Capítulo 8

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CUANDO MENOS SE DIO CUENTA, Meredinn ya se encontraba caminando rumbo al altar. El tiempo había pasado deprisa, le habían sucedido muchas cosas desde que Hera la había llevado a sus aposentos, pero ahora avanzaba con una gran sonrisa en su rostro. ¿Quién lo hubiera dicho?

Era evidente, los casamientos en el planeta Tierra se asemejaban a los del planeta de los dioses. Estos estaban congregados en el gran salón, y en medio de ellos había un largo pasillo que llevaba a un altar, donde se encontraba el imponente Zeus. Adelante también se encontraba Tamsis, el dios con el que Meredinn debía casarse si quería tener la posibilidad de salvar a su familia de las garras de la malvada Lilith.

La música sonaba anunciando su llegada, y Meredinn caminaba a paso firme, luciendo su hermoso vestido blanco, el cual parecía una cascada de luz alrededor de su cuerpo. Era un vestido encantador. Cada vez se acercaba más y más a Tamsis, quien la hacía sentir incómoda con toda su masculinidad. No podía evitar darse cuenta de la forma en la que muchísimas de las diosas más jóvenes lo miraban, y la manera en la que él les correspondía. Tamsis no sería un marido fiel. Nunca. Pero eso no le importaba, tenía otras cosas en mente.

Siguió caminando por el largo pasillo, observando hacia el costado donde estaba la puerta del enorme palacio, no porque quisiera salir corriendo, sino porque por ahí estaba saliendo Angell, quien abandonaba el lugar cargando una pesada caja de madera. Todos estaban entretenidos mirándola a ella como para preocuparse por lo que Angell estaba haciendo; lo cual deberían haber hecho.

Meredinn se detuvo al llegar al lado de Tamsis, quien la tomó de la mano mientras se enfrentaban a Zeus. Él le llevaba casi un metro, pero ya le habían informado que cuando llegasen al planeta Tierra, adaptaría su estatura a la de ella. Pero eso tampoco le preocupaba.

«Diez minutos más», pensó y respiró profundo, sintiendo la mano del dios sobre la suya; al contrario de cuando le tomaba la mano a Angell, no sentía mariposas en su estómago, ni siquiera de las más débiles. Ella no lo amaba, lo sabía muy bien. Era solo una atracción loca que le provocaba utilizando su poder de la confusión. Eso era todo; nunca podría sentir más que una mera atracción física hacia él. Su corazón era de Angell y de nadie más.

—Hace tiempo que no tenemos casamientos aquí en este planeta —comenzó diciendo Zeus con su potente voz—, sin embargo, estos son siempre motivo de celebración, más aún cuando es uno de mis descendientes directos el que se está casando, y es una boda que ha sido anunciada por el oráculo, una que nos llevará más cerca de nuestra liberación absoluta.

Meredinn no podía dejar de preguntarse a qué se refería Zeus, pero todo le hacía pensar que los dioses no cooperaban con los guardianes por gusto, sino que lo hacían por necesidad. Según lo que había logrado escuchar, hubo una guerra varios miles de años atrás y los guardianes habían ayudado a los dioses a vencer a sus oponentes, con la condición de que ellos los ayudasen a ellos a capturar el planeta Tierra. Aparentemente, Tamsis sería el último dios en pisar la Tierra, luego ellos no le adeudarían más nada a los guardianes.

Pero el oráculo solo había dicho que ella se casaría con un dios. ¿Decía que ese dios era Tamsis? Era probable que no. Nunca se lo habían mencionado de ese modo.

Había muchas otras cuestiones que Meredinn no entendía, pero ese no era el momento para ponerse a pensar en ellas, ya que Zeus seguía hablando y debía prestarle atención.

—Ustedes dos emprenderán juntos el viaje de sus vidas, un viaje sin retorno, un viaje en el que deberán confiar el uno en el otro, en el que deberán aprender a ser socios para lograr sus objetivos en conjunto. ¿Creen que están preparados para eso? — Zeus se quedó en silencio, mirándolos, y ambos asintieron.

«Tres minutos», pensó Meredinn, tratando de ocultar los nervios que comenzaba a sentir.

—Por eso, ahora necesito que cada uno de ustedes profese sus promesas para esta unión, comenzando por Tamsis.

«Sí, tal vez es un poco diferente a la forma en la que la gente se casa en el planeta Tierra», reflexionó mientras se ponía frente a Tamsis, para oír lo que tenía por decirle.

***

—¡Alejandra! ¿Dónde estás? —exclamó Nikolav, recorriendo el palacio que compartía con su amada, a la que no podía encontrar por ninguna parte.

Lilith estaba intentando traspasar la barrera que había creado Karel, quien se estaba esforzando sobremanera para resistir, realizando trabajo conjunto con Lilum. Pero la antigua vampira era poderosa y pronto estaría entrando al reino, necesitaban sí o sí la ayuda de Meredinn. ¿Podría ser que Alejandra la había ido a buscar y por eso había desaparecido?

—¿Dónde está Alejandra? ¿Dónde está Meredinn? —clamó Juliann desesperado, entrando por la puerta principal.

—No puedo encontrar a Alejandra —dijo Nikolav—. Creo que ha ido a buscar a Mere.

—¡Maldición! ¿Aún no ha vuelto? Espero que esos dioses no le estén impidiendo volver o se las verán conmigo.

—Esperemos que no —contestó él—. Pero, como sea, nosotros debemos ir al lugar donde se realizará la batalla y esperar a que ellas lleguen a tiempo para impedir una verdadera tragedia.

Juliann suspiró pesado y asintió.

—Vamos, entonces.

Los dos hombres habían sido competidores naturales en una época, pero después de que Juliann se hubiera casado con Lilum, y después de que los vampiros y las hadas se hubiesen amigado, ellos dos habían aprendido a llevarse bien, incluso podría decirse que eran amigos, hasta cierto punto al menos.

Ambos salieron del castillo y se dirigieron al lugar en el cual el ángel Karel, junto a todas las hadas, elfos, duendes, y vampiros presentes en esa dimensión, esperaban listos para luchar en la batalla. Fuertes rayos chocaban contra la gruesa pared transparente que se había levantado para bloquear el portal físico que comunicaba ese plano con Irlanda, y se podía ver cómo, de a poco, la pared se iba reduciendo y resquebrajando. Sería cuestión de minutos hasta que se destruyese.

***

—Mi querida Meredinn —comenzó diciendo Tamsis—. Eres bella, eres perfecta, aunque no a mi altura. Quiero pasar contigo mis próximos días, logrando juntos nuestros objetivos. No prometo amor, pero sí prometo pasión desenfrenada. Juntos seremos los nuevos dioses que los humanos necesitan. Juntos nadie nos detendrá. Seré tuyo y tú serás mía.

«¿Y esa es la promesa de Tamsis?», se preguntó Meredinn, un tanto desilusionada. Ahora todos los ojos estaban posados en ella, quien debía decir su promesa.

—Tamsis. Prometo odiarte y patearte el trasero si alguna vez llegas a pisar el planeta Tierra —dijo ella con una enorme sonrisa en su rostro mientras se desvanecía gradualmente, dejando a todos los dioses atónitos.

Meredinn abrió sus ojos de nuevo pocos segundos después. Estaba dentro de una apretada caja, la cual Angell estaba ahora abriendo para dejarla salir.

—Nuestro plan salió perfecto —dijo ella emocionada, saltando de la caja para abrazar a su dios.

Ya estaban lejos del planeta de los dioses, navegando las aguas del río dentro de la dimensión que ellos ya no habitaban, y Angell llevaba las dos llaves que necesitaban. Había logrado escapar, ahora los dioses no podrían hacer nada al respecto.

Los enamorados se abrazaron mientras se acercaban cada vez más al portal que los dejaría ir al mundo de las hadas, donde una cruenta batalla los aguardaba.

***

Una hora y quince minutos antes...

—Es todo muy bello, ¿cierto? —comentó Hera conforme llevaba a Meredinn a los aposentos—. No sé por qué dudas tanto. Casarse con un dios ha sido siempre el sueño de todos en vuestro planeta.

—Sí, puede ser —dijo Meredinn, intentando sonar amable con la altísima mujer de largos cabellos castaños que la acompañaba—. Pero yo soy diferente.

—Ya lo creo —contestó Hera—. Por eso has sido la elegida.

—¿Puedo preguntar algo? Ya que pronto seremos familia.

—Claro... Supongo —contestó la Diosa, no del todo convencida.

—He oído que uno de ustedes debe quedarse en el planeta Tierra para que se mantenga la paz con la especie. —Meredinn se había olvidado del nombre.

Hasselhaus —dijo Hera—. ¿Qué con ellos?

—¿Cómo es que tienen que mantener la paz? ¿Qué tiene que ver con todo?

—Bueno —empezó la diosa, pensativa—..., supongo que lo puedo explicar. Una vez que te cases con Tamsis, no podrás contarle esto a nadie. Estamos a salvo.

—Por favor, dime —le suplicó.

Ambas entraron a los amplios aposentos de la reina de los dioses.

—Aghda, Rum, preparen a la chica —les ordenó esta a sus sirvientas, dos muchachas más altas que Meredinn, pero mucho más bajas que la Gran Diosa, quienes de inmediato la sentaron en una enorme silla y se pusieron a trabajar en su peinado y maquillaje. Trabajaban veloces, no se podía esperar menos de dos diosas, aunque fueran de segunda categoría.

—Bueno —continuó Hera—. Diez mil años atrás, en años humanos, ya que los nuestros son mucho más largos, nosotros estábamos en guerra. No con los Hasselhaus, pero sí con otra especie: los Radikhi —dijo ella con aprehensión—. Los Radikhi eran mucho más poderosos que nosotros, estaban destruyendo nuestro planeta, hasta que aparecieron los Hasselhaus con un trato. Ellos nos librarían de los Radikhi y nosotros debíamos ayudarlos a conquistar el planeta Tierra.

—¿Por qué? —interrumpió Meredinn—. ¿Por qué querían conquistar el planeta Tierra en primer lugar?

—Los Hasselhaus son conquistadores innatos. Van de planeta en planeta y se alimentan de la energía del mismo, hasta que el sitio muere, en cosa de cincuenta mil años o menos. Nuestro planeta no les servía porque estaba dañado o también lo hubieran hecho.

—¿Qué había ocurrido para que estuviera tan deteriorado?

—Los Radikhi deterioraron la superficie del planeta. Luego los Hasselhaus destruyeron nuestra atmósfera, ya que era la única forma de librarse de nuestros invasores, y construyeron las defensas que has visto al entrar. Por eso, estábamos en deuda, y muchos de nosotros vivimos en la dimensión de la Tierra que fue creada para nosotros, hasta que se nos permitió volver al interior de nuestro planeta. Pero ahora, debemos enviar a Tamsis por unos quinientos años más, luego estaremos libres de toda deuda.

—¿Era sí o sí necesario que fuera Tamsis?

—La verdad no estaba especificado, pero creemos que es el más adecuado para esa función.

Meredinn asintió, sabía que no era bueno discutir en esos momentos. Su bocota podría llegar a causarle mayores problemas de los que ya tenía. Por lo menos, ahora sabía con certeza por qué los dioses habían ayudado a los desgraciados de los guardianes y, en cierta manera, no podía culparlos. Aunque no podía estar del lado de ellos, ya que no era parte de su grupo. Ella no pertenecía allí, por más que el lugar fuese bellísimo, nunca podría sentirse en casa.

—¡Meredinn! ¡Meredinn! —escuchó en su mente. Era Angell, le estaba hablando de modo telepático.

—¿Angell? —preguntó, un tanto incrédula. ¿Acaso quería decirle algo porque se iría a casar con otro hombre?

—Sí. Tenemos un rato para hablar antes que alguien se dé cuenta. Sonríe a las que están contigo y disimula.

—Soy especialista en ello —le dijo, haciendo lo que le había dicho—. ¿Qué quieres?

—No puedo dejar que te cases con Tamsis —le dijo él.

—¿Por qué no? —preguntó ella. Después de todo, él había sido quien la había llevado—. Tendrás graves problemas si impides la boda.

—Porque no soporto la idea de tener que verte con ese idiota. No te preocupes, no tendré problemas. No si nunca regreso aquí y me llevo las llaves —le dijo, seguro de sí mismo.

Sí. Angell estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella, a ir contra las órdenes de sus superiores y a huir con su amor. Meredinn sentía que su corazón latía cada vez más rápido; y latía por él, por Angell. Tamsis nunca lograría que su corazón latiese así, por más que llegase a lograr otras experiencias distintas con ella.

—Pero, ¿cómo lo harás? ¿Cómo lograrás impedirlo? Son todos contra nosotros —preguntó preocupada.

—Siendo más inteligentes que ellos —replicó—. No se imaginarán que haremos lo que tengo en mente.

—¿Y eso qué es?

—Los distraeremos mientras te llevo fuera de este lugar.

No será difícil.

—¿Distraerlos? ¿Cómo?

—Te desdoblarás astralmente cuando te dejen sola. Escóndete detrás de las cortinas. Yo vendré y pondré tu cuerpo en una caja y te llevaré en ella.

—¿Seguro que no te descubrirán?

—Sí. Tu doble estará caminando directo al altar cuando lo haga. No se darán cuenta. Todo saldrá bien, lo prometo.

Meredinn estaba convencida de que el plan de Angell funcionaría. Quería abrazarlo con todas sus fuerzas y besarlo, agradecerle lo que haría. Sí, ese era su chico, uno muy inteligente. Nadie se imaginaba que osaría a traicionar a los dioses por amor.

El problema sería cómo traicionaría ella a quien arriesgaba tanto para salvarla de un matrimonio forzado, ¿podría quitarle las llaves después de eso? Lo dudaba cada vez más, pero las necesitaba con urgencia. ¿Qué hacer? Las esperanzas de la humanidad completa estaban posadas en ella. No era nada fácil decidirlo, vacilaría aún más cuando volviese a estar en los brazos de Angell, un hombre del que jamás querría separarse.


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