Capítulo 11

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PRONTO, TODO ESTABA LISTO para la coronación de la nueva reina de las hadas. En ese reino, todo trámite se hacía rápido y sin demoras. Ese no sería una excepción, a pesar de que la tristeza en los habitantes era evidente. Estaban felices de tener a Meredinn como reina, pero el pesar les invadía al recordar cómo habían perdido a la reina Alejandra, una de las mejores que pudieran haber tenido en su historia.

Todas las hadas estaban reunidas alrededor de Crísalis, junto al lago. También se encontraban allí los elfos, los duendes y algunos invitados especiales. Hasta las faedas se habían animado a asomarse fuera del bosque para presenciar lo que sucedería. Meredinn sabía que los sorprendería a todos.

La ceremonia de coronación no fue distinta a la de la propia Alejandra, ya que siguió los mismos pasos. La mayor diferencia era el estado de ánimo de los presentes, nada más. Lo demás fue similar, incluso la ceremonia fue oficiada por la misma vieja hada que había dirigido la coronación de su madre.

Cuando fue su momento para hablar, decidió hacer el tan importante anuncio que estaba planeando. Había escrito todo un discurso en su mente.

—Saludos a todos los presentes: hadas, elfos, duendes, faedas voladoras y otros invitados. Hoy nos reunimos aquí tras eventos trágicos, para celebrar mi coronación. No es necesario fingir felicidad cuando todo lo que queremos hacer es llorar. Pero ¿qué ganamos con llorar? Eso es lo que caracteriza a nuestra especie: sabemos ponerle al mal tiempo buena cara, siempre. Y los felicito por eso. —Meredinn pausó por un instante, mirando a su público. Algunos tenían los ojos húmedos, sabían que su discurso sería conmovedor.

—Mi madre siempre ha sido mi modelo a seguir. La amo tanto que todo mi ser grita que vaya a rescatarla. Sin embargo, ¿qué ganaría intentándolo? Nada. Absolutamente nada. Bueno, tal vez lograría dejar a este pueblo sin otra de sus reinas, y no quiero eso. Quiero demostrar fortaleza en estos malos tiempos, ser un modelo a seguir como lo fue mi madre. Por eso seré fuerte, seguiré adelante, empezando ya mismo con las tareas que me competen.

—Meredinn volvió a pausar sus palabras—. Y lo primero que haré en mi reinado... será contraer matrimonio.

Se podía oír murmullos entre la multitud. El anuncio de la joven reina los había tomado por sorpresa.

—Ya he decidido quién será mi esposo, quien reinará junto a mí —dijo ella, aunque sabía bien que ese reinado no sería para nada prolongado. Meredinn pudo ver a sus pretendientes oficiales prestando atención. Estaban todos ahí, con excepción del vampiro. Parecían entusiasmados al oír las noticias. Angell también se encontraba, pero se lo veía más bien sorprendido. Tampoco se esperaba aquello.

—Mi marido será Angell, quien me ha probado su amor en muchas formas durante estas últimas horas. Será un enorme honor tenerlo a mi lado. No solo por eso, sino también porque me he enamorado de él.

Muchos estaban sorprendidos ante la elección, aunque otros emocionados, y algunos pocos molestos, como Juliann, quien no estaba de acuerdo con que su hija se apresurase tanto en casarse.

—He dicho que será lo primero que haré en mi reinado, porque el casamiento será llevado a cabo hoy mismo y en este lugar —anunció a la muy asombrada multitud, que estaba abriendo sus ojos de par en par.

¿Acaso se había vuelto loca? La mayoría se lo preguntaba. Estaba perfecto que quisiera casarse con un dios, aunque ningún hada lo hubiese hecho antes, pero ¿por qué tan pronto? ¿Por qué no esperar un tiempo hasta que hubiese pasado el golpe por la pérdida de la reina anterior? Muchos no entendían, aun si aceptarían la decisión de todas formas.

Meredinn dejó dicho que nadie se fuera a su casa, que esperaran un par de horas, ya que la boda se llevaría a cabo en un rato. Ordenó que se diera comida y bebida a los presentes hasta que ese momento llegase. Las hadas solían bailar y jugar en esas ocasiones, aun así, la boda no sería tan alegre como de costumbre, no se celebraría tanto como se hacía en una situación normal. No podían hacerlo cuando el destino de Alejandra era incierto.

¿Qué era lo peor que podía llegar a sucederle? ¿Que la convirtiesen en demonio o dragón? No. Lo peor sería que la convirtiesen en comida de havor, pues ellos consumirían su alma, dejando nada en absoluto. Si aquello sucedía, Meredinn dudaba que se pudiese restablecer la vida de su madre una vez que hubiera normalizado el mundo y expulsado a los guardianes.

Eso no podía suceder, no obstante, algo le decía que los guardianes propondrían un castigo «ejemplar». Meredinn se juró que lo evitaría sin importar el precio a pagar.

Se dirigió a sus nuevos aposentos para cambiar su vestimenta de coronación por la matrimonial. Usaría el mismo vestido que había usado su madre para casarse con Nikolav, un poco más de dieciocho años atrás.

Iba avanzando por el pasillo cuando Angell se atravesó por su camino, apoyándola contra la pared. Ella se mostró sorprendida. Él la observó con detalle antes de hablar.

—Me has impresionado, Mere. No me habías dicho que estabas tan apresurada por casarte conmigo.

—Pues..., verás..., sí lo estoy —dijo ella con una sonrisa encantadora.

—Me vuelves loco —le dijo él, posando su mano en la pierna de la nueva reina de las hadas—. Supongo que eres una hada hecha a la antigua —dijo mientras le depositaba un beso en la parte baja del cuello—. Pues si quieres casarte primero, ¡perfecto!, te prometo la mejor noche de bodas del mundo.

Meredinn se rio nerviosa. Le causó gracia que Angell pensase que se apuraba porque quería tener sexo solo dentro del matrimonio, pero no lo contradeciría. Necesitaba que no dudase de ella.

Se casaba con todo el amor del mundo, no mentía al decir que lo amaba; ella no podía mentir a no ser que consiguiese una poción que le permitiese hacerlo. Sin embargo, era cierto que, si no fuera cuestión de vida o muerte, hubiera esperado bastante más para la boda. Lo que sucedería después de la boda, en cambio, no hubiera tardado tanto tiempo, ya que también sentía unas ganas locas de estar con Angell, de sentir esa piel contra la suya y experimentar lo que un dios podría enseñarle.

«¡Ya basta, Meredinn!», se dijo a sí misma. Necesitaba concentrarse.

—Pues te veo en el altar, mi galán —le dijo ella, guiñándole el ojo—. Debo ir a prepararme.

—Por supuesto —accedió él, quitándole de inmediato la mano de encima, dándole espacio para que pudiese moverse.

Ella continuó hacia su habitación, pero Angell se mantuvo en el pasillo, admirando mientras se alejaba. Sabía que le escondía algo y por eso estaba acelerando el matrimonio. No lo engañaría con tanta facilidad. De todas maneras, le seguiría la corriente, al menos hasta descubrir qué era lo que le estaba ocultando.

Una pequeña lágrima salada corría por la mejilla de la hermosa reina, quien se miraba al espejo tras haberse vestido para su boda. Lucía bellísima, más radiante que nunca, pero la tristeza la invadía. Debía estar feliz, porque se iba a casar con el hombre que amaba, pero a ese hombre lo iba a traicionar, y lo iba a perder.

«Todo es por el bien mayor», no podía dejar de repetírselo, aun así, hubiera deseado que la situación fuese más simple, que pudiese salvar a todo el mundo sin sacrificar su preciado amor.

Pero el destino no quería que las cosas fueran fáciles para ella, y debía ser fuerte y aceptar lo que debía hacer. No había otra opción. Por más que había pensado mil y un maneras alternativas de cumplir su misión, no había forma en la que pudiese evitar eso. Podría no traicionar a Angell y contarle todo. «Tal vez lo entenderá», pensó ella. Sin embargo, para eso debía encontrarse con él en un sitio donde no pudiesen ser espiados. Quizá dentro de un cuadro o en sus sueños. Ya no había tiempo para aquello, pero lo intentaría luego de la boda, si era posible.

Se secó la lágrima en su rostro y se obligó a sonreír. Debía esforzarse por mostrarse feliz y radiante, como todo hada debería en el día de la boda con el hombre que amaba.

Salió de la habitación y en el pasillo se encontró con su padre, quien la estaba esperando, mostrando un rostro lleno de seriedad. Ella sabía a lo que venía, y por eso estaba contenta de ser la reina, o Juliann hubiera tenido el derecho de indicarle qué hacer. En ese instante, los roles estaban invertidos.

—Hija —comenzó a decir él—, vengo aquí como tu padre. Sé que no puedo hacer que cambies de opinión, solo quiero darte la mía. En ti está considerarla o no.

—Te escucho, padre —le contestó.

—No tengo problema en que te cases con alguien no perteneciente a nuestra especie. Es más, me parece perfecto que contraigas matrimonio con ese dios, si es la persona que amas...

—Sí, es quien yo amo —interrumpió ella

—Pero creo que deberías haber esperado un tiempo — continuó él—. Acabamos de sufrir una gran tragedia al perder a tu madre. Es difícil para nuestro pueblo tener que celebrar tu coronación tan pronto. ¿Por qué obligarlos a celebrar tu matrimonio ahora? ¿Por qué no esperar? No me parece lógico.

Claro que él no le encontraría lógica. No sabía nada de lo que había estado tramando en secreto desde que había cumplido sus quince años. En esa dimensión, solo su madre había estado consciente del plan. Nadie más lo sabía, no por desconfianza, sino por motivos de seguridad.

—Tienes razón. Debería haber esperado más tiempo. Tal vez me he apresurado, pero ya es tarde para volver atrás.

—No es tan tarde. Puedes salir afuera y decirles a todos que has decidido posponer la boda por un tiempo, aunque no fuera más que un par de semanas. Creo que sería lo mejor. — Meredinn sacudió la cabeza.

—Lo siento, pero no puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

—No puedo decírtelo, padre, pero es importante que me case con él, hoy mismo.

Juliann suspiró. Sabía que su hija estaba diciendo la verdad. Y si era importante que se casase en ese momento, debía aceptarlo sin cuestionarla.

—Está bien, mi niña —le dijo—. Nos vemos en unos minutos.

Fue a elegir su lugar afuera, donde ya todo se había organizado para tan repentina boda.

***

Angell se encontraba en la escalera para subir al piso superior, y había logrado oír toda la conversación entre padre e hija. Supo que ella no quiso contarle a su padre por qué se apuraba en contraer matrimonio. No le fue complicado sacar las conclusiones que necesitaba, dándose cuenta de lo que estaba ocurriendo, y de por qué Meredinn hacía lo que estaba haciendo. Estaba todo más claro que el agua, hasta lo sorprendía que las alarmas de los guardianes no se hubieran activado.

¿Qué haría al respecto? No sabía bien cómo actuaría, pero decidió que le seguiría la corriente, al menos hasta tomar una decisión.

***

La melodía nupcial de las hadas comenzó a sonar, y la bella reina se dedicó a descender por la escalinata de Crísalis, de la mano de su padre. Una larga alfombra violeta, llena de flores multicolores, marcaba el trayecto que la novia recorrería para llegar al altar, donde Angell esperaba ansioso.

Juliann avanzó junto a ella, hasta dejarla al lado del novio, para luego tomar su lugar detrás del altar, ya que Meredinn había pedido que fuera él quien oficiase la ceremonia. Las ceremonias solían ser dirigidas por las hadas más antiguas, pero no era obligatorio que fuera así, cualquier hada de alto rango podía hacerlo, sin importar su sexo o edad. Esa no era la primera vez que Juliann oficiaba una ceremonia, pero Meredinn sabía que él estaba incómodo ante semejante papel, bajo semejantes circunstancias.

—Hoy estamos aquí para unir en sagrado matrimonio a nuestra reina Meredinn y su prometido, Angell. Es la primera vez que un dios se une a un hada, por lo que esta es una ocasión digna de celebración.

Meredinn estaba satisfecha de que las hadas pudieran decir palabras en las que no creían si eran parte de una ceremonia como esa. De no ser así ¿qué estaría diciendo su padre?

Juliann pronunció un discurso sobre el amor, la unión, la fortaleza, entre otras cosas, pero Meredinn estaba demasiado distraída como para escucharlo. Miró a un costado y logró ver a Rudith y Karel tomados de la mano. ¿Ya se habrían dado el beso que Rudith había prometido darle? A Meredinn le pareció que sí y sintió pena de haberse perdido semejante acontecimiento, aunque entendía que ellos merecían su privacidad.

—Meredinn —dijo Juliann, haciendo que volviese en sí—. ¿Aceptas a Angell como tu legítimo esposo? ¿Aceptas compartirlo todo con él, a pesar de sus diferencias raciales, y amarlo y respetarlo durante el resto de tu larga vida?

Las hadas eran muy longevas, aunque no inmortales. Los dioses tampoco lo eran, pero su vida era mucho más larga que la de cualquiera que estuviese vivo en todo el planeta, en esos momentos, lo cual les otorgaba la apariencia de inmortalidad.

—Sí, acepto —dijo Meredinn, sin dudar.

—Angell —pronunció Juliann, mirando al novio—. ¿Aceptas a Meredinn como tu legítima esposa? ¿Aceptas compartirlo todo con ella, a pesar de sus diferencias raciales, y amarla y respetarla durante el resto de tu vida?

—Sí, acepto —contestó él, con una amplia sonrisa en su rostro. Estaba feliz de convertirse en el marido de la reina de las hadas y lo demostraba con cada gesto.

—Entonces: los declaro marido y mujer. Pueden besarse.

Angell tomó a Meredinn por la cintura antes de que ella pudiera percatarse de que había realizado movimiento alguno, y la trajo más cerca, uniendo sus labios en el beso más profundo que cualquiera de los presentes hubiera presenciado en sus vidas; un beso que provocó una ola de aplausos y ovación. Quedaría para la historia.

Luego de un par de largos minutos, Angell soltó a la novia, quien se había puesto de todos colores al saber que la multitud había visto semejante beso.

Después, salieron del lugar. Más adelante tendrían tiempo para celebrar la boda de otra forma, dadas las circunstancias de la pérdida de la reina Alejandra. Sin embargo, nadie dejaba de imaginarse cómo sería la noche de bodas con lo apasionado que había sido el beso.

***

Pronto llegó el momento en que la pareja de recién casados podría consumar su amor. Meredinn estaba un poco nerviosa, nunca había estado con alguien, y suponía que él debía ser todo un experto en cuestiones amorosas. Tenía miedo de pasar vergüenza a causa de su falta de experiencia.

Se abochornó al enterarse de que se estaba preocupando por cuestiones, para ella, triviales. ¿Qué hacía pensando en cómo le iría en la cama con Angell, cuando había cuestiones mucho más graves de las que preocuparse? Sin embargo, decidió que se olvidaría de los problemas al menos por unas horas. Si iba a perder al amor de su vida, al menos intentaría disfrutar al máximo de su compañía, por el tiempo que durase. No arruinaría sus últimos momentos juntos con pensamientos negativos.

Él llevaba a Meredinn en sus brazos, subiendo las escaleras hasta la cima del enorme palacio de las hadas. Arriba del todo había un piso exclusivo para ellos, donde nadie más podría entrar, era el piso donde solo los reyes habitaban. Los demás espacios eran compartidos y no se le negaba acceso a nadie en el reino.

—Ha llegado el momento —dijo Angell con solemnidad mientras cruzaban el umbral. Ella le respondió con una sonrisa angelical, mirándolo a los ojos, a esos ojos profundos que ella tanto adoraba.

Él entró triunfalmente por la puerta, llevando a su bella esposa, la cual dejó reposando sobre la enorme cama que compartirían.

El cuarto era muy bello. En el centro había una cama de forma circular, cubierta con pétalos de flores coloridas. Casi no había colores sobrios, todo estaba lleno de vida.

«Este no es lugar para un vampiro», pensó Meredinn, mirando a su ahora marido desde la cama, sintiendo la suavidad de los coloridos pétalos en sus manos.

Hmm..., ¿qué haré contigo? —preguntó Angell con picardía.

—No sé —contestó ella en el mismo tono—. ¿Qué tan creativo eres?

—Mucho —le aseguró, subiendo a la cama, tomándola de los hombros, para luego recostar su cuerpo sobre el de ella.

Meredinn podía sentir el contacto del cuerpo de su amado sobre el suyo, y eso la hacía vibrar. Estaba muy emocionada. Tiempo atrás no se hubiera imaginado que alguna vez perdería su virginidad, mucho menos casada antes de terminar con su importante misión. Era impensable. Y lo que hacía era parte de su misión, pero también porque amaba a ese hombre que tenía sobre ella, lo amaba tanto que dolía..., dolía saber que lo perdería.

Los labios de Angell buscaron los suyos. Ella lo besó como si fuera la última vez, sabiendo que así sería en realidad.

La pasión en aumento hizo que ella se olvidara de los nervios que sentía. Se estaba dejando llevar, estaba disfrutando cada momento, cada segundo de placer. Quería que esas horas durasen como si fueran días completos, y él se aseguraría que lo disfrutase como si así lo fuera.

Una vez desnudos, sus cuerpos se unieron en una danza armoniosa. Podrían haber estado así de manera infinita, pero todo lo bueno llegaba a su fin.

—Te amo tanto —le dijo ella, recostada al costado de su esposo.

—Yo también, mi hermosa Meredinn —le dijo él, depositando un beso en su cabello—. Duerme, mi reina.

Ella pronto se sumergió en el mundo de los sueños, disfrutando la calidez que le brindaba el hombre que dormía a su lado; esperaba encontrarlo en sueños para confesarle todo. Sabía que debía hacerlo, pero ¿podría hallarlo?

***

—¡Al fin! —exclamó una voz que Meredinn conocía muy bien. Ella se dio la vuelta para encontrarse frente a su tío Ildwin.

—¡Ildwin! —dijo con alegría. Siempre estaba contenta de verlo—. ¿Qué haces aquí?

—Te estuve esperando durante horas interminables. Necesito decirte algo urgente.

—¿Qué? —preguntó preocupada.

—Los guardianes han adelantado el juicio de tu madre. Está por comenzar.

—¡¿Qué?! —exclamó con desesperación—. ¡No lo puedo creer!

—Pues créelo. Supongo que han sospechado que piensas liberarla y que por eso has estado actuando de forma impredecible. De momento, parece que no sospechan nada de lo que en realidad ocurre. —Meredinn suspiró aliviada.

—Eso espero. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has hecho para escaparte?

—Fácil —dijo él—. Tu madre me consiguió una poción de invisibilidad; se la hizo Razzmine. Con ella y una llave que tu madre me dio, logré entrar sin ser visto dentro del cuadro.

—¿Cuál? ¿Tu prisión?

—No, no seas tonta. Entré donde está la réplica del castillo de Nikolav. Me estoy ocultando allí por el momento.

—Bien, quédate ahí, entonces. ¿Están todas las llaves en su lugar?

—Aquí hay seis, contando la que tu madre me dio. Tú debes tener una, las otras dos las tiene Angell.

—Exacto —le confirmó. Era bueno que no faltara ninguna—. ¿Cómo te has enterado de que se ha adelantado el juicio?

—Porque se ha citado a Anja a declarar —respondió.

—¿Por qué a ella?

—Porque siempre ha observado a tu madre de cerca, la ha cuidado desde que se convirtió en ángel.

—¿Nos llamarán también a nosotros? —preguntó Meredinn.

—Es posible que lo hagan a último momento o que ni siquiera lo hagan. Cada juicio es diferente.

—Bueno, debo despertarme y apresurarme a buscar las llaves —dijo ella.

—Sí. ¡Hazlo ya! —exclamó Ildwin—. Mucha suerte, niña — le dijo, dándole un abrazo antes de desaparecer.

Ella recorrió el lugar al que su sueño la había llevado, intentando encontrar a su esposo, pero él no estaba ahí. Sabía que era posible que no lo hiciera, ya que no le había dicho que quería encontrarlo, así que no le prestó importancia y se concentró en despertarse.

Sin embargo, la preocupación la invadió al encontrarse sola en la cama. Angell ya no estaba, se había marchado y la había dejado en la habitación.

¿Dónde podría haber ido? ¿Volvería? ¿Se habría llevado las llaves consigo?

Meredinn estaba a punto de gritar angustiada, pero entonces vio algo brillante sobre la mesa violeta que se encontraba en un extremo de la habitación. Caminó mientras se colocaba un simple vestido color rosa, y pudo ver que lo que brillaba eran las dos llaves y, junto a ellas, una nota escrita a mano.

Mi amada Meredinn:

Sé que necesitas estas llaves, por eso te las dejo. Tú les darás una mejor utilidad de la que yo jamás podría.

Me voy porque sé que solo te estorbaré si me quedo. No me busques.

Te estuve esperando durante miles de años, supongo que podré esperar unos diez mil años más para volver a verte. Sé que lo haré.

Debes saber que te amo con toda mi alma, siempre lo he hecho. Adiós, amor.

Angell.

—No..., ¡no! —exclamó Meredinn. Sentía como si un cuchillo se estuviese clavando en lo más profundo de su pecho. Con Angell lejos, entendió que perderlo le dolía muchísimo más de lo que se había imaginado.

La primera idea que se le cruzó por la mente fue correr detrás de él, fijarse en los espejos para ver en qué lugar podría encontrarlo, pero sería en vano. Si él no quería ser encontrado, no habría forma en la que ella pudiese hacerlo.

Secó sus amargas lágrimas y salió decidida a terminar de una vez con su misión. Caminó hasta el salón donde se encontraban los cuadros dispuesta a entrar a buscar las llaves que le faltaban. Aun así, cuando llegó a ese lugar, vio que el cuadro portal que llevaba al mundo de los guardianes se encontraba abierto, y que uno de ellos estaba esperando.

—Meredinn, Lilum, Juliann y Rudith. La familia real de las hadas debe ir inmediatamente al juicio como testigos.

«No», pensó, intentando encontrar la manera de evitar ir a ese sitio.

Debía juntar las llaves antes de que el juicio terminase, o el resultado sería catastrófico. Sin embargo, ni siquiera pudo intentar huir, ya que una fuerza contra la cual no podía luchar la empujó dentro del cuadro, dentro del mundo luminoso en el que los dioses habían escogido vivir, aunque ella, solo ella, podía darse cuenta de que nada era como todos lo veían. Lo que estaba disfrazado de luz, en realidad era una oscuridad absoluta, una oscuridad mucho más escalofriante de lo que cualquiera podría imaginar, y esa oscuridad ahora amenazaba con terminar con sus planes de manera definitiva.

«¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué?», se preguntó.

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