Capítulo 4

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

LUEGO DEL INCIDENTE DE LAS PRINCESAS en la antigua ciudad que habían encontrado, Nikolav envió vampiros como emisarios para pedir hablar con Lilith, sin embargo, no pudieron dar con el poblado. Nikolav entonces mandó llamar a Razzmine, para que ella le dijese su opinión al respecto. Ella dijo que creía que esa ciudad había sido abierta hacía poco, pero un encantamiento hacía que solo pudiesen dar con ella humanos y hadas, especies de las cuales los vampiros se podían alimentar.

Según Razzmine, Lilith podría haber hecho el encantamiento para protegerse de invasores vampiros hasta que todo su ejército recuperase las fuerzas.

El rey se aseguró de que cercaran el área, y prohibió que se dirigiesen hacia ese sitio, para evitar una muerte segura y, a su vez, el fortalecimiento de Lilith y sus vampiros.

Lilith era despiadada. Él lo entendía porque era descendiente directo y retenía parte de sus recuerdos. Ella había sido la primera vampira; ella había creado a Rosent, quien luego había creado a Siron. Cuando ella fue castigada y atrapada en la vieja ciudad con su propio ejército, Rosent quedó como rey de los vampiros. Más adelante, cuando este murió en manos de un dragón, Siron fue declarado rey. Y el actual rey era Nikolav. Al ser descendiente directo de Lilith, su sangre era real. Aunque todos los vampiros lo eran, la mayoría tenía la sangre demasiado diluida y, cuánto más diluida la sangre, menos poderoso era el vampiro.

Era por ese motivo que, en ciertos momentos que se debían reponer vampiros, debido a que otros habían muerto, el creador era, por lo general, un vampiro antiguo, para que la raza se mantuviese fuerte. A no ser que, por supuesto, se tratase de un vampiro casándose con alguien de especie humana.

El problema era el siguiente: ¿qué sucedería si Lilith aparecía? Ella era la madre de todos los vampiros y sería difícil para Nikolav, si no imposible, retener la lealtad de aquellos con los que ella se cruzase. Por más que los vampiros le debían lealtad a su rey, también le debían lealtad a su progenitor.

Nunca nadie había derrocado a un rey vampiro, pero Lilith estaría en su derecho si deseaba hacerlo. Y muchos, muchos vampiros estarían de su lado, más que nada los que no se sentían del todo conformes con el tratado que mantenían con las hadas. Más de uno se iría con la vampira original. Nikolav debía buscarle una solución a eso, si es que alguna existía. Lo más probable era que él mismo cayese bajo la influencia de la antigua vampira madre. Eso era lo que más le preocupaba.

***

Alejandra estaba con Nikolav en sus aposentos privados, disfrutando de un momento a solas tras atender visitantes casi todo el día.

—¿Qué hacemos si aparece Lilith? —preguntó a su marido. No quería que se les acabase el tiempo de paz y felicidad, pero todo sugería que una tormenta se avecinaba.

—No lo sé, mi reina. Las cosas pueden complicarse —dijo él. Alejandra jamás lo había visto tan preocupado.

—Tal vez debamos cerrar la entrada a este plano y quedarnos aquí, en el palacio, sin dejar entrar a otros vampiros más que los de confianza, que tampoco tendrían permitida la salida. De esa forma, nos protegeríamos de posibles ataques.

—Esa puede ser una buena idea —estuvo de acuerdo él—. Pero primero debemos celebrar el cumpleaños de Meredinn. No podemos cerrar las puertas durante esa ocasión.

Solo restaban unas doce horas para la fiesta. Era impensable cancelarla, era un evento que habían estado preparando con demasiada anticipación, al que vendrían miles de seres de diversas razas.

—Entonces, haré que Lilum genere un campo de fuerza después de que la fiesta comience. No podrán atravesarlo, no en nuestro territorio.

Era cierto, la magia antigua de esa vieja vampira no surtiría el mismo efecto dentro del mundo de las hadas, ni siquiera en su frontera. Estarían a salvo ahí, al menos por el momento.

***

Meredinn demoró horas en prepararse. Quería lucir radiante, y el resultado fue más que satisfactorio. Su tía Lilum y su media hermana Rudith la habían ayudado a vestirse, maquillarse y peinarse como la princesa que era.

Lucía un largo vestido color lila, con flores naturales incrustadas en él. Su cabello ondulado y semirecogido también llevaba flores del mismo tono del vestido.

—No he evitado escuchar que todo el mundo está preocupado por un posible ataque de la vampira original, Lilith — dijo Meredinn con cierta preocupación. Lilum asintió.

—Es cierto, querida. Pero no permitiré que esa tal Lilith arruine tu fiesta. Por nada del mundo.

—Gracias, tía. —Meredinn mostró una amplia sonrisa. Sabía que Lilith sería una oponente muy peligrosa, pero esa vampira no podría contra ella en el territorio de las hadas. Además, si todo salía según lo planeado y Meredinn cumplía con su misión en el mundo de los dioses, no importaba lo que sucediese con Lilith, ya que se librarían de cualquier posible problema al devolver el mundo a su normalidad, para que fuese lo que había sido antes de que los guardianes entrasen en escena.

—Bueno. Es hora de bajar —anunció Alejandra, asomándose por la puerta—. Miles de invitados esperan.

Meredinn no pudo evitar sentirse nerviosa. Si bien estaba acostumbrada a ser el centro de atención gran parte del tiempo, nunca había estado delante de tantas personas juntas y, mucho menos, de tantos hombres juntos que hoy declararían su interés por ella. «Será una velada divertida», pensó conforme caminaba hacia la puerta.

Bajó las escaleras. En el salón del enorme palacio se hallaban esperando una gran cantidad de personas, quienes la miraron con suma atención mientras bajaba. Una banda de hadas tocaba una bella canción, la cual hacía que ella sintiese ganas de unírseles.

Todos los ojos estaban posados en la princesa. Su mirada recorrió el salón, detallando a los presentes. Los vampiros sostenían copas con sangre pura, o diluida con champagne; los demás bebían champagne o alguna otra bebida con o sin alcohol. Las hadas que ya habían tomado un par de copas no podían evitar reírse más de lo normal, lo cual le causaba mucha gracia.

En un mágico momento, los ojos de Meredinn se posaron en un apuesto chico de cabello oscuro, ojos verdes y una sonrisa encantadora. Sí, era él, el dios que había conocido en París, con el que se había besado. El único hombre que ocupaba sus pensamientos. No podía dejar de mirarlo, hasta que vio a un chico haciéndole señas y se distrajo. Era su amigo ángel, Karel, quien no se perdería esa fiesta por nada del mundo. Mere sonrió y luego volvió su vista hacia donde había visto a su pretendiente, pero él ya no estaba allí, se había ido a alguna otra parte.

«Maldición», pensó ella. «Tendré que buscarlo».

Quería hablar con él, aunque estuviesen en el medio de su fiesta, sin embargo, tendría que esperar para poder hacerlo. Si salía corriendo tras él la verían muy mal sus los invitados.

Mientras sonreía, saludaba y brindaba con la gente que había asistido a su fiesta, envió un mensaje mental dirigido a Louis.

«Louis, o como te llames, sé que estás aquí. ¡No te ocultes!».

Nada. No había respuesta. Se esforzó en encontrar sus pensamientos, pero no había caso. Los dioses sabían todos los trucos para bloquearla. Le terminaron entrando ganas de llorar, aunque parecía estúpido. Nunca nadie la había hecho sentir así.

Al final, terminó resignándose y comenzó a disfrutar de la celebración, bailando una pieza con todos los que la invitaban, los cuales resultaron ser muchos.

Y, cuando menos lo esperaba, un chico la sacó de las manos de otro, y le dio una media vuelta. Ella se ofendió porque aún no había terminado de bailar con el anterior, pero se alegró al ver los brillantes ojos verdes que la observaban.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, algo malhumorada.

—¿No era que querías verme? —habló el otro, con un tono un tanto arrogante.

—Sí. ¿Por qué te ocultabas de mí?

Le respondió con una simple sonrisa, luego le dio una vuelta completa, enrollándola en sus brazos. Le habló al oído.

—Me gusta hacerme rogar.

—Eres un cretino —le contestó Meredinn, frunciendo el ceño. Él se rio un poco.

—¿Así pagas a quien te salvó la vida?

—Así que eras tú... ¡Tú eras Cowlin! —El apuesto dios asintió.

—Sí, señorita.

—¡Qué espeluznante! —exclamó—. Eres un acosador, ¿sabes? ¿Qué más has hecho? ¿Me has espiado al dormir? ¿O en la bañera? —Él soltó una carcajada.

—Eres graciosa, Meredinn. No. Solo quería conocerte un poco mejor. Eso es todo.

—Claro, el dios piensa: «Quiero que me monte un hada. ¡Vamos a convertirnos en unicornio para ganar su confianza y estar entre sus piernas! ¡Eres ridículo!».

Meredinn no sabía por qué estaba tan enojada con quien tanto la atraía y tanto le hacía sentir. Pero lo estaba. Tal vez porque nunca antes había tratado con un dios, y la curiosidad le podía demasiado.

—Tranquila. La próxima vez que quiera estar entre tus piernas no me transformaré en unicornio.

Lo miró enojada, le dio una cachetada antes de darse la media vuelta y caminar lejos de él, al tiempo que todos presenciaban la escena.

Y un horrible pensamiento la azotó: se había olvidado de preguntarle su verdadero nombre.

«No importa. Ya lo averiguaré», decidió. Él había sido grosero, pero tendría tiempo para desquitarse. Mientras tanto, intentaría seguir disfrutando su fiesta.

***

«¿Qué se cree ese cretino? ¿Todos los dioses son así de arrogantes?», no dejaba de preguntarse, aun bailando. La arrogancia era algo que le ponía los pelos de punta. Aunque ¡él era tan hermoso! Era imposible estar enojada por demasiado tiempo. Por eso, después de unos minutos, ya no sentía ninguna rabia.

Pasaron un par de horas más, en que estuvo interactuando con la mayor parte de los invitados y aceptando regalos. Luego, bailó con Nikolav y con Juliann, para luego sentarse junto a su padre y recibir a todos aquellos que estuvieran interesados en pedir su mano.

Era una tradición de las hadas y, aunque Meredinn sabía que sus padres respetarían su opinión, ellos tenían el derecho de elegirle un prometido, lo cual era muy injusto, incluso si era parte de su cultura. La misma reina Anja había tenido un matrimonio arreglado, lo cual no había resultado nada bien.

Meredinn estaba segura de que nunca llegaría a contraer matrimonio, porque pronto todo volvería a ser como debería haberlo sido desde siempre, y no habría reglas estúpidas para dictarle con quién debía casarse. En ese mundo ideal, ella estaría con el alma con que estaba destinada a compartir su vida. Con ninguna otra.

Mientras la fiesta continuaba con juegos en el exterior, en el salón del palacio quedaron la princesa y sus padres para recibir a los pretendientes.

Se había formado una larga cola. Meredinn no sabía cómo muchos de los presentes tenían agallas para presentarse, sabiendo que no tendrían una sola posibilidad.

Uno a uno, los interesados fueron presentándose, poniéndose de rodillas delante de los tres, expresando sus intenciones de contraer matrimonio con ella, diciendo de qué manera la unión sería beneficiosa.

El primero en presentarse fue, como era de esperarse, el vampiro mano derecha de Zarahí, la virreina de los vampiros, alegando que otra unión entre hadas y vampiros sería beneficiosa para consolidar la paz entre las especies.

Luego, pasó un príncipe elfo llamado Bain, cuyos cabellos rubios le llegaban casi a la cintura. Él decía haberse enamorado de Meredinn desde el primer momento en que la había visto y que era adecuado que un hada y un elfo estuvieran juntos, por más que no había muchos beneficios extra para la unión, ya que las hadas también controlaban la parte del territorio donde vivían los elfos.

Y así fueron pasando varios, de mayor a menor rango: vampiros, hadas, elfos, duendes e incluso un par de hombres lobo, cambiaformas y varios brujos. Cuando parecía que no había más nadie para pedir su mano, apareció él, haciendo una reverencia.

«¿Qué? ¿Un dios está pidiendo mi mano? No es posible», pensó Meredinn.

—Preséntate —dijo Juliann, quien nunca había visto al extraño dios. Alejandra lo miró con genuina curiosidad. Seguro ya lo había visto bailando con su hija.

—Mi nombre es Angell, soy un dios mensajero, nieto del bien conocido dios Hermes.

—¿Un dios? —preguntó Juliann, incrédulo.

Alejandra, quien era la única presente que sabía de la misión que Meredinn emprendería, se sentía complacida ante la presencia de un dios en la corte. Eso simbolizaba que los planes irían de acuerdo con lo esperado.

—Sí, soy un dios —dijo Angell y sonrió con todo su encanto.

—¿Es Angell tu nombre real? —inquirió Meredinn, cansada de sus nombres falsos.

—Efectivamente, hermosa princesa. Y estoy aquí para solicitar su mano en matrimonio.

—Nunca un dios ha pedido la mano de un hada en matrimonio —comentó Alejandra—. ¿Por qué ahora?

—Meredinn es una muchacha muy especial, ha capturado la atención de todos los dioses, incluso de Zeus. Además..., me he enamorado de ella, creo pertinente hacerlo formal y pasar delante de ustedes, aunque como especie superior no necesitaría hacerlo.

—No es necesario resaltar la superioridad de una especie sobre la otra —espetó Juliann, bastante ofendido.

—Lo siento —se disculpó Angell.

—Disculpa concedida. Ahora..., ¿cuáles serían los beneficios de la unión entre un hada y un dios? Por lo visto, no tienes un alto rango entre los dioses —observó Juliann. Y tenía razón. Angell no era el más importante de los dioses, aunque seguía teniendo mayor rango que todos los que se habían presentado anteriormente. Sin embargo, el que no estuviera en una buena posición jerárquica significaba que las hadas no obtendrían demasiados beneficios con la alianza.

—Puedo lograr que la casa real de las hadas sea bienvenida en el mundo de los dioses —prometió Angell—. Y podríamos intercambiar objetos y servicios, además de eso.

—Suena interesante —opinó Alejandra, antes que Juliann pudiese intervenir. No se veía nada conforme con ese dios—. Consideraremos su oferta —finalizó la reina de las hadas, haciendo una seña para que el invitado se retirase.

De todos los cientos que se habían presentado, solo a cinco se les había dicho que se les consideraría. A Rayann, el virrey vampiro; a Bain, el príncipe elfo; a Rimm, un fuerte duende guerrero; a Marcus, un poderoso brujo con muchos contactos y, por último, a Angell. Uno de esos cinco sería el que sus padres seleccionarían para casarla. Por supuesto, ella tenía voz y voto, pero de sus padres dependería la decisión final.

Esta sería anunciada en un mes. La boda no necesitaba ser inmediata, pero no demoraría en llevarse a cabo. Había varios factores que podían llegar a intervenir, aun así, Meredinn esperaba nunca, nunca casarse. Al menos no siendo un hada, no siendo nadie más que su real ser, un ser que regresaría una vez que los guardianes fueran vencidos.

Pronto la fiesta terminaría; ella iría a visitar a su tío Ildwin por última vez, antes de emprender su viaje. Él estaría muy contento cuando se enterase de que se le habían facilitado las cosas al ser invitada al mundo de los dioses, aunque tal vez no tanto al enterarse de que ella se estaba enamorando de uno.

Según Ildwin, los dioses eran aliados de los guardianes. No eran parte de las almas de la Tierra, sino que habían venido de otro planeta, obteniendo alguna recompensa a cambio de su ayuda para controlar a la humanidad. Sin embargo, había algo que ella no podía comprender.

¿Qué pasaba con las almas de los dioses nuevos, de aquellos que habían nacido en la Tierra? ¿Eran almas también venidas del espacio? ¿Tenían idea de lo que se le estaba haciendo a la humanidad?

A ella se le había dicho que el peldaño más alto al que se llegaba era a ser ángel, pero de allí también se podía caer. ¿Qué posibilidades había de que Angell fuera un alma similar a la de ella? ¿Podía ser su alma gemela viniendo de otro planeta?

Todas esas cuestiones se las debía preguntar a Ildwin. No encontraba otra forma de estar segura.

Una vez que ya no había más pretendientes a los cuales recibir, Meredinn salió del palacio a despedir a los invitados, quienes estaban conformes con la fiesta y habían pasado un muy buen rato. Las hadas, elfos y duendes se fueron en dirección al lago azul, mientras que los vampiros y demás invitados provenientes de la otra dimensión fueron rumbo al árbol donde se encontraba el portal al mundo de los vampiros, el cual se mantenía abierto en forma permanente desde hacía ya dieciocho años.

Meredinn no se quedó a mirar mientras todos se retiraban; quería llegar temprano a ver a Ildwin. Le gustaba mucho hacerlo y deseaba tener tiempo extra para hablar con él. Por eso entró otra vez al palacio, subió las hermosas escaleras de piedras preciosas, dirigiéndose a su habitación, donde se acostó en su cama, concentrándose en ir al lugar donde la estaría esperando.

No estaría consciente cuando el caos de afuera comenzase.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro