Capítulo 12

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MEREDINN ESTABA ATERRORIZADA por primera vez en su vida. Nunca había sentido un horror semejante. Estaba dentro de la madriguera de los guardianes, y podía ver la oscuridad que se ocultaba en ese horrible lugar. ¿Por qué solo ella era capaz de observar a través de ese falso manto luminoso? ¿Por qué nadie más podía hacerlo?

Fueron llevados al lugar donde Alejandra sería juzgada. Nikolav ya se encontraba ahí, y se mostraba más angustiado que cualquiera. Él había perdido toda esperanza; una escena demasiado triste de ver.

Se advertía a los doce guardianes sentados detrás de una larga mesa, uno al lado del otro. Meredinn debió luchar para disimular su disgusto ante esos horribles seres que tan bien disfrazaban su sombría apariencia. Delante de ellos estaba sentada Alejandra; su cabeza dirigida al suelo.

Los demás presentes se encontraban detrás de una barrera de energía, para que ninguno pudiese pasar sin ser llamado antes. Podría decirse que se encontraban inmovilizados en sus lugares. Nadie sabía si se los llamaría a testificar, o si los guardianes escogerían no oír lo que pudiesen decir a favor o en contra de la acusada.

Lo que más la aterraba era que, si la llamaban a testificar, no podría mentir. Debía evadir toda pregunta dando información cierta, pero que no la pusiera en compromiso, lo cual no funcionaría con preguntas muy directas. Si le llegaban a cuestionar si conocía algún plan contra ellos, o algo por el estilo, no podría negarlo y estaría perdida.

Por eso, rogaba poder irse rápido de ese sitio, tener el tiempo necesario para impedir el castigo que los guardianes escogiesen. Los instantes era la clave.

Pronto comenzó la sesión.

—Aquí estamos reunidos para juzgar a una reina por acciones lamentables. No han sido muchas las ocasiones en que

hemos juzgado a personas de jerarquía, mas a Alejandra, quien está aquí ante nosotros, se la está juzgando por segunda vez. Y no han transcurrido cien o doscientos años desde su primera infracción. No. Han pasado solo dieciocho años. ¿Cuántas veces más pecaría si la dejásemos seguir adelante? —El guardián pausó un segundo, aunque no esperaba respuesta alguna—. Por esa razón este hecho no debe pasar inadvertido, el castigo que decidamos será ejemplar.

Meredinn tragó saliva. Ya sabía que dirían eso.

—Procedo a leer los cargos —continuó una guardiana. Solo la voz permitía distinguir su condición como perteneciente a la especie femenina de aquellos seres—. Se acusa a Alejandra, reina de las hadas, de haber liberado al peligroso dragón Ildwin del lugar donde previamente lo había encerrado. Recordemos que, como condición para salir impune luego de su juicio anterior, se le había pedido encerrarlo y recuperar la llave que le había dado. Ahora, ella lo soltó. ¿Por qué motivo? Quería que le procurase una réplica del sable Stumik, para poder distraer a Lilith, la vampiresa original y, además, deseaba una poción que, al beberla, crease un escudo protector a su alrededor, para ser inmune a los ataques de Lilith. Además de esto, cometió la infracción de liberar a un híbrido que estaba desterrado, aunque esta fue la más leve de las infracciones.

—¿Cómo te declaras frente a estas acusaciones, Alejandra? —preguntó el guardián que había hablado primero.

—Culpable —contestó. No podía negar que había realizado lo que había sido mencionado.

—¿Por qué recurriste a esos recursos, en vez de otros más accesibles y que no rompiesen la ley? —preguntó el mismo.

—Necesitaba detener a Lilith lo más pronto posible. Estaba desesperada porque mi hija Meredinn, la única esperanza que teníamos de vencerla, no aparecía. Se había ido a una fiesta a la cual la habían invitado los dioses, y no volvía.

—¿No se te ocurrió pedir ayuda a una bruja, tal vez? Si solo liberabas al híbrido, la mala acción podría haber sido corregida. ¿Por qué liberar al dragón que tanto nos hemos empeñado en mantener cautivo debido a su peligrosidad?

—Porque era la forma más rápida de conseguir ayuda. Una bruja hubiera demorado demasiado tiempo consiguiendo ingredientes y haciendo encantamientos. No tenía otra opción.

—Podrías haber acudido a nosotros —dijo otro de los guardianes—. Somos los árbitros entre especies, podríamos haber hecho algo para detener a Lilith si se nos pedía.

—Nunca se me ocurrió —contestó Alejandra. Se escuchaba segura, su voz no se quebró en ningún momento. Meredinn estaba orgullosa de la forma en que su madre se dirigía a los guardianes.

—¿Tienes algo más que decir en tu defensa? —preguntó el guardián. Alejandra sacudió su cabeza.

—¿Quieren llamar a alguien más a declarar? —preguntó el mismo guardián que había hablado anteriormente. Meredinn estaba rogando que no se la citase.

—Llamaríamos a declarar al híbrido, mas no ha podido ser hallado en ninguna parte —dijo una guardiana—. No creo que nada de lo que puedan decir los presentes logre favorecer a nuestra acusada. Quizá terminaría desfavoreciéndola en peor manera.

—¡Yo quiero hablar! —exclamó Nikolav, poniéndose de pie. Meredinn esperaba que lo que fuera que dijese, no lo perjudicase. Ya era mucho con que Alejandra estuviese en peligro. No toleraría que Nikolav hiciera una estupidez.

—Te cedemos la palabra, entonces —le dijo la guardiana. Nikolav fue llevado frente a los guardianes, quienes se mostraban ansiosos por escuchar lo que quería decirles.

—Por favor, les imploro que tengan clemencia con ella. Ha actuado de esa forma por amor a su pueblo, para protegerlo.

—Tú también amas a tu pueblo —dijo un guardián—, pero a ti no se te hubiera ocurrido hacer tamaña estupidez. ¿Me equivoco?

—Es cierto. No se me ocurrió, ni se me hubiera ocurrido. Tal vez porque tenía mis esperanzas puestas en que Meredinn llegase a tiempo..., pero más que nada, porque soy un vampiro, y el amor que yo pueda sentir por mi pueblo no se compara en nada al amor que pueda sentir una reina de las hadas como Alejandra. Su corazón es tan grande que se sacrificaría por cualquier persona que le importase.

—¿Y tú no te sacrificarías? —preguntó una guardiana.

—Por ella, solo por ella. Mi naturaleza me impide hacerlo por nadie más. Tal vez por Meredinn, porque sé que Alejandra moriría si algo le sucediese a su hija. Pero, como vampiro, actúo por instinto, mi supervivencia siempre está en primer lugar. Aunque ha pasado a segundo plano desde que Alejandra entró a mi vida.

—Eso lo entendemos. Ya una vez te ofreciste a pagar por sus pecados. ¿Es que quieres hacerlo otra vez? —Nikolav asintió.

—Sí. Me ofrezco a pagar la condena de Alejandra, incluso mil veces peor si eso es necesario, con tal de que su vida sea perdonada. —Los guardianes sacudieron la cabeza, de manera lenta, todos a la vez.

—¡No, Nikolav! ¡No te permito que lo hagas! —exclamó Alejandra—. Tienes un pueblo que te necesita. Las hadas tienen a mi hija, pero los vampiros te necesitan a ti para no descarrilarse.

—¡No soy nada sin ti! —exclamó él—. No puedo liderar si no estás a mi lado—. Una lágrima rodó por su mejilla. Meredinn no recordaba haberlo visto llorar nunca.

—¡Suficiente drama! —exclamó el líder de los guardianes—. Lleven a Nikolav a su lugar.

—¡No! —exclamó él—. ¡Quiero que me envíen a donde sea que vaya ella! Si se decide que debe ser un demonio o un dragón, ¡yo también quiero ser uno! ¡Por favor, déjenme estar a su lado!

Meredinn estaba llorando. Las palabras de Nikolav la habían conmovido. El amor que ellos se tenían era tan grande, que cualquiera haría lo que fuese por el otro. ¿Qué sería de Nikolav sin su amada?

«¿Y qué será de mí sin Angell?», se preguntó a sí misma. Su corazón le dolió tanto como si tuviese una espina clavada en el centro, al pensar en que ya no vería más al amor de su vida, de la misma forma que su madre sería separada del suyo. No era justo; nada era justo viniendo de esos malditos guardianes.

—No sabes lo que estás pidiendo, Nikolav —dijo el líder de los guardianes—. Tu pedido no será considerado. Ahora, esperen unos segundos. Decidiremos la sentencia apropiada para Alejandra.

Los instantes fueron interminables. Meredinn estaba a punto de comerse las uñas, sabiendo que volverían a crecerle de inmediato.

Luego de unos minutos, los guardianes volvieron a hablar.

—Ya hemos decidido la sentencia —dijo el líder—. Alejandra, por habernos desobedecido más de una vez, recibirá un castigo grave, uno que solo ha sido aplicado unas pocas veces. — La sala se encontró en silencio mientras el guardián pausaba—. El castigo será la muerte eterna: la muerte a manos de havors. Tu alma no volverá a encarnarse nunca.

«El castigo será la muerte eterna». Las palabras del horrible ser resonaron en la mente de Meredinn. No podía ser cierto. Eso era lo que más había temido.

—¡NO! —rugió Nikolav, intentando abalanzarse hacia donde su esposa se hallaba, pero la pared de energía pura que los separaba lo detuvo.

Todos estaban perplejos. Meredinn no sabía cómo podía seguir en pie, cómo aún no estaba sumida en llanto. Tal vez esperaba que los guardianes se demorasen en efectuar el castigo, que pudiese llegar a las llaves a tiempo. Era lo único que podría hacer para salvar a su madre de tan horrible muerte.

—El castigo será llevado a cabo ahora mismo, todos los presentes serán testigos. Queremos que sea un castigo ejemplar. Dejará una enseñanza.

«No... ¡No, no y no! No es posible», se dijo Meredinn. ¿Cómo iba a hacer ahora para salvar a su madre? No podía creerlo. Todo estaba saliendo mal. «Mal, mal, mal».

En ese momento, se abrió una compuerta en el suelo, frente al sitio donde los guardianes estaban sentados. Una gran pantalla holográfica apareció en lo alto, dejando ver lo que se encontraba cruzando la compuerta.

Havors: muchos havors hambrientos esperaban ansiosos su momento de ser alimentados. Alejandra se sentía aterrorizada; todos lo estaban. Lo único que podría salvarlos sería un milagro.

Sí, eso era lo que Meredinn estaba rogando que sucediese. Su madre estaba a un solo paso de una muerte segura, y ella sentía que el corazón se le iba a escapar por la boca.

Cuando estaba a punto de gritar, o hacer algo para distraer a los guardianes y ganar tiempo, se oyó un ruido estrepitoso en el exterior de la sala.

—Iré a ver qué sucede —dijo uno de ellos, y se desplazó hacia la puerta de la sala.

Al abrirla, todos se quedaron sorprendidos de ver lo que se hallaba fuera: un hermoso dragón, Ildwin, se hallaba volando en el exterior. Piloteándolo, se encontraba el más valiente jinete del mundo: Angell. El milagro que Meredinn estaba anhelando había llegado.

Pero ¿podrían aquellos dos valientes luchar contra los guardianes? Meredinn se mostraba horrorizada por lo que podría sucederles.

—¡Deténganlos! —exclamó el líder de los guardianes, mientras Ildwin y Angell entraban a la sala.

—¡No tan rápido! —exclamó el dios, derramando un polvo de color rojo brillante sobre los malvados, quienes se estaban preparando para atacarlos. El polvo los mantuvo paralizados.

—¡Salgan todos de aquí! —exclamó Ildwin.

—¡El cuartirinio los dejará paralizados por media hora!

¡Haz lo que debes hacer, Meredinn! —gritó Angell.

—¡Ten! —dijo el dragón, lanzándole un manojo de llaves: las seis que le faltaban.

—¡Saquen a mi madre de aquí! —exclamó ella al tomarlas.

Salió por la puerta. Quería besar a Angell y agradecerle por lo que estaba haciendo, pero debía apurarse a llegar al lugar donde debía unir las llaves.

La sustancia desconocida que Angell había utilizado para paralizar a los guardianes no tendría efecto de manera prolongada. Él solo la había ayudado a ganar tiempo; un tiempo en extremo valioso como para perderlo.

—Gracias por lo que haces —le dijo ella mentalmente—. Te amo demasiado —añadió antes de salir por el portal que la llevaba a su palacio.

Ya tenía las nueve llaves en su poder. Sin embargo, no las podía unir en cualquier parte. Había un lugar específico donde debía ir: el lugar donde la pesadilla había comenzado.

Llegó a su habitación y comenzó a buscar en una gran caja donde guardaba muchos de los cuadros que había pintado. Allí había uno que, a simple vista, solo dejaba ver el fondo del mar, del océano Atlántico. Pero, a lo lejos, se veía mucho brillo, era el brillo que emanaba una enorme pirámide de cristal en el fondo del océano: era el templo de los Guardianes del Tiempo y del Espacio.

«Allí vamos», pensó, colgando el cuadro en la pared. Tomó una de las llaves para abrir el portal que la llevaría a ese lugar, uno al cual tantos exploradores habían intentado alcanzar sin suerte alguna: el centro de la Atlántida, una civilización perdida a causa de los llamados guardianes, la cual pronto regresaría con todo su esplendor.

Ella ingresó dentro del cuadro, y pronto se encontraba nadando dentro del agua salada, como si fuera una sirena. Tenía suerte de que las hadas pudieran respirar bajo el agua, o se ahogaría antes de llegar a su destino. Nadó y nadó, hasta llegar a la imponente pirámide que bien recordaba. Era allí donde todo había empezado, y allí también todo acabaría.

Angell aún no podía creer lo que estaba haciendo. ¿Qué lo había llevado a actuar de manera tan impulsiva y contra sus principios? La respuesta era más que obvia: su amor incondicional por Meredinn, ese hada que había ganado su corazón ya miles de años atrás. Ildwin le había ayudado a recordar todo su pasado.

Nadie lo sabía, pero cuando Ildwin estaba buscando refugio, después de escapar de la batalla, Angell se encontró con él. En ese momento, el dragón no le había dicho mucho aún, pero lo había dejado sospechando y, cuando Angell oyó la conversación entre Meredinn y su padre, lo entendió todo. Supo que Meredinn era la chica de las profecías, la que derrocaría a los guardianes y los expulsaría de la faz de la Tierra.

Los dioses siempre habían estado encargados de impedir que eso sucediese, mas Angell ya había cambiado de bando, y ahora ayudaría a la Tierra, no a los dioses. Después de todo, él no era uno de ellos al cien por ciento; siempre se encargaban de remarcar la diferencia.

Había decidido que era necesario irse, aun así, cuando estaba de camino al lugar más alejado posible, se enteró lo que estaba sucediendo en el juicio, además de que Meredinn necesitaba ayuda. Él sabía cómo paralizar a los guardianes por un tiempo, eso se lograba con una sustancia llamada cuartirinio. Esa sustancia se conseguía solo en un planeta muy lejano, perteneciente a otra galaxia, pero Zeus había guardado un poco de ella en su palacio de la dimensión que ya habían abandonado.

Era lo único que necesitaba para ayudar a Meredinn, eso y una llave, para lo cual necesitaba la ayuda del dragón, al cual pudo contactar en sueños. Tenía suerte de que este fuese rápido en actuar, o nada hubiera resultado bien.

No sabía qué sucedería con él ahora que los guardianes, y todo ser ajeno al planeta, serían expulsados. Posiblemente sería enviado a su planeta de origen, o a algún otro lugar alejado en la galaxia. No podía entenderlo con certeza, aunque ya no importaba. Lo que importaba era salvar el planeta de su amada. Más adelante, y con mucho esfuerzo, lograría reunirse con ella una vez más. Ese pensamiento era lo único que le daba ánimos para seguir adelante.

Alejandra no podía creer la forma en la que estaba siendo salvada. Cuando se despedía de la vida que tanto apreciaba, Ildwin y Angell irrumpieron en la gran sala; el dios les lanzó un polvo rojo a los guardianes, haciendo que estos se paralizasen. Todos comenzaron a correr fuera del sitio, excepto Nikolav, quien avanzó rápido hacia ella.

—¡Vamos! ¡Salgamos de aquí hasta que se nos ocurra otra cosa! —Nikolav no sabía que, si Meredinn tenía el tiempo suficiente para actuar, toda esta pesadilla terminaría pronto.

Ella logró levantarse y, junto con su pareja, se alejó de la fosa donde los havors aguardaban. Ese día los monstruos no comerían.

—¿Qué hacemos con los guardianes? ¿Quedarán así para siempre? —preguntó Nikolav a Angell.

—No. Pronto volverán en sí. Exactamente en... quince minutos —contestó él.

—¡No! ¿Qué haremos? ¡El tiempo no es suficiente!

—Tranquilo —le dijo Alejandra, con la voz calma—. Meredinn se encargará de todo.

***

Todos tenían su fe depositada en Meredinn y ella no los defraudaría.

Entonces estaba abriendo las puertas del templo cristalino conforme entraba dentro del mismo. Una llave se le soltó, pero logró agarrarla antes de que una corriente la llevase lejos. Luego, nadó hasta el centro de la pirámide, el lugar donde antes descansaba el gran cristal cubierto en oro, el cual mantenía el orden del tiempo y el espacio en el planeta.

«Muy bien», se dijo. Tomó las nueve llaves en sus manos, en un solo manojo, llevándolas sobre el lugar donde debían estar. En un segundo, estas comenzaron a perder su forma, como si se estuvieran derritiendo. Meredinn se asustó al ver eso, mas se tranquilizó en cuanto el líquido que quedaba comenzó a tomar otra forma, convirtiéndose en lo que siempre debía haber sido: el cristal sagrado, que ahora emitía una luz potente, cuyo haz atravesó el océano y llegó hasta la luna.

La tierra comenzó a temblar, el mar comenzó a revolverse, la pirámide donde Meredinn se encontraba comenzó a ascender. Ella tuvo que sostenerse con fuerzas del hermoso cristal, que ahora se encontraba una vez más erguido.

Los guardianes habían despertado. Angell e Ildwin aún seguían ahí.

—¡A ellos! —dijo el líder, quien siempre actuaba como juez.

—No tan rápido —lo detuvo Ildwin, mientras comenzaba a sentir el temblor.

—¿Qué sucede? —preguntó una guardiana, percibiendo que algo no estaba bien.

—Les ha llegado el final, criaturas del mal —contestó Angell, frunciendo el ceño.

Los guardianes comenzaron a convulsionar. Sus verdaderas formas horrendas se revelaron. Gritaron con ruidos agónicos y luego... todo explotó.

***

Se desató un tremendo estallido en la Tierra, el cual destruyó todo. Las nueve dimensiones se unificaron en una sola, mas nada se perdió: todo volvió a su lugar original; cada persona, incluyendo los demonios y dragones, volvió a su cuerpo atlante. Fue el despertar de una larga pesadilla, una que, por suerte, había terminado.

Algunos estaban un poco confundidos; les llevaría un largo tiempo asimilar lo ocurrido.

Les había quedado una enseñanza: no volverían a ser tan confiados. Ahora todos sabrían cómo defenderse si seres malignos volvían a infiltrarse.

***

Meredinn estaba en el centro de la pirámide de cristal, donde también aparecieron los demás Guardianes del Tiempo y del Espacio: Alejandra, Nikolav, Anja, Lilum, Rudith, Juliann, Kevin e Ildwin. Estaban en sus cuerpos originales y sabían quiénes habían sido siempre.

—Lo hemos logrado —dijo Meredinn, en realidad llamada Anntera, con una sonrisa triunfante—. Hemos expulsado a la raza que nos estaba oprimiendo. Nunca más permitiremos que algo semejante suceda en nuestro planeta. —Nadie podía estar más de acuerdo.

Salió del templo para ver su hermoso planeta azul en todo su esplendor. Sentía una alegría infinita por haber logrado su misión y cumplir su promesa para con la humanidad. Sin embargo, le dolía el corazón. Sabía que había perdido al amor de su vida.

Caminó hasta un lago resplandeciente y comenzó a mirar su reflejo en el agua. No obstante, en un momento en el que estaba distraída, una figura conocida se le acercó y la tomó del hombro.

Mahabita —dijo él con una dulce voz, y ella se dio la vuelta de inmediato. No podía creer lo que sus ojos veían.

No lo había perdido; él estaba ahí.

Lo abrazó con todas sus fuerzas, deseando jamás soltarlo.

—¡Mahabita Amite! —exclamó.

Eso quería decir: «Alma gemela, al fin de nuevo juntos».

Ya no podrían separarlos. Angell resultaba ser mitad dios, mitad humano, y esa era la razón por la cual no había sido expulsado del planeta. Su humanidad y su amor por Meredinn lo habían salvado, y le habían permitido seguir allí, junto a su alma gemela, hasta el fin.

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