Pecado Capital: Envidia

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Ella había aparecido en el pueblo.

Sus mejillas rosadas, cabello castaño, ojos verdes y un corazón latente.

»La señorita viva«

Desde que ella se instaló en el pueblo comenzó a ganarse la admiración de los aldeanos.

¡Esa debería ser yo!

Yo debería ser la que admiran por mi belleza, la que le teman.

Sentir el miedo en sus miradas, el miedo que corra por cada insignificante cuerpo, y hacer que cada vez que paseo por sus hogares, tiemblan ante mi presencia. Sentía una grata sensación de satisfacción cuando oía mi nombre de esas tímidas pero escorias humanas.

Y no solo eso, la espié durante algunas semanas, y esa mujer no vino sola. Si bien quería hacer cambios en el pueblo para «convivir en armonía». Tenía un prometido bastante guapo, alto de cabellera rubia, de labios carnosos y ojos azules.

Con solo verlo quería ser suya de pies a cabeza.

Quería lo que ella tenía.

Su belleza, su prometido, la elegancia y la forma en que ella se dirigía a todo el pueblo, pero lo que más quería de ella era su dedicación.

La dedicación que ella colocaba en cada tarea que hacía para ayudar al pueblo.

Su perfecto rostro, sus uñas bien cuidadas y ese cutis de super modelo.

La envidiaba.

—¡Como la odio! —Vociferé haciendo que todo el castillo se tambaleara.

—¿Mi reina que ocurre? —Preguntó Amadeo.

—¡Es sobre esa humana, Lady Tatiana!

—¿La exitosa mujer que en tan solo unos meses ha sido alcaldesa, tiene un marido y es extremadamente bonita?

—¡Sí ella! esa espantosa y vulgar mujer. Le deseo la muerte. No, es más la maldigo por tener una exitosa carrera en tan poco tiempo, le maldigo su descendencia...

—¿Mi reina se encuentra bien? —Preguntó Amadeo.

—¡Por supuesto que no tonto inutil! ¿Qué pregunta es esa?

Amadeo se quedó callado y tragó saliva.

—A Lady Tatiana la quiero muerta.

—Pero, ¿reina mía porque no idea un plan?

—¿Para matarla? oh, mi querido Amadeo es exactamente lo que estoy planeando hacer —Contesté mirando desde la ventana el apestoso pueblucho y sobre todo a ella.

Lady Tatiana.

En esas semanas había suplantado la identidad de la señorita Tatiana, me puse una peluca de color castaño, lentes de contacto  verdes y maquillaje para darle más color a mi palida piel y ser como ella.

La feliz pareja había ido a un viaje de negocios y volverían en una semana más, en esos días restantes me dedicaría a esparcir rumores para perjudicar la reputación de Tatiana.

Sabía cada movimiento que daban, los observaba desde las sombras incluso llegué a entrar en sus aposentos para robarles algunas joyas.

Y los resultados fueron exitosos, nadie sospechaba nada.

El tonto pueblo era tan ingenuo.

Tenían tanta devoción por esa chica.

Odiaba a Lady Tatiana, quería todo de ella y de paso acostarme con aquel guapo prometido una vez que la matara.

Antes de llevar a cabo mi plan me aseguré de investigar todo información que comprometa a Lady Tatiana y no era una blanca paloma.

Quería la vida de Lady Tatiana, pero sobre todo alguien que me amara.

Sentirse amado según los humanos era un sentimiento tan hermoso.

Pero, para un ser horripilante, pecaminoso y lleno de oscuridad no merecía amor.

Estábamos destinados a la cruel soledad.

Pero no estaba para cursilerias.

Humanos, creen que por irse de un lugar limpiaran todo lo mal que causaron y fueron en el pasado.

Hipócritas.

Haría que la dulce chica catalogada como: «la que todos amaban», tuviera una muerte lenta y dolorosa.

Caminé hasta el pueblo llevando una capucha negra, haciendo que mi vestimenta no fuera tan llamativa.

Sabía que Lady Tatiana pasaría por el bosque a recoger algunas frutas.

Si mi plan funcionaba, no daría marcha atrás.

Cuando la vi recogiendo frutas de la copa del árbol, ella se encontraba de espaldas a mi, muy concentrada. Era mi oportunidad, estaba indefensa. Y no había nadie más.

Solo ella y yo.

Con rápido y ágil movimiento me acerqué hasta ella de manera sigilosa.

La emoción de torturarla era inminente, mis ojos centelleaban por querer saborear la sangre y hacerla sufrir.

Sentir que estaba a unos centímetros de ella, oler su perfume barato, me causaba una sensación de repugnancia pero a la vez placentera el saber que la mataría.

La agarré del cuello y le susurré en su oído.

—Te odio Lady Tatiana.

De manera ágil corté una de las arterias de su cuello. Ella dio un alarido de dolor, al girarse su rostro se horrorizó, sabía perfectamente que le habían hablado de mi.

—Eso, ¡grita Tatiana! nadie te podrá escuchar...

—¿Por qué... yo? —Titubeo intentando hablar, arrastrándose lo más que podía para que estuviera fuera de mi alcance.

Caminaba a pasos lentos, mientras escuchaba que le perdonase la vida.

Pero era demasiado tarde.

Cuando a Carmilia Donoback se le cruzaba una persona, la sentencia era la muerte.

La miré con odio, recordar todo lo que había logrado me hervía la sangre y escupí las siguientes palabras:

—¿Por qué? es una buena pregunta Lady, pues... Porque te interpones en mi camino. ¡Desde el día en que llegaste, yo debería ser la que adoraran no tu! ¡maldito el día en que llegaste al pueblo, ¡odio cada cosa que has logrado! ¡odio tu perfecto rostro, tu falsa modestia con los aldeanos! Tu vil hipocresía no va conmigo. ¡Odio que estés viva!. Es por eso que... ¡Muere Lady Tatiana!

Cada movimiento que hacía repetía: ¡Muere, Muere Lady Tatiana!

Las hojas se tiñeron de color carmesí en un charco de sangre que inundaba el lugar. 

El cuerpo inerte de aquella mujer se encontraba destruido, no quedaba rastro de aquella perfecta sonrisa que siempre tenía cada vez que hablaba con la gente.

Lo aborrecía.

No había rastro de lo que fue Lady Tatiana. 

Y para hacer que fuera una muerte dolorosa y agonizante, utilicé fuego azul,  quedando solamente su cráneo.

Levanté el cráneo mirándola con la misma misericordia que ella exclamó.

—Lo siento querida, pero aquí no puede haber dos reinas. Solo yo. 






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