Capítulo 5: Génesis 1

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Abrió los ojos de repente, se encontraba empapado en sangre. Su tórax subía y bajaba al ritmo de su acelerada respiración. En su interior, solo encontraba una furia desmedida e injustificada. Su cabeza era un tormento por los retumbos de su corazón que se hacía sentir por encima del bullicio que generaba la batalla. Sus fosas nasales percibían olores que nunca antes él había sentido, los ya conocidos, eran tan intensos, que juraría que los tenía impregnados en cada porción de su cuerpo.

—¡Cormag! ¡¡¡Cuidado!!!

Un grito le puso en sobre aviso, pero fue demasiado tarde. Su cuerpo se vio proyectado hacia atrás, una flecha le alcanzó en el hombro derecho y le hizo caer por la cubierta del barco.

—¡Nooooo! —El grito de Eprahim quedó ahogado en la confusión de la batalla.

Eprahim no pudo hacer nada por salvar a su hermano, dos fuertes brazos le aguantaron y lo reclinaron al suelo.

Una hora antes.

—¿Crees que ya hayan descubierto la nota? —Preguntó Cormag, con sus dedos jugaba con un mechón de su larga cabellera rubia.

—Ha pasado poco más de una semana desde que nos fuimos. —Eprahim hizo una pausa pensativo, miraba el reflejo de la Luna Llena zigzaguear en el mar—. Hermano, no quisiera hablar del tema. Sé que de la forma en que nos fuimos fue la más correcta, pero eso no quita que esté mal.

—Gracias por venir conmigo —dijo Cormag.

Le dio una leve palmada en la espalda a modo de consuelo. Se quedaron en silencio disfrutando de la nocturna brisa marina. Pese a que estaban en un mes cálido, en alta mar, se sentía mucha frialdad.

—¿Cuánto tiempo crees que dure esta travesía? —Inquirió el hermano menor.

—No lo sé Cormag, pero vamos a rumbos desconocidos. Según tengo entendido todo aquel que se atrevió a cruzar estas aguas, nunca regresó. Ni siquiera sé si encontremos tierra nuevamente.

Ambos se miraron, se habían alistado a la tripulación con mucha ilusión por las promesas del hombre que ahora era su capitán, pero lo cierto era, que tras más de una semana en dónde lo único que veían era una gran masa de agua, sus esperanzas habían decaído mucho.

—Bueno, al menos hemos sobrevivido una semana, ¿no? —dijo jocoso Cormag.

—Tú siempre viéndole el lado positivo a la situación.

Rieron mutuamente, Eprahim y Cormag se habían criado juntos, como hermanos, incluso, para Cormag, hasta hace unos meses atrás, era un secreto para él, que no compartían la misma sangre. Había sido adoptado desde muy temprana edad, su verdadera madre murió dando a luz y Víctor, junto a su esposa Josefa, tomaron la decisión de adoptarlo. Pero no fue hasta cumplir su decimoctavo año que se lo dijeron.

Al enterarse, estuvo casi un mes sin hablar con sus padres de crianza, toda su vida se desmoronó ante sus ojos, todo lo que una vez creyó saber, se había convertido en una mentira.

A pesar de todo, siempre escuchó a su hermano Eprahim, el cariño que sentían el uno por el otro, iba mucho más allá de los vínculos sanguíneos. Se habían criado como uno solo y Eprahim, por ser el mayor, siempre cuidó de él. Por lo que no fue de extrañar de que fuera él mismo quien se encargara de recuperar las relaciones entre sus padres y su hermano.

—Gracias por acompañarme en esta locura —repitió Cormag tras varios minutos de silencio.

—Te dije que no me des las gracias. Además, si no lo hacía igual hubieras venido. Cuando se te mete algo entre ceja y ceja lo haces, aunque te cueste la vida.

—Creo que eres la persona que mejor me conoce —dijo Cormag con una leve sonrisa en su rostro.

—Además hermano —dijo Eprahim mirándolo fijo a los ojos—. ¿Quién te cuidaría las espaldas si no hubiera venido? Te recuerdo que no eres muy bueno con la espada.

—¡Epa! ¡Epa! —soltó una carcajada—. Que he mejorado mucho. ¡Eh!

—Sí, claro. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Una cosa es practicar y otra, muy diferente, es una batalla, en donde matas o te matan.

—¡Hey, ustedes dos! —Los interrumpió una voz gruesa a sus espaldas que les hizo dar un brinco del susto—. Vayan a dormir, mañana será otro día ratas marinas, muevan esos culos a la bodega. ¡A dormir!

—Será mejor que obedezcamos, no quiero limpiar la cubierta en la mañana —susurró Cormag.

Cormag se encontraba recostado en su hamaca, no lograba conciliar el sueño, algo en su interior le tenía intranquilo. Pensaba en la historias que le habían contado sobre sus orígenes. El saber que su madre había muerto dándole a luz, le hacía sentir un poco mal. A pesar de no tener quejas de su madre adoptiva, le hubiera gustado conocer a su verdadera madre, haber podido sentir su calor.

Por otra parte, desconocía el paradero de su verdadero padre. Nadie sabía nada de él, Josefa y Víctor le juraron y le perjuraron aquella tarde, que aquella mujer nunca lo mencionó. Por tanto, era una incógnita que quizás, nunca resolvería. 

En un momento dado de la noche, los ojos se le comenzaron a cerrar. El sueño ya comenzaba a ganar territorio en él cuando se sintió un grito que estremeció a todos los marineros que ahí dormían.

—¿Qué fue eso? —Preguntó uno.

—Vino de arriba —aseguró otro.

—¡Nos atacan! —Se escuchó una voz histérica que hizo reaccionar a más de uno que se encontraba adormecido aún.

Una repentina explosión sacudió el barco, algunos salieron lanzados hacia un lado con serias heridas en sus cuerpos. Acto seguido, la brisa nocturna se coló en la bodega del barco por la hendidura que se abrió en una de las paredes del navío.

Cormag se detuvo a mirar por la abertura, lo que vio le heló la sangre. Había otro barco muy cerca de ellos. Sin embargo, solo era visible por los destellos luminosos y el sonido de las explosiones que desprendía a cada momento proveniente de los cañones de guerra.

El capitán del navío enemigo, había apagado todas las luces de su barco y se había acercado guiado por las del barco donde se encontraba Cormag.

—¡Nos hundimos! —gritó desesperado alguien.

Cormag estaba en shock, entendía lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo no lograba moverse. Era la primera vez que estaba en medio de una batalla y el nerviosismo jugaba en su contra.

—¡Cormag, tenemos que subir! —Le ordenó Eprahim tirando de su brazo y haciéndolo volver en sí.

—Sí, sí, vamos.

Se armaron con sus respectivas armas y salieron tan rápido como pudieron a defender el barco.

En cubierta la situación era bastante desalentadora, los habían invadido y los pocos marinos que estaban en cubierta habían sido reducidos casi a la totalidad. Una docena de corsarios abordaron el barco antes de que la primera explosión retumbara aquella noche. Se acercaron sigilosamente en botes y se las apañaron para subir al barco sin ser descubiertos.

Los marineros bajo el mando de Lord Roberto, resistían a duras penas. Eran superados en número y la gran mayoría, no contaba con la experiencia en combates que tenían aquellas fieras del mar acostumbradas al pillaje.

Los refuerzos ibas llegando desde la bodega y se sumaban a la batalla, pero caían como moscas ante los piratas. Para cuando Cormag y su hermano llegaron arriba, la cubierta era un caos, había hombres corriendo, cadáveres pertenecientes a ambos bandos dispersos en el suelo con un charco creciente de sangre. En la oscuridad de la noche no se podía distinguir bien entre el amigo y el enemigo, por lo que muchos perecieron víctimas de sus aliados.

Varias flechas surcaron el cielo y cayeron sorpresivamente sobre los hombres de la tripulación, alguno que otro pirata desafortunado quedó herido también, damnificados por las flechas provenientes de su propia flota. A cada momento el barco era sacudido por un nuevo impacto de una bala de cañón, haciéndoles perder el equilibrio por unos instantes.

—¡Dios santo! —Exclamó Cormag ante lo que se deslumbraba en sus ojos.

—Estamos perdidos —susurró Eprahim.

—¿Qué hacemos? —Cormag esperó a que su hermano le diera una solución a sus problemas, pero él, no las tenía.

—Solo hay algo que hacer… —Ambos se miraron fijamente—. Luchar.

Dicho esto, el mayor de los hermanos se lanzó al ataque. Cormag, por su parte, analizó sus posibilidades por un instante. Todo su cuerpo tiritaba, era la primera vez que se encontraba en una verdadera batalla y era, por mucho, peor de lo que se había imaginado. Aquellos bárbaros no pensaban dos veces antes de masacrar a sus oponentes.

Eprahim y Cormag luchaban juntos, espalda contra espalda. Era una técnica que habían aprendido observando los entrenamientos de su primo Hayden cuando vivían juntos. De esa manera, cada uno protegía al otro de posibles ataques a traición.

—Veo que no era fanfarronería tuya, has mejorado bastante con la espada —dijo Eprahim ante la habilidad de su hermano.

—Te dije que había mejorado muchísimo —reafirmó Cormag evadiendo un hacha por escasos centímetros.

Otra hacha surcó el aire y Cormag pudo detenerla con su espada, ambos metales soltaron chispa. El pirata aprovechó el pequeño desbalance de Cormag para volver a atacar. Un tajo en el estómago, le recibió doblegándolo al suelo. Una espada repasó el cuello del corsario hasta degollarlo por completo, la hemorragia se hizo presente de inmediato en forma de cascada salpicando todo a su alrededor.

Cormag limpió su espada con el antebrazo de su camisa y se dispuso a seguir combatiendo. Acto seguido un dolor sordo se le clavó en su espalda, su intensidad era tal, que le obligó a doblar sus rodillas hasta arrodillarse en el suelo. Le faltaba el aire y boqueaba en busca del preciado oxígeno. A dicho dolor le secundaron otros de igual o mayor intensidad. Esta vez, eran en cada parte de su cuerpo, cada articulación le dolía. Su cuerpo estaba cambiando internamente sin que él lo supiera, daba pequeños y bruscos movimientos involuntarios bajo su piel.

Eprahim miraba desconcertado lo que le sucedía a su hermano, por la oscuridad no lograba apreciar con exactitud lo que sucedía con su cuerpo, pero estaba seguro que aquel comportamiento que este poseía no era algo normal.

Aparecieron más piratas, el barco enemigo se había acercado lo suficiente y lanzaron los tablones para comunicar un barco con otro y poder abordarlo. Algunos piratas, los más intrépidos, abordaron al barco columpiándose en las sogas de sus velas.

—Cormag, no es momento para juegos, llegan más —gritó colérico Eprahim.

Este miró atrás y vio que su hermano se había arrastrado como pudo hacia una esquina, ni siquiera llevaba su espada, la había dejado tirada. Por más que trataba de encontrar una explicación lógica para lo que le había acabado de suceder al hermano, no la encontraba.

Cruzó estocadas con otro agresor y terminó por apuñalarle en el vientre, se giró una vez más para cerciorarse de que todo estaba bien y lo vio ponerse en pie para luego caer al agua al ser alcanzado por una flecha en el hombro.

En ese momento, la respiración se le detuvo a Eprahim, su hermano, a quien siempre había cuidado, estaba muerto. Por más que intentó avanzar hacia su posición no lo dejaron. Dos robustos hombres le tomaron por sorpresa por los hombros y lo doblegaron en el suelo. De sus ojos brotaron lágrimas como nunca antes lo habían hecho.

Poco a poco, la tripulación de Lord Roberto, fue sucumbiendo ante aquellas fieras nocturnas.

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