2. Fuga

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Las ruedas de metro y medio de alto avanzaban con lentitud, haciendo temblar el pavimento. El polvo que levantaban a su paso hacía nubes densas que desaparecían tras unos segundos. Los enormes camiones, blindados con compactas láminas de acero, llevaban números rojos pintados a ambos lados. Todos se dirigían hacia la Gran Puerta, plancha metálica de aproximadamente un metro de grosor.

¿Cuál sería el destino de esa caravana? Se lo había preguntado hace mucho, y desde que esa duda surgió en su cabeza, empezó a vigilar el recorrido de los vehículos. Después de todo ese tiempo, había logrado memorizar su ruta de avance y los horarios de los guardias que vigilaban el cargamento. Finalmente, era hora de llevar a cabo su plan.

—Esta tarde saldré de aquí, Asu —dijo apartándose de la ventana y colocando los binoculares sobre una mesita plegable de madera.

—¿Qué estás pensando esta vez, Yuki? ¿Otra vez con tus ideas locas?

—No, esta vez hablo en serio.

Ella fue sonriente hacia donde estaba su amigo, recostado a la pared. Se sentó a su lado y cambió su expresión alegre por una llena de seriedad.

—Mi plan no fallará. He calculado todo. Los camiones salen a las cinco de la tarde del depósito. Los guardias de seguridad están plantados frente a ellos hasta las cuatro con cuarenta y cinco minutos. A esa hora se marchan para ser relevados. A las cuatro con cincuenta pasa un robot vigía por esa área, junto a los guardias de relevo, para cerrar las puertas de los carros. Tengo un lapso de cinco minutos para meterme en uno de esos. También localicé la posición de todos los puestos de seguridad a lo largo de la ciudad, y he trazado una ruta por la cual evito las cámaras. En algunas zonas no se pueden franquear, por eso me aseguré de crear puntos ciegos moviendo algunos objetos. ¡Es un plan perfecto!

—¡Yuki! ¡Eso es una locura!

—¡Habla bajo!

Ella se abalanzó sobre el chico cubriéndole la boca con sus pequeñas manos. Miró a los lados como si buscara algo, y luego regresó a su posición, ignorando por completo el sonrojo evidente de su amigo.

—No puedes hablar tan alto, Asu. Justamente vinimos a la casa del árbol para evitar cualquier micrófono que pueda estar instalado en mi habitación.

—No es como si hubiesen cámaras y micrófonos en todos lados, Yuki. Solo están en las calles para vigilar que nadie cometa una locura… Como la que tú quieres cometer ahora. Desde que éramos pequeños te he querido advertir de todo esto, pero nunca puedes escucharme. Solo piensas en lo que podrá haber tras el muro. No entiendo por qué… ¿Acaso no eres feliz aquí? Tenemos todo lo que nos hace falta, todo lo que necesitamos.

—Pero no todo lo que queremos. Aquí nadie tiene ambición…

—La ambición no es buena…

—No hablo del interés por las riquezas, Asu. Me refiero al deseo, ese apetito primitivo, vehemente, de alcanzar algo más. De tener un sueño, una aspiración. Es eso lo que nos hace diferentes al resto, ¿sabes? Sin eso… No somos más que ganado: esos animales que veía en los libros, que todos iban tras su pastor porque les daba lo que les hacía falta para vivir. ¿Y sabes lo que hacían al final? Se convertían en alimento.

—Creo que es una comparación bastante radical.

—Pero es real.

Un silencio cubrió la pequeña habitación por unos segundos. Tras unas cuantas respiraciones calmadas, Yuki volvió a hablar.

—Eres la única persona a la que le puedo decir esto, Asu… Eres el único que me puede escuchar.

—¿Cómo y cuándo piensas regresar?

—Hoy mismo… La caravana siempre regresa a las ocho de la noche. Una vez fuera debo ver cómo vuelvo a entrar al camión. Lo único que deseo es poder ver qué hay más allá de ese maldito muro…

—De acuerdo. Si es a esa hora mis padres no pedirán explicaciones. Pero tenemos que estar aquí a las ocho, ¿de acuerdo?

—Claro que sí… Espera… ¿Tenemos?

—Por supuesto… ¿No creerías que te iba a dejar ir sola, verdad? —dijo él evitando mirarla a los ojos—. Tengo que velar porque no se te ocurra ninguna otra locura…

—Asu… ¡Te quiero mucho! —Ella lo abrazó con fuerza, desbordando felicidad.

—Y yo a ti, Yuki.

Él rogó para que cuando aquel abrazo terminara, su rostro colorado volviera a ser el mismo. Si bien nunca se lo había dicho, era consciente de sus sentimientos hacia su mejor amiga. Y, a pesar de que siempre la regañaba cuando le surgía alguna idea descabellada, no podía negar que ese espíritu extraño que solo ella poseía era la principal cualidad que lo atraía.

Cuando el reloj hubo marcado las tres y media de la tarde, ambos salieron de la casa del árbol, diciendo que iban a pasar toda esa tarde en la Biblioteca Central. Tomaron un bus hasta el extremo norte de la ciudad. El viaje, de media hora, le resultó bastante aburrido a ella, quien estaba ansiosa por llegar a su destino final.

Se bajaron en la última parada, a unos cuatrocientos metros del depósito. Una vez allí siguieron el camino lleno de desvíos y atajos trazado por Yuki semanas atrás. Para entrar al lugar, no había más seguridad que los guardias y los robots esféricos flotantes, que cargaban con una cámara en su único ojo central.

“Probablemente porque no imaginan que alguien piense en venir hasta acá”, pensó ella.

Tal y como había dicho Yuki, allí estaban los guardias. Se ocultaron tras una pared que según ella era segura, pues nunca nadie transitaba por allí.

—¿Cómo es que sabes tanto de los movimientos de esta zona? —preguntó Asu susurrando—. Desde la casa del árbol se ve este lugar con los binoculares, pero no tanto como para trazar un plan así…

—Cuando regresabas a tu casa yo me daba una vuelta por los alrededores. Nadie sospechaba de mí, solo soy una chica de preparatoria. Paraba en el merendero del frente y me ponía a observar. No sé en serio cómo es que a nadie en esta ciudad se le ha ocurrido hacer esto antes. O sea, ¿nunca se preguntaban qué habría acá en los carros…?

—Son desechos.

—Eso es lo que nos dicen… ¿Pero y si en realidad hacen expediciones afuera para descubrir si aún hay vida? Quizás nos lo ocultan para revelarnos la noticia cuando confirmen algo…

—Eso no tiene sentido…

—Ya se van, Asu.

Sus ojos resplandecieron como el sol del mediodía. Él sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los guardias abandonaron el lugar. Era ahora o nunca.

—¡Vamos!

Ella salió del escondite a toda velocidad, se agarró de la puerta entrejuntada del camión y de un saltó subió al remolque. Asu fue tras ella, con una mirada algo indecisa.

—Toma mi mano —dijo ella extendiendo el brazo, infundiéndole confianza al chico, quien, intentando dejar todos sus pensamientos razonables atrás, la agarró con fuerza.

Dentro del remolque habían muchas cajas, la mayoría de gran tamaño, rodeadas por cintas amarillas con la palabra “Peligroso” en color rojo, repitiéndose cada cierto intervalo.

—¿Qué habrá allí dentro? —preguntó él con algo de temor.

—No lo sé, pero al parecer debemos tener cuidado. Ven, recostémonos detrás de una. Así no nos verán cuando vengan a cerrar las puertas.

Se trasladaron hasta el fondo, escondiendo sus cuerpos tras la caja más grande que encontraron. Pronto escucharon los pasos de los guardias acercándose, y tras ellos el sonido metálico de las puertas al cerrarse. Silencio. Adentro solo se escuchaba el sonido de dos respiraciones agitadas. Sus frentes empezaban a transpirar por el calor. Entonces, acabando con la calma, se oyó el arranque del motor. Las vibraciones se sintieron por sus cuerpos.

—Ya no hay marcha atrás —dijo Yuki con una convicción hasta ahora nunca escuchada por Asu.

—¿No tienes miedo?

—Creo que le temo más a vivir mi vida a medias por ese ese miedo. Y además, te tengo a ti. Cuando estás conmigo no tengo que temerle a nada.

Ella tomó la mano de su amigo y la apretó. Ambas estaban frías y sudadas. Él, por primera vez en su vida, sintió que nada podría hacerle daño.

Ahora solo debían esperar.

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