Capítulo 3

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MIENTRAS MEREDINN RECORRÍA LOS PASILLOS del monumental palacio, se topó con su media hermana, quien caminaba a paso acelerado.

—¡Rudi! —exclamó, un tanto sorprendida de verla ahí, y le dio un fuerte abrazo—. ¿Vas a venir conmigo a recorrer el reino?

—Sí. Mamá no quería dejarme hacerlo, más que nada porque recorreremos parte del territorio vampiro, pero como tú estarás conmigo, papá la convenció de que no me pasará nada malo.

—De cualquier manera, los vampiros se han comportado pacíficos desde que mamá y Nikolav reinan juntos.

—Tienes razón, pero en todo reino nunca falta alguno que no tenga problema en romper las reglas.

Rudith también poseía el poder de comunicarse telepáticamente con miembros de su familia y, como segundo poder, tenía una variación del de la invisibilidad: el poder de camuflarse en un lugar, para pasar desapercibida. Sin embargo, dependiendo de dónde estuviese, eso podía no servirle de mucho.

Meredinn asintió tras oír las últimas palabras de su hermana. Todo vampiro que dañase a un hada moriría. Si ella fuese vampiro, ni siquiera lo intentaría. Además, la mayoría de ellos eran leales a Nikolav y lo respetaban; una sección minoritaria se declaraba rebelde, pero preferían habitar el plano humano, lo más lejos posible del control de su rey. Si Nikolav emitía una orden directa, no podrían desobedecerla.

—Es cierto —estuvo de acuerdo, mientras bajaba las escaleras junto a su hermana—. ¿Sabes algo? ―preguntó.

—¿Qué?

—He recibido una invitación a una fiesta en el mundo de los dioses.

—¡¿Qué?! —exclamó Rudith con alegría, casi brincando—.

¡Eso es fantástico! ¿Cuándo?

—En tres días.

—¡Genial! ¿Irás sola?

—No. Le prometí a Karel que lo llevaría conmigo. —Rudith comenzó a reírse.

—¡Irás a una fiesta con un ángel! Genial.

Era bastante gracioso, ya que estos seres tenían un elevado sentido del deber y no solían ir a fiestas. Pero Karel era un ángel diferente, uno al que le gustaban las celebraciones.

—Sí, él ha insistido.

Pronto ambas estaban en la sala del trono. Necesitaban la bendición de los reyes antes de partir. Alejandra lucía magnífica en su traje de reina, sentada en un trono a la derecha de Nikolav, quien también lucía espléndido. Había varias hadas y vampiros en la sala, esperando su turno para hablar con los reyes.

—Niñas —dijo Alejandra, señalando para que ambas se adelantasen.

Realizaron una reverencia delante de los reyes y sonrieron. Toda la audiencia masculina tenía sus ojos posados en las dos bellezas, en especial sobre Meredinn.

—Solicitamos permiso para iniciar un recorrido por el reino —habló la mayor de las hermanas.

—Permiso concedido, hija —dijo Alejandra con una amplia sonrisa—. Inviten a la gran fiesta a todo aquel que se crucen de camino. Este palacio estará abierto para todos.

Por más que se sentía contenta por la celebración, no podía dejar de pensar en aquella a la que había sido invitada en el mundo de los dioses; y mucho menos podía dejar de pensar en Louis, o como sea que se llamase en realidad.

***

Angell no podía dejar de pensar en ella. Ni bien había posado sus ojos en Meredinn se había quedado prendado. Los dioses del Olimpo solían ser enamoradizos, pero él sabía que lo suyo no era un simple enamoramiento pasajero. El problema era que él solo era el mensajero, cargo que había heredado de su bisabuelo Hermes. No era un dios importante, no se le permitiría pedirle la mano a esa belleza, alguno la ganaría primero. Sumado a eso, era sabido que Zeus la había mandado a llamar para casarla con su nieto favorito, Tamsis, el dios de la confusión.

De todas formas, no perdería las esperanzas. La decisión final sería de ella, ni de Zeus, ni de nadie más.

Resolvió que haría lo posible para que se enamorase de él, y no se comprometiera con otro. Por eso, y como no tenía muchas tareas por hacer, decidió infiltrarse en el mundo de las hadas. Se transportó hasta el lugar donde los unicornios pastaban, convirtiéndose en uno de ellos, en un hermoso y radiante unicornio, esperando pronto captar la atención de la bella princesa.

Las hermanas salieron riendo del palacio. Estaban felices porque podrían recorrer el reino juntas. Si bien eran hijas de distinta madre, jamás había existido competencia alguna entre ellas y ambas habían recibido por igual el afecto incondicional de su padre.

—¿Vamos a recorrer el reino caminando? —preguntó Rudith con entusiasmo. Meredinn se rio.

—Claro que no, no lograríamos volver a tiempo para la fiesta. Iremos en unicornio.

Los unicornios eran animales muy bellos e inteligentes, además de rápidos. Irían a la velocidad de la luz hasta llegar a algún lugar donde hubiese personas para invitar a la fiesta, ya fuesen hadas, elfos, duendes, vampiros o brujas.

Muchas brujas cohabitaban con los vampiros en su reino, junto a las hadas oscuras, y seguían las órdenes de Nikolav. ¿Por qué allí y no con los humanos? Esa era una de las primeras lecciones de historia que Meredinn había aprendido con su tío Ildwin.

En un principio, los guardianes dividieron el planeta en nueve mundos. Ocuparían una dimensión para ellos mismos, y otra para los dioses que habían traído de otro planeta, que eran sus aliados. Los dioses podían vivir su vida sin la interferencia de los guardianes, pero debían asegurarse de crear los cuerpos perfectos para las almas que ahora no tenían envase y que habían quedado atrapadas sin poder moverse a otro lugar.

Los dioses decidieron que en el quinto mundo se crearía la especie básica, la humana, y que, a medida que esta evolucionase, se irían creando otras especies para que el alma evolucionase o involucionase y encarnase en ellas.

Los humanos fueron evolucionando como lo previsto; pronto se crearon dos especies nuevas: las hadas y las brujas. Las hadas iban al sexto mundo y las brujas al cuarto. Pero las brujas, al tener el don de la magia, comenzaron a experimentar y quisieron la inmortalidad. En consecuencia, y como resultado de estos experimentos, surgió la primera vampira, llamada Lilith.

Ella transformó a la mayoría de las brujas y hechiceros restantes en vampiros, y solo unos pocos quedaron ocultos en las montañas. Esa evolución no era la esperada por los dioses, pero la aceptaron. Los dioses también permitieron que algunos humanos desarrollasen poderes psíquicos y que nacieran con alteraciones genéticas que les permitían transformarse en animales, como los hombres lobo y los cambiaformas.

Luego se generaron ángeles, para que fuesen a ese, el séptimo mundo, las hadas más evolucionadas. A ellos se les dio la responsabilidad de cuidar de los humanos, aliviando las tareas de dioses, dándoles más tiempo para descansar y divertirse.

A su vez, surgieron los demonios, para que se encarnasen allí los vampiros y brujas después de su muerte. Finalmente, los dragones y los havors. Una vez que todo estuvo funcionando como lo esperado, en cuanto los humanos habían aprendido todo lo necesario para no salirse de control, los dioses pudieron desentenderse casi del todo, dejando de relacionarse con las especies que habían creado.

Pero esa era una historia que muy pocos conocían, así que Meredinn no podía divulgarla por ningún motivo. Debía callar para que los guardianes no sospechasen que tramaba algo.

—Allí están los unicornios —dijo, señalando a un grupo de siete, los cuales pastaban a orillas del lago azul.

—Elige uno —le dijo Rudith mirándolos. Siempre estaba rodeada de unicornios, pero estos nunca dejaban de maravillarla.

La atención de Meredinn se posó en uno más bello y brillante que los demás.

—Quiero este.

A través de su mente envió una pregunta al animal, que no hablaba, pero con el cual podía usar su telepatía.

—¿Cómo te llamas, hermosura?

—Cowlin —contestó el unicornio.

Meredinn acarició su lomo, esperando que Rudith escogiera el suyo. Luego, ambas montaron sus respectivos animales y emprendieron el viaje.

Los cuatro se sumergieron en el lago azul, el cual era el portal que los llevaría a lo profundo del reino de las hadas. Aparecieron del otro lado, secos, como si nunca hubieran tocado el agua, y cruzaron frente a Crísalis, el palacio donde los virreyes Juliann y Lilum gobernaban. Invitaron a la fiesta a todas las hadas que estaban reunidas junto al lago y a las afueras del palacio.

Después se internaron en el bosque. Allí encontraron un grupo de duendes de todos los colores, quienes jugueteaban con unas faedas. Los invitaron y siguieron su viaje, entonces subiendo la montaña, donde dieron con varios elfos, quienes eran similares a las hadas, aunque rubios y de ojos celestes, con las orejas más puntiagudas. Los elfos eran los más altos de las tres especies, seguidos por las hadas y de último por los duendes, quienes no llegaban a medir mucho más de un metro.

Así siguieron recorriendo el reino, invitando a todo elfo, hada y duende que se encontraban. Pronto llegó el momento de cambiar el rumbo y volver a Crísalis, pero no para quedarse allí, sino para cruzar el portal una vez más e ir al mundo de los vampiros.

Les había ido bien hasta el momento, todos se mostraban alegres cada vez que veían a las dos bellas princesas. Meredinn sabía que muchos de los masculinos, en edad de casarse, pronto demostrarían sus intenciones hacia ella, ya que además de ser muy hermosa era también la heredera del trono.

Aunque todos pensaban que, si no había guerras y todo iba bien, Alejandra reinaría por al menos mil años más, o hasta cansarse y pedir el retiro, sin embargo, Meredinn sabía con certeza que ella jamás sería reina. No habría más reyes una vez que cumpliese su misión y volviese a unir a todos los mundos en uno solo, y a todas las razas en una misma: la originaria.

***

Pronto las princesas estaban atravesando el mundo de los vampiros, que podía ser más peligroso para ellas. Por más que los vampiros no tuviesen más opción que obedecer las reglas de Nikolav, si no querían sufrir un cruel castigo, siempre cabía la posibilidad de que uno rebelde las atacase, aunque Meredinn creía que eso nunca les sucedería. Hasta el momento, todos los que había conocido se comportaban según lo esperado.

En el palacio vivían muchos vampiros: Nikolav, por supuesto, sirvientes y, principalmente, Patrick y su esposa Miriam, quien era como otra tía para ella. Estos vivían en el reino humano, hasta que fueron invitados a vivir en el palacio real. Patrick era ahora la mano derecha de Nikolav, y tercero en el poder, ya que de segunda estaba la virreina Zarahí, quien había sido la esposa del temible Siron.

En el palacio también había varios vampiros de su edad, quienes eran sus amigos. Meredinn amaba tener camaradas de las distintas especies, por eso se relacionaba con todos por igual, sin diferenciarlos por su raza. Ellos la querían, esa era la razón por la cual creía que era imposible ser atacada por un vampiro. Además, confiaba en que sus poderes la ayudarían a defenderse sin problemas en caso de cualquier ataque.

Los unicornios caminaban un poco más lento en ese terreno. No era su hábitat natural, y eso reducía su rendimiento, pero el territorio vampiro era menos extenso que el de las hadas, por lo que tampoco demorarían demasiado en recorrerlo.

Primero, las princesas fueron hasta el palacio de la virreina e invitaron a todos los vampiros que con ella se encontraban. Un par de jóvenes se acercaron a la princesa; uno le dio una rosa roja que se vio obligada a aceptar, para no quedar mal, brindándole a cambio una bonita sonrisa que lo dejó conforme.

Sabía que los vampiros, o al menos la gran mayoría de ellos, querían continuar la alianza con las hadas, por lo que les parecía lógico que la princesa se casase con un príncipe de su especie. Sin embargo, a ella no le resultaban para nada atractivos, en ningún sentido. De hecho, solo había un hombre que alguna vez le había resultado atractivo: el dios que había encontrado en Francia.

En los confines del reino, se encontraron con brujas y hadas oscuras, a las que también invitaron, sabiendo que la mayoría no iría a la fiesta, debido a que preferían no socializar casi en lo absoluto.

Cuando ya estaban por darse la vuelta y volver, sabiendo que no había más por recorrer, se encontraron con un pequeño poblado, casi al final del reino. Meredinn juraba que jamás había visto u oído hablar de ese sitio.

Se bajaron de los unicornios, dejándolos en la entrada del pueblo, seguras de que los animales no se irían sin ellas. El lugar parecía abandonado, pero se podía percibir la presencia de vampiros.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó Meredinn, adentrándose por una calle angosta. El pueblo debía de ser uno de los más antiguos en ese plano, construido tal vez cuando los vampiros aún no existían. Lo extraño era que Nikolav nunca le había mencionado que aún existieran poblados como ese. Le había dicho que todos los originarios habían sido destruidos. ¿Por qué no ese? ¿Y por qué ciertos vampiros habían decidido quedarse allí en vez de mudarse a las nuevas ciudades, ubicadas alrededor del palacio real?

Una señora mayor salió de una de las viejas casas, cuya puerta destartalada parecía a punto de hacerse polvo.

—Váyanse de aquí —dijo en tono hostil—. No son bienvenidas. —Meredinn tragó saliva. No estaba acostumbrada a ser tratada así. ¿Quién se creía esa vieja?

—Seguro no nos conoce —comentó Rudith, también confundida.

—Señora, soy la princesa Meredinn y vengo a invitar a los presentes a una fiesta.

—No estamos interesados —continuó la señora—. Váyanse. Se los advierto una sola vez más.

—No creo que el rey Nikolav tome esta falta de respecto a la ligera —dijo Rudith, ofendida. Meredinn sintió que algo inusual estaba sucediendo en ese lugar, pero ¿qué podía ser?

—Vamos, Rudith —le dijo a su hermana, decidiendo que era mejor emprender la retirada.

En eso, unos cuantos vampiros vestidos con ropas antiguas y polvorientas, comenzaron a salir de las casas. No tuvo tiempo de colocarse en defensa cuando uno de ellos se le arrojó encima, directo a su cuello.

Rudith pegó un grito ensordecedor al presenciar la escena, aun así, no había nada que ella pudiera hacer con sus poderes limitados. Tan solo gritó en su mente por ayuda y esperó a que su tía o su madre la escuchasen y fuesen rápidas como para traer ayuda antes de que el vampiro acabase con la vida de su hermana, quien en vano intentaba usar sus poderes contra el ser maligno que había comenzado a succionarle la vida. Había algo en ese lugar que le impedía defenderse, que no le permitía usar ninguno de sus poderes para quitárselo de encima.

¿Acaso la ciudad estaba hecha a prueba de hadas?

De pronto, el vampiro cayó al suelo y los restantes corrieron hacia adentro de la ciudad. ¿Qué había sucedido? Meredinn estaba confundida y mareada por la pérdida de sangre, aunque pronto se recuperaría.

Cuando levantó la vista, se encontró con su unicornio, Cowlin, quien tenía su cuerno lleno de sangre. El animal la había rescatado, había embestido al vampiro, perforándole el corazón y acabando con su vida.

—Cowlin —dijo Meredinn, agradecida—. Me has salvado.

—Volvamos a casa —respondió en su mente el supuesto animal, agachándose para que ella pudiese subirse con mayor facilidad.

Rudith montó también su propio unicornio, quien se había acercado después de que el otro lo hiciera, y veloces volvieron al palacio de jade. Nikolav y Alejandra se sorprendieron al ver los pálidos rostros de las muchachas.

—¿Ha sucedido algo? —preguntó el rey vampiro. Meredinn se limitó a asentir.

—Llegamos a una antigua ciudad y fuimos atacadas —le contó Rudith—. Grité por auxilio, pero nadie parecía oírme.

—Yo no oí nada —dijo Alejandra preocupada—. ¿Estás bien, mi niña? —preguntó a Meredinn.

—Sí, gracias a mi unicornio. Embistió al vampiro que me mordió y lo mató.

—¿Un unicornio mató a un vampiro? —preguntó Nikolav, incrédulo—. No es posible.

—Lo vi con mis propios ojos —confirmó Rudith.

—Les creo —dijo Alejandra—. Pero ¿por qué no pudiste defenderte?

—No lo sé, madre. Mis poderes no funcionaban allí, estaban como bloqueados.

—No puede ser —dijo Nikolav, emitiendo un resoplido.

—¿Qué no puede ser, cariño? —preguntó Alejandra.

—Si los poderes de Meredinn fueron bloqueados, eso puede significar solo una cosa.

—¿Qué, Nikolav? —quiso saber Meredinn.

—Lilith ha regresado.

—¿Quién es Lilith? —preguntó Rudith, quien nunca la había oído nombrar.

—La vampira más antigua, y la originaria. Tiene casi diez mil años. Y es a su vez una poderosa bruja.

—No lo entiendo —dijo Meredinn—. Pensé que estaba muerta. —Nikolav sacudió la cabeza.

—No. Según dicen, los guardianes la castigaron por romper las reglas miles de años atrás. El castigo consistía en quedar atrapada por cierta cantidad de años que yo nunca entendí con certeza. Unos cuantos miles, supongo. Su ciudad completa sería inaccesible, y ella y sus fieles seguidores no podrían salir de allí. Se disecarían al no tener humanos de los cuales alimentarse, pero podrían volver cuando el tiempo del castigo terminase. Solo que para eso deberían alimentarse.

—No lo puedo creer. Otro problema más... ¿Crees que ella reclamará el trono? —Alejandra suspiró. Nikolav apretó sus labios. Se notaba preocupado.

—No lo sé. Pero si Lilith está de regreso, eso significa que cosas muy malas van a ocurrir. Ahora no nos preocupemos hasta que sepamos con qué estamos lidiando. Vayamos a ver a ese unicornio que te salvó. Quiero recompensarlo.

A pesar de que no hablaban, los unicornios eran muy inteligentes y se alegraban cuando se les recompensaba, ya que los hacía sentirse orgullosos.

Los cuatro salieron del castillo y fueron hasta donde pastaban los animales.

—¿Dónde está el unicornio del que me hablaste? — preguntó Nikolav, observando a los seis que ahí se encontraban, intentando ver si uno de ellos sobresalía sobre los demás. Meredinn lo buscó, pero no lo encontró. Lo llamó, pero no obtuvo respuesta.

—No..., no está —dijo, más confundida que nunca. Nikolav suspiró.

—Eso confirma mi sospecha.

—¿Qué sospecha? —preguntó Meredinn.

—Que, aunque sea difícil de creer, ese unicornio es un dios.

Solo ellos pueden matar un vampiro sin necesitar una estaca.

—¡¿Un dios?! —exclamó Meredinn, sorprendida. Pero luego lo entendió: había sido Louis. Tenía que haber sido él.


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