Capítulo 4: Información valiosa

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Todos en la sala miraban a Frank expectantes de que revelara el contenido de la nota. El pequeño papel con letra poco legible, era una clara carta de despedida.

—Padre. —Comenzó a leer Frank—. Sé que Cormag y yo habíamos prometido no separarnos de casa hasta el próximo año, pero la oportunidad que se nos presenta con la llegada de este Lord, no la podemos dejar pasar por alto. Recuerda lo mucho que te quiere tus hijos Eprahim y Cormag. Espero que encontremos nuevas tierras y riquezas, pronto volveremos a estar juntos. Te quiere, tu hijo Eprahim.

El silencio en la habitación se hizo omnipresente. Todos, en especial Hayden, estaban completamente confundidos. Las miradas de cada uno se cruzaban entre sí, los recién llegados no entendían mucho, pero algo sí les quedaba claro, tenían que encontrar a sus dos primos desaparecidos a como diera lugar.

—Nuevas tierras y riquezas…—Hayden avanzó los pasos que le separaban de su hermano y tomó el papel en sus manos—. ¿Qué quiso decir con esto?

Una vez más, un silencio cargado de miradas juzgantes, se apoderaba de los presentes.

—Tenemos que averiguar quién era ese Lord y hacia dónde se dirigía —dijo pensativa Ellen, su voz se escuchaba plagada de ira.

—Sea quién sea que haya hecho esto —dijo Kyala midiendo sus palabras—, irá tras Cormag.

—Pero, ¿a dónde? —Quiso saber Héctor.

—Eso es algo que tendremos que averiguar, hacia dónde se dirigía la embarcación de ese Lord que menciona Eprahim en su carta —respondió Hayden sin quitar la vista en el papel—. ¿Qué se sabe de eso? —Inquirió dirigiéndose a su mujer.

—Hace aproximadamente dos días llegó al pueblo un Lord buscando personal para una expedición —comenzó a decir Kyala—, según me informan nuestros hombres, pagó todos los gastos de la noche en la taberna.

Hayden comenzó a caminar hacia la puerta con pasos decisivos, la ira que crecía en su pecho le nublaba la vista.

—Es tarde, más de medio Lastres duerme ya. —Kyala lo aguantó por el brazo—. Ya pronto amanecerá, sugiero que esperemos la información que nos darán nuestros hombres en la mañana, si no nos convencen, vas y hablas con él.

—Ella tiene razón, a esta hora no encontrarás nada —dijo Héctor—. Veo que no has perdido ni gota tu perspicacia.

—Un viejo lobo de mar siempre está preparado para lo que sea —argumentó Hayden con desdén—. Está bien, mejor vamos a dormir, los que puedan… mañana será otro día.

Hayden avanzó hacia una repisa en la pared de la sala que albergaba, entre otras cosas, una botella de vino. Tomarla y retirarle el corcho fue un solo gesto, luego se empinó de ella.

Los demás buscaron un lugar donde pasar la noche en la casa. Kyala y Ellen durmieron en la habitación de los difuntos Víctor y Josefa, mientras Héctor y Frank lo hicieron en la de los hermanos desaparecidos. A ninguno de los cuatro les hizo gracia dejar a Hayden embriagándose solo en la sala, pero, por otra parte, había pedido que le dejasen solo para poder pensar y nadie se atrevería a contradecirle.

—No mi capitán, nadie vio a ningún hombre con un sobretodo negro en el pueblo —informó un hombre pequeño de estatura en comparación con Hayden.

—Bien, puede retirarse —dijo Hayden con cara de pocos amigos.

El marinero salió apresuradamente del camarote, si algo había aprendido de todos los años al servicio de Hayden, era que cuando estaba enfadado lo mejor era dejarle solo. Al salir, se cruzó con Ellen, hizo una pequeña reverencia ante ella y siguió su rumbo. Esta entró al camarote de su primo.

—Hayden, permiso —dijo Ellen suavemente.

Él levantó la mirada, en sus manos tenía la carta que había dejado Eprahim.

—Dime que traes buenas noticias o lárgate —musitó molesto.

Ellen le miró desconcertada y borró la sonrisa que llevaba en su rostro. De todos, Hayden era su primo favorito, sentía gran aprecio por él, pero en ocasiones era tan arrogante que lo odiaba con todas sus fuerzas.

—Mi hermana Priscilla acaba de llegar al pueblo, en estos momentos se encuentra junto a Frank. —Hayden le miraba con una ceja enarcada y cara de pocos amigos.

—¿Es todo?

—No. —Ellen lo fulminó con la mirada, lo quería, pero en ocasiones le daban deseos de cortarle la cabeza—. Héctor te espera en la bodega del barco, trajo al dueño de la taberna.

—Ves —dijo levantándose de su asiento—, esas sí son buenas noticias. Cuando salgas del camarote cierra la puerta.

Ellen quedó estupefacta por el comportamiento de Hayden. Hacía más de diez años no se veían, desde que él se fue a vivir a San Juan, a pesar de tener comunicación mediante cartas, no se veían. El hecho de ser tratada así por él le destruía el alma, sin duda, no era el mismo hombre que ella recordaba, quizás la situación en la que se encontraban sacaba su temperamento más oscuro.

Hayden entró a la bodega de su carabela llamada "Tempestad" nombre que él mismo le había dado tras salir ilesa en una batalla librada en el medio de una tempestad. Al llegar vio a un hombre entrado en años sentado en un taburete de madera. Este esperaba impaciente, frotaba sus manos constantemente demostrando lo nervioso que estaba. Un poco más apartado de él, se encontraba Héctor, afilaba su espada.

—Buenos días señor… —Hizo una pausa pequeña analizando la situación.

—Diego Silvestre. —Se apresuró a decir —. ¿Por qué me han traído aquí?

Hayden echó una rápida mirada a Héctor, este seguía afilando la hoja metálica de su espada. A juzgar por la osadía de aquel hombre, intuyó que traerlo a su bodega no fue por una simple invitación.

—Sé quién es usted, así como imagino que usted me conozca también —dijo al fin.

—No hay nadie en el pueblo que no lo conozca, todos te estamos muy agradecidos por salvarnos aquel día de los franceses.

—Sí, fue una gran batalla y cómo no hacerlo por el pueblo que me vio crecer.

Hayden daba pasos de un lado a otro, analizaba al hombre como un depredador a su presa antes de lanzarse al ataque. Él, por su parte, a pesar de su nerviosismo, permanecía sereno y alerta.

—Sin embargo, sabrá que no está aquí para hablar de cómo salvé al pueblo años atrás.

—Me queda claro —interrumpió el hombre—. De lo contrario no hubieran amenazado con matar a toda mi familia si no venía.

Hayden miró a Héctor y ladeó la cabeza al tiempo que hizo una pequeña mueca con el rostro denotando conformidad. Él permanecía afilando su espada como si la conversación de ellos no le interesara en lo absoluto.

—Me disculpo por eso —expresó Hayden, sus palabras sonaban sinceras—. Pero no se preocupen, sus familiares estarán bien, se lo prometo.

—Bueno, ¿para qué me han traído aquí? —Le apremió el señor—. Tengo que trabajar para llevar el pan a mi casa y me están robando un valioso tiempo.

Hayden le miró a los ojos con aires de superioridad, eran pocos los que se atrevían a hablarle de esa forma.

—Héctor déjanos solos por favor —ordenó tras unos segundos de silencio.

Héctor no medió palabra alguna, simplemente enfundó la espada y salió de la bodega lo más rápido que pudo. Hayden esperó a que saliera para comenzar a hablar.

—Verá, no sé si estará informado, pero mi madre y mis tías han sido asesinadas hace unos días atrás.

—Algo he escuchado y lo lamento mucho, pero no entiendo qué tengo que ver con ese lamentable incidente.

—Resulta que dos de mis primos están desaparecidos también. —Hayden le miraba fijo a los ojos al dueño de la taberna, este le sostenía la mirada.

—Sigo sin entender su punto mi señor.

—Hace aproximadamente tres o cuatro días, hubo una gran actividad en su taberna en la noche.

—Siempre hay buenas actividades en ella —le interrumpió el hombre—, sigo sin entender qué tengo que ver con sus pérdidas.

—Seguro que lo recuerda bien, esa noche un Lord estaba reclutando personas para una expedición. Se rumorea que pagó todos los gastos de la noche, eso es algo difícil de olvidar.

—Lo recuerdo muy bien, pagó con creces todo aquella noche, obtuve muchas ganancias con él.

—Quisiera saber su nombre y a dónde se dirigía, me han informado que prometía riquezas y nuevas tierras a los que se unieran a él.

—No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra —dijo Diego.

—Me ha llegado información de que mis primos se fueron en esa embarcación y quisiera que mi familia esté unida en estos momentos —mintió sutilmente—, de seguro no saben que su madre también murió.

—Entiendo —dijo Diego asintiendo con la cabeza.

—¿Cree que podría ayudarme?

—Aquel hombre se presentó en mi taberna como Lord Roberto. Dijo que tenía la autorización del rey Enrique III para reclutar marineros para un viaje.

—¿El rey autorizó dicha expedición? ¿Desde cuándo su alteza se preocupa por eso?

—No tengo idea.

—¿A dónde pretendía incursionar Lord Roberto? ¿Alguna ruta nueva para comercializar con la India?

—No lo sé, no dijo nada, hablaba en voz baja con todo aquel que se le acercaba interesado —dijo Diego—, no logré escuchar nada.

Hayden le miró en silencio por unos instantes, la mirada del hombre le decía a gritos que sabía más de lo que decía. Metió una mano en el bolsillo de su pantalón y sacó una pequeña bolsa de saco que contenía monedas de oro.

—Quiero que me lo digas todo, sé que sabes más —dijo entregándole la bolsa, este se apresuró a cogerla y la guardó rápidamente.

—Envié a una de mis empleadas a vigilarle de cerca. —Hayden esbozó una ligera sonrisa, no se había equivocado—. Ella escuchó que se dirigirían hacia las aguas del Este.

—¿Hacia las aguas del Este? —Preguntó sorprendido Hayden.

Hayden tenía conocimiento de esos mares, pero nunca se había atrevido a navegar por sus aguas. Se rumoreaba que criaturas inimaginables habitaban las mismas. Otras leyendas afirmaban que ningún barco que zarpara hacia ellas volvía jamás a pisar tierra, por tanto, aquellos que se atrevieron a desafiar los entramados mares, nunca volvieron a ser vistos.

—Exactamente, así que, si sus primos fueron con él, lo más probable es que no los vuelvan a ver.

—No esté tan seguro de eso mi estimado Diego, dé por sentado que recuperaré a mi familia cueste lo que cueste.

—Como usted diga —dijo Diego bajando la cabeza—. Ya he dicho todo lo que sé. ¿Puedo regresar a mi hogar?

Hayden afirmó con la cabeza y dio un pequeño suspiro. Diego se apresuró en salir de la bodega caminando con rápidos pasos. Cuando estuvo a punto de salir, sintió la voz de Hayden una vez más.

—Un momento —ordenó Hayden en el momento justo antes de que el hombre abriera la puerta—. Hay algo más que me interesaría saber.

—Usted dirá —expresó el hombre confundido.

—¿Qué puede decirme del paradero de un hombre que llevaba puesto un sobretodo negro esa noche?

La pregunta de Hayden dejó boquiabierto a Diego, en sus ojos se pudo apreciar como se asomaba el miedo. Hayden se le acercó y le retiró la mano del pómulo de la puerta. Pudo apreciar como esta estaba sudorosa y fría.

—No sé de qué habla.

—¿No sabe de qué hablo?

Diego negó con la cabeza antes de verse suspendido en el aire y recibir un fuerte estrellón contra el suelo. Hayden le colocó su bota en el cuello y presionó. Diego intentó levantar el pie usando sus manos, pero le resultó imposible

—Eso es muy curioso sabe —dijo ejerciendo más presión—. Desde niño, crecí en este pueblo y siempre he tenido la certeza de una sola cosa —dijo mirándole a los ojos—. No se mueve una mosca en este pueblo sin que usted no esté informado de ello.

—Juro que no sé de qué rayos habla.
Le estaba costando un poco respirar, su rostro estaba colorado por el exceso de sangre sin circular acumulada en él.

—Sí, sí que sabes y te enseñaré que con un pirata no se juega.

Hayden retiró la pierna de su cuello, Diego logró recuperar el aliento mediante una tos quintosa. Se vio suspendido nuevamente en el aire. Esta vez Hayden lo levantaba por su jubón. Un dolor se clavó centellante en su rostro para caer nuevamente al suelo con la nariz sangrando.

—No sé nada —gritó ahogando su dolor.

Escupió una pequeña cantidad de sangre que se había acumulado en su boca tras los golpes recibidos. Un nuevo dolor lo abrazó, esta vez a nivel de sus costillas, recibió un golpe y luego otro y otro más. Cayó tendido boca arriba en el suelo, exhausto y adolorido.

Hayden le miraba juzgante y a la vez amenazante.

—¿Quién era el hombre del sobretodo negro?

—No lo sé.

—Pensé que eras más inteligente —dijo agachándose a su lado.

Diego le miró desconcertado, ¿cómo había pasado todo eso? Estaba a punto de irse y ahora se encontraba ahí tirado en el suelo, adolorido y con uno de los piratas más sanguinarios esperando respuesta.

—Bueno, así lo has querido —dijo Hayden encogiéndose de hombros.

Sacó un pequeño cuchillo de su bota derecha, repasó suavemente su filo al tiempo que miraba la cara de súplica del hombre en el suelo. Sujetó la mano derecha de Diego, este trató de removerse para liberarse, pero fue en vano. Clavó el cuchillo en uno de los dedos.

—¡¡¡Aaaaah!!! ¡¡¡Mierdaaaaa!!! —Gritaba Diego, un dolor indescriptible se había apoderado de él.

Hayden giró el cuchillo haciendo que el dolor se intensificara. Luego lo retiró y cortó de tajo otro de los dedos. Así prosiguió con cada uno de los dedos de la mano de Diego.

—¡Ya, basta! ¡Basta, por favor! —Chillaba Diego consumiéndose de dolor en el suelo—. Hablaré, hablaré.

Hayden se levantó, limpió la sangre de su cuchillo en su pantalón y lo volvió a colocar en su bota. Le mostró una sonrisa reluciente al hombre que estaba tendido en el suelo.

—Viste que no era tan difícil —expresó victorioso.

—Cian, su nombre era Cian —dijo entre jadeos—. Era muy sigiloso, estuvo esa noche en la Taberna como hasta medianoche más o menos, luego no volví a verlo.

—Espero por tu bien, que lo que me estás contando sea verdad.

Hayden se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta de la bodega, al salir encontró a Kyala y a Ellen esperando en la puerta, un soldado no les había dejado pasar.

—¿Qué sucedió allá adentro? —Inquirió Ellen—. Se escuchaban gritos.

Hayden mostró una sonrisa que alternaba entre la satisfacción y lo despiadado.

—Ya sé a dónde nos dirigiremos —dijo después de unos segundos—. Guardia, llévense a ese hombre, asegúrese de que a su familiares no les falte nada.

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