Capítulo 7

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MEREDINN SUBIÓ LAS ESCALERAS. No había nadie fuera, así que recién pudo ver a los dioses cuando entró por la puerta del ostentoso palacio.

Y los dioses eran... ¡enormes! Esa era la mejor palabra para describirlos. Angell era bastante alto, de unos dos metros, pero esos otros... lo superaban en gran magnitud. Debían rondar los dos metros cincuenta cada uno. Meredinn se sentía muy baja con su metro sesenta y cinco, lo cual la hacía una de las hadas más altas, pues estas no solían pasar el metro sesenta.

También eran todos muy guapos, poseían facciones perfectas. Parecían dibujados. Sin duda los griegos no habían exagerado al describir la belleza y majestad de sus deidades.

Un par de dioses le hicieron una reverencia al verla entrar, aunque otros tantos parecieron ignorarla por completo. Meredinn pensó que quizá creían que era insignificante delante de ellos.

«Seré pequeña, pero puedo hacer mucho ruido». Sabía que tenía cosas que muchas diosas envidiarían.

Miró a su alrededor. El palacio era aún más grande de lo que aparentaba si uno lo miraba desde afuera. Estaba en un salón de fiestas enorme, el suelo se extendía por cientos de metros y brillaba como si estuviera hecho de polvo de estrellas. En el centro de la pista de baile había una enorme fuente de aguas coloridas; varios dioses se reunían a su alrededor. Meredinn se preguntó si las aguas tendrían algún poder especial.

A lo lejos y en la altura, se veía un enorme trono con un imponente dios rubio con largas trenzas y un tridente a su lado.

«Zeus», pensó ella, imaginándose que ese debía ser.

Todos vestían túnicas que les llegaban a las rodillas, aunque eran de diversos colores, no solo blancas. Los peinados de las mujeres eran numerosos y la gran parte lo llevaba recogido.

Meredinn no sabía qué debía hacer ahora que estaba ahí. ¿Ir a presentarse delante del líder? ¿Debía tan solo caminar alrededor del salón y disfrutar la fiesta? ¿Qué era lo que se esperaba de ella?

Pronto lo supo, pues Zeus le hizo señas desde su trono; quería que fuese donde estaba. Primero miró a su alrededor para ver si Angell se encontraba allí, luego continuó caminando hasta llegar delante del dios del cual tanto se le había hablado.

—Tú has de ser Meredinn —dijo Zeus en un tono de voz tan imponente como su presencia.

—Así es —contestó ella, sin dejarse intimidar—. Yo soy Meredinn, princesa heredera de las hadas.

—Eres una criatura muy interesante —opinó Zeus—. Tengo algo que proponerte, pero primero disfruta la fiesta. Más tarde te llamaré otra vez.

—Será un gusto, señor —aceptó, realizando una breve reverencia antes de darse la vuelta una vez más.

Comenzó a caminar alrededor de la celebración, sirviéndose de los manjares que se exhibían, comidas exquisitas que nunca antes había probado. Saludó a dioses que se iban presentando, aunque ninguno de ellos era de los dioses importantes, o al menos de entre los más destacables.

Y a lo lejos vio a Angell, quien seguía de la estatura con la que lo había conocido, unos cincuenta o sesenta centímetros menos que el resto. No podía dejar de preguntarse qué lo hacía tan bajo; tal vez más tarde se lo preguntaría.

Caminó hacia él con una sonrisa en sus labios.

—Hola, princesa Meredinn. ¿Estás disfrutando la fiesta?

—No demasiado todavía, estoy esperando que comience la música para bailar.

—Ah, deberás esperar a que todos llenen sus estómagos — dijo él, riéndose un poco—, pero ya podrás bailar.

—¡Qué bueno! —exclamó con una gran sonrisa en sus labios. Las hadas amaban bailar y ella no era una excepción.

—Me han dicho que cantas bien —comentó Angell.

—Así es. Heredé esa habilidad de mi padre.

—Tal vez más tarde nos puedes deleitar con una pieza. ¿Sí?

—Tal vez —contestó sonriendo. Y fue allí que una idea le cruzó por la mente: ¿podría hipnotizar a Angell si le cantaba?

Podría ser que sí..., quizá no. No estaba segura de que sus poderes funcionasen con normalidad en ese mundo. Era posible que no poseyera ninguno en tanto estuviera en ese sitio. Tal vez sí, pero la única forma de saberlo era probándolo. Además, ellos eran superiores a las hadas, y resultaba más probable que fueran inmunes a sus poderes. Al menos nunca había podido leerle la mente a Angell.

Meredinn se concentró en escuchar los pensamientos de otros dioses, pero no consiguió nada. Se esforzó un poco más y logró escuchar algo a lo lejos, pero muy bajo y de una diosa en particular, que no parecía fuerte. Aunque eso era algo bueno, ya que significaba que tenía sus poderes a disposición, aunque los dioses fueran inmunes a ellos, o la mayoría.

Quizá, solo quizá, su dulce y melodiosa voz lograría hipnotizar a Angell, aunque le dolía tener que hacerlo. Existía una palabra llamada prioridad, la de Meredinn era conseguir esas dos llaves, por más que su corazón se partiese en dos al hacerlo, por más que luego no volviese a ver nunca a su amor. Mucho dependía de ella y no podía dar marcha atrás.

El mejor lugar para llevar a cabo su plan sería de vuelta a casa. Angell la acompañaría, ella podría hipnotizarlo con mayor facilidad en su tierra natal. Todas las hadas eran más fuertes en su tierra, cerca del lago que las llenaba de energía.

Luego, y antes de juntar las nueve llaves, debería cumplir su promesa a Karel, lograría que su hermana le diese un beso, sin importar lo que le costase. Además, y lo más importante, cumpliría su promesa a su padre de volver para ayudar en la batalla contra la malvada Lilith, quien se estaría acercando peligrosamente al portal para atacar.

***

—¡Alejandra! —exclamó Lilum, corriendo escaleras arriba.

Esta se encontraba en su habitación, cambiándose para acostarse a dormir. Ella no necesitaba hacerlo, pero Nikolav sí y siempre lo acompañaba. Él en esos momentos se encontraba alimentándose. Bebía sangre de ella con regularidad, pero no le resultaba suficiente, por lo cual buscaba sangre que provenía de donantes voluntarios.

—¿Qué sucede, Lilum? —quiso saber la reina.

—¡Lilith! ¡Se acerca cada vez más al portal! ¡Ya está en Irlanda!

—¡Maldición! —exclamó—. ¿Sabes cuánto demorará en llegar?

—Unas dos horas. El tiempo está corriendo más rápido en el reino humano ahora. Por eso han llegado tan deprisa. Creo que estarán aquí en menos de dos horas.

—¿Crees que Karel podrá contenerlos?

—El ángel ha creado una barrera en el portal, pero no sabemos cuánto tiempo resistirá contra los ataques mágicos. A lo sumo medio día, y el ejército estará entrando a nuestra tierra. Necesitamos a Meredinn aquí y pronto.

Alejandra tragó saliva. Sabía que era posible que su hija necesitase más tiempo del que disponían, aunque no estaba segura de cómo corría el tiempo en el lugar donde ella estaba. Con suerte, un día en el mundo de los dioses sería solo un par de horas en el de las hadas, y ella llegaría a tiempo, pero no se podía saber a ciencia cierta, ya que las hadas no osaban entrar allí. Tal vez era momento para que ella misma fuese a ese sitio, al menos para ver cómo le estaba yendo a su hija.

—Juliann y tú deberán encargarse de llamar a nuestro ejército y tenerlo listo para luchar. Encarguen estacas a los duendes y flechas de madera a los elfos.

—Sí, eso haremos. ¿Tú podrías ir a la fiesta de los dioses a buscar a Meredinn?

—No sé si me dejarán pasar —contestó—, pero intentaré hacerlo, o al menos iré a la entrada de ese plano para enviarle un mensaje telepático.

Alejandra no podía comunicarse con Meredinn desde allí, para eso debería entrar al mundo de los dioses primero. Por suerte, no necesitaba hacerlo con su cuerpo físico, lo haría mientras dormía con Nikolav.

—Inténtalo, por favor. En unas horas estaremos listos. Descansen.

Lilum salió a hacer lo que se le había encargado, Alejandra se mantuvo pensativa. Sabía que su hija conseguiría las llaves restantes, ¿pero podría hacerlo antes de que hubiera una masacre? ¿Qué sucedería si todos morían? ¿Volverían a encontrarse en el nuevo mundo, cuando las llaves se uniesen? Solo había una forma de saberlo y no le gustaba nada.

Por lo pronto, iría a advertirle que debía apresurarse. Otra cosa no podía hacer.

No demoró en concentrarse en la imagen de uno de los cuadros que tenía en el palacio: el del mundo de los dioses. Nunca había ido a ese lugar, aunque debía existir una primera vez. Se materializó en medio de un sendero que llevaba al castillo que estaba en la cima del monte. El lugar le pareció hermoso, pero daba una impresión que la apesadumbró un poco, pues se veía vacío.

Había una fiesta. Lo normal sería que desde allí ya se oyese la música, o que se viesen algunos dioses merodeando el lugar, mas no se advertía nada ni nadie.

—¡Meredinn! —llamó desde su mente. Su hija la escucharía si se encontraba en ese plano, le contestaría de inmediato, como siempre lo hacía.

Sin embargo, no hubo respuesta, solo se escuchaba el sonido de pájaros en el lugar, unos pájaros multicolores que podía ver volando en el firmamento. ¿Dónde estaban los dioses? ¿Dónde estaba Meredinn?

Decidió dirigirse al palacio, sin dejar de intentar el contacto con su hija. ¿Quizá por algún motivo no podía escucharla? ¿Tal vez su telepatía no funcionaba en ese lugar? No había cómo saberlo.

Llegó al palacio y se encontró con la puerta cerrada. Todo estaba en silencio, era obvio que no se encontraba nadie. Ese mundo era inmenso, podían estar en otro sitio, aun así, ella no tenía tiempo suficiente para recorrer el lugar, debía utilizar los espejos para buscar a su hija, y luego dirigirse a la zona donde la ubicara.

Sin volver a su cuerpo, cerró los ojos y se imaginó el cuarto de los espejos en el palacio de las hadas, Crísalis. Una vez en el lugar, quitó el manto que cubría uno de ellos, concentrándose en recorrer el mundo de los dioses a través de él, aunque sabía que estaba prohibido hacerlo. A los dioses no les gustaba que se inmiscuyeran en sus asuntos, las hadas podrían pagarlo caro si se enteraban que habían estado husmeando allí.

No había nadie en el mundo de los dioses, por ninguna parte. ¿Acaso eso era lo que los dioses estaban intentando ocultar?

¿Por eso les habían prohibido mirar allí?

Alejandra no podía dejar de preguntarse: si los dioses y Meredinn no estaban en ese mundo, entonces, ¿dónde estaban?

¿Qué iban a hacer si ella no podía volver a tiempo? Necesitaba crear un plan alterno y pronto. Entonces, se le ocurrió uno: buscaría el sable Stumik.

El baile comenzó, a la vez que algunos dioses se retiraron a otro sitio para celebrar una orgía, práctica que parecía ser bastante común en ese lugar y en la que ella, obviamente, no participaría.

Bailó con varios dioses, quienes se veían alegres de tenerla de acompañante, algunos de los cuales le dijeron que su apariencia era buena para los ojos. Sí, los dioses eran todos, o casi todos, bastante promiscuos. Ella esperaba que al menos Angell no fuera así, ya que no le gustaba eso en lo absoluto.

—¡Atención! —exclamó de pronto Zeus. Todos los dioses se dieron la vuelta para mirarlo, Meredinn hizo lo mismo—. Tenemos aquí presente a una invitada muy especial. Ella es

Meredinn, princesa de las hadas. —Todos los dioses la miraron cuando Zeus la mencionó—. Y ella no es cualquier hada, sino una muy especial, tiene muchos más poderes que cualquier otra. Pero, bueno..., nuestro oráculo nos decía que llegaría el día que nacería una bella hada con nueve poderes y que ella debería casarse con uno de los dioses del Olimpo. Ese día ha llegado.

Meredinn tragó saliva. Sí, era lo que le habían advertido. Ellos pretenderían casarla con uno de los dioses. «Con Angell», pensó.

—Ha llegado también el día de enviar a uno de nosotros a convivir con los humanos, ya que son épocas en las que están dejando de creer en lo divino, y se requiere esto de nosotros para mantener la paz con la raza Hasselhaus.

«¿Raza Hasselhaus? ¿De qué están hablando?», se preguntó. ¿Serían esos los guardianes?

—Por eso —continuó el Gran Dios—. Mi nieto, Tamsis, se casará con esta bella princesa.

—¡¿Qué?! —exclamó, interrumpiéndolo. No se esperaba esa noticia. ¿La querían casar con un dios al que ni siquiera conocía?

—Lo que has escuchado, princesa Meredinn. Te casarás con mi nieto Tamsis, hoy mismo.

¡No, señor! Así no funcionaban las cosas. No la obligarían a casarse con alguien que no amaba.

—¡Ni loca! —exclamó—. A mí hoy no me casan con nadie.

—¿Osas contrariarme? —exclamó Zeus con su estridente voz.

—No pueden obligarme —contestó ella—. No me casaré con nadie.

—Te equivocas —le reprochó Zeus—. Sí podemos obligarte.

—¡No!

—Sí. Es más, solo basta decirte que no podrás salir de aquí hasta que te hayas casado con mi nieto. No tendrás forma de hacerlo.

«Oh, no», pensó ella. ¿Qué iba a hacer ahora? Si no podía salir de allí, de nada serviría tener esas llaves en su poder.

Necesitaba otro plan en esos momentos. Debía aprender a adaptarse. Si la única forma de salir de ese lugar era casándose con un horrible dios, entonces debía hacerlo.

—Quiero pedir algo a cambio, entonces —dijo Meredinn.

—No. No puedes negociar con nosotros. Solo ganas la posibilidad de salir de aquí. Eso es todo.

—¿Y si no me caso?

—Entonces tu especie está perdida. Estamos al tanto de que están a punto de ser atacados por Lilith. ¡Qué pena! El oráculo predice que es el fin de las hadas si tú no intervienes en esa batalla.

Meredinn no estaba para nada contenta. Se sentía por completo indefensa en ese lugar. Nunca se había sentido así.

—No quiero casarme con Tamsis —replicó—. ¿Por qué no otro? Por ejemplo, Angell.

Todos los dioses presentes en la sala comenzaron a reírse a carcajadas.

—¿Angell? ¿Tú sabes lo que estás diciendo? —dijo Zeus entre risas. Todos parecían haberle encontrado gracia a su pregunta. ¿Qué era lo que Angell tenía de malo para que todos lo menospreciasen así?—. No, querida —continuó él—. Te casarás con Tamsis. No hay otra opción.

—Al menos deben presentármelo primero. ¿No?

—Claro, ven Tamsis —lo llamó Zeus.

El joven que apareció al lado de Zeus la dejó sin respiración.

«¡Ay mamita!», pensó Meredinn, de repente sintiendo calor en ciertas zonas de su cuerpo. ¿Cómo podía ser?

Era rubio, alto como todos los dioses, y musculoso. Sus facciones eran perfectas, sus ojos eran de un color turquesa en verdad impresionante. «No, no puede ser tan irresistiblemente perfecto», pensó. Era inhumanamente bello, no era posible para los ojos presenciar tanta lindeza. Meredinn sintió que se iba a desmayar.

Sí, Tamsis era atrayente sobremanera, le despertaba sentimientos lujuriosos que recién descubría. Angell había conquistado su corazón, pero ese joven dios hacía que su cuerpo reaccionase de maneras impensables. Meredinn sabía que debía salir corriendo antes de cometer alguna estupidez. Pero ¿a dónde iría?

—Creo que esa baba significa un sí —dijo Zeus con cara de satisfacción—. Hera te acompañará a sus aposentos para ayudarte a prepararte para la boda. En una hora te estarás casando.

Estaba confundida. Lo que no sabía era que Tamsis era, precisamente, el dios de la confusión. No tenía forma de luchar contra esa atracción que sentía hacía él, una atracción tan solo física.

La habían traído a un mundo desconocido para casarla con un príncipe. Sí, eso había sucedido a su madre años atrás, con la diferencia de que no se estaría casando con su alma gemela. Estaba muy lejos de eso.

Fue llevada a los aposentos de Hera, cruzando miradas con un triste Angell mientras iba hacia allá. Él tampoco parecía estar conforme con lo que estaba sucediendo. ¿Haría algo para impedir esa boda? Lo más posible era que aquello no se encontrase dentro de sus posibilidades. Él parecía pequeño al lado de los demás.


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