1. Más allá del muro

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"El hombre es libre en el momento en que desea serlo."

Voltaire

En algún momento que no supo determinar, su mirada se perdió en el paisaje que se extendía tras el cristal de la ventana. Casas todas iguales, pintadas de blanco y gris, se alineaban a lo largo de calles perfectamente rectas. La monocromía era interrumpida cada cierto intervalo por el verde de algún árbol o el rojo de una estación de control. Más al este se elevaban los edificios de Empresas Futuro, con su característico cartel holográfico girando en la cima de su torre más alta: El futuro es de la paz, era la divisa que se leía desde todo punto de la ciudad. El lema se aparecía en cualquier esquina, en las escuelas, los hospitales, los anuncios de la televisión. Y, finalmente, deteniendo el paseo de los ojos por el panorama, la muralla infranqueable de cien metros de altura. De no ser por la luz artificial que venía de la cúpula transparente que cubría la urbe, se verían sumidos en una oscuridad mortal la mayor parte del día.

"Afuera es peligroso". Una idea que crecía con todos. "Adentro es seguro". Nadie quería renunciar al confort. "Vivimos en armonía. Todo es perfecto aquí. Defendamos lo que hemos conseguido. El futuro es de la paz". Mismo discurso que se escuchaba cada mañana en todos los hogares. La voz, de una desconcertante y fría calidez, penetraba en cada espacio desde los megáfonos instalados en cada puesto de control. Y por supuesto, toda palabra era cierta. ¿Quién rechazaría la vida perfecta que después de años de esfuerzo se había logrado conquistar?

Ah, claro... Ella.

Tenía la manía de estar siempre imaginando cómo sería el mundo fuera de los muros que bordeaban la ciudad. No se conformaba con la aburrida vida que llevaba; estaba segura de que más allá de esas puertas había un universo lleno de color y aventuras abriéndose solo para los valientes. Y tenía la convicción de que sus ideas estaban bien fundamentadas. Recordaba su infancia, las tardes que pasaba en casa de su bisabuelo. En un antiguo libro que este solía leerle, había visto imágenes de masas de agua enormes y grandes seres de formas insólitas que habitaban su interior. Esos extraños textos, le contaba con voz grave el anciano, explicaban el pasado de la Tierra, muchos años antes de las guerras y los desastres naturales que llevaron a esos animales a su extinción, y a la casi desaparición de la raza humana.

Pero, ¿cómo asegurar eso? ¿Estaba bien conformarse con creer que esa ciudad amurallada era la última colonia humana en todo el planeta? Todos aceptaban eso, nadie buscaba respuestas. Pero no ella. Algo en su interior le decía que esa realidad en la que se movía su vida estaba mal. Sí, algo en la mirada de todas las personas; algo en las voces, en las maneras; algo en el gris y el asfalto.

Cada semana una caravana salía de la ciudad por la Gran Puerta del norte. Decían que eran cargamentos de desechos, que serían eliminados en el exterior. Pero... ¿Hasta qué punto era eso verdad? Si no podía comprobarlo por sí misma, ¿cómo creer?

-Yuki, ya acabó la clase. Oye, Yuki...

Sintió el calor de una mano posarse en su hombro y agitarla suavemente. La voz familiar de un joven la despertó de su obnubilación. La imagen del paisaje dejó de parecerle inmensa, y en el cristal de la ventana los ojos dorados se encontraron con su propio reflejo confundido.

-¿No estarías pensando de nuevo en el mundo exterior, verdad?

Volvió su rostro al escuchar la interrogante y se encontró con la figura de un muchacho que la miraba con una mezcla de ternura y preocupación. El oscuro cabello castaño casi ocultaban el esmeralda de sus iris.

-Deberías cortarte un poco el cabello, desluce tus ojos.

Ella dijo esto con una sonrisa, mientras se disponía a guardar los cuadernos en el maletín. Él tomó un mechón de su pelo que le caía sobre la frente y lo jaló suavemente hacia abajo, intentando ocultar un leve rubor que se aparecía en sus mejillas. Sin embargo, pronto volvió a confrontar a su compañera.

-¡No intentes evadir la pregunta! -exclamó fingiendo enojo, a pesar de ser consciente de que era malo para las mentiras y que ella lo leía perfectamente.

-Si te dijera que sí me empezarías a sermonear -contestó ella poniéndose en pie a la vez que jugaba con la punta de su cabello platino, recogido en una larga trenza.

-Tampoco es que hagas caso de mis palabras. Nunca me escuchas...

-Pero esta vez no. Te lo aseguro -dijo mostrando una reluciente sonrisa que no guardaba ningún secreto-. Vámonos a casa, Asu.

Él la miró y se estremeció un poco, aunque el escalofrío abandonó su cuerpo con la misma rapidez con la que apareció. Ella estuvo de un ánimo estupendo el resto del día. A fin de cuentas, una chispa se había encendido esta vez. Sus pensamientos esa tarde se concentraron en la Gran Puerta. La había estado observando durante los últimos meses. Quizás esa era la única salida. Sabía que más allá de ese muro estaba su libertad.

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