Capítulo 7

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—¡JULIANN DESPERTÁTE! —SUSURRÓ ALEJANDRA, sacudiéndolo de los brazos, luego de haber esperado lo que debían de haber sido alrededor de dos horas.

—¿Qué? ¿Qué sucede? —preguntó él, abriendo sus ojos abruptamente, un tanto sobresaltado.

—Te quedaste dormido.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —Se lo veía preocupado.

—No lo sé. Un buen rato —contestó ella, sin querer decirle que habían pasado como dos horas—. Pero ahora debemos seguir adelante.

—¿Por qué me has dejado dormir tanto? —le reprochó mientras se desperezaba.

—Lo necesitabas o te ibas a desmayar en el camino de vuelta. Ahora tenemos que irnos de aquí —dijo ella suavemente, pero con urgencia.

—De acuerdo. ¿Has podido averiguar dónde está Nikolav?

—Sí, en el piso de abajo y hay seis havors en el pasillo.

—Hmm... Va a estar un poco difícil. Deberemos matar al menos a uno de ellos. No puedo hipnotizarlos a todos. Con suerte podré hacerlo con cinco.

—Lo sé —dijo ella—. Tengo un plan. Mientras tú los hipnotizas, yo puedo matar a uno con el sable.

—Me parece una buena idea —asintió él, seguro que ella podría hacerlo—. Pero ten cuidado y no dejes que te pongan las manos encima.

—¿Por qué?

—Podrían matarte si lo hacen. Te sacan la energía con sus manos. Mientras permanezcas fuera de su alcance estarás bien.

—Bien. Entiendo que no podré estar invisible para atacarlo.

—No. Necesitas tener completa movilidad y para eso deberemos estar separados. Yo iré primero y los distraeré. Tú ve luego y ataca al que no esté bajo mi encanto. —Alejandra se rio.

—Sí, tu encanto —repitió con sarcasmo—. Bueno, vamos entonces. ¿Qué estamos esperando? Se levantaron del suelo y salieron de la celda tomados de la mano. Por suerte, no había guardias en ninguno de los pasillos del noveno piso. Seguro habían dividido sus fuerzas para cuidar el piso de Nikolav e impedir que alguien entrase al edificio. Alejandra era la culpable de eso. Si no la hubiesen descubierto en la celda de Nikolav, seguramente los havors no estarían en estado de alerta.

Pero ya no valía la pena lamentarse. No podía volver el tiempo atrás.

Bajaron las escaleras hasta llegar al octavo piso y se quedaron quietos en el pasillo, antes de doblar para salir al encuentro de los havors.

—Suerte —le deseó a Juliann en voz baja.

—Suerte a ti también —le expresó él, y cuando ya había dado la vuelta y estaba listo para ir primero a enfrentarse con los havors, dudó por un segundo antes de darse la vuelta de nuevo para llevar a Alejandra hacia sus brazos y darle un suave y delicado beso.

Ella se sorprendió ante este gesto, pero no luchó contra él. Estaba demasiado estupefacta como para hacerlo y no estaba segura de si estaba enojada con él por ello. Sus labios se sentían dulces y amenos, tal como cuando se habían besado durante su adolescencia. Tal vez, incluso se sentían mejor, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. No quería sentir cosas por él.

—Lo siento —se disculpó él, aunque no estaba arrepentido, una vez que había despegado sus labios de los de ella—. Quería recordar cómo se sentían tus labios, en caso de que no nos volvamos a ver —Alejandra tragó saliva y respiró profundamente, sin saber qué decir. Estaba anonadada—. No importa. No necesitas decirme nada —la silenció él, antes de que ella dijese palabra y esta vez dio definitivamente la vuelta y se fue por el pasillo, doblando en dirección a las bestias de piedra.

Alejandra caminó hasta donde la pared se terminaba, desenvainó su sable mientras esperaba oír a Juliann cantar. Unos segundos más tarde lo escuchó. Entonaba una canción hermosa. Ella sabía que podría oírla todo el día sin cansarse de hacerlo, pero debía estar alerta. Esperó un par de segundos más y, llevando el sable en sus manos, se dirigió con paso seguro y decidido hasta el lugar de donde provenía la voz del hombre que recién la había besado.

Cinco havors estaban hipnotizados, oyendo la canción, mientras que el otro miraba para todas partes, tratando de descubrir quién era el que cantaba y cómo hacer para que se callase. Juliann estaba invisible y el monstruo tendría que buscar un buen rato para poder localizarlo, si es que lograba hacerlo.

—¡Hola! —exclamó Alejandra, apareciendo en su campo de visión—. ¿Me estás buscando a mí?

El havor rugió y se abalanzó sobre ella con todas sus fuerzas, dispuesto a tomarla con sus rígidas manos para extraer toda su energía vital. Pero mientras él lo hacía, ella extendió el sable, que se clavó en el estómago del terrible monstruo antes de que él pudiese llegar a la muchacha.

El desafortunado engendro estaba confundido. Seguramente nunca se había imaginado poder ser derrotado de esa manera, sin siquiera ser capaz de defenderse. Su piel de roca no había impedido la penetración del legendario sable Stumik. Unos segundos más tarde, estaba muerto, y su cuerpo se convirtió en un montón de piedras verdes. Alejandra se preguntó si no sería de ese material que estaban construidos los caminos, de los havors muertos. Esa idea le resultó repulsiva.

Quitó a Stumik de entre las rocas y volvió a envainarlo. Juliann seguía cantando; ella aún no podía verlo. Los havors caminaban, alejándose de la puerta cada vez más y más.

Una vez que estaban lo suficientemente lejos, Alejandra tomó su llave y abrió la puerta de la celda donde estaba Nikolav. Ni bien él estuvo a la vista, ella se quedó en la entrada, congelada. No podía creer lo que le habían hecho a su amado, quien, en vez de estar encadenado, ahora estaba clavado al suelo: estacas de madera se hundían en sus pies y manos, las que, en cualquier situación, causarían una agonía inmensa a un vampiro.

Él no se veía para nada bien. Alejandra sabía que el efecto reanimador de su sangre ya se le había pasado, más aún con la madera dentro de su organismo, y que él estaba sufriendo en gran manera al estar clavado así. «¡Qué tortura tan cruel!» pensó ella, rápidamente arrojándose a su lado y quitándole las estacas que le restringían su movimiento y le envenenaban la sangre.

Se hallaba inconsciente, y ella esperaba que, al haberlo liberado de las estacas, respondería de forma positiva, mas no hubo reacción alguna de su parte. Alejandra debía hacer algo urgente para reanimarlo, de eso estaba segura. No podía permitir que permaneciese en ese estado y tampoco podría sacarlo de ese lugar si no se mejoraba. Ni siquiera con la ayuda de Juliann podría lograrlo.

Alejandra supo lo que debía hacer para salvarlo. Desenvainó el sable sin pensarlo dos veces y con él se realizó un profundo corte en su muñeca, la que luego llevó a los pálidos labios de su amado. Debía forzarlo a beber, y para ello debía hacer que la sangre de hada le brotase libremente y se introdujese en su boca.

Y así ocurrió. Una vez que la sangre empezó a ser vertida en la boca del vampiro, este comenzó a recuperar su movilidad poco a poco, aferrándose al brazo de Alejandra mientras bebía de ella profundamente.

Ella lo dejó beber por un rato, pero pronto comenzó a asustarse al ver que no la soltaba y que empezaba a debilitarse. Estaba perdiendo más sangre de lo que un hada podía. Pronto se le acabaría y, con ella, también su vida.

—¡Nikolav! —lloró con desesperación— ¡Soltame, por favor!

Él no reaccionaba ante sus súplicas, aunque sí las oía. Simplemente, la sed era más fuerte y no podía resistirse a la sangre de hada, por más que lo intentaba con todas las fuerzas de su mente. Alejandra comenzó a desesperarse. Su líquido vital de a poco se estaba acabando y, si Nikolav llegaba a tomar su última gota, estaba perdida. Segundos más tarde, perdió el conocimiento. Se encontraba al borde del abismo.

Nikolav la había pasado muy mal desde la última vez que había visto a Alejandra y los havors la habían descubierto. Ellos habían estado buscándola incesantemente, seguramente pensando que en algún lugar aún debía de estar ocultándose, por lo cual lo habían cambiado de celda luego de haberlo torturado un buen rato, dejándolo con estacas en sus manos y pies, no tanto para inmovilizarlo sino más bien como método de tortura. Querían hacerlo sufrir lo más posible, pero sin matarlo porque los guardianes lo habían prohibido. Sabían que la tortura probablemente atraería de regreso a la intrusa.

Su conciencia había estado vagando en un lugar oscuro, sin saber lo que sucedía. De pronto, había podido sentir un exquisito líquido entrar por su boca, había podido saborearlo, y quería cada vez más. Sabía que no podía vivir sin él, su sed se iba acrecentando. No tenía idea de dónde provenía ese líquido tan dulce ni qué decían las voces que hablaban a su alrededor, solo existía él y ese precioso néctar.

De a poco comenzó a oír las súplicas de Alejandra, pero aun así, no lograba detenerse, aunque lo intentaba. Sabía del peligro, pero su cuerpo de vampiro, y sus impulsos, podían contra su mente y su corazón. Sabía que terminaría haciendo lo que más había temido hacer: mataría a Alejandra y, con su muerte, él ya no tendría tampoco razón para vivir. Cualquier castigo de los guardianes sería poco, pediría la pena máxima él mismo.

De pronto, el preciado líquido fue arrebatado de su boca y Nikolav sintió un fuerte bofetazo en su cara, que lo hizo volver a la realidad en un instante, aunque, cuando salió de ese trance, no tenía idea de lo que había estado ocurriendo.

—¡¿Qué crees que haces?! —una voz masculina masculló. El vampiro abrió los ojos y pudo ver a un rubio enojado delante de sí, que ahora estaba sosteniendo a Alejandra en sus brazos e intentaba reanimarla.

Ahora Nikolav entendía. Sabía que Alejandra se había sacrificado para reponer sus fuerzas, pero que él no había logrado hacer nada para detener su sed. Se sentía horrible. Ya se lo habían dicho: no hay vampiro que pueda resistirse al néctar de un hada, ni que pueda detenerse una vez que ha comenzado a beber de él. Sabía que estaba condenado a mantenerse alejado de la mujer que amaba, por su seguridad. Pero de eso los guardianes ya se encargarían. Lo suyo era un amor imposible.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Nikolav, dándose cuenta del peligro en el que esos dos se habían metido al ir allí— ¿Qué hacen aquí?

—Hemos venido a rescatarte, ¡imbécil! —vociferó Juliann.

Nikolav de a poco fue recuperando sus fuerzas, gracias a la sangre ingerida y, rápidamente, se puso de rodillas delante de Alejandra.

—¿Cómo está? ¿Se encuentra bien?

—Se recuperará —contestó Juliann, lleno de odio y seriedad—. Pero no gracias a ti. Si me demoraba un segundo más, me habría encontrado con su cadáver.

—No fue mi intención —contestó el vampiro, con la mirada gacha—. Yo nunca la dañaría.

—¡Ya lo has hecho! —lo acusó el hada—. Una y otra vez. La obligaste a casarse contigo, a enamorarse de ti, la convertiste en vampiro, en un arma mortal. Y ella aun así te ama. ¡No tienes cara!

—Todo eso lo hice influenciado por Siron. Yo en verdad la amo y lo he demostrado entregándome para salvarla, para que ella tuviera una nueva oportunidad para vivir.

—Apuesto que sabías que ella vendría por ti —le reprochó, mirándo a Alejandra dulcemente. Creía que era una pobre tonta, una tonta que haría cualquier cosa por amor, aunque ese amor no fuera correspondido. Él pensaba, y estaba seguro, que un vampiro era incapaz de amar.

—No. Es más, desearía que no hubiera puesto su vida en riesgo por mí. ¿Por qué has venido tú con ella? ¿Por qué no la mantuviste a salvo en su dimensión?

—Porque ella lo habría hecho con o sin mi compañía, la conozco mejor que tú. Ella habría buscado la forma de hacerlo sola, y habría terminado mal, mucho peor que ahora. Hasta el momento me las he apañado para mantenerla viva. ¿No te parece?

—Eso te lo agradezco —contestó el vampiro. Sabía que Juliann tenía razón. Alejandra era obstinada, no se detendría hasta conseguir lo que quería, mucho menos con la seguridad que sus nuevos poderes le infundían.

—Pero quiero que me prometas algo antes de que salgamos de aquí —dijo Juliann seriamente. Sabía que debía arreglar ese asunto entre hombres, aunque Alejandra luego lo odiase de por vida. Lo hacía por su propio bien.

—¿Qué? —preguntó Nikolav, curioso por saber lo que su contrincante por el amor de Alejandra le pediría.

—Mantente alejado de ella. Ve al lugar necesario para mantenerte a salvo, pero no te quedes con ella, nunca. El amor entre un vampiro y un hada es algo que no debería existir y por eso ha sido prohibido en más de una ocasión. Por ello nuestra especie nace con miedo hacia ustedes y la tuya nos tiene como su presa predilecta. La próxima vez que la muerdas, que sé que sucederá porque no podrás contenerte, puede que yo no esté para salvarla, terminarás matándola.

—Lo prometo —dijo Nikolav, con la mirada baja. El príncipe hada tenía razón, lo aceptaba. Era muy peligroso para ella mantenerse cerca de él. Si no podía contener su sed de ella, debería alejarla, para siempre.

—Bien. Posiblemente tendrás que fingir no quererla, para que deje de intentar buscarte. Haz lo que sea necesario, pero déjala en paz. —Nikolav asintió, haría todo lo que Juliann le pedía—. Ahora —continuó el rubio de ojos color violeta—, esperaremos unos minutos hasta que ella recupere su sangre y subiremos al techo. Un dragón nos espera para llevarnos a la salida de este reino.

—¡¿Qué?! —preguntó Nikolav, sorprendido— ¡¿Un maldito dragón?!

—Sí —replicó Juliann, quien tampoco podía creer que estuviesen trabajando con un espécimen como aquel— Ha prometido esperarnos. Hemos hecho un trato.

—¿Y esperan que lo cumpla? ¿Qué le han dado a cambio? Hay que prestar mucha atención a las palabras con las que se hacen los tratos con un dragón.

—Su libertad —contestó Juliann—. Lo soltamos de sus cadenas y le abriremos el portal de regreso a casa con tal de que nos ayude a salir de aquí. Parece un buen trato.

—Bueno —dijo Nikolav, acariciando la mejilla de la inconsciente muchacha—. Puede que lo cumpla si realmente los necesita para salir. Pero yo no me fiaría mucho de un dragón. Me han dicho que son traicioneros, aunque nunca he tratado con uno, y he oído que siempre encuentran la manera de evadir un trato si en algo no les conviene.

—Espero que ese cumpla, o nos resultará demasiado difícil salir. Abajo hay docenas de havors. No creo que podamos nosotros solos contra ellos, y Ale estará muy débil para luchar. Le llevará un buen rato recuperarse por completo.

El vampiro se sentó en el suelo junto a su amada, sintiéndose terrible por no haber podido controlarse, preguntándose a sí mismo cómo harían los tres para escapar de la ira de los guardianes una vez que todo fuese descubierto. ¿Cómo huir de esos seres que parecían saberlo todo?

Tal vez hubiese una forma, pero si no la había se entregaría de nuevo para que quienes intentaron rescatarlo no tuvieran que pagar por su delito. Le parecía la única manera posible. Le

pediría a Alejandra que lo dejase estar allí, para no ser castigada, aunque sabía que no aceptaría, que no se daría por vencida, mucho menos ahora que había llegado hasta ese sitio. Él tampoco se habría dado por vencido si la prisionera hubiese sido ella. Nunca hubiera renunciado a su amor, aunque ahora, sí lo estaba haciendo: estaba renunciando a ella, mas era por su propio bien. Debía mantenerse lo más alejada posible de sus mortales colmillos.

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