón? —preguntó, suponiendo que él debía tener razón. Si lo habían visto huir, estarían tras de él—. Bueno, mejor para nosotros, entonces —continuó—. Bajemos hasta la planta baja para poder salir.

—No es necesario —dijo el rubio—. Nikolav vio que hay una escalera angosta al otro costado. Podemos bajar por allí.

—¿Una de esas escaleras de emergencias? —preguntó ella. No sabía para qué querían algo así los havors. ¿Cabían por una escalera de esas características?

—Sí, eso —contestó Nikolav—. Será más rápido bajar por allí que por el interior. Además, puede que queden más de ellos en el edificio, no hay forma de saberlo —Nikolav estaba aterrado ante la idea de encontrárselos en el camino, más aún tras las horribles pesadillas que había tenido. Deseaba poder sacar a Alejandra de allí sana y salva y sin que ninguno la viese. Aunque... sabía que él era una peor amenaza para ella en esos momentos, y eso le rompía el corazón.

Los tres bajaron por esas escaleras. Primero lo hizo Juliann, luego Nikolav y, por último, Alejandra.

Ella estaba esperando que, tal vez, una docena de monstruos saltasen de la nada, pero no. No había nadie para detenerlos, así que los tres tomaron el camino más fácil y más rápido para escapar. Avanzaban con premura, así que no demorarían demasiado en llegar al portal.

Caminaron hasta el cruce de caminos, los tres tomados de la mano para permanecer invisibles y no ser vistos por ningún havor que osase aparecerse, quizás despertando de alguna siesta en su cabaña. Luego doblaron a la derecha, rumbo al portal.

Ese camino ya lo había recorrido antes con Juliann, así que ella sabía bien qué esperar. Pronto llegarían al portal y podrían escapar. «Pronto Nikolav sería libre, y podremos ser felices de una vez», pensaba Alejandra, sin imaginarse lo que sus acompañantes habían acordado sin siquiera consultarle.

Alejandra caminaba en el medio, sosteniendo la mano de los dos hombres que había amado alguna vez en su vida. Juliann se había negado a ir en el medio, no era necesario tener contacto directo con Nikolav para hacerlo invisible. Bastaba con que Alejandra fuera la que lo tomara de la mano. Ella pensó que así era mejor.

Había demasiada tensión entre esos dos y no pasaba inadvertida. Ella sabía que Juliann odiaba a Nikolav por el simple hecho de ser vampiro, por las cosas que le había hecho pasar y, más aún, por el incidente reciente en el que él casi bebe toda su sangre, aunque eso no fuera su culpa sino de la estupidez de sí misma. Ella sabía que Nikolav nunca hubiese hecho nada para herirla. No intencionalmente. Él hubiera preferido morir antes que hacerlo.

El vampiro tampoco simpatizaba mucho con Juliann, aunque este último nunca le había hecho nada. Nikolav tampoco sabía nada del pasado de ambos. ¿O sí? Alejandra decidió que era mejor si no se enteraba. Sabía que él era celoso, aunque había accedido a que ella se casara con otro con tal de que la trajeran de vuelta a la vida. Quizás, después de todo, no lo era tanto como ella pensaba.

Ella iba pensando de camino en todas las posibilidades que habría, más ahora que los tres estarían juntos en otro plano desconocido. «¡Mierda!», pensó de pronto, «¿Cómo hago para convencer a Juliann de que vaya con nosotros? No puedo dejarlo que se las arregle solo. Los guardianes no estarán contentos con él».

Debería buscar la manera de persuadirlo, y pronto. Pero lo que no sabía era que, en realidad, Juliann no necesitaba demasiados motivos para seguirla adonde ella fuera.

—Nikolav —dijo Alejandra, casi en un susurro.

—¿Sí? —respondió él.

—¿Aún tenés tu llave para abrir portales?

—Sí —contestó él—. ¿Por qué?

—Por nada. Curiosidad. Sé que los vampiros la estaban buscando. Eso es todo.

Curioso era el hecho de que, de las nueve llaves místicas existentes, tres de ellas estaban allí, siendo portadas por cada uno de ellos. Ella no quería decirle nada sobre sus planes a ninguno de los dos, no hasta el último momento, por miedo a que los estuvieran observando los guardianes, o algún soplón.

Caminaron un rato más, cada vez más cerca del portal y se sorprendieron al no dar con ningún havor en el camino. De pronto, Alejandra sintió un sonido proveniente del aire. Era algo enorme que volaba sobre ellos. El dragón.

—¡Muéstrense! —exclamó Ildwin en forma autoritaria— ¡Sé que están allí abajo! Ellos se detuvieron al oírle y se soltaron las manos.

—¿Cómo supiste que estábamos acá? —preguntó Alejandra mientras él aterrizaba delante de ellos.

—Los he oído. Los dragones tenemos un muy buen oído.

—No cumpliste con tu palabra —le reprochó Juliann—. Nos abandonaste.

—Ustedes demoraban una eternidad —se quejó Ildwin, defendiéndose— y uno de los havors apareció en el techo, alertando a los demás de mi presencia. Entonces me fui volando hacia el mar para despistarlos y, después de dar unas vueltas por allí, he decidido buscarlos, suponiendo que ya estarían camino al portal.

—Ahora entiendo —pronunció Alejandra, quien siempre había confiado en Ildwin más que los demás. Quizás era alguna especie de sexto sentido que ella tenía o el mero hecho de desconocer la historia de los dragones y los rumores sobre lo oportunistas que estos podían ser.

—Además —prosiguió él—, los hubiera esperado en el portal, pero a unos quinientos metros de aquí hay una barrera de havors. No van a poder cruzarla sin mi ayuda.

—Bueno, entonces —profirió Nikolav un tanto impaciente—, llévanos.

—Hay un problema —les informó Juliann, dando tenues golpes en el suelo con sus pies.

—¿Cuál? —preguntó Alejandra, preocupada.

—No puedo hacerlos invisibles a todos. Solo dos al mismo tiempo. No podré con Ildwin.

—No importa —dijo el dragón—, despreocupado. Tendremos suficiente tiempo para salir por el portal hasta que ellos lleguen a nosotros. No hay problema. Vuelo más rápido de lo que ellos pueden correr.

—¡Andando, entonces! —dijo Juliann, trepándose de un salto a la espalda del dragón, que ya se había preparado para recibirlos en su lomo. Alejandra lo siguió, y luego Nikolav, sosteniéndose el uno del otro. Nadie se daría cuenta de que el dragón volaba con ellos encima; los havors pensarían que solo se trataba de Ildwin a la fuga.

Alejandra iba mirando hacia abajo mientras surcaban el cielo. Pronto estaban acercándose al lugar donde los monstruos montaban guardia. Ni bien vieron a Ildwin se prepararon para perseguirle hasta donde fuese, mientras que algunos tenían armas y estaban apuntándolas hacia arriba.

—¡Cúbranse! —exclamó el dragón.

Los tres se agacharon lo máximo posible sobre el lomo de Ildwin, justo a tiempo para esquivar una enorme bola de fuego que pasó volando por encima de ellos. El fuego no los mataría, pero posiblemente el impacto los lanzaría al suelo, cosa que no podían permitirse. Los demoraría en gran manera y caer haría que se separasen y no pudiesen mantenerse invisibles.

Ildwin comenzó a volar con mayor rapidez, esquivando las enormes bolas de fuego que los havors lanzaban, hasta finalmente llegar al lugar donde se encontraba el gran montón de piedras que marcaban el portal. Allí descendió, mirando hacia atrás para ver qué tan cerca estaban las criaturas.

—Tenemos un minuto, dos como máximo —anunció—. Apúrense a abrir este portal.

Ellos bajaron, sin molestarse en permanecer invisibles, mientras Alejandra tomaba su llave y la introducía en la abertura diseñada para ella. El portal se abrió y los cuatro cruzaron uno por uno: primero ella, luego Nikolav, después Ildwin y, por último, Juliann. Pero los havors estaban muy cerca en el momento de cruzar y comenzaron a lanzar flechas al aire, en dirección a ellos. Una le dio en el brazo a Juliann, hiriéndolo, justo cuando había alcanzado a cruzar el portal. Este se desvaneció de inmediato, ni bien la flecha tomó contacto con su piel.

El corazón de Alejandra dio un salto y ella corrió al lado de su acompañante de travesía ni bien lo vio inconsciente en el suelo. Nikolav quitó la llave del portal, antes de que los havors lanzasen otra lluvia de flechas o pudiesen darles alcance.

—¡Juliann! —gritó Alejandra, sacudiéndolo. Estaba muy preocupada. ¿Moriría? ¿Qué sucedería? ¿Por qué se había desvanecido a causa de una simple flecha? ¿Era una simple fecha?

—No es nada —dijo una voz femenina, que se acercaba desde el otro lado.

—¡Razzmine! —pronunció Nikolav, sorprendido de verla.

—¿Qué le pasó a Juliann? —indagó la joven hada.

—Lo han herido con una flecha envenenada —contestó la bruja—, pero el veneno simplemente lo dejará inconsciente por una hora aproximadamente. Si esa flecha le hubiera dado a ese dragón que tienen con ustedes, lo hubiera matado. Y ya que lo menciono... ¿qué hacen ustedes con un dragón?

—Hicimos un trato con él —explicó Alejandra, aunque sabía que no le debía explicación alguna a su hermana.

—Sí —contestó Ildwin con su potente voz— y ahora es el momento de que cumplan con su parte. Abran mi portal. Ya quiero irme a casa.

—Ya lo hago —se ofreció Alejandra, comprobando que Juliann se hallaba bien antes de dirigirse al lado del dragón—. ¿Sabés cuál es el portal por el que debes cruzar?

—Por supuesto —contestó—. Es aquel montón de piedras negras que está allí.

—Quedate con Juliann —le pidió ella a Nikolav. Luego, caminó junto a Ildwin hasta llegar a su portal, que se encontraba tan solo a unos cien metros de distancia.

—Ha sido un gusto conocerte —dijo el dragón amablemente, sonriendo a su manera. Sus ojos color ámbar brillaban mientras la observaban.

—Gracias por tu ayuda —pronunció ella, y tomó su llave para abrir el portal—. Que tengas mucha suerte y espero que ahora no andes metiéndote por portales que no sabes adónde llevan. — Ambos rieron.

—¿Quieres hacer otro trato antes de que me vaya? —preguntó Ildwin tras unos instantes—. Los dragones podemos conceder deseos, lo que sea. —Se quedó observándola, quizás intentando descifrar cuál era el deseo más íntimo que guardaba el corazón de la inocente hada.

—¿Por ejemplo? —preguntó Alejandra con curiosidad.

—Fortunas, casas, autos lujosos, el amor de alguien... cualquier cosa que te imagines. Es muy poco lo que no podemos obtener.

—¿Podés conseguir que se le conceda la libertad y el perdón a Nikolav? —preguntó esperanzada.

—Hmm... lamentablemente eso no puedo. Los guardianes están involucrados en ese asunto y los deseos que concedo no pueden afectarlos o involucrarlos a ellos.

—Entonces —Alejandra se quedó pensando por unos momentos hasta descubrir qué era lo que realmente deseaba—... ¿Podés conseguir que Nikolav logre controlarse cuando beba mi sangre?

El dragón sonrió, sabía que lograría realizar un trato con ella. Todos deseaban alguna cosa que no podían lograr por sus propios medios.

—Sí, puedo —confirmó—. Hay una poción mágica que puedo materializarte en un instante una vez que acordemos el trato. Si él la bebe, podrá resistir las ganas de tomar tu sangre, y si lo hace, podrá controlarse, así no se la bebe toda. El efecto dura por la eternidad. Siempre que beba sangre de hada, podrá detenerse en el momento que lo desee, no solo cuando beba la tuya.

—Entonces, puede que lo quiera —dijo ella, pensando en lo feliz que sería si lograba eso

¿Pero qué querría Ildwin a cambio de concederle ese deseo?

—Pero todo tiene un precio, querida —anunció el dragón.

—¿Cuál es el tuyo? —quiso saber ella.

—Quiero tu llave —contestó él con simpleza. No andaría con vueltas. Eso era lo que deseaba y no pediría nada más que eso a cambio. No necesitaba nada más de ella, al menos por el momento.

—No lo sé —contestó Alejandra, insegura. ¿Estaría bien deshacerse de ese preciado objeto?

Necesitaba pensarlo bien.

—¿De veras quieres ser feliz con Nikolav? —preguntó Ildwin.

—Sí, quiero.

—Entonces no lo dudes. Dame la llave. Sabes que será imposible estar con él, a no ser que logre controlar su sed.

Ella miró los ojos color amarillo fuego del enorme dragón. Tenían una imponente belleza y reflejaban una gran sabiduría, aunque a la vez infundían un poco de miedo.

—¿Para qué pensás usarla? —preguntó tras haber tragado saliva. No quería ser responsable si el dragón usaba su llave para realizar el mal.

—Para ir a vivir entre los humanos... ¿Para qué más? No te preocupes, no dejaré salir a los demás dragones. Puedo transformarme y pasar inadvertido, como un humano más, ya que yo poseo ese poder. ¿Qué dices?

—¿Prometés no lastimar a nadie? —le pidió Alejandra. Necesitaba esa promesa para poder aceptar el trato. Si Ildwin podía camuflarse como humano y no dejaba salir a los demás dragones, ¿por qué no permitirlo? No podía ser más dañino que los vampiros, era imposible que lo fuera.

—Prometo que no causaré daño alguno a ningún humano —juró el dragón.

—Entonces, tenemos un trato —anunció Alejandra, esperando no tener que arrepentirse de su decisión.

Ildwin cerró los ojos. Hubo una pequeña explosión a sus pies que hizo aparecer en el lugar una pequeña botella de vidrio, con un contenido líquido de color rojo.

—Allí está tu poción —le informó, abriendo sus ojos refulgentes—. Ahora quiero lo mío.

—¿Seguro que funcionará? —cuestionó ella.

—Cien por ciento seguro.

—Bien —respondió, conforme, agachándose para tomar la botellita en sus manos.

—No, no, no, señorita —reclamó Ildwin, endureciendo su mirada—. Primero, mi parte.

—Está bien —se disculpó ella, extendiendo su mano para alcanzarle la llave.

—Ahora puedes irte —la autorizó él—. Yo me encargaré de abrir el portal. —Alejandra asintió, tomando la botellita que se encontraba en el suelo.

—Suerte —le deseó y dio la vuelta para caminar hacia donde los demás estaban.

Avanzó unos metros y volvió a girar. Para su sorpresa, el dragón ya no estaba, sino que en su lugar se hallaba un apuesto joven de piel color oliva, cabello corto oscuro y ojos color ámbar. Ildwin se había transformado, tomando forma humana, y le estaba sonriendo desde allí.

—Hasta la vista, Alejandra —se despidió y luego entró en su portal, desapareciendo dentro de él.

Ella suspiró y caminó hasta llegar junto a los demás, preguntándose si realmente había

hecho lo correcto. Sabía que, si se había equivocado al darle la llave al dragón, posiblemente nunca lo descubriría. Desde el lugar adonde ellos ahora irían, no tendrían contacto con nadie del exterior. Estarían para siempre aislados, pero sabía que cualquier cosa sería mejor antes que tener que vivir una vida lujosa, pero lejos de Nikolav.

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